viernes, 9 de septiembre de 2016

Canción del viernes y nuevas entradas en Almacén de Derecho

miércoles, 7 de septiembre de 2016

La tragedia de los comunes y la tragedia de la corrupción

soria ministro

Foto: Jaime Villanueva. EL PAIS

El interés individual de un funcionario en dejarse corromper entra en conflicto con sus intereses como miembro del colectivo de funcionarios que están encargados de las tareas en las que puede producirse la corrupción en la medida en que la extensión de la corrupción beneficia individualmente a los que reciben los sobornos pero puede perjudicar al colectivo porque los encargados de luchar contra la corrupción impongan sanciones al grupo. Por ejemplo, encargando las tareas correspondientes a otros funcionarios y declarando a extinguir el cuerpo correspondiente de manera que el funcionario individual pierde los ingresos futuros asociados a una eventual promoción, al margen de la pérdida de reputación social que lleve a que no deseen ingresar en el cuerpo los más valiosos aspirantes con lo que se producirá, a largo plazo, una decadencia del cuerpo, decadencia que puede ser muy costosa si la pertenencia a ese cuerpo ofrece a sus miembros un “banco de favores” en el sector privado como ocurre con los Abogados del Estado que ocupan gran cantidad de los puestos de secretario general de los consejos de administración de las grandes empresas.

De manera que, cuando este riesgo de que se descubra y sancione la corrupción es elevado, todos los miembros del grupo cooperan para reducir la corrupción. Es decir, hay control recíproco entre los funcionarios para expulsar del grupo a los corruptos. Si el grupo es suficientemente pequeño, el “castigo altruista” por parte de los miembros a los corruptos será más intenso que si el grupo es muy grande, tanto por los menores costes de vigilancia como de la coordinación entre los “honrados” para dar una respuesta colectiva a los “corruptos”. El punto de partida es importante. Si el grupo carece de “honor” que proteger, el control recíproco y el castigo altruista no existirán. Las posibilidades de “abandonar” el grupo son también relevantes. Si los miembros del grupo que son “honrados” observan comportamientos deshonestos en otros miembros, pueden optar por castigar a los deshonestos o por abandonar el grupo. De manera que cuando sea poco costosos abandonarlo – porque las posibilidades alternativas sean atractivas o porque los miembros del grupo no hayan hecho inversiones específicas cuando entraron en el grupo – los miembros honrados del grupo usarán la “salida” y no la “voz”, esto es, se limitarán a abandonar el grupo con lo que la corrupción acabará predominando porque, con el paso del tiempo, sólo quedarán corruptos en el grupo.

Del mismo modo, individualmente, cada empresa que paga un soborno para obtener una licencia o permiso, está mejor si la corrupción funciona pero genera una externalidad negativa sobre las demás empresas que, a partir de ese momento, se verán obligadas a pagar ellas también para obtener la licencia y, si éstas son limitadas en número, a competir en la cuantía del soborno (y no en la calidad de su proyecto).

Esto es, más o menos, el resumen del trabajo de Chen/Jian/Villeval que lleva el mismo título que esta columna  y que viene a cuento a propósito del nombramiento del ex-ministro y Técnico Comercial del Estado, el Sr. Soria para el puesto de Director Ejecutivo del Banco Mundial.

Es una tradición que estos puestos y otros semejantes se asignen a Técnicos Comerciales del Estado por una comisión creada en el Ministerio de Economía que ordena las peticiones de miembros de ese cuerpo de funcionarios superiores del Estado en función de su antigüedad y – parece –, el hecho de haber ocupado altos cargos constituye un criterio de la mayor importancia a la hora de asignar el puesto. Digamos pues, que estos puestos se asignan “al cuerpo” como un atractivo más para los interesados en formar parte de él. Pero se asignan al cuerpo, no en virtud de una norma legal – ni siquiera reglamentaria – que haya ponderado el hecho de que la formación y experiencia de esos funcionarios los hace especialmente aptos para cubrir esos puestos y tampoco porque se haya ponderado que esa restricción de los posibles candidatos al puesto (sólo los que sean miembros del cuerpo de Técnicos Comerciales) está compensada por la facilidad con la que se puede producir la cobertura y la seguridad de que sus miembros son los más cualificados para cubrirlos dentro de toda la función pública. Digamos, pues, que así como está plenamente justificado que las agregadurías comerciales de las embajadas se reserven a los TECOS porque, entre otras razones, fue para cubrir esos puestos para los que se creó el cuerpo de funcionarios en primer lugar, la “reserva” de puestos como el de Director Ejecutivo del Banco Mundial a estos funcionarios constituye una acrecencia producto del uso administrativo tolerado por los políticos en la medida en que beneficia a aquellos TECOs que han desempeñado cargos políticos.

Dado que el principio – de rango constitucional – es el contrario, esto es, el acceso según mérito y capacidad (art. 23.2 CE), el uso ha de calificarse contra legem y, por tanto, estos nombramientos deberían anularse por los jueces de lo contencioso-administrativo. El caso es muy semejante al de los nombramientos de abogados generales y jueces del Tribunal de Justicia de la Unión Europea que corresponden a España donde no hay  base legal para la decisión libérrima del gobierno. El gobierno, avergonzado por el propio Tribunal de Justicia, hizo el paripé de crear una comisión de altos cargos que, sin publicidad, propone a las personas que han de ocupar esos puestos en Luxemburgo.

