miércoles, 29 de julio de 2020

Cómo lidiar con el descontento social extremo


Foto: JJBOSE

¿Por qué todos los animales sociales persiguen mejorar su status, esto es, su posición en la jerarquía que organiza los grupos? Porque una posición más elevada en la jerarquía significa más y mejor acceso a los recursos disponibles o producidos por el grupo tanto en términos de compañeros sexuales – y, por tanto, descendencia – como en términos de supervivencia – acceso a los alimentos –.

Los seres humanos son los únicos que establecen jerarquías “productivas”, no “extractivas”, en las que la posición de cada individuo en la jerarquía la determinan sus conocimientos o su capacidad para liderar la actividad en común que exige la organización del grupo jerárquicamente.  En las demás especies, las jerarquías son extractivas: el macho alfa absorbe buena parte de los recursos reproductivos y alimenticios del grupo.

En el trabajo que resumo a continuación, que se suma a otros publicados recientemente sobre el “zoon politikon” desde la perspectiva de la evolución, los autores utilizan las categorías de jerarquías basadas en el "prestigio” y jerarquías basadas en la “dominación” en función de los medios que permiten a alguien escalar en estatus dentro del grupo.

Así las cosas, una buena definición del "estatus social” de un individuo es la que lo califica como “un metarecurso” que determina quién y cuánto accede cada uno de los individuos de un grupo a los recursos cuando estos son escasos y hay competencia por ellos.

Entre los animales no humanos, la fuerza física determina, a menudo, el estatus social. Entre los humanos no, porque inventamos tempranamente armas letales lo que redujo a la insignificancia la diferencia – en todo caso no muy grande – de fuerza física de unos individuos u otros. Los autores consideran, sin embargo, que la capacidad de formar coaliciones es el criterio decisivo para determinar el status de cada individuo en la jerarquía. Es cierto el poderosísimo instinto coalicional de los humanos y que, en la competencia intergrupal, suponiendo una fuerza física comparable entre ambos y un número de individuos también comparables, deben salir vencedores aquellos grupos que se coordinen-cooperen mejor entre sí (que tengan menos desertores, por ejemplo) pero los autores atribuyen más influencia a la capacidad de movilizar a otros a su favor que tendría el individuo que goza de un estatus social superior

“el estatus social implica influencia social y los individuos con un estatus más alto pueden dirigir más fácilmente el curso de acción que toman los demás. Esto permite movilizar a los demás en favor de uno mismo y desmovilizar a los posibles adversarios. Esencialmente, el estatus social es un recurso que permite ganar competiciones sin tener que luchar”

En función de los “recursos” que un individuo tenga, empleará una (prestigio) u otra (dominación) estrategia para ascender en la escala social. Los fuertes físicamente la dominación, los más inteligentes, el prestigio. Por las razones que Gintis y otros explican en este trabajo, las sociedades humanas primitivas – las de prácticamente toda nuestra historia evolutiva como especie – se organizaron en torno a jerarquías productivas lo que, a su vez, se tradujo en una organización social muy igualitaristas.

Pero lo que interesa a los autores es explicar las “formas actuales de descontento político extremo” a partir de la psicología humana producto de la evolución. El punto de partida es muy simple: en principio, los más descontentos políticamente en una Sociedad lo mostrarán recurriendo a la agresión física o verbal, esto es, a través de una estrategia de dominación. La razón es simple: la estrategia alternativa no está a su disposición (“las vías de acceso al estatus basadas en el prestigio tienen, al menos en su propia percepción, pocas probabilidades de éxito”) porque se trata de individuos con poco capital humano o poca capacidad de influencia en los centros de decisión o poca “dotación” de otros recursos que podrían hacerlos ascender en la escala social vía persuasión. De manera que recurrirán directamente al enfrentamiento físico – uso de la violencia – mediante el empleo de amenazas – ataques a sedes del grupo rival – y mediante el uso de la propaganda. La agresión “indirecta” es más interesante

suele consistir en chismorrear con el objetivo de disminuir el valor del otro grupo a los ojos de la audiencia, pero la agresión indirecta también puede adoptar la forma de intentos de movilizar a otros para que se unan a la agresión dirigida contra los adversarios. La movilización es un proceso extraordinariamente difícil, ya que no sólo requiere la alineación de las preferencias ("necesitamos hacer X...") sino también la alineación de la atención ("... ¡y la necesitamos ahora!") Además, la movilización para la agresión intergrupal es aún más difícil, ya que el nivel de movilización necesario siempre es relativo al enemigo: se necesita que el grupo no sólo esté bien coordinado sino que esté mejor coordinado que el grupo rival.

Los instrumentos para movilizar a los demás contra el adversario consisten en moralizar la cuestión – calificando de inmoral la conducta o posición del adversario, lo que apela a un instinto muy arraigado en la psicología humana dada la extraordinaria importancia de la conformidad a las reglas del grupo para la supervivencia individual en el caso de los humanos –; el chismorreo – la forma más “barata” de comunicación social en grupos no demasiado grandes que, gracias a los medios de comunicación se ha hecho mucho más barata en las sociedades modernas y que es, por ello, muy eficaz para movilizar a los propios partidarios en un conflicto y la movilización de los propios seguidores, esto es, de los que están dispuestos, a priori, a creer en la verdad de lo que dice el líder y a coordinar su conducta con la de éste. Los “seguidores” no son los afiliados de base al grupo del líder, sino los que son capaces, a su vez, de movilizar a afiliados en la causa del lider:

“las personas que invierten en movilizar a otros para proyectos agresivos pueden elegir estratégicamente seguir a los líderes que creen que intensificarán los conflictos y apoyarán las soluciones agresivas… los líderes fuertes y dominantes responden a tales motivaciones y los estudios psicológicos muestran que la proximidad o probabilidad de que se abra un conflicto intergrupal aumenta la motivación para seguir a líderes dominantes

Sobre la base de este análisis, los autores concluyen que es la aspiración a ascender en la escala social – el ansia de estatus y, en particular, de estatus social basado en la dominación y no en el prestigio o la persuasión – lo que explica el avance de los líderes extremistas– polarizadores - y su éxito en ambientes de extrema insatisfacción o descontento político que conduce a la exacerbación del conflicto y, eventualmente, al empleo de la violencia, a la agresividad y la mentira en la comunicación pública, a la excesiva moralización y a la promoción de los líderes más agresivos frente a los moderados. Recuérdese que es una “ley de hierro” en todas las organizaciones que los más extremistas acaben haciéndose con el poder

Pero los autores consideran que este análisis no es aplicable directamente a los movimientos populistas que han proliferado en los últimos años aunque “hay cierta superposición entre el apoyo populista y las motivaciones de búsqueda de estatus”, pero consideran que hay otras motivaciones que lo explican mejor como sería el “autoritarismo… el tradicionalismo y la necesidad de ajustarse a la propia identidad, como se refleja en el hecho de que el nacionalismo forme parte de muchos programas populistas de derechas”. Pero los movimientos populistas suelen ser “igualitaristas y apoyan políticas redistributivas” de manera que se orientan más hacia la “conformidad” con las reglas sociales y con la idea de igualdad y no con la motivación de dominio que está detrás del activismo de los que buscan mejorar su estatus en el grupo de los descontentos políticos por lo que concluyen que

Si bien muchas formas extremas de descontento político están temporalmente correlacionadas con la aparición del populismo en las democracias occidentales (y, potencialmente, están vinculadas a las mismas causas estructurales subyacentes), parece que el populismo y el descontento político extremo son, no obstante, fenómenos psicológicamente distintos.

Y, más interesante, es la relación entre la búsqueda de status de los descontentos políticos y la desigualdad. La desigualdad económica – recuérdese que somos psicológicamente muy igualitarios porque hemos vivido en grupos muy igualitarios durante la mayor parte del tiempo en el que se formó nuestra psicología – genera aversión no sólo de los más pobres respecto de los más ricos, sino en todos los – digámoslo así – deciles de renta o riqueza respecto de los que están mejor económicamente: “Esencialmente, la desigualdad "estira" la jerarquía y, por lo tanto, aumenta la competencia por el estatus para todos”, cuanto más intensamente se perciba la desigualdad, más se intensificarán las motivaciones dirigidas a mejorar nuestro estatus relativo en la jerarquía social. Como la lucha por el estatus relativo – la posición en la jerarquía social – es un juego de suma cero, un incremento de la desigualdad puede generar una intensificación del conflicto entre élites (entendiendo por éstas los que tienen seguidores en cada uno de los niveles de la jerarquía social), es decir, una intensificación de la competencia por estatus y, consiguientemente, mayor inestabilidad social. Y, añaden los autores, el discurso político abandona la racionalidad y se desplaza hacia la dominación porque, para los que están abajo en la jerarquía social, es imposible acceder a las posiciones más elevadas vía persuasión o “capital humano” ya que carecen de las cualidades necesarias (si las tuvieran estarían en esas posiciones en primer lugar). Además, la competición deja de ser entre individuos para ejecutarse entre grupos lo que lleva a subrayar y “esencializar” las diferencias entre grupos (además de moralizarlas) y elimina cualquier posibilidad de intercambio racional de argumentos. Obsérvese – creo que esto es lo más interesante – que esta dinámica convierte a lo que era un grupo (cuyos miembros están condicionados evolutivamente para cooperar entre sí) en dos grupos, con lo que las relaciones entre los miembros de uno y otro grupo serán ya, no de cooperación, sino de competencia. No de juegos de suma positiva, sino de juegos de suma negativa: sólo puedo elevar mi estatus individual elevando el estatus del grupo al que pertenezco y como el estatus es siempre relativo, sólo puedo elevar éste degradando el estatus de los miembros del – ahora – grupo rival.

Lo que lleva a los autores a sugerir que es fundamental subrayar la igualdad esencial de los seres humanos y a no sobrevalorar las diferencias identitarias. (Justo lo contrario de lo que hacen nuestros nacionalistas periféricos incluyendo a los más moderados). Esta aproximación (la de no equiparar el “tratamiento” del descontento político extremo y del populismo) permite no ceder en lo que no se debe ceder:

Un enfoque exclusivo en el populismo podría llevar a la expectativa de que las raíces del descontento se basan en los valores. Por ejemplo, el auge del populismo de derecha puede sugerir que las frustraciones tienen su origen en un respeto cada vez menor por la autoridad y las formas de vida tradicionales. Si ése fuera realmente el caso, sólo se podría llegar a una sociedad despolarizada si los no populistas estuvieran dispuestos a transigir con importantes valores políticos y abrazar en mayor medida la tradición y la autoridad. En cambio, los argumentos y resultados actuales sugieren que las verdaderas raíces de las formas más extremas de descontento se basan menos en un conflicto de valores políticos abstractos y más en la falta de condición y reconocimiento social.

Si es así, el camino hacia la despolarización radica en una mayor inclusión y una mayor igualdad, por ejemplo, basada en una afirmación de la doctrina liberal clásica sobre la importancia del intercambio abierto y no dominante de argumentos…. La inclusión puede facilitarse económicamente invirtiendo en el acceso universal a la educación pública…. la inversión en educación genera oportunidades para los marginados… Siempre será difícil llegar a los que tienen puntos de vista extremos y esto es especialmente cierto en un entorno de intensa polarización política. En esencia, el principal desafío de nuestro tiempo es reconocer las frustraciones de los extremistas y hacerlo de manera que no se hagan concesiones en lo que se refiere a los principios democráticos.

Michael Bang Petersen, Mathias Osmundsen y Alexander Bor, Beyond Populism: The Psychology of Status-Seeking and Extreme Political Discontent, 2020

1 comentario:

Francisco Muñoz Gutiérrez dijo...

¿Qué es «persuasión»?

Desde Platón el charlatán de feria tiene más capacidad persuasiva que Einstein, lo que define la profunda falacia de una jerarquía fundamentada en prestigio y meritocracia. Sin embargo, lo más interesante de toda esta verborrea chamanística es su completa extemporaneidad y total falta de realismo medioambiental a caballo de la inercia de una utopía en plena desintegración. ORIENTESE MEJOR:
https://www.ft.com/content/c98362f0-6aa4-11ea-800d-da70cff6e4d3
https://www.ft.com/content/b10be712-797f-11ea-9840-1b8019d9a987
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https://www.ft.com/content/cb827cea-849d-11ea-b6e9-a94cffd1d9bf
https://www.solidair.org/artikels/de-supersamenwerker-we-zijn-intelligent-omdat-we-sociaal-zijn
https://decorrespondent.nl/10644/vergeet-niet-rampen-en-crises-halen-het-beste-in-mensen-naar-boven/409208580-f3e1f3be

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