miércoles, 13 de junio de 2018

Lo del Ministro de Cultura y los castillos en España

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Desierto de Wadi-Rum, Jordania. Foto de Fuencisla Lorente
“soberbios alcázares de la pobreza”
Luis Martín Santos, Tiempo de silencio

Es de dimitir. Es de no haberlo nombrado en primer lugar. Es de hacer “background checks” a los que nombras ministros. Y no, no es lo que hacía todo el mundo en aquellos años. Hay, por lo menos, dolo eventual en la conducta del ministro. Y si no consideró que era un impedimento para aceptar el cargo, peor. Constituir una sociedad para interponerla entre el pagador de los servicios y el profesional no es delictivo. El único efecto que se deriva de tal interposición es un aplazamiento del pago de los impuestos sobre la renta y su sustitución, en su caso, por los pagos derivados del impuesto de sociedades. Pero imputar gastos deducibles para reducirse la carga fiscal, eso ya sale de las estrategias fiscales admisibles. Los gastos de la casa de la playa no pueden ser gastos necesarios para la obtención de los ingresos como tertuliano en un programa de variedades en la televisión. Y eso no puede hacerse “de buena fe”, lo que equivale a decir que se hace dolosamente, aunque sea con dolo eventual: no puedes dejar de desconocer que es ilegal lo que estás haciendo.

Pero eso no es lo más relevante. Lo más relevante de este episodio es que se confirma que los castillos de arena son castillos de arena. Que llamarlos castillos, como los que construyeron nuestros antepasados para defenderse de los ataques de otros antepasados, no significa que tengan su resistencia y fiabilidad. El gobierno de Sánchez ha sido un castillo de arena. O un castillo en el aire o en España como gustan decir los ingleses y los franceses. Ni una semana ha durado en pie. Ha bastado que Batet abra la boca y que se haya revisado el historial del único ministro no funcionario (del Estado o del partido) para que se haya derrumbado. La coincidencia de Batet con la publicación del manifiesto por parte de Sánchez Cuenca & friends y las desgraciadas declaraciones de Rodríguez Zapatero (que no puede caer más bajo tras su actuación en Venezuela) han dado la puntilla a la “tercera vía” en relación con la crisis catalana. El PSOE no podrá convencer a una mayoría de los españoles de que lo que hay que hacer con los separatistas es volver a templar gaitas y ceder (“tengamos la fiesta en paz”) a costa de los derechos individuales de millones de catalanes cuya participación en la vida pública catalana seguirá siendo marginal cuando el nuevo gobierno del racista Torra se ha mostrado decidido a seguir conculcando sus derechos (empezando por el derecho a la imparcialidad de la administración pública). Hay que reescribir el pacto interno entre catalanes que supuso el Estatuto de Sau y las dos partes, en tal pacto, son los dos grupos independentistas de un lado y Ciudadanos de otro. Y el gobierno español sólo puede actuar como garante del cumplimiento de dicho pacto y protector de los que – agrupados en el voto a Ciudadanos – han estado excluidos, han sido los “vencidos” en los últimos cuarenta años de historia política en Cataluña. Que el PSOE siga creyendo que una reforma estatutaria inconstitucional puede tapar todo lo anterior confirma que no queda talento en su seno.

Ni siquiera el golpe de suerte para marcar las diferencias con los insensibles peperos que ha supuesto la benevolente y humanitaria decisión de traer el Aquarius a Valencia acabará bien para el PSOE. Al final, a los refugiados los van a traer dos barcos de la marina italiana que se asegurarán de que el Aquarius no vuelve a la zona a recoger más refugiados. Salvini podrá gritar tres hurras. Nadie le podrá acusar de dejar morir a nadie; los alemanes más renuentes a la flexibilidad en política migratoria ya han alzado su voz y los barcos de las ONG saben que si recogen gente, serán los últimos que recojan porque tendrán que dejarlos en puertos muