miércoles, 22 de enero de 2014

La carta abierta de la Fundación Bill-Melinda Gates


 
Cuatro de los siete últimos gobernadores de Illinois han acabado en prisión por corrupción, y, que yo sepa, nadie ha pedido el cierre de las escuelas o carreteras del estado,
Bill Gates


Afortunadamente, el debate sobre la creciente desigualdad en el seno de los países – el 1 % con más ingresos acapara una mayor porción de los ingresos nacionales tras la crisis – no ha oscurecido el debate sobre la extraordinaria mejora del nivel de vida del mundo con cientos si no miles de millones de personas que han salido de la pobreza, esperemos que, para siempre. El primer debate es, en realidad, un debate sobre el sistema fiscal y sobre la justa imposición sobre el patrimonio y las rentas del capital, imposición que viene muy limitada por la movilidad internacional del capital. Los que obtenemos rentas casi exclusivamente de nuestro trabajo pagamos mucho más que los que obtienen rentas del capital lo que es doblemente injusto. Por un lado, porque el trabajo es expresión de la dignidad humana y tendemos a considerar de mayor legitimidad las ganancias obtenidas con el “sudor de la frente”. Por otro, porque las rentas del patrimonio ganan legitimidad en la medida en que el patrimonio se haya obtenido con el trabajo y no por la suerte de haber nacido en una familia rica – herencia – o con el trabajo indigno (corrupción, robo o cercanía a los poderes públicos). Hay que leerse el libro de Piketty.
Bill Gates ha publicado su Carta-2014 en la que aborda tres cuestiones. La primera, como buen norteamericano que se ha hecho a sí mismo, es muy optimista: no habrá países extremadamente pobres en 2035 si seguimos en la línea de las últimas décadas. Es una alabanza del capitalismo como el único sistema que garantiza el bienestar social de cuantos se han probado en la Historia de la Humanidad. No digo que nuestros filósofos no sean capaces de imaginar un sistema alternativo, digo que no hay ningún sistema de organización de las relaciones económicas entre los individuos que haya podido o pueda lograr esos resultados.

La segunda es que la ayuda al desarrollo es un “buen negocio” en términos de coste-beneficio. Las cantidades dedicadas a ayudar a los más pobres son ridículas en términos relativos (30 dólares por norteamericano) y resulta sospechosa la insistencia de algunos en reducirla sobre la base de que constituye un despilfarro, en particular, por la asociación de la ayuda exterior con la corrupción. Gates cuenta, con gracia, un episodio de corrupción que afectó a su propia Fundación en relación con un programa desarrollado en Camboya:
Puede que hayan oído algo del escándalo que suscitó en Camboya el año pasado un programa de mosquiteros administrado por el Fondo Mundial de Lucha contra el SIDA, la Tuberculosis y la Malaria. Se supo que había funcionarios camboyanos que aceptaban sobornos de cientos de miles de dólares provenientes de contratistas. Los editorialistas publicaron titulares del tipo «Cómo desperdiciar dinero de ayuda exterior». Un artículo me nombraba como una de las personas cuya inversión se estaba desperdiciando.
Agradezco tanta preocupación, y es positivo que la prensa pida cuentas a las instituciones. Pero no fue la prensa la que destapó este montaje, sino el Fondo Mundial gracias a una auditoría interna. Al detectar y resolver el problema, el Fondo Mundial hizo justo lo que tenía que hacer. Resultaría extraño exigirle que erradicara la corrupción para luego castigarlo por detectar el pequeño porcentaje al que se da un uso indebido.
Nos hallamos ante un doble rasero. He oído a gente exigir que el gobierno cierre un programa de ayuda si se averigua que se ha perdido un solo dólar a causa de la corrupción. Por otra parte, cuatro de los siete últimos gobernadores de Illinois han acabado en prisión por corrupción, y, que yo sepa, nadie ha pedido el cierre de las escuelas o carreteras del estado.
Ni Melinda ni yo daríamos nuestro apoyo al Fondo Mundial, ni a ningún otro programa, si se diera un uso indebido del dinero a gran escala. Desde que el Fondo Mundial empezó su actividad en Camboya en el 2003, las muertes por malaria se han reducido en un 80 %. En su mayoría, esas historias de terror que circulan, según las cuales la ayuda no sirve más que para contribuir a que un dictador se construya un palacio nuevo, vienen de la época en la que gran parte de la ayuda no tenía como fin mejorar la vida de las personas, sino comprar aliados para la guerra fría. Desde entonces, todos los actores han mejorado mucho a la hora de evaluar resultados. Especialmente en los ámbitos de la salud y la agricultura, podemos validar los resultados y conocer el rendimiento por dólar invertido.


