Cristo de la Piedad, Museo del Prado
Azahara Palomeque, doctora en estudios culturales por la universidad de Princeton, dice esta sarta de mentiras en EL PAÍS de hoy sin que el control de edición de ese periódico haya intervenido.
Entre la Primera y la Segunda Guerra Mundial, Europa sufrió una conmoción que cambiaría para siempre cómo concebimos la vida, la tolerancia social hacia la barbarie y, poco tiempo después, nuestras nociones de sujeto político.
¿Se refiere al período de entreguerras o al período que va desde el inicio de la primera guerra mundial y el final de la segunda? Parece que se refiere a lo segundo porque añade
Recordaba Susan Sontag cómo en el conflicto que dio comienzo en 1914 la mayoría de las bajas pertenecieron a los ejércitos, mientras que para 1945 esa tendencia se había invertido: los varios millones de muertos fueron, sobre todo, población civil, con mayor protagonismo fatal del pueblo judío, aunque no exclusivamente.
Todo lo yo he leído indica que la Primera Guerra Mundial fue, para Europa, una terrible masacre (se empleó gas mostaza y se calificó como la "Gran Guerra") y que las cifras de ambas guerras no pueden compararse sin tener en cuenta el alcance geográfico muy superior de la Segunda y que las principales víctimas fueron rusos y chinos. Para ser más precisa, la autora habría podido, simplemente, consultar estas dos páginas web. O la editora del periódico podría haberlo hecho por ella.
A continuación, la doctora hace otra afirmación gratuita:
... nuestra guerra civil... marcó un punto de inflexión a partir de la matanza indiscriminada de gente inocente, llevada a cabo mediante un armamento poderosísimo y una aviación tan sofisticada como la Legión Cóndor, enviada por el III Reich a Franco. De repente, se había pasado de delimitar objetivos militares muy claros a acribillar masivamente a personas cuya relación con la contienda se limitaba a la mera existencia.
La matanza indiscriminada de gente inocente no es una novedad de la Guerra Civil española. De hecho, la mayor matanza de la historia es una que acaeció en China allá por el siglo VIII (pero parece que las cifras son algo exageradas). A la doctora por la universidad de Princeton le habría bastado con leer esta página para no hacer el ridículo. En la guerra civil no hubo matanzas indiscriminadas de inocentes comparables a las practicadas por el nazismo o cualquier dictadura comunista en el siglo XX y por los regímenes despóticos que predominaban en el mundo antes de la Revolución Industrial, esto es, en tiempo de paz. De nuevo, le hubiera bastado a la doctora consultar la Wikipedia para no engañar a sus lectores sobre las víctimas de bombardeos en la Guerra Civil: fueron "varios miles" entre unas víctimas totales de la guerra que oscilan entre 400.000 y 700.000.
A continuación, la doctora en estudios culturales por Princeton dice otra bobada, en este caso, comparando lo incomparable.
Para cuando hubo terminado la última conflagración mundial, revelado el horror tanto de los campos de concentración nazis como de la bomba atómica, Europa, untada en ruinas y sangre, ya no podía autoproclamarse cuna de ninguna civilización. La magnitud de las atrocidades era simplemente inenarrable, hasta el punto de conducir a los filósofos alemanes Theodor Adorno y Max Horkheimer a cuestionar la mismísima Ilustración, de manera similar a como también lo harían María Zambrano y Hannah Arendt en sus respectivos exilios.
O sea que la bomba atómica y los campos de concentración nazis son igualmente horrorosos. ¿Cómo se puede decir tamaña salvajada? Según un estudio reciente, "acabar la guerra anticipadamente salvó un elevado número de vidas en el sudeste de Asia, en torno a 250.000 al mes, que se habrían producido por la tiránica ocupación japonesa de esas regiones" (apud, Tyler Cowen).
Pero, lo siguiente es todavía peor: ¿la magnitud de una atrocidad se mide, no por sus cifras objetivas o por comparación entre horrores, sino por lo que digan los filósofos?
Pero es que Palomeque se embala y enlaza bobada con bobada:
"los límites de la degeneración más absoluta" vendrían representados por "matanzas tan despiadadas como... las guerras de Marruecos" (!).
No sé si se refiere a los muertos españoles. Pero claro, es que su fuente - es lo que tiene tener un doctorado en estudios culturales - son las novelas de Arturo Barea. De nuevo, la Wikipedia le podría haber resultado más útil que las memorias novelescas de un socialista (la descripción que hace Barea de la guerra civil en Madrid no puede ser más sesgada en su exculpación de las salvajadas que se practicaron por parte de socialistas y comunistas): en el desastre del Annual murieron 8.500 soldados españoles y 2.500 "indígenas".
Lo siguiente es más propio de una redacción infantil. Subrayo lo que me ha parecido más cursi:
Entonces, en suelo europeo, se habían cruzado todas las líneas rojas y se volvía preciso otro orden mundial que protegiese la integridad física y emocional de los habitantes del planeta tierra, al menos desde el papel. .. .Poco tiempo después, buena parte del llamado Tercer Mundo se levantaría, primeramente en palabras contra las salvajadas del colonialismo en la Conferencia de Bandung (1955), y más tarde directamente en armas a favor de una liberación del yugo de la metrópolis que resultaría, entre otros procesos, en la descolonización de África. Inspirados por los ideales de los derechos humanos, las razas tradicionalmente sometidas parecían clamar que ellas también eran judíos siendo aniquilados. Cuando se desplegaron los años sesenta, todos los “nativos” globales alcanzaron el estatus de seres humanos, según dejó explicado el teórico Fredric Jameson: las minorías, externas e internas, las mujeres, los marginalizados de cualquier estirpe, el Otro no blanco, importaban; se les atribuía una dignidad de la que habían carecido durante siglos.