De forma que, lo que interesa a los TECO, como grupo es que también estos puestos se incluyan entre los que forman parte de la carrera normal de los funcionarios del cuerpo, pero eso no lo pueden conseguir de los políticos que querrán reservarlos para aquellos políticos que pertenecen a los TECO. De manera que los TECO que no hacen carrera política “ceden” en el sentido de que aceptan que se ocupen preferentemente por aquellos TECO que acceden a cargos políticos una vez que abandonan estos a cambio de la oportunidad de ocuparlos cuando no haya un cargo político que lo solicite. Si se examina quiénes han ocupado ese puesto de Director ejecutivo del Banco Mundial en los últimos treinta años se comprobará que muchos de ellos no eran políticos. Eran TECOS estrictamente funcionarios.

Por tanto, el caso Soria es un ejemplo de colusión entre políticos y un cuerpo de altos funcionarios en perjuicio de por ejemplo, los catedráticos de economía del desarrollo, Derecho Internacional, Relaciones Internacionales o de los miembros de la carrera diplomática para extender los puestos reservados a los miembros del cuerpo. El nombramiento de Soria ha generado, precisamente, el efecto que hemos descrito al principio: la inidoneidad de Soria para el puesto (alguien que lleva décadas en excedencia no puede reingresar y obtener el puesto mejor remunerado) es tan evidente que la protesta social puede acabar dirigida contra todo el cuerpo de funcionarios que pueden acabar perdiendo esa reserva de puestos prestigiosos, bien remunerados y temporales.

martes, 6 de septiembre de 2016

La junta universal a la que algún socio asiste por teléfono

Dejemos inscribir los acuerdos sociales y dejemos a los socios que los impugnen si creen que se han infringido normas legales o estatutarias

superman
En muchas ocasiones nos hemos referido a la burocratización innecesaria de la vida societaria en nuestro país causada por nuestro sistema registral y la inadecuada concepción de la función del Registro Mercantil. La idea es que todas las normas del Derecho de Sociedades que regulan la “ejecución” del contrato de sociedad (desde la adopción de acuerdos por parte de los socios hasta las relaciones con terceros; desde la remuneración de los administradores a los conflictos de interés de los socios cuando votan; desde la comunicación de la sociedad con los socios hasta la gestión del libro registro de acciones nominativas) no pueden aplicarse e interpretarse como si fueran normas de Derecho Administrativo que regulan la actuación de organismos públicos. Son actos de ejecución de un contrato que, por tanto, están a disposición de las partes del contrato. El hecho de que determinados actos de ejecución del contrato y, el contrato mismo, sean objeto de inscripción en un registro público no debería impedir que los socios sean libres para adoptar acuerdos y ejecutar, en general, el contrato como tengan por conveniente. El cumplimiento del contrato es cuestión que el legislador defiere a las partes a través de las acciones de impugnación de los acuerdos sociales o de las decisiones del administrador que, como hemos explicado en otro lugar, son acciones de cumplimiento. El Registro Mercantil protege y auxilia a los terceros que se relacionan con personas jurídicas reduciendo los costes para estos terceros de identificarlas y de identificar a los que pueden vincular el patrimonio que es la persona jurídica con terceros.

viernes, 2 de septiembre de 2016

Teoría de los comunes en un comic

http://www.smbc-comics.com/comics/1472569876-20160830.png 

Canción del viernes y nuevas entradas en el Almacén de Derecho

jueves, 1 de septiembre de 2016

Tweet largo: integración de los musulmanes en Europa. Sobre un artículo de Muñoz-Rojas

Myths-slavery

Olivia Muñoz-Rojas ha publicado un artículo en EL PAIS en el que dice básicamente que en Europa hay dos modelos de tratar con la inmigración procedente de culturas no-occidentales, el francés, que exige la integración en la nación francesa y en los valores fundamentales de ésta (igualdad, libertad y fraternidad en un entorno no religioso) y el inglés que es más – digamos – “multicultural” en el sentido de que permite que las distintas comunidades de origen extraeuropeo convivan en el territorio británico pero mantengan lazos internos más intensos que los lazos que les unen al resto de la población. Ambos modelos – eso es lo más interesante del artículo – tienen ventajas e inconvenientes. El francés tiene el problema de generar choques de gran intensidad entre los que no quieren integrarse en la cultura y civilización francesas y la mayoría de la Sociedad lo que favorece a los extremistas de ambos lados. A los islamistas y a la extrema derecha xenófoba y populista. El inglés tiene un grave problema de respeto de los derechos humanos en el seno de esas comunidades que el Estado deja “a su aire” (recuérdese el escándalo de las niñas y de las violaciones y abusos sexuales masivos acaecidos en Inglaterra hace unos pocos años (Rotherham) y respecto de los cuales la policía miró para otro lado y “dejó hacer”). Muñoz-Rojas no se pronuncia sobre qué modelo es preferible y apunta a que los dos han podido funcionar razonablemente porque estaban “engrasados” por un generoso estado del bienestar que permitía a cualquiera vivir incluso con elevados niveles de paro.

