El hombre es un dios para el hombre bajo un régimen adecuado de gobierno por lo que cuanta más gente haya, mejor, si los que viven en una tierra determinada viven de su propio trabajo y todos dependen de todos para su bienestar (excluyendo a la nobleza ociosa y a los mercenarios) y, no hay nadie más interesado en la prosperidad de este país que los propios gobernantes, seleccionados entre los aristócratas y los que tienen tierras en propiedad. Porque pescadores, campesinos o marinos, comerciantes y fabricantes, en caso de que una catástrofe destruyera el país, podrían fácilmente trasladarse a otra parte y desarrollar allí su actividad en la pesca, agricultura o ganadería, navegación, mercadería y manufacturas: pero los que tienen tierras o propiedades inmuebles no pueden hacer esto; y suponiendo que pudieran, y debieran, vender sus propiedades y trasladarse a otros países, sin embargo, no tendrían allí vocación para subsistir, y mucho menos pueden esperar ser utilizados en el gobierno, o procurarse algún cargo o ventaja que dependa de él.
Res facile iisdem artibus retinentur quibus initio partae sunt. La manera más segura de conservar cualquier cosa es hacer uso de los mismos medios por los que se adquirió al principio.
El perfecto idiota latinoamericano (prólogo de Mario Vargas Llosa 1996)
Cree que somos pobres porque otros son ricos y viceversa, que la historia es una exitosa conspiración de malos contra buenos en la que aquéllos siempre ganan y nosotros siempre perdemos (él esté en todos los casos entre las pobres víctimas y los buenos perdedores), no tiene empacho en navegar en el cyberespacio, sentirse on-line y (sin advertir la contradicción) abominar del consumismo. Cuando habla de cultura, tremola así: "Lo que sé lo aprendí en la vida, no en los libros, y por eso mi cultura no es libresca sino vital». ¿Quién es él?
Es el idiota latinoamericano... La idiotez... no es la congénita, esa naturaleza del intelecto, condición del espíritu o estado del ánimo... y para la cual hemos acuñado en español bellas y misteriosas metáforas, como el anatómico «tonto del culo», en España y, en el Perú, ese procesionario o navegante «huevón a la vela». ... La idiotez que documentan estas páginas es de otra índole. En verdad, ella no es sólo latinoamericana, corre como el azogue y echa raíces en cualquier parte. Postiza, deliberada y elegida, se adopta conscientemente, por pereza intelectual, modorra ética y oportunismo civil. Ella es ideológica y política, pero, por encima de todo, frívola, pues revela una abdicación de la facultad de pensar por cuenta propia, de cotejar las palabras con los hechos que ellas pretenden describir, de cuestionar la retórica que hace las veces de pensamiento. Ella es la beatería de la moda reinante, el dejarse llevar siempre por la corriente, la religión del estereotipo y el lugar común... una incapacidad profunda para discriminar entre verdad y mentira, entre realidad y ficción....
América Latina está cambiando para mejor, no hay duda. Las dictaduras militares han sido reemplazadas por gobiernos civiles en casi todos los países y una cierta resignación con el pragmatismo democrático parece extenderse por doquier, en lugar de las viejas utopías revolucionarias; a tropezones y porrazos, se van aceptando cosas que hace muy poco eran tabú: la internacionalización, los mercados, la privatización de la economía, la necesidad de reducir y disciplinar a los Estados. Pero todo ello como a regañadientes, sin convicción, porque ésa es la moda y no hay otro remedio. Unas reformas hechas con ese desgano, arrastrando los pies y rezongando entre dientes contra ellas, ¿no están condenadas al fracaso? ¿Cómo podrían dar los frutos esperados —modernidad, empleo, imperio de la ley, mejores niveles de vida, derechos humanos, libertad— si no hay, apuntalando esas políticas y perfeccionándolas, una convicción y unas ideas que les den vida y las renueven sin tregua? Porque la paradoja de lo que ocurre en la actualidad en América Latina es que el gobierno de sus sociedades comienza a cambiar, sus economías a reformarse y sus instituciones civiles a nacer o a renacer, mientras su vida intelectual sigue en gran parte estancada, ciega y sorda a los grandes cambios que ha experimentado la historia del mundo, inmutable en su rutina, sus mitos y sus convenciones
si la generación de energía nuclear se hubiera mantenido en su nivel de principios de la década de 2000, Alemania ahora no tendría ninguna necesidad de quemar carbón. Pero la decisión de la salida nuclear se tomó hace una generación y, aparte de los problemas políticos, no sirve de nada lamentarse por la leche derramada
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