Carlo Cravelli
El trabajo que resumo a continuación me ha parecido de gran interés porque da cuenta de los altos niveles de cooperación de los humanos con otros miembros de su propio grupo recurriendo a la interacción entre la reciprocidad – mutualidad (con miembros del propio grupo) y la competencia (con miembros de otro grupo) y explicando que la una sin la otra dejan sin explicar por qué los humanos somos mutualistas (dar al otro lo que él quiere en la expectativa de que nos dará lo que nosotros queremos) de forma espontánea hasta el punto de desarrollar una psicología cooperativa con individuos con los que no estamos emparentados genéticamente pero con los que convivimos.
Los humanos cooperan incluso en interacciones no repetitivas, donde la racionalidad individual indicaría un comportamiento del esperado en situaciones modeladas según el ‘dilema del prisionero’ (dilemas sociales). Los dos prisioneros eligen no cooperar a pesar de que hacerlo mejoraría la situación de ambos porque no esperan volver a interactuar entre sí. Pues bien,
“la psicología humana ha evolucionado para tratar las interacciones con individuos nuevos que forman parte de nuestro grupo como si fueran el inicio de relaciones a largo plazo.
en lugar de aplicar el dicho ‘ave de paso, cañonazo’
Esta hipótesis se sustenta en dos afirmaciones adicionales. Primero, los grupos ancestrales eran generalmente pequeños y cohesivos, y la mayoría de las relaciones implicaban interacciones repetidas con miembros del grupo. Cuando un humano ancestral interactuaba con alguien de su mismo grupo, era probable que ambos volvieran a interactuar, poniendo en juego la reputación. Segundo, la incertidumbre sobre si se volvería a interactuar con una pareja ancestral implicaba una asimetría crucial: comportarse mal y dañar la reputación era un error costoso si había futuras interacciones. Por otro lado, comportarse bien y proteger innecesariamente la reputación era un error menos costoso si no se volvía a interactuar. La selección natural favoreció el riesgo del error menos costoso.
Esta es la explicación ‘teórica’ de por qué los humanos cooperamos espontáneamente y sin necesidad de la vigilancia y castigo por parte de un tercero con otros miembros de nuestro grupo. No respondemos a “los incentivos explícitos presentes” en la interacción concreta si no que actuamos como si ese intercambio fuera uno de una lista potencialmente indefinidamente larga de intercambios. La clave para que nuestra psicología opere de esa forma es que el contexto nos indique que la otra parte es un miembro del grupo. Si lo identificamos como tal, nuestra psicología nos induce a “comenzar con amabilidad y comportarse de manera recíproca porque la afiliación grupal compartida en el pasado es una indicación de futuras interacciones probables"
El ‘modelo mental’ aplicable cuando la interacción se produce con alguien que no es de nuestro grupo es simétrico. El carácter de ‘extraño’ o ‘forastero’ de la contraparte indica que no es probable que haya interacciones en el futuro y, por tanto, el comportamiento que ha de desplegarse es el de un egoísta racional que actúa a cara de perro en la defensa de sus intereses en esa transacción concreta y que espera que el otro actúe de la misma forma. Ahora bien, “El comportamiento egoísta no requiere un interés en menospreciar al grupo externo”, es, simplemente, que “la psicología ancestral” para las relaciones con otros miembros del grupo que se ha descrito más arriba “esta simplemente inactiva”.
De manera que el comportamiento egoísta con individuos ajenos al grupo no necesita de explicación. Es el comportamiento que maximiza las posibilidades de supervivencia y reproducción del individuo. Es el comportamiento “adaptativo”. Los trabajos previos sobre esta cuestión afirman algo distinto: dicen que en la competencia entre grupos humanos, aquellos grupos cuyos miembros eran más cooperadores en las interacciones internas al grupo tenían más posibilidades de ganar en la lucha competitiva con otros grupos y acabar por absorberlos o someterlos. O sea, “Los grupos con muchas personas cooperativas disfrutaban de una ventaja sobre los grupos con muchas personas egoístas. Si el efecto de selección de grupo fuera lo suficientemente fuerte, las poblaciones habrían evolucionado de modo que las personas cooperaran con los miembros del endogrupo y fueran egoístas con los miembros del exogrupo. El resultado habría sido una psicología tribalista (‘a los míos con razón y sin ella’) que la gente conserva hoy en día.