El problema – hay que aclararlo – es especialmente agudo con los inmigrantes musulmanes. Ni los sudamericanos, ni los asiáticos no musulmanes, se integren o no en las sociedades europeas,han presentado problemas de envergadura semejante para la convivencia ni han generado la reacción de los xenófobos que ha generado la inmigración musulmana.

Lo que no resulta en absoluto convincente es que Muñoz-Rojas pretenda poner la responsabilidad en el modelo social europeo por no aplicar suficientemente sus propios valores. Dice Muñoz-Rojas que la segregación (¡menudo eufemismo para referirse a la espantosa discriminación y subordinación!) que sufre la mujer musulmana “es un aspecto especialmente visible que choca contra lo que se supone es un valor fundamental europeo: la igualdad de género”. Hasta ahí, y a salvo del eufemismo, nada que reprochar. Sólo cabría señalar que es el sometimiento de la mujer al varón que se refleja espantosamente en la vestimenta y las espantosas reglas jurídicas y morales que están detrás de la sharía lo que ha elevado la sensibilidad europea frente a los musulmanes que deciden vivir en los países europeos de acuerdo con esas reglas morales y religiosas. Pero resulta inaceptable que la autora, a continuación, diga lo siguiente:

“Paradójicamente, no es este (el de la igualdad entre hombres y mujeres) uno de los valores de los que más pueda jactarse Europa en la práctica. En Francia, uno de los países menos tolerantes con el uso de hiyab, los casos de acoso sexual dentro del partido ecologista que salieron a la luz la pasada primavera han puesto sobre la mesa el grave problema de sexismo y acoso que sufren las mujeres de la clase política y dirigente francesa, incluso aquella que se define como progresista. Es más fácil señalar lo aberrante del hecho que una mujer deba cubrirse en público que reconocer lo lejos que seguimos estando en general en Europa de alcanzar sociedades igualitarias libres de sexismo y violencia de género. La hipersensibilidad social existente respecto de las prácticas islámicas de segregación entre hombres y mujeres pone en evidencia la debilidad del modelo igualitario europeo”

Ni hablar. Es repugnante comparar la situación de la mujer en los países europeos con la misma en las sociedades dominadas por el Islam. No hay un solo país mayoritariamente musulmán en el que la mujer tenga reconocido un status social, económico y político mínimamente comparable con el del hombre. ¿Cómo puede comparar Muñoz-Rojas a Arabia, Marruecos, Pakistán, Afganistán, Irán o incluso Turquía con Francia o el Reino Unido en lo que hace a los derechos de la mujer y la igualdad con el hombre?

La conclusión de Muñoz-Rojas es igualmente disparatada. La unidad de Europa no tiene nada que ver con la igualdad de género ni con la integración de los inmigrantes o minorías musulmanas. Son los Estados los que tienen la competencia y las sociedades nacionales las que han de gestionar el problema, cada uno de ellos de la mejor forma posible y unos con más éxito que otros aunque, sin duda, sería deseable una política europea común de control de las fronteras y gestión del asilo e intercambiar experiencias de éxito respecto de la integración. Y no hay por qué elaborar ningún “relato europeo inclusivo” y mucho menos que ese relato “reconozca los abusos cometidos durante la etapa colonial”. Si los países europeos han cometido abusos como potencias coloniales, no lo han hecho con los musulmanes. Lo han hecho, especialmente, con los chinos (guerras del opio) y con los indios (la Compañía de las Indias Orientales) e indonesios (la VOC) además y sobre todo con los africanos subsaharianos (esclavitud) con la colaboración estrecha de los países árabes en los siglos XVII-XIX por no incluir la mucho más discutible colonización española y portuguesa de América o la práctica desaparición de las poblaciones indígenas en Norteamérica. Los países árabes sólo estuvieron sometidos a la regla británica o francesa unas pocas décadas y, – ya está bien – las Cruzadas o la Inquisición o la expulsión de los moriscos no pueden seguir utilizándose como si fueran acontecimientos presentes. A nadie en su sano juicio se le ocurre acusar a los países árabes de haber destrozado la civilización visigoda e hispano-romana en la península ibérica o a los países de Asia Central por habernos enviado sucesivas oleadas de conquistadores salvajes que pasaron a cuchillo a poblaciones enteras de Europa.

miércoles, 31 de agosto de 2016

Regular los productos financieros para los consumidores

Cuando se trata de tomar decisiones financieras, los consumidores – los hogares – se equivocan mucho más que cuando toman decisiones de consumo de productos. Hay abundantes pruebas de que los consumidores se equivocan de forma masiva y constante y hay indicios de que lo hacen en casi todos los ámbitos de sus decisiones de ahorro, endeudamiento e inversión. Las razones van desde el “analfabetismo” financiero de buena parte de la población (mayor entre los más pobres y entre los más jóvenes – los más “cultos” – son los que están en la edad de jubilación y luego vuelve a aumentar el analfabetismo, ya se sabe, los viejos son más incautos y desinhibidos), pasando por ignorar la “historia financiera” (qué inversiones han sido más rentables históricamente o cual ha sido la evolución de la inflación) o la tendencia a sobrevalorar las inversiones que resultan familiares en inmuebles – sobre las menos conocidas – acciones o bonos sobre todo extranjeros – o la sobreconfianza en los propios conocimientos financieros hasta la incapacidad de los consumidores para entender los términos de un contrato financiero. Con efectos extraordinarios