Estoy muy de acuerdo con Gates en este punto y creo que su argumento es aplicable con carácter general al diseño de las normas fiscales y las que regulan prestaciones estatales que se atribuyen generalizadamente a los ciudadanos. El objetivo no debe ser acabar con la corrupción, sino minimizarla, descartar la corrupción más repugnante – la que termina afectando a los más pobres – y tener bajo control el amplio abanico de conductas grises – ilegales pero no claramente inmorales. En el diseño de las políticas anticorrupción, hay que tener en cuenta los efectos que generan sobre los incentivos de los recipiendarios. Por ejemplo, dar 400 euros al mes a cualquiera que no tenga trabajo debe preocuparnos poco en este sentido, puesto que no es una cantidad que induzca a la gente que trabajaría de no ser por los 400 euros, a no trabajar y contribuye significativamente a reducir la pobreza extrema. Pero dar el 50/70 % del salario durante dos años al que pierde su empleo sí que puede tener importantes efectos en términos de incentivos para buscar trabajo y no contribuye tan eficazmente, al menos, a reducir la pobreza extrema.
Además, ambas prestaciones tienen un “impacto de corrupción” distinto. Alguien podría especializarse en ayudar a los destinatarios a obtener la prestación y cobrar una comisión al respecto. Los EREs en Andalucía han sido, básicamente, eso. Obsérvese, sin embargo, que también desde este punto de vista, la primera medida tiene un riesgo menor que la segunda. Es tan repugnante cobrar a los recipiendarios de una ayuda tan magra que el escándalo será público más pronto que tarde y acabará con el “conseguidor” en la cárcel. Las cantidades que se pagan en seguro de desempleo o en ayudas públicas son tan enormes que exacerban los incentivos para “intermediar” o acercarse a los políticos y quedarse con una parte del pastel.
Lo propio ocurre con el fraude fiscal. Que cientos de miles de personas obtengan entre 10 y 15.000 euros al año en “negro” no es un problema demasiado grave por sí mismo, puesto que esos ingresos estarían exentos en cualquier caso de pagar impuesto de la renta. Se pierde recaudación por IVA pero, dada la estructura de ese impuesto, ni siquiera es demasiado grave si el que recibe el pago lo gasta en bienes y paga el IVA correspondiente. Lo que tiene que hacer la Hacienda pública es disponer de información sobre esas personas para averiguar si hay alguien que está ganando cientos de miles o millones de euros con ese trabajo o esos servicios. Si yo ingreso 50.000 euros al año en “blanco” y 10-15.000 euros en “negro”, tampoco es un grave problema social. Por tanto, la Hacienda pública debería hacer, para luchar contra la economía sumergida, lo que hizo Aznar para acabar con el terrorismo de ETA: tener más información sobre las actividades económicas que los propios contribuyentes y estimular la producción y comunicación de esa información sin la amenaza de sufrir una inspección en la que el contribuyente siempre acaba perdiendo salvo que sea un pez tan gordo como para pagar asesores de alta calidad. La combinación de la información pública disponible permitiría a Hacienda perseguir tiburones y no chanquetes o delfines (la gente que paga impuestos y que comete errores u “olvidos” en sus declaraciones). No hablo de impuestos sobre el patrimonio y rentas de capital.
El tercer punto ni siquiera lo he leído porque me parece obvio: la mejora de las condiciones de vida – salvar más niños – no contribuye a la superpoblación. Si a Vds., no les parece obvio que Gates tiene razón, léanlo, porque es instructivo.


2 comentarios:

Gonzalo Elices dijo...

Hola, Jesús, relacionado con la primera parte de tu artículo, adjunto un enlace a un reciente artículo de Roger Senserrich, titulado "Solucionando la pobreza con dinero":

http://politikon.es/2014/01/20/solucionando-la-pobreza-con-dinero/

Saludos,

Gon

Anónimo dijo...

Buenos días. Me gusta especialmente la referencia en el primer párrafo a "tendemos a considerar de mayor legitimidad las ganancias obtenidas con el `sudor de la frente´". El debate sobre si es más legítimo el dinero que uno gana que el que le viene dado por una decisión libre de quien es su propietario (el padre que decide no gastar lo que es suyo para que su hijo lo herede y viva mejor) es extraordinariamente interesante. En mi opinión, cualquier ganancia que sea fruto de intercambios voluntarios es legítima o, si se prefiere, digna de consideración. Para mí tan legítimos son los 100 euros que uno obtiene trabajando como los que obtiene por herencia, como dividendos, o al acertar en una apuesta deportiva.

Pero quizás el punto más interesante es el de la ayuda a los países pobres. ¿En qué forma se ha de producir esta ayuda? El más simple "dar dinero" puede funcionar, pero también hacer subir los precios de manera que el poder adquisitivo no experimente un gran ascenso. Por otro lado, puede desincentivar el progreso de los países pobres. ¿Para qué van a esforzarse en mejorar y perder las ayudas? Esto último tiene lugar, por supuesto, cuando el dinero va a parar al Estado de turno y no a los concretos individuos. En el fondo, todo se reconduce al viejo ejemplo de dar peces (que quien los recibe puede vender e invertir lo obtenido en la venta, consumir, permutar...) o enseñar a pescar y dar los medios para que puedan hacerlo.

En este sentido, la obra de Dambisa Moyo "La ayuda que mata" (Dead aid) aporta una visión bastante polémica de la cuestión. Una entrevista con la autora puede leerse en http://www.africafundacion.org/spip.php?article4204

Un saludo,

Ricardo P.

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