Pero esta tesis no convence porque “la selección dentro de los grupos y la migración entre grupos habrían hecho rápidamente que todos los grupos fueran similares en el pasado ancestral, por lo que el efecto de la selección de grupos no habría sido lo suficientemente fuerte”
La aportación de los autores de este trabajo consiste en examinar cómo interactúan estos dos ‘modelos mentales’ (el comportamiento mutualista con otros miembros del propio grupo y el comportamiento egoísta con extraños) y si son necesarios ambos para explicar los elevados niveles de cooperación en el seno de los grupos humanos. Y su respuesta es afirmativa: la posibilidad de interacciones futuras no es suficiente para sostener elevados niveles de cooperación dentro de un grupo. Y tampoco lo es la competencia entre grupos. Pero la existencia de otros grupos con los que se compite hace sostenible el comportamiento mutualista dentro del grupo. Lo primero porque el comportamiento racional en las interacciones intragrupo no es el de la ‘mutualidad perfecta’ – reciprocidad exacta, tit for tat y ‘amor con amor se paga’ para construir una reputación – sino una reciprocidad ‘ambigua’ o ‘sucia’. Y estos ‘reciprocadores ambiguos’ pueden prosperar y proliferar dentro de un grupo hasta destruir la psicología de las interacciones repetidas a la que se hacía referencia más arriba. Y la competencia entre grupos es un incentivo demasiado débil para generar la cooperación intragrupo.
Las interacciones repetidas generan un equilibrio cooperativo, pero este equilibrio es extremadamente vulnerable a la invasión de una clase de mutaciones que llamamos "reciprocidad ambigua"... y... La competencia entre grupos no sostiene la cooperación intragrupo porque varios mecanismos reducen tanto la variación (diferencias en el número y predominio de individuos altruistas o egoístas) entre grupos como el grado en que la selección de grupo puede ocurrir dada la variación que existe.
Los autores sugieren que para explicar el elevado nivel de cooperación entre los humanos, hay que sumar ambas hipótesis:
Las interacciones repetidas dentro de los grupos y la competencia entre grupos pueden estar presentes simultáneamente. Y podemos demostrar que la combinación de los dos mecanismos genera fuertes interacciones positivas. Las interacciones positivas se producen porque la competencia intergrupal permite estabilizar la cooperación intragrupo frente a la reciprocidad ambigua, y lo hacen aunque, por sí sola sea incapaz de promover la cooperación
Cuando ambos mecanismos interactúan, el resultado es que se observa reciprocidad cooperativa con los miembros del propio grupo, que amplifica la cooperación dentro de los grupos, y reciprocidad no cooperativa con los miembros de otros grupos, lo que erosiona la cooperación entre grupos.
Esta combinación en la que todas las estrategias de equilibrio son recíprocas, pero no todas las estrategias recíprocas son cooperativas, es exactamente lo que observamos entre nuestros participantes en Papúa Nueva Guinea.
Por lo tanto, puede ser necesaria una psicología evolucionada basada en interacciones repetidas en el pasado para explicar la cooperación contemporánea de una sola vez con los compañeros de grupo, pero tal psicología no es suficiente. La competencia intergrupal también es necesaria, pero no suficientes. Y la influencia conjunta de los dos mecanismos puede proporcionar una explicación suficiente para la evolución de la cooperación realmente observada.
Lo que observamos es que
Para el escenario de interacciones repetidas, las estrategias que evolucionan bajo interacciones repetidas proporcionan predicciones para juegos entre dos individuos que pertenecen al mismo grupo, mientras que las estrategias que evolucionan bajo el juego de una sola vez proporcionan predicciones para los juegos entre individuos que pertenecen a distintos grupos.