“Cuando el consumidor no entiende todos los costes de un producto financiero, los bancos tienen incentivos para reducir los costes iniciales e incrementar y ocultar los costes posteriores. De manera que la complejidad de los productos financieros puede ser una respuesta deliberada de las empresas frente a la incapacidad de los consumidores para entender los contratos que firman… Si los consumidores sofisticados pueden evitar estos costes posteriores alterando su conducta (por ej., no incurriendo en descubiertos en sus cuentas o pagando al contado sus compras con tarjeta de crédito) la competencia puede provocar que éstos obtengan precios más bajos a costa de los consumidores menos sofisticados, es decir, que se produzca un subsidio cruzado”

Si se piensa en lo ocurrido con las cláusulas-suelo, se comprende inmediatamente los incentivos de los bancos para ocultar la existencia de la cláusula en los contratos de préstamo hipotecario.

Una cuestión interesante es que, a diferencia de la compra de productos de consumo ordinarios, pero de forma semejante a cuando nos suscribimos a un gimnasio o a una revista, la adquisición de productos financieros requiere del consumidor predecir su propia conducta futura” en el largo plazo (cuánto trabajaré, si me cambiaré de domicilio, si cambiaré de trabajo…) o en el corto plazo (cuánto gastaré con la tarjeta y cuántas veces tendré un descubierto en la cuenta).

Y otra es que los consumidores son unos ingenuos/incautos cuando se enfrentan al “vendedor” de los productos financieros e ignoran, a menudo, los poderosos incentivos de estos vendedores para colocar los productos. No hay mucho que añadir para cualquiera que haya seguido lo que ha ocurrido en España con productos como las participaciones preferentes, los bonos convertibles. Lo triste es que, en la medida en que estos intermediarios tengan fuertes incentivos para colocar esos productos, los consumidores acabarán “consumiendo” una mayor cantidad de los productos “malos” de la que se comprarían en un mercado transparente o en el que los compradores pudieran confiar en la ausencia de incentivos distorsionados por parte del vendedor. Una prueba de la existencia de este problema es la dispersión de precios de productos aparentemente iguales. La ley del único precio no parece aplicarse a productos financieros cuya comparación debería ser, sin embargo, mucho más sencilla que la de un producto de consumo, puesto que sólo hay que medir su rentabilidad por riesgo.

Este problema es especialmente grave cuando se produce una liberalización de los productos que pueden venderse a los inversores minoristas porque éstos son particularmente confiados si el que les vende esos productos es el “director de la sucursal” donde han tenido sus ahorros toda la vida.

¿Y las soluciones?

Educar a los consumidores financieros no funciona, al menos, no demasiado y no parece eficiente en términos de coste-beneficio (esto es algo que olvidan los que nos bombardean cada día con incluir determinadas enseñanzas en la educación secundaria, que las horas de estudio son limitadas e introducir una materia se hace siempre a costa de otras).

Mejorar la información que se facilita a los consumidores (disclosure) funciona pero también con muchas limitaciones: la información no es útil a consumidores con muy poca formación financiera; las informaciones obligatorias pueden ser neutralizadas vía publicidad de otras condiciones del producto financiero; las obligaciones de información pueden ser neutralizadas fácilmente por los oferentes cumpliéndolas rutinariamente o diseñando el producto para que no se vea afectado por las normas legales que imponen la obligatoriedad de la información. De nuevo, un repaso por la jurisprudencia recaída en la materia en los últimos años en España confirma estas limitaciones (y lleva a los jueces a terminar tratando a los consumidores como idiotas, lo que no es descabellado si tenemos en cuenta el analfabetismo financiero rampante. La figura del consumidor descrita por el Tribunal de Justicia como razonablemente atento e informado no se aplica – ni por el legislador – al consumidor de productos de inversión (se explican así los requisitos de idoneidad y de conveniencia que impone el Derecho europeo al que comercializa productos financieros).

La regulación(en sentido fuerte de prohibición de determinados productos) de los productos financieros dirigidos a los consumidores es, pues, la más costosa de diseñar y aplicar razonablemente pero, a la vista de las limitaciones de las intervenciones conformes con el mercado, parece inevitable.

John Y. Campbell, Restoring Rational Choice: The Challenge of Consumer Financial Regulation, American Economic Review: Papers & Proceedings 2016, 106(5): 1–30

lunes, 29 de agosto de 2016

Tweet largo: Por qué Branco Milanovic no tiene razón sobre la comercialización de las relaciones personales

Lean su post (que es una recensión a un trabajo no publicado de Roemer que “suena” muy bien) y la entrada en la que Diane Coyle le hace notar que las relaciones de mercado (“comoditizadas”) pueden ser muy beneficiosas para – diríamos – el “libre desarrollo de la personalidad” de los individuos y, por tanto, para el florecimiento de la vida humana.

En síntesis, a Milanovic, como a Polanyi, le preocupa la creciente comercialización de las relaciones humanas. Lo que era producido en grupo y a través de lazos de parentesco, amistad y cooperación altruista, ahora es objeto de intercambio en mercados anónimos. Desde un trayecto en coche (Uber) hasta la comida (que ya no se hace en las casas y por la madre por amor a sus hijos sino que se adquiere incluso sin contacto humano en el intercambio y que se consume, no en la mesa familiar, sino cada miembro de la familia por su cuenta) pasando por el alojamiento (AirBnb). Las relaciones humanas devienen así, cada vez más, relaciones entre extraños, impersonales. Seremos más ricos, concluye Milanovic, pero al coste de ver reducido el placer o lo que sea que obtenemos de las relaciones personales.

