Propongo, por tanto, no abandonar el principio de fondo que está en el derecho a decidir, sino tomárselo en serio con toda su radicalidad: defiendo el derecho a decidir de todos, es decir, formulado de modo que integre todos los modelos de decisión que están implícitos en los distintos tipos de identificación nacional presentes en la sociedad catalana. Solo así entendido, el derecho a decidir será un punto de encuentro y no una imposición o un veto; una verdadera codecisión.
Así acaba Innerarity su primer artículo de una serie de cinco reflexiones sobre el Procès. En ellas parece defender la “complejidad”. Dudo mucho de la utilidad de esta forma de razonar que me parece poco racional y poco más que ensayar piruetas verbales retorciendo el significado de las palabras. ¿Qué “derecho a decidir” puede ser un “derecho a decidir de todos”? ¿Quiénes somos todos? ¿todos los españoles? ¿todos los habitantes del mundo? ¿los habitantes de Tortosa? Este afán inclusivo parece, simplemente, eliminar las contradicciones por elevación.
Esperemos que las próximas reflexiones sean más concretas y refutables. Porque, por ejemplo, afirmar que
“los conflictos se vuelven irresolubles cuando caen en manos de quienes los definen de manera tosca y simplificada”
lleva la conclusión en su propia formulación. Es obvio que sin saber qué significa “tosca y simplificada” en la cabeza de Innerarity, la frase carece de cualquier significado. Podríamos decir al revés: “los conflictos se vuelven irresolubles cuando las posiciones de las partes enfrentadas por el conflicto no se formulan de forma suficientemente simplificada como para hacerlas comprensibles para la otra parte”. Innerarity usa la palabra “tosca” que tiene ya, per se, una connotación negativa. Implica que el conflicto está “mal” definido. Y claro, si no sabemos de qué conflicto hablamos, difícilmente podremos resolverlo. Y lo mismo ocurre con “simplificada”. Simplificar es bueno o malo según use la palabra un científico o un Innerarity. Ningún científico aceptaría que simplificar es malo. Es, simplemente, inevitable porque, si no simplificamos, no podemos siquiera captar la realidad que pretendemos analizar. No podemos ordenar los datos del fenómeno que pretendemos analizar. Y – rápidamente – Innerarity asoma la patita. Los posmodernos no tardan nada en asomarla. Se llama falacia del espantapájaros:
desde el momento en el que los problemas políticos se reducen a cuestiones de legalidad u orden público, cuando aparece una idea de legalidad que invita a los jueces a hacerse cargo de todo el asunto, cuando uno aparece como asistido de todas las razones de la democracia y el adversario de ninguna, en cuanto se enfrenta un nosotros contra ellos de los que se ha eliminado cualquier atisbo de pluralidad y todos los matices de la pertenencia… a partir de entonces todo está perdido hasta que no recuperemos una descripción del problema que lo acepte en toda su problematicidad.
Habrán adivinado a quién se refiere Innerarity en este párrafo. Sí, a nosotros, a los constitucionalistas. A los nacionalistas españoles. A los que no quieren permitir que una idea etnicista, xenófoba y supremacista del nacionalismo catalán siga siendo hegemónica en Cataluña y mantenga a la mitad de la población excluida de las instituciones políticas y sociales. O sea, como ocurre en el País Vasco pero sin los ochocientos asesinatos de ETA que aseguraban el silencio y la obediencia debida de la mitad de la población a la otra mitad.
Somos nosotros, obviamente, los que queremos reducir el golpe de Estado posmoderno que hemos vivido en Cataluña a una cuestión de “legalidad u orden público”. Obsérvese la degradación del valor “legalidad” que implica enfrentarlo con un “u” por medio a “orden público”. No dan puntada sin hilo estos posmodernos. Obsérvese cómo, a continuación, la legalidad es una cuestión de los jueces, no de todos los funcionarios públicos y de todos los ciudadanos que participan, a través de sus representantes en la producción de esa “legalidad”. Y cómo, finalmente, los jueces se hacen cargo, no de lo que les toca en un Estado de Derecho, sino de “todo” el asunto. Innerarity debería ser más sutil. ¿Cree que no se identifican perfectamente bajo su blanda redacción las mismas ideas que defienden los separatistas?
Estas ideas son peligrosas. Si algún día triunfa un golpe de Estado en España y acabamos sometidos a la dictadura, este tipo de ideas serán blandidas por los acomodaticios que verán la “complejidad” de la situación y se negarán a aceptar las posturas simplificadas:
Será por mi profesión de filósofo, que nos inclina a complicar las cosas, pero siempre he sospechado de quien plantea los problemas y, sobre todo, las soluciones, con excesiva simplicidad, porque suele terminar suponiendo mala fe en quienes aun así todavía no lo ven claro.
De nuevo. Si la simplicidad es “excesiva”, por definición, es “mala”. ¿Cómo puede ser buena la simplicidad si es “excesiva”? Pero ¿por qué acusa de considerar que los otros son de mala fe a los que creen que las cosas no son tan complicadas? Creo que la respuesta es que cualquiera prefiere que le consideren “malo” a obtuso.
Y, en fin, este párrafo es bastante repelente:
Pero me atrevo a criticar que las descripciones dominantes son de una simpleza tal que no deberíamos sorprendernos de que todo se atasque después. Los términos del problema son, o no, el comienzo de la solución. Lo que de un tiempo a esta parte más me ha llamado la atención de unos y de otros es precisamente la inocencia con la que apelan a valores como democracia, estabilidad o legalidad, sorprendidos de que no todo el mundo se ponga inmediatamente de rodillas ante la evidencia y en disposición de cumplir las órdenes que emanen de tan incuestionable principio.
