“There are no solutions, there are only trade-offs; and you try to get the best trade-off you can get, that’s all you can hope for.”
Thomas Sowell
"Siempre existe el riesgo de abordar un problema de una forma excesivamente intelectual"
Clark Clifford
El Confidencial publica hoy sendas entrevistas a dos expertos. Una a Nemesio Fernández-Cuesta que acaba de publicar un libro cuyo título no puede ser menos misterioso o sugerente. Y otra a Gonzalo de la Cámara, director del Centro de Agua y Adaptación Climática de IE University. No voy a glosar ninguna de las dos. Voy a contraponer a Fernández-Cuesta, el incrementalista y a de la Cámara, el absolutista. Estoy siendo injusto con el segundo, pero es igual porque sólo quiero utilizarlo como modelo abstracto para mejor analizar la realidad.
Un incrementalista es alguien que no pretende resolver definitivamente ningún problema difícil y grave. Sólo pretende mejorar las cosas, encauzarlas en la buena dirección. Y su actitud se basa en dos principios.
La conciencia de que las sociedades humanas son muy complejas; de que las interacciones entre sus partes (los individuos y los grupos de individuos) generan consecuencias imprevisibles e imposibles de organizar, lo que conduce fatalmente a la aplicación de la ley de las consecuencias no pretendidas.
El segundo principio del incrementalista es que, aunque sabe que sabe y sabe mucho, no sabe lo bastante para garantizar que sus soluciones resolverán el problema. Porque sabe mucho pero sabe que es mucho más lo que no sabe.
El otro día contaba que se había interrumpido un experimento para suplementar la dieta de niños africanos en zonas endémicas de malaria con hierro porque se había descubierto que "en áreas donde la malaria es prevalente y sin sistemas sólidos de prevención y control, la suplementación con hierro puede aumentar el riesgo de malaria, lo que es peor para los resultados que la anemia por deficiencia de hierro". Por eso se dice que hay que hacer los experimentos 'con gaseosa'.
En los últimos diez años, la conversación pública se ha llenado de absolutistas de dos tipos. Unos, los que dominan la izquierda española, desde el PSOE hasta Bildu pasando, naturalmente, por Compromis, Izquierda Unida, Sumar, en Comun, Podemos, BNG, ERC o la CUP ofrecen soluciones globales, radicales para los problemas. No pretenden mejorar las cosas. Quieren cambiar el mundo. Quieren acabar con los ricos, con el cambio climático, con la desigualdad y, para eso, están dispuestos a sacrificar la libertad y el Derecho, por tanto, están dispuestos a acabar con la civilización occidental tal como la conocemos. Naturalmente, no lo reconocerán, pero actúan así. Lo peor es que lo hacen sin ningún conocimiento técnico en lo que a la idoneidad de sus soluciones se refiere. No tengo que recordar que sus propuestas para reducir las rentas de los arrendamientos urbanos han fracasado una y otra vez, pero eso no les arredra y vuelven a proponerlas y, cuando pueden - como ocurre ahora con el PSOE - a imponerlas. La ejecución de sus políticas es, si cabe, más chapucera porque - piensen en Yolanda Díaz o Isabel Rodríguez - los líderes políticos carecen de conocimientos, formación y experiencia para ejecutar cualquier política pública de una mínima complejidad. Muy pocos de los políticos que nos gobiernan ha trabajado en su vida y, mucho menos, ha gestionado una organización compleja sometiéndose al escrutinio del mercado (reality check), esto es, al premio en forma de grandes salarios o al castigo del salario mínimo. Ni siquiera tienen la reputación suficiente como para atraer a gente con esos conocimientos y experiencia a trabajar con ellos.
Los absolutistas más peligrosos no son, sin embargo, estos de extrema izquierda. Son los del PSOE que - dicen - hacen políticas 'basadas en la evidencia'. El experimento de suplementar la dieta de los niños africanos con hierro estaba basado en la 'evidencia' (mejor dieta, menos anemia). Pero el resultado que produjo es que más niños africanos padecían enfermedades. Porque las políticas basadas en la evidencia no son de este mundo. En el mundo real, ni se elaboran las políticas de una forma rigurosa (miren las páginas web de toda la Administración Pública relacionada con el riesgo de riadas); ni se ejecutan rigurosamente, ni siquiera se evalúan a posteriori. Y ese mundo no se puede cambiar.
El mundo en que vivimos es el que sufrimos una pandemia que dejó cien mil muertos y tras la cual no se ha destituido a nadie, ni reformado nada. Ni siquiera se ha evaluado la gestión del ¡ministro de Sanidad! al que se ha premiado con la presidencia de la Generalidad de Cataluña.
Por no evaluarse, no se ha evaluado ni siquiera la 'cogobernanza'. Pero el gobierno impuso la obligatoriedad de la mascarilla en la calle en diciembre de 2021 en contra de cualquier base científica. A la siguiente desgracia, el PSOE ha vuelto a aplicar la 'cogobernanza' y le ha dicho al inane presidente de Valencia que se las apañe y que le echarán una mano si lo necesita.
El mundo mejora paso a paso; una cosa detrás de otra. Hay que ser incrementalista. Pero, para eso, hay que abandonar el razonamiento de letras. Hay que olvidarse de las soluciones perfectas. Hay que olvidarse incluso de las mejores soluciones. El único criterio que sirve, de verdad, es el de preguntarse si lo que estamos haciendo mejora las cosas en comparación con cómo estaban antes de nuestra intervención y sin hacer daño. Un incrementalista aplica, por encima de todo, el juramento hipocrático: primero, no hacer daño (primum, non nocere).
Luego está la cuestión de la escala. A menudo, si no actuamos a gran escala, la situación no mejora. Pero sólo si hemos probado a mejorar las cosas a pequeña escala, podremos estar mínimamente ciertos en que esa mejora es escalable. Solo el que ha visto mejorar el procedimiento para reconocer las minusvalías puede intentar con entusiasmo y fe mejorar el procedimiento para entregar ayudas a los damnificados por la riada.
La izquierda se pierde, a menudo, en lo trivial. Y eso tiene un coste de oportunidad muy elevado, porque se desenfoca la actuación pública. Las políticas públicas deben enfocarse en los problemas que la política pública puede mejorar o reducir, no en aquellos que los políticos pueden rentabilizar electoralmente. Esta filosofía de la izquierda le lleva a poner en marcha, en el mejor de los casos, políticas "homeopáticas". Por eso hay que reducir el ámbito de lo político y ampliar el de la gestión pública.
Deja las cosas a tu cargo mejor que te las encontraste. No trates de cambiar el mundo, ni cambiar la Sociedad ni cambiar a la gente. Te darás cuenta de que es difícil pero que está a tu alcance y, si no lo está, te apartarás para dejar que otro ocupe tu puesto. ¡Qué importante es que los mediocres no se presenten para ocupar cargos públicos! El absolutismo es el último refugio de los incompetentes.