Milanovic se equivoca, creo yo, porque entiende las relaciones humanas como un juego en el que el tipo y el número de interacciones posibles estarían limitadas. Si ya no se come en familia, los miembros de una familia sacrifican “calidad” de su relación con otros miembros de la familia en el altar de la eficiencia en el consumo de proteínas. Ya no intercambiamos chascarrillos con el tendero de la esquina porque el que está en la tienda es cada vez alguien distinto o, simplemente, interactuamos con un ordenador. (Respecto a la atención a los hijos – tutoring – Milanovic debería recordar que es uno de los primeros “servicios” que se comercializaron, esto es, que los padres – ricos – “externalizaron” contratatando tutores para sus hijos y que la única forma de que todos, incluyendo los niños pobres, tengan acceso a estos servicios pasa porque el mercado los produzca e intercambie en masa)

Pero las formas y el contenido de las relaciones humanas son infinitas o, por lo menos, de número indeterminado. Porque muchas relaciones se habrán comercializado y convertido en intercambios anónimos a precios fijados por el mercado, los que participan en los intercambios – cada uno de nosotros – tenemos más tiempo y recursos para enriquecer nuestras relaciones sociales, esas que no vienen determinadas por transacciones de intercambio en los mercados. No tener que confiar en el tendero no significa que me vuelva más desconfiado con mis amigos, mis familiares o los miembros de mi congregación o mis conciudadanos. Al contrario, confiar es costoso, mercados y contratos “autoejecutables” permiten ahorrar en confianza e invertir lo ahorrado en crear lazos de confianza en las relaciones personales.

Parafraseando a Adam Smith, que no tengamos que confiar en la bonhomía del carnicero (y en perder nuestro tiempo con él para <<que nos trate bien>>) para tener el filete sobre la mesa es una bendición absoluta porque nos permite compartir el filete con quien nos dé la gana y no con quien nos diga el carnicero. El mercado nos garantiza que sus productos vienen sin “string attached”, sin condiciones. Gracias a que AirBnb nos permite “pagar” por la casa en el Albaicín, podremos ir a Granada con nuestros amigos o familiares y mejorar nuestra experiencia de vida en familia y no tener que adaptarnos a las manías del anfitrión que nos ha invitado a su casa. Se habrá comoditizado el alojamiento, pero la experiencia personal – el viaje a Granada con mis amigos será más gratificante personalmente. Gracias a que no tenemos que pedir a nadie que nos haga favores para conseguir lo que necesitamos (porque los mercados se vuelven ubicuos), podemos pedir favores para conseguir lo que anhelamos (que nos quieran, que nos escuchen o que nos cuiden) o, sobre todo, hacer “cosas juntos”.  ¿Por qué no íbamos a empeñarnos más intensamente en conseguir lo que anhelamos o en hacer cosas juntos una vez liberados de la necesidad de invertir bondad, preocupación por el otro para conseguir lo que necesitamos?

De la inteligencia artificial y de la realidad virtual tengo más dudas. Pero no las tengo acerca de que mercados más completos y que ofrezcan la cobertura de todas las necesidades materiales humanas no solo no impiden sino que facilitan el florecimiento de relaciones entre las personas de más intensidad y “mejor calidad”. Como dice Coyle, lo que debe preocuparnos es que haya gente que tenga limpiar nuestros retretes y tenga que hacerlo por un sueldo miserable.

El coreógrafo y los equilibrios correlacionados

Las reglas sociales (cómo comportarse en cada circunstancia) pueden verse como el producto de una “voluntad” individual o colectiva. Mientras que en el caso de las reglas jurídicas, resulta – tiene que resultar – transparente el origen de la regla social (quién ha establecido la regla), en el caso de las reglas sociales, no se puede disociar la regla y su autor. Las reglas sociales son mecanismos de coordinación en un grupo y logran equilibrios deseables: todos están interesados en seguir la regla en la medida en que los demás lo hagan. Si todos seguimos la regla, estaremos mejor que si no la seguimos. Piénsese en conducir por la derecha. ¿Quién implantó esa regla? Los autores lo llaman un “coreógrafo” en lugar de un “dictador” porque – afirman – “las reglas sociales no se cumplen cuando no se consideran legítimas” y “se crean y modifican a través de la acción colectiva, de modo que el propio coreógrafo puede verse como producto de la voluntad de la sociedad” y no como un lider que impone sus reglas a la colectividad.

La consecuencia es que es mucho más fácil para un grupo ponerse de acuerdo y cooperar cumpliendo todos una regla que mejora los resultados que obtiene el grupo que lo que los requisitos de un equilibrio de Nash exigen. Es decir, hay menos dilemas del prisionero. el “equilibrio de Schelling” (foco) es un ejemplo de equilibrio correlacionado.

