… El debate sobre el presunto carácter plurinacional de España … no fue una reivindicación que surgiera de la reforma del estatuto, sino que estaba desde el comienzo en el ideario de los partidos nacionalistas. Y en este caso habría que incluir también al PSC como indican las declaraciones de Maragall en el Escorial en 2004. También ha sido una artículo de fe generalmente aceptado por la izquierda a la izquierda del PSOE… Los propios socialistas lo han adoptado tras la llegada de Pedro Sánchez a la secretaría General, y quedó ubicado como punto programático en la declaración de Barcelona suscrita por PSOE del PSC en junio de 2017. Era, en cualquier caso, algo que remitía tanto a los debates que se había producido durante la reforma del estatuto como al propio proceso constituyente y a la pregunta de qué quería decir que el término o nacionalidades.
No me resisto a señalar que la proclamación de una presunta plurinacionalidad de española me parece una pésima idea. Para empezar, porque embarra el debate en uno de los grandes puntos ciegos del nacionalismo. A saber: las naciones las hacen los nacionalistas pero se proyectan sobre un territorio, y no todo el territorio sobre el que se reivindica una nacionalidad está lleno de nacionalistas. Esto es especialmente visible los casos catalán, vasco y gallego, donde lo más común son sentimientos de doble identidad. Si hay una nación catalana, desde luego no coincide con todo el territorio de la autonomía catalana (2017 mostró cuántos catalanes no se consideran nacionalistas) pero su proclamación sí se extendería sobre todo ese territorio.
La paradoja implícita se vio claramente en un debate de 2016 en el congreso, en el que dos madrileños (Pedro Sánchez y Pablo iglesias) se esforzaron en decirle a un catalán (Albert Rivera) y a un gallego (Mariano Rajoy) que su nación, pese a lo que ellos pudiera pensar o querer, no era la española, sino, respectivamente, la catalana y la gallega.
Si lo que se propone es resolver el agravio de muchos nacionalistas catalanes, vascos y gallegos que no se sienten parte de la nación española, no se entiende que la solución sea imponer el mismo agravio sobre aquellos catalanes, vascos y gallegos que sí se sienten parte de la nación española, o que se sienten cómodos en una doble identidad. Tampoco es una solución que resulta convincente en el plano pragmático, que parece ser aquel en el que lo ha asumido el socialismo español. Como ha explicado Juan Claudio de Ramón, es más probable que la proclamación de la plurinacionalidad actúe como palanca para nuevos conflictos identitarios institucionales que como fin de los mismos:
si no funcionó la inclusión del "nacionalidades y regiones" en la constitución del 78 ¿por qué iba a funcionar ahora una declaración de "plurinacionalidad"?
... el elemento de inestabilidad que suponía el uso de la palabra nación para las comunidades catalana vasca y gallega (y andaluza, y canaria...) ha estado presente desde mucho antes del inicio del Procès. Y la tensión no existe solamente entre quienes defienden que España es uninacional y quienes defienden que es plurinacional, también existe entre los propios plurinacionalistas, y muy significativamente los nacionalistas subestatales y la izquierda estatal. Puigdemont y Sánchez, por ejemplo, coinciden en que España es plurinacional, pero difieren las consecuencias que esto tendría. La cuestión, de nuevo, estaba presente antes del Procès:
¿qué consecuencias tenía declarar a Cataluña como nación?
Porque, si bien una buena parte de la izquierda indica que sería algo puramente simbólico, los nacionalistas no piensan lo mismo. Para ellos, la condición de nación estaría ligado a una serie de prerrogativas, incluyendo (v., la declaración suscrita por CiU, PNV y BNG en 1998, el derecho de autodeterminación. No es casualidad que la Diada de 2009 tuviera como lema "Somos una nación. ¡Queremos un estado!".
Por esto resulta sorprendente que los socialistas favorables a reconocer (que en realidad sería proclamar) la plurinacionalidad España argumenten que esto resolvería la incomodidad de los nacionalistas. Sería más bien al contrario: no sólo obligaría a responder una pregunta para la cual nunca se ha sabido ofrecer una respuesta (¿Cuántas naciones hay en España? A diferencia del caso británico, donde hay cuatro naciones diferenciadas que juntas componen el Reino Unido, en nuestro país no hay una separación clara entre la parte y el todo), sino que además supondría dirimir qué cosas buenas prácticas tiene esa declaración.
Lo segundo que conviene señalar es que la plurinacionalidad supone una versión evolucionada de la premisa. A saber: supone aceptar que existen comunidades en España, que de manera natural y espontánea, no se sienten españolas sino que se sienten otra cosa, y que de tanto en tanto se encuentran incómodos con su 'encaje'. Comunidades con las que, sin embargo se puede encontrar un punto de equilibrio definitivo basado en cesiones competenciales y reverencias simbólicas a su diferencia. El hecho de que este tipo de acuerdos se haya aprobado y realizado numerosas veces en los últimos 40 años, y que aun así aflore de tanto en tanto la 'incomodidad', no sería una indicación de que se trata de una receta equivocada, sino más bien la muestra de que aún no se ha dado con la tecla. Y, sea como sea, el sistema diseñado en el 78 podría acomodar las nuevas fórmulas que se vayan probando, incluso si se requiere una reforma constitucional, siempre que no se imponga una visión centralista de ese mismo sistema. Vemos, por tanto, que aunque el discurso de la plurinacionalidad ganó peso a partir de 2010 su diagnóstico del problema de fondo era deudor de la cultura política de los 40 años anteriores.
Algo parecido puede decirse de otro argumento recurrente... el de la fábrica de independentistas. Según este discurso, el auge del independentismo fue sencillamente una reacción a las políticas recentralizadoras de los Gobiernos del Partido Popular. Nunca se aportó mucha concreción en cuanto a cuáles eran esas medidas recentralizadoras, ni se entró en el terreno sobre el que debería basarse cualquier debate racional: si de verdad se estaban planteando medidas de ese cariz, ¿estaban justificadas? ¿Por qué algo recentralizador era necesariamente algo que redundaría en una peor calidad de vida para el ciudadano, una peor administración de lo público, una peor relación de los votantes con sus instituciones? ¿No tenía más sentido debatir los méritos o deméritos de una medida en cuanto a su efecto sobre los ciudadanos y no cerrar el debate tachándola... de recentralizadora?... lo que el argumento venía a señalar era que el sistema tal y como estaba diseñado funcionaba bien, que podía integrar a los nacionalistas de manera orgánica, que éstos querían ser integrados en ese mismo sistema y que nunca romperían la baraja por iniciativa propia.... si los nacionalistas acababan apostando por la ruptura no sería porque la Premisa hubiera estado equivocada, sino porque la derecha española habría empujado a los nacionalistas fuera del sistema. No se contemplaba la posibilidad de que el ímpetu para las acciones de los nacionalistas pudiese venir de dentro, es decir, de su propia ideología nacionalista y de sus estrategias políticas, que pasaban necesariamente por presentar una imagen de una Cataluña diferenciada de - y en incómoda relación con - el resto de España.
David Jiménez Torres, Dos mil diecisiete, 2021, pp 77-81
No hay comentarios:
Publicar un comentario