¿A qué descripciones se refiere como “dominantes”?
Porque es obvio que si no nos describe con precisión esas “descripciones”, se sigue que puede decir lo que le parezca. No hay forma de decir a Innerarity que está equivocado. No puede estarlo porque es él el que decide qué critica y, por supuesto, critica una tesis errónea que solo describe como “dominante”.
El resplandor indescriptible de la oscuridad
Esta frase que oí a un catedrático de Metafísica es perfectamente equivalente a la de Innerarity “los términos del problema son, o no, el comienzo de la solución”. Querrá decir que “definir el problema es el principio de su solución”. Pero decir que los términos de un problema son o no son el comienzo de la solución es una de esas frases sinsentido que tanto gusta utilizar a los posmodernos.
¿Quién es inocente?
¿El que apela a valores como “democracia, estabilidad o legalidad”? ¿De qué principio habla Innerarity? ¿La estabilidad es un principio? ¿Comparable al “principio democrático” o al principio de legalidad? ¿De qué habla? ¿Quién le pide que caiga extasiado ante la mención de esos principios? ¿Conoce a alguien que lo haga? ¿Qué forma de ridiculizar (nuevamente denigrándolos al colocarlos en el mismo plano con la estabilidad) la democracia y la legalidad es esa? ¿No debe tener una vigencia casi absoluta el principio de legalidad?
Uno de los mecanismos que más torpemente simplifica nuestros conflictos políticos es su inmediata traducción en términos morales. Si algo va mal, debe de haber un culpable; si hay un desacuerdo, es porque alguien se resiste a aceptar las evidencias. No deberíamos patologizar al adversario, y no porque no haya gente con patologías muy severas, también entre los agentes políticos, sino porque nuestra dificultad para entendernos no es necesariamente, ni siempre, un problema de mala voluntad. Si sólo nos fijamos en el mal que ha hecho el adversario, nos incapacitaremos para esa mínima empatía sin la cual es imposible entender sus razones (por muy escasas que creamos que sean), y desde luego no podremos emprender ningún diálogo constructivo
Es inevitable. Los humanos somos seres morales. Ultramoralistas. No podemos evitar juzgar en esos términos todo lo que hacen los que viven a nuestro alrededor. Juzgar y hacerlo imparcialmente ha sostenido la cooperación entre los humanos desde hace cientos de miles de años. Si algo va mal, debe haber un culpable. Así es como el ser humano aprendió la importancia de las relaciones de causalidad. Si pasa algo, debe haber una causa que lo provoque. Del juicio moral al juicio científico. Al establecimiento de relaciones de causalidad que nos han traído la Ciencia y la Tecnología.
De nuevo, es imposible estar en desacuerdo con que no “deberíamos patologizar al adversario”. Porque nadie lo hace. O sí, pero nadie patologiza completamente al adversario. Simplemente, trata de explicar, en parte, las posiciones que no se alcanzan a comprender racionalmente como producto, bien de la maldad, bien del error y si el error es tan evidente que cualquiera caería en la cuenta, entonces hay que atribuir su comisión a alguna insuficiencia en la capacidad de raciocinio de quien lo comete.
Y no hay que ponerse parroquial. Una vez abandonado el uso de la violencia, el conflicto político no exige ninguna empatía por las posiciones del adversario. Al contrario, exige la máxima claridad en la oposición entre posiciones para que el “público” que es el que ha de juzgar en toda Sociedad humana sepa de qué lado ha de ponerse cuando emita el juicio democrático a través de las instituciones políticas comunes.
Y, finalmente, no deberíamos dotar de dignidad académica un concepto inventado en una agencia de publicidad de la Via Layetana:
“el derecho a decidir” no es nada más que una expresión suave del derecho de secesión
Nada que ver con
“la continuidad con la que la sociedad se autogobierna, la legitimidad que sostiene sus instituciones y el método en el que puedan de verdad (de verdad, no de mentira, de verdad) encontrarse los diversos modos de identificación nacional en los que se expresa el pluralismo de esta sociedad”
¿En qué Enciclopedia puede encontrarse un concepto de “derecho a decidir” tan omnicomprensivo de todas las bondades que encierran conceptos como el de soberanía popular, legitimidad política, nacionalismo, pluralismo político y social etc etc. Parecería que Innerarity ha convertido el art. 1 de la Constitución en el “derecho a decidir”
¿Cómo puede desligarse la calificación como “igualmente democrático” de la pretensión de una parte de los habitantes de Cataluña de convertir a ésta en un Estado independiente de la pretensión, por la otra parte de los habitantes de Cataluña de que se mantenga el statu quo y que éste sólo se modifique de acuerdo con las reglas para su modificación en vigor? Sólo en un escenario en el que no hay nada mas que el derecho a decidir podría concluirse que ambos “derechos a decidir” son igualmente democráticos y legítimos.
Pero es que ni siquiera aprecia Innenarity el salto mortal que da a continuación:
Porque, si nos tomamos en serio el derecho a decidir de la ciudadanía catalana hemos de integrar a todos, a los que quieren decidir, por así decirlo, solos o acompañados.
¿Quién ha aceptado que debamos tomarnos en serio el derecho a decidir de la ciudadanía catalana? Eso significa dar por probado lo que ha de ser demostrado, esto es, que la ciudadanía catalana tiene derecho de secesión, esto es, derecho a separarse de España y constituirse en un Estado independiente. Por tanto, si Innerarity plantea el derecho a decidir en estos términos como algo deseable, está concediendo por anticipado que los únicos que tienen que decidir respecto de esa cuestión son los habitantes de Cataluña, todos pero solo ellos. En fin, la falacia argumental es obvia.