Si dos amigos deciden quedar a comer pero no han dicho dónde ni a qué hora, hay un infinito número de equilibrios de Nash para esa situación, uno por cada momento y por cada lugar posible y las posibilidades de que los dos amigos lleguen a un equilibrio de Nash son ínfimas. Supongamos sin embargo que el coreógrafo es la convención social – la regla social – que afirma que la hora de comer, a falta de pacto, es las dos de la tarde y que el lugar por defecto para hacerlo es el más frecuentado de la ciudad. En tal caso, si los dos amigos conocen la regla social y coinciden en que un lugar determinado es el más frecuentado de la ciudad, sólo hay un equilibrio correlacionado y este equilibrio será socialmente eficiente”.

Los individuos tienen “una predisposición a actuar de conformidad con la forma social”, esto es, una preferencia por un comportamiento prosocial (porque, como siempre, el resultado preferible desde el punto de vista egoista es que los demás cumplan la norma y no cumplirla uno mismo si el cumplimiento tiene un coste). Hay “razones evolutivas para creer que los seres humanos han evolucionado esa preferencia prosocial a través de la coevolución de los genes y la cultura”

 

Herbert Gintis and Dirk Helbing, Homo Socialis: An Analytical Core for Sociological TheoryReview of Behavioral Economics, 2015, 2: 1–59

Fair is not fair everywhere

“Los seres humanos tienen una marcada aversión a la desigualdad, esto es, a que uno reciba más que otros o más de lo que se merece y les importa mucho que los recursos se repartan equitativamente. Sobre todo si el resultado ha sido producto de un esfuerzo conjunto”.

En particular, en el reparto que se considera justo influye la contribución de cada uno al resultado común, incluso aunque eso signifique que uno  recibe menos que otro.Pero ¿es esta aversión universal, esto es, común a todos los grupos humanos? Parece que hay diferencias. Así,

“muchas sociedades humanas tienen en cuenta el mérito a la hora de repartir, pero otras sociedades, muy preocupadas por mantener la armonía entre los miembros del grupo, hacen ceder la preocupación por la justicia del reparto. En las sociedades occidentales, la idea de <<a cada uno según su aportación>> parece internalizada incluso en niños muy pequeños:

Mientras que los niños en edad preescolar afirman estar de acuerdo con los principios de igualdad cuando se les pregunta – todos reciben lo mismo – y se comportan egoístamente – se quedan con el trozo más grande – cuando reparten con terceros a los que no conocen, ya desde los tres años son capaces de reconocer la diferente contribución al resultado de unos u otros miembros de un equipo cuando se trata de distribuir recursos en escenarios menos estrictos. Por ejemplo, cuando se les pide que repartan un premio que no se puede dividir en partes iguales, los niños de tres años prefieren dar la porción más grande al niño que ha trabajador más en la producción del resultado. Cuando reparten los resultados del trabajo con otro niño, también. Tras entrar en el colegio, los niños se comportan como adultos en lo que hace al reconocimiento del mérito. Pero se han encontrado diferencias culturales al respecto incluso en niños de tres años y esas diferencias se acentúan cuando llegan a la edad escolar y empiezan a comportarse como adultos

En el experimento con niños alemanes, niños de una tribu de cazadores recolectores y niños de una tribu de pastores (donde las decisiones sobre asignación de los recursos las toman los ancianos), los resultados sugieren que “las ideas de justicia distributiva basadas en el mérito no son culturalmente universales”. La diferencia fundamental se encontraría, según los autores, en el hecho de que, en las sociedades occidentales, los niños se socializarían en un entorno en el que los intercambios y las interacciones con otros tienen lugar frecuentemente entre extraños y no necesariamente, de forma repetida, mientras que en un pequeño pueblo o comunidad que viven en una economía de subsistencia, las relaciones entre los niños que participaron en el experimento eran con conocidos con los que esperaban tener muchas relaciones en el futuro. De modo que los primeros – los niños occidentales – resolvían el experimento aplicando reglas equitativas de reparto bastante impersonales, mientras que los segundos tenían mucho más en cuenta los efectos del reparto sobre las relaciones futuras entre las partes y la armonía social. De forma que es preferible “ajustar” el reparto en el largo plazo aunque sea a costa de desatender la debida retribución del mérito en un reparto concreto y, por tanto, prefiriendo un reparto más igualitario que los niños occidentales. Si es así, se explicaría por qué estas sociedades primitivas son más igualitarias cuando de repartir lo producido en común se trata en relación con las occidentales.

Marie Schäfer, Daniel B. M. Haun, and Michael Tomasello

Fair Is Not Fair Everywhere

miércoles, 24 de agosto de 2016

Hablar con los enemigos para que dejen de serlo

El libro de Scott Atran Talking to the Enemy es un alarde de buen periodismo y divulgación científica. La narración del atentado de Madrid de 2004 y de los de Bali se lee con fruición (no estaría mal que se publicasen en español como artículos periodísticos largos). El libro recoge los trabajos de campo realizados por el autor para tratar de entender, básicamente, el terrorismo islámico y, en particular, los atentados suicidas. Y el autor hace un excelente trabajo cuando resume lo que los biólogos, antropólogos y psicólogos han aprendido acerca de la ultrasocialidad humana y cómo el carácter gregario del ser humano – que le ha permitido sobrevivir en un entorno extraordinariamente hostil para el individuo – explica la mente de los que dedican su vida a una causa tan horrenda como la de matar a cuantos más semejantes, mejor, a la vez que consideran su conducta como el sacrificio moral más alto que pueden realizar: el martirio.