En las relaciones entre dos miembros del mismo grupo en la que se activa la psicología de las transacciones repetidas en el futuro, el juego cooperativo puede desplegar cuatro tipos de conducta, es decir, los autores modelizan cuatro dimensiones en lugar de dos
las interacciones repetidas tienen una debilidad inexorable. Las estrategias cooperativas solo evolucionan y persisten si restringimos arbitrariamente el conjunto de estrategias disponibles para los jugadores. Cuando se utilizan dos dimensiones para especificar estrategias, las estrategias recíprocas que apoyan la cooperación proliferan y persisten en una amplia gama de condiciones.
Si los jugadores sólo tienen a su disposición dos estrategias, estas son de “reciprocidad perfecta”, “escalables” y “desescalables”, es decir, (tit-for-tat):
La reciprocidad perfecta comienza con generosidad, si es el jugador es el primero en actuar y por lo demás imita perfectamente el movimiento más reciente de la otra parte.
Pero tal no es el caso si no restringimos las estrategias disponibles para los jugadores y permitimos que no haya perfecta correspondencia entre la 'acción' del primer jugador y la 'reacción' del segundo. Esto es a lo que los autores llaman “reciprocidad ambigua”. En tal caso, esta última estrategia prolifera y el equilibrio cooperativo no es estable. El resultado es que
Las estrategias ambiguas intensifican la cooperación cuando el jugador es relativamente poco cooperativo y disminuyen cuando el socio es relativamente muy cooperativo.
La intuición es que si la contraparte en el juego no ‘responde’ reciprocando perfectamente, interpretará la acción del otro jugador (poco cooperativo) in bonam partem y responderá cooperativamente escalando la cooperación y al contrario. “La distinción clave es (pues), entre un espacio estratégico bidimensional que excluye la reciprocidad ambigua y un espacio tridimensional que no lo hace.
¿Por qué pueden proliferar en el seno de un grupo las estrategias de reciprocidad ambigua?
por el efecto recíprocamente cancelatorio de (i) los incentivos para cooperar con (ii) que, incluso dentro del grupo, los individuos deben seguir estrategias competitivas con otros miembros de su propio grupo para maximizar sus posibilidades de supervivencia
En efecto, (i) no somos hormigas y (ii) la coordinación que se logra a través del despliegue de conductas mutualistas no es ‘genética’ sino producto de la internalización de reglas de conducta producidas culturalmente, de manera que no se producen espontáneamente como reacción fisiológica a un estímulo (la presencia de otro miembro del grupo). Los conflictos e intereses contrapuestos a los de otros miembros del grupo (incluso otros miembros de la propia familia con los que se comparten genes) han de tenerse en cuenta para entender la conducta completa de los miembros del grupo y hacen plausible esa “reciprocidad ambigua” entre los miembros de un mismo grupo sobre todo si los individuos de un grupo se mueven en un entorno de subsistencia (donde ser tratado desigualmente puede suponer la muerte por inanición). De manera que la competencia dentro del grupo “en la etapa de selección individual” puede cancelar “los efectos de la cooperación intragrupal”.
Esto se traduce en que la reciprocidad ambigua persiste en el tiempo porque representa “un grado mínimo de flexibilidad estratégica si los individuos siguen siendo tales que anteponen siempre su propio interés” pero no puede devenir dominante porque acaba con la cooperación y, con ello, con el propio grupo. La consecuencia es que, contra la tesis que se ha expuesto al principio de este post:
las interacciones repetidas no tienen un efecto significativo y no proporcionan una explicación sólida de la evolución de la cooperación. Tanto las interacciones de una sola vez como las interacciones repetidas conducen a la evolución de bajas transferencias iniciales y a una reducción de la reciprocidad
Y, en cuanto a la competencia intergrupal, “los efectos de cancelación también pueden operar a nivel de grupo”, es decir, los grupos cuyos miembros son más cooperadores ganan en la competencia con otros grupos pero estos efectos se cancelan por la aparición y proliferación de conductas competitivas en el seno del grupo ‘ganador’
Si los grupos cooperativos que ganan en la competencia intergrupal pasan a competir contra sus grupos sucesores altamente cooperativos, los efectos de cancelación a nivel de grupo son altos. De lo contrario, estos efectos son bajos.