Y entra en la pista de aterrizaje. Observen, de nuevo, la ausencia total de capacidad de ponderación de la doctora en estudios culturales. Fíjense en qué hechos o fenómenos considera decisivos:
Ha llovido desde entonces y ese paradigma, surgido de las cenizas de las cámaras de gas,se ha fortalecido en el imaginario colectivo: la implementación de políticas de memoria histórica en distintos países, la creación de tribunales internacionales y el rechazo a lógicas totalitarias de gobierno han dotado de una legitimidad a los derechos humanos difícilmente discutible, a pesar de que sus violaciones han seguido produciéndose y, desgraciadamente, contamos con demasiados ejemplos, desde el Chile de Pinochet a Srebrenica.
¿De verdad cree la doctora en estudios culturales que la implementación de políticas de memoria histórica es lo que ha proporcionado "legitimidad a los derechos humanos"? ¿De verdad cree que los asesinatos de Pinochet es el ejemplo más significativo de violación de derechos humanos masiva por gobiernos totalitarios desde 1950? ¿Dónde queda la gran hambruna provocada por Mao y su "gran salto adelante" en China? ¿Y lo de Ruanda? ¿Y lo de Siria o Afganistán a manos de los gobiernos islamistas? O es que a nuestra sensible doctora, las matanzas de chinos, árabes o negros no le parecen tan salientes como las de eslavos o latinos?
Así está escrito todo el artículo: afirmación gratuita tras afirmación gratuita carentes de cualquier rigor y, en la peor línea posmoderna de articulación de argumentos (sociología normativa), esto es, dando por supuestas las relaciones causales:
Que las calles de numerosas ciudades alrededor de mundo se hayan visto atestadas de manifestantes demandando un alto el fuego en Gaza obedece a estos 75 años de educación sentimental de la ciudadanía en los valores que exuda el Derecho Internacional Humanitario, aunque no se posean conocimientos jurídicos específicos
Y no puede evitar, claro, caer ocasionalmente en el ridículo. Dice que, afortunadamente, son pocos
quienes aceptan el exterminio de civiles, independientemente de su etnia o preferencia religiosa.
lo cual es una bobada. Nadie al que se le pregunte acepta el exterminio de civiles y, mucho menos, considera peor el exterminio de civiles de una etnia o de una religión concreta. Pero cae en la abyección moral de distinguir entre víctimas por su nacionalidad. En efecto, dice que los que están del lado de Israel lo están porque son unos lacayos del imperialismo norteamericano (¿EL PAÍS comulga con semejante atrocidad?)
... el paradigma del que hablo ha sido brutalmente vilipendiado por Estados Unidos, y su hegemonía militar —no tanto cultural— impide una reacción contundente por parte de otros gobiernos que, estoy segura, repudian visceralmente cada bomba que asesina o mutila a un niño palestino.
Pero es peor:
Israel —se nos transmite desde los medios— se halla apadrinado para cometer la misma estrategia: en vez de urdir un plan concreto cuyo objetivo sea el grupo terrorista Hamás, se procede a la carnicería más descabellada, ya sea en la calle o dentro de un hospital.
La doctora en estudios culturales sabe qué plan podría haber "urdido" Israel para acabar con Hamás sin que los palestinos que viven en Gaza sufran daño alguno. Pero como es muy modesta, no nos explica en qué consistiría tal plan. Es lo que tiene ser doctora en estudios culturales. Sólo te ocupas de los grandes asuntos, de las grandes valoraciones morales; los problemas de ejecución se los dejas a esos que estudian STEM y ganan mucho dinero.
En fin, el daño a los derechos humanos no lo causaron los atentados de las torres gemelas - que exterminaron a casi 3000 víctimas inocentes - sino la "guerra contra el terror". El siguiente párrafo debería ser suficiente para que dimitiera la directora de EL PAÍS:
En este sentido, cabe subrayar la ruptura radical que supuso con la moralidad vigente el conjunto de acciones en torno a la llamada “Guerra contra el terror” tras los atentados de la Torres Gemelas en 2001.
Y añade, poéticamente: "nos ampara una trayectoria de repulsa de la barbarie" (¿De verdad? Dígaselo a las chicas que estaban bailando en el sur de Israel cuando llegó el palestino y les cortó la cabeza. ¿Las amparó la trayectoria de "repulsa de la barbarie"?)
Pero es la frase final la que revela la verdadera calaña moral de Palomeque:
Pese a su incumplimiento ocasional, somos herederos de los derechos humanos, y el Gobierno de España, bajo la presidencia de Pedro Sánchez, quien actualmente lidera asimismo la Unión Europea, debe plantarse ante el mundo para evitar más derramamiento de sangre. Está en juego nuestra historia, y la memoria de los millones de muertos sobre cuyos huesos se erigieron unas garantías inalienables, si queremos seguir llamándonos, a pesar de todo, civilización.
¡Oh, Gran Timonel Sánchez! ¡Plántate ante el mundo para evitar más derramamiento de sangre! y, Pepa, dame otra columna para la semana que viene que me ha quedado algún problema universal que otro por resolver.