“Al inyectar la confianza tribal y la idea de una causa común, el parentesco imaginado y la fe más allá de la razón, las religiones permiten a perfectos extraños cooperar de tal manera que les da una ventaja cuando se enfrentan a otros grupos. De esta forma, las religiones santifican e incitan el miedo… pero también la esperanza. Entre la hecatombe y la humanidad, dos productos extremos de la religión, los destinos de las civilizaciones continúan evolucionando”.

Atran nos advierte frente al riesgo de sobrerreaccionar frente al terrorismo islámico. ¿Ha valido la pena tomar las medidas que, sobre todo EEUU ha tomado a partir del 11 de septiembre de 2001?

A su juicio, las organizaciones terroristas están en declive (escribe antes del ascenso del Estado Islámico) y resulta convincente al hacerlo. Esas organizaciones pueden ser combatidas más fácilmente empleando los medios convencionales. Su preocupación son los miles de barrios de las ciudades de países musulmanes donde millones de adolescentes y jóvenes se radicalizan fácilmente al sentir que los musulmanes son objeto de persecución por parte de los no-musulmanes y, en particular, de los países occidentales. Recuérdese que cuando se humilla a alguien, lo más probable es que el humillado reaccione como se espera, esto es, agachando la cabeza y evitando las conductas que han provocado la humillación. Pero los que están cerca de los humillados reaccionan de forma muy distinta: piden venganza. Se erigen en legítimos defensores de esos terceros humillados. La religión islámica permite justificar así cualquier acto terrorista porque en algún lugar – sobre todo Palestina – en algún momento – desde las Cruzadas hasta la última detención de palestinos en Israel – los musulmanes han sido humillados por los no-musulmanes.

Explica que los que pusieron las bombas en los trenes de cercanías en Madrid en 2004 eran una panda de delincuentes, estudiantes fracasados y algún enfermo mental ayudados por algunos españoles corruptos. Tan improbable era el resultado que la policía española, teniendo toda la información y habiendo detenido en varias ocasiones a uno de los cabecillas, no consiguió evitar el atentado. Que el PP intentara pasar el atentado como obra de ETA resulta todavía más indecente a la vista de lo que ya sabía la policía española el mismo día del atentado.

Esa misma pandilla de jóvenes marginales que se refuerzan recíprocamente en sus convicciones y sentimientos acerca del martirio por la causa parece estar detrás de muchos de los más recientes atentados en Europa. De lo que no nos habla Atran es de los “lobos solitarios” como el de Niza u Orlando. Quizá porque considere que esa misma socialización se logra a través de internet. Pero una explicación mejor es la apelación a la enfermedad mental para estos lobos solitarios. No así para los grupos de terroristas. Unos chicos normales de Sevilla pueden cometer una violación colectiva y ni siquiera sentirse mal después de haberlo hecho. Unos jóvenes suficientemente ideologizados y que conviven estrechamente entre sí y se aíslan de la Sociedad “normal”, pueden acabar poniendo bombas en un tren repleto de personas o hacerse estallar por los aires en un centro comercial.

Pero el libro resulta decepcionante porque sus propuestas recuerdan a las de los “mediadores” que intervienen en la negociación entre dos partes en conflicto. No son propuestas de alcance geopolítico o estratégico. Simplemente, nos dice que el terrorismo islámico tiene una base moral, por muy horrenda que nos parezca, y que se justifica – por los terroristas – como una forma de hacer prevalecer sus valores sagrados, por muy fuera del tiempo que dichos valores estén. Cuando ambas parte de un conflicto ponen sobre la mesa valores sagrados, un pacto es muy improbable. Sus propuestas – como las que expusimos en esta otra entrada – son, por esta razón, muy modestas. Básicamente, reconocer el sufrimiento y las injusticias padecidas por la otra parte pidiendo perdón de forma sincera; intentar aproximarse intelectualmente a los valores sagrados de la otra parte manipulándolos convenientemente; amplificar las concesiones que hace la otra parte; proponer otros modelos distintos de los mártires para los jóvenes; evitar los “daños colaterales” y, por tanto, las estrategias (como los drones) que causan tales daños; respetar y apoyarse en las culturas y las instituciones locales (como hizo el general Petraus en Irak); no dar publicidad a los “mártires” y, en particular, no “devaluar” los valores sagrados de los otros ofreciendo compensaciones económicas a cambio de que renuncien a ellos.

Pero todas estas propuestas tienen sentido en el marco de una negociación entre dos grupos en conflicto debidamente organizados y respecto de la cual pueda haber una mínima seguridad de que – como en los armisticios al final de una guerra – las partes cumplirán lo pactado y que las poblaciones de uno y otro bando tendrán que pasar por lo pactado por sus líderes. Pero no hay interlocutores, del lado islámico, que puedan garantizar nada de eso ni el conflicto entre los radicales islámicos y occidente es un conflicto entre partes mínimamente definidas como para poder entablar negociación alguna. Ni siquiera el conflicto entre Israel y Palestina.