La conclusión es que si tenemos en cuenta la interacción entre las dinámicas intragrupo e intergrupo
las estrategias cooperativas intragrupales a menudo proliferan y persisten en circunstancias en las que ni las interacciones repetidas ni las competencias grupales apoyan la cooperación por sí mismas. De manera equivalente, las dos fuerzas evolutivas a menudo interactúan fuertemente cuando se combinan. El resultado es una forma de cooperación superaditiva que supera con creces lo que obtenemos al sumar los niveles de coope0ración de los dos mecanismos constituyentes
¿Por qué interactúan las interacciones repetidas y la competencia grupal?
En los términos más breves – si lo he entendido bien – la existencia de competencia intergrupal refuerza la mentalidad cooperativa de los individuos en las relaciones con otros miembros del propio grupo y reduce la “proliferación” de “formas ambiguas de reciprocidad” en estas relaciones intragrupo:
la competencia intergrupal… ayuda a estabilizar una población finita de reciprocadores cooperativos contra los efectos corrosivos de la deriva y la reciprocidad ambigua.
¿Cómo lo hace?
La competencia intergrupal funciona como una especie de dispositivo de selección de equilibrio. Varios mecanismos pueden transformar un dilema social en otro juego con múltiples equilibrios. La aversión a la desigualdad es un mecanismo psicológico próximo que puede hacer de la cooperación mutua un equilibrio en el dilema del prisionero de una sola vez. Una psicología propensa a internalizar las normas sociales y motivar a las personas a castigar las violaciones de las normas puede hacer lo mismo.
Las interacciones repetidas son famosas por soportar muchos equilibrios y en nuestro entorno, la dinámica evolutiva bajo interacciones repetidas apoya dos clases generales de equilibrios. Una clase se basa en la reciprocidad escalonada y la otra se basa en la reciprocidad desescalada. Los equilibrios cooperativos crecientes generan altos beneficios. Sin embargo, en ausencia de competencia entre grupos, estos equilibrios son frágiles, y el resultado más probable a largo plazo es un desequilibrio desescalador no cooperativo.
… La competencia intergrupal es esencial. Las interacciones repetidas sin competencia entre grupos conducen a la evolución de la reciprocidad no cooperativa, lo mismo que la competición entre grupos sin interacciones repetidas.
Sin embargo, cuando se combinan los dos mecanismos, los resultados pueden adoptar una forma completamente diferente. Cuando los resultados son superaditivos, las estrategias intragrupales evolucionan para adoptar una forma recíproca cooperativa, es decir, altas transferencias iniciales y escalamiento.
Si lo he entendido bien, las relaciones de los miembros de un grupo con terceros ajenos al grupo permiten a los jugadores valorar los beneficios que extraen de establecer y ejecutar relaciones en beneficio mutuo con otros miembros del propio grupo y el coste que tendría ser expulsado del mismo, lo que refuerza el equilibrio cooperativo generado, pero no sostenido, por la existencia de interacciones repetidas. En otros términos, ‘que hace mucho frío ahí fuera’ y que las relaciones mutualistas entre los miembros de un grupo aseguran la supervivencia individual.
Los autores finalizan diciendo que
Nuestros hallazgos sugieren además un punto importante sobre la evolución de la cooperación. Los mecanismos que se hipotetizan para apoyar la evolución de la cooperación rara vez, si es que alguna vez lo hacen, se excluyen mutuamente. Las disputas actuales sobre la evolución de la cooperación humana se centran en gran medida en si algún mecanismo especial o incluso único ha dado forma a la evolución social humana, con nuestra extrema dependencia de la cultura como principal candidata. Independientemente de cómo se resuelvan estas disputas, nuestros resultados ponen de manifiesto la posibilidad de que la combinación de mecanismos responsables de la cooperación humana también pueda ser especial o incluso única.
Efferson, C., Bernhard, H., Fischbacher, U. et al. Super-additive Cooperation, Nature 626, 1034–1041 (2024)