jueves, 14 de junio de 2018

Los juicios morales como armas

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Foto: jjbose

“Humans show aggression toward wrongdoers because morality is built for battle, mainly for fighting other people’s battles”

Elena Alfaro escribió esto en su blog en 2016 sobre el asunto de Ramón Espinar hijo.
he observado y leído a muchos y lo que sí me ha interesado ha sido la claridad con la que se han formado dos grandes grupos de opinión según aquello que consideraran causante del "escándalo". Están los que consideran que el daño se produjo al doblar la norma. A estos los llamaré "ateos". Son los que ven el fallo en aprovechar los huecos que, inocentes o no, quedaban expuestos para que fuesen utilizados por los frívolos y despreocupados o por los listillos bien posicionados. Porque se podía. Porque la norma era defectuosa, incompleta o simplemente sirvió hasta que dejó de hacerlo. Están los que piensan que el daño se produjo al enriquecerse. A estos los llamaré "morales". Argumentan que se pervirtió y se "pecó" al obtener un beneficio económico en la operación. Siguiendo su lógica, mayor será el destrozo cuanto mayor la cantidad obtenida y, por tanto, si no la hubiera pasaríamos de una conducta inmoral a otra completamente ejemplar. No me interesan las conclusiones que extraen estos dos grupos para dictaminar culpabilidad o inocencia. Me interesa la utilidad y la bondad/peligro de ambos enfoques. Tras mucho pensarlo, me declaro ferviente atea.
Parece que Alfaro acertó en el análisis aunque equivocó la denominación. Los que juzgan conductas y no personas son los seres morales. Los humanos somos seres morales. Valoramos sin cesar lo correcto o incorrecto de las conductas, emitimos juicios valorativos de la conducta de los demás y castigamos al infractor de las normas (al que miente, mata, roba etc), incluso a un coste para nosotros mismos (castigo prosocial). Y discutimos incesantemente sobre lo que es correcto y lo que es incorrecto. Quién iba a decir que la condena moral puede ser más eficaz que la fuerza física o la utilización de armas en las disputas incesantes entre los miembros de los grupos humanos. En el trabajo que citamos al final de esta entrada se explica que
“Algo tan aparentemente débil como una condena moral podría ofrecer ventajas reales en la competencia evolutiva”
¿Por qué? Porque si los seres humanos son ultrasociales, lograr que la mayoría del grupo se decante a nuestro favor en una disputa con otro miembro del grupo es la garantía de que venceremos en esa disputa (y sobreviviremos porque seguiremos en el grupo y podremos reproducirnos). Y al perdedor, que no consigue que la turba se ponga de su lado le espera el peor de los destinos: el aislamiento temporal o permanente; desde el ostracismo hasta la muerte y, por supuesto, una reducción de sus posibilidades de reproducción.

Pues bien, para lograr los apoyos del grupo, tenemos que convencerlos de que tenemos razón y que es el otro el que ha obrado mal (el que no ha cumplido). Pero, ¿por qué habrían de tomar partido los demás miembros del grupo basándose en el “valor moral” de la posición de uno u otro?
El autor dice que tomar partido en función del “valor moral” de la posición de cada una de las partes en el conflicto podría tener ventajas evolutivas. Hay tres explicaciones.

La primera es que la “turba” se deje guiar por el que perciba que es más fuerte en la disputa. Como en el chiste de Gila, sumarse al que se considera que será ganador. Pero esto tiene el inconveniente, que, tras machacar al rival de turno, el más fuerte vuelva su fuerza y capacidad de opresión sobre cualquier otro. Una estrategia de apoya-al-más-fuerte, pues, acabaría con la igualdad en el seno de los grupos y con una reducción de las posibilidades de reproducción de cada uno de los miembros individuales distintos del más fuerte.