No creemos que el terrorismo islámico vaya a reducirse y mucho menos acabarse con esas tácticas. Los occidentales siempre hemos creído en el “doux commerce” para asegurar la extensión de la paz y el bienestar en el mundo. El éxito de Asia en los últimos treinta años y las esperanzas que hay de que América Latina salga definitivamente del subdesarrollo y el hecho ya cierto de que África será el continente que más crezca en los próximos años han confirmado esta esperanza. Menos fusiles y más comercio. Cuando la gente vive en sociedades pacíficas y con niveles de bienestar mínimos, el terrorismo deviene marginal y la policía puede concentrarse en minimizar su efectividad. Los países musulmanes son los últimos en “desarrollo humano” en relación con su nivel de riqueza y la creciente islamización de todos ellos de los años setenta para acá sólo ha traído división, muerte, degradación de la mujer y pobreza para sus poblaciones que ha tenido que emigrar en masa bien huyendo del hambre, bien de los conflictos. Terminado el comunismo, los países musulmanes son los que presentan peores índices de libertad y seguridad física (excluyendo Indonesia, el panorama es desolador incluso para los muy ricos países del Golfo Pérsico).

De todo esto, Atran no dice una palabra en su libro. Como lo he leído en papel, no puedo decir si la palabra “mercado” o “desarrollo económico” aparece pero apostaría que no. Tampoco hay referencias a los regímenes políticos de los países de los que nos habla (desde Marruecos a Indonesia pasando por Egipto, Palestina, Afganistán o Pakistán), a la incapacidad de Pakistan para llegar a acuerdos de paz sobre Cachemira con la India o a controlar su propio territorio. A la incapacidad de los Estados suníes de llegar a ningún acuerdo con los Estados de mayoría chií; a la incapacidad de ningún régimen islámico para organizar pacíficamente la convivencia de distintas religiones y formas de vida en su territorio.

Porque no habla de todo eso, sus propuestas han tenido muy escaso eco en las oficinas donde se toman las decisiones políticas. En particular, resulta algo exasperante que Atran sea benevolente con las explicaciones que los terroristas o los would be terroristas dan acerca del maltrato recibido por los musulmanes por parte de los cristianos y de los occidentales en general. En algún momento, en su afán de ser empático, esto es, de “ponerse en su lugar” tiene que recurrir ¡a la Inquisición! y ¡a las Cruzadas! para explicar que no somos mucho mejores que ellos. Todos los conflictos que en el mundo han sido se inician con una vejación real o fingida que da lugar a una respuesta desproporcionada; que da lugar a una réplica aún más salvaje hasta la guerra total. Así, por ejemplo, se acabó con la República de Weimar. Y eso no permite que, noventa años después, ningún alemán pueda ni siquiera soñar con apelar a que su bisabuelo fue asesinado por ultraderechistas en esa época para justificar el uso de la violencia contra los bisnietos del asesino. Lo que dicen los de Podemos respecto de la guerra civil y el franquismo son otro ejemplo de a qué resultados pueden conducir este tipo de apelaciones a injusticias pasadas. Si vivimos en paz y en libertad hoy, no hay ninguna injusticia del pasado que deba repararse si la acción jurídica correspondiente ha prescrito o el que causó el daño personalmente ha muerto. Reconocer legitimidad a esas apelaciones a injusticias pasadas sufridas por colectividades que se extienden hasta mil años atrás y que no han sido padecidas personalmente por el que se siente agraviado es la peor receta para favorecer la causa de la paz. Ni los musulmanes ni los árabes han sido, ni de lejos, los que más han sufrido históricamente a manos de “extranjeros”. La India o el África subsahariana se llevan, sin duda, la palma a estos efectos. A manos de los musulmanes primero y de Portugal y las potencias atlánticas, sobre todo Holanda e Inglaterra, después. ¿No deberíamos asistir a un terrorismo africano o indio basado en centenares de años de esclavitud o sometimiento de su población? Sin duda que la religión tiene en este caso el peor de sus efectos.

Hay que sacar a los países musulmanes del subdesarrollo económico y social en el que se encuentran. No, à la Bush, esto es, decidiendo los gobiernos desde Washington, sino prestando nuestra colaboración en todo lo que contribuya a mejorar su bienestar (y de paso, el nuestro). Hay que dejar de entrometerse en sus conflictos y acoger a los que huyan de los conflictos. Hay que cooperar con cualquier gobierno establecido, por autoritario que sea, y condicionar los incrementos de colaboración a mejoras en la vida social y en la secularización del Estado y de la vida social. Deberíamos inundar Túnez de cooperación económica. Estados confesionales – la crítica de Atran a los ateistas no resulta convincente – son una anomalía en el siglo XXI. Que ideas delirantemente irracionales (como el increíble “código Pashtun” que Atran describe como una herramienta útil en la lucha contra Al Quaeda) determinen el contenido de las leyes y las sentencias de los jueces, la participación de la mujer en la vida social, económica y política en el siglo XXI, es algo que no puede aceptarse aunque los que las sostienen apelen a que, para ellos, son “valores sagrados”.

Hasta que los países musulmanes dejen de ser Estados confesionales y mejoren sus índices de bienestar social (desarrollo humano), reconozcan como iguales en dignidad y derechos a las mujeres (prohibiendo, para empezar, la poligamia) y a los no-musulmanes, permitan el abandono inocuo de la religión musulmana y remitan la práctica de la religión a la vida privada, tendremos que convivir con el terrorismo islámico.

Scott Atan, Talking to the Enemy, Penguin Books, 2010

Archivo del blog