La segunda es que apoyemos siempre al de nuestro clan (“a los míos con razón y sin ella”) y, por tanto, con independencia del valor moral de su posición. Esta estrategia puede ser letal para el grupo porque exacerba los conflictos internos dentro de él y la faccionalización.
La investigación etnográfica muestra las costosas consecuencias de alianzas, especialmente en sociedades de pequeña escala sin fuertes instituciones políticas. Riñas triviales puede expandirse rápidamente a cientos de personas peleándose al intervenir terceros para apoyar a familiares y amigos. En muchas culturas es obligatorio vengar el asesinato de un aliado matando a los enemigos que lo asesinaron, lo que lleva a ciclos interminables de la violencia. Debido a los altos costes de apoyar a los propios aliados, la evolución podría haber favorecido estrategias alternativas para tomar partido que permitan a los observadores, al menos en algunos casos, ignorar sus alianzas y ponerse del lado de una u otra parte en función de motivaciones o estrategias diferentes"
Cuando uno observa lo que está pasando en Cataluña, no necesita de muchas más palabras para quedar convencido de los daños del tribalismo. Por desgracia, la estrategia de aliarnos con los más próximos no ha desaparecido de la faz de la tierra. Como dijo alguien hablando de las turbas de twitter
El problema de tener que unirse a una banda para no quedar indefenso frente a la turba de internet es que, cuando todo el mundo se ve obligado a unirse a una banda, el barrio tiende a volverse inhabitable rápidamente.
La tercera es la de la evaluación moral de la conducta. Es una “estrategia ganadora” desde todos los puntos de vista.
Los que forman la <<audiencia>> juzgan moralmente las acciones
de los que disputan entre sí y toman partido contra aquél cuya conducta consideran más reprobable moralmente. Si la mayoría de los que forman la audiencia usan esta estrategia y comparten las mismas reglas morales, tomarán partido en el mismo sentido y se opondrán conjuntamente al mentiroso, al ladrón o al blasfemo. Tomar partido por el mismo bando reduce los costes de conflictos entre la audiencia al evitar que se formen bandos igualados que, enfrentados, acabarían con la destrucción mutua. Además, evitan ceder poder a favor de los individuos de mayor status que podrían explotarlos en el futuro… logran una coordinación dinámica. Se ponen del mismo lado sin prejuzgar a favor de quién estarán en la próxima ocasión, porque sus decisiones se basan en las conductas enjuiciadas y no en identidades.
Y el efecto – maravilloso – de esta estrategia para lidiar con los conflictos en el seno de un grupo es que de tal estrategia “nace” – como una propiedad emergente – la idea de imparcialidad del juicio.
“los juicios morales se concentran en las conductas para así disponer de una alternativa a la de tomar partido sobre la base de lo que sean los que discuten, cuál sea su status o cuáles sean sus relaciones familiares o tribales”
A base de concentrarnos en las conductas y no en quién las realiza, los juicios morales se convierten en rules based y en imparciales. Tenemos así la base del Derecho. “Si las reglas morales (y luego jurídicas) determinan quién gana en las disputas” no es de extrañar que los humanos debatan interminablemente sobre la moralidad de las conductas y sobre la “virtud”, esto es, la forma recta de vivir.
Esta función de tomar partido explica la flexibilidad del contenido de las reglas morales Desde la perspectiva de la audiencia, lo decisivo es elegir el mismo lado que los demás, esto es, formar una clara mayoría; de qué lado caiga la mayoría es menos importante. Por ejemplo, los observadores pueden aplicar la regla que condena el robo – y condenar al que se ha apoderado de algo de otro – o aplicar la regla que condena el acaparamiento y la avaricia – y condenar al que se ha negado a compartir – aunque la aplicación de una u otra conduzca a la condena de una u otra parte de la disputa. Lo importante es que todos estén de acuerdo en cuál es la regla que se aplica al caso concreto. Como todos los juegos de coordinación, el de la formación de un juicio moral colectivo tiene múltiples equilibrios porque reglas alternativas e incluso opuestas pueden ser igualmente efectivas para coordinar la decisión de la audiencia. Esta flexibilidad permite explicar el cambio en el contenido de las reglas morales a lo largo del tiempo y a lo ancho de las distintas culturas. También permite la formación de reglas morales destructivas porque el objetivo del enjuiciamiento moral es sincronizar la toma de partido, no promover el bienestar
Y nos explicamos así por qué siempre se ha considerado que la función del Derecho era primordialmente resolver pacíficamente los conflictos en el seno de un grupo. En otras entradas hemos dicho que la función social del Derecho es sustentar la cooperación. Pero no hay contradicción. La cooperación quiebra y lo hace frecuentemente. Un sistema de resolución de los conflictos que surgen cada vez que la cooperación falla es también un mecanismo para sustentar la cooperación. No estaríamos muy de acuerdo con el autor en que se formen de manera estable “reglas morales destructivas”. Parecería que, en un marco de juegos repetidos, la sincronización – coordinación  es más sencilla respecto de reglas que maximizan el bienestar de todos que respecto de reglas que lo reducen.

También es interesante la coherencia de esta hipótesis con el desarrollo de la racionalidad humana: la racionalidad no tiene una función de resolver problemas cognitivos. Razonamos para persuadir y evitar ser engañados por los que intentan persuadirnos. También cuando formamos parte del tribunal que ha de decidir sobre una disputa entre dos individuos del grupo.

Hay muchas más cosas sugeridas por esta explicación. Por ejemplo, ¿cuándo se concentran las funciones judiciales en un individuo en lugar de remitirse a la audiencia o “jurado popular” de todos los miembros del grupo? ¿Por qué se concentran las funciones religiosas y judiciales en las mismas personas? etc.

Peter DeScioli, The side-taking hypothesis for moral judgment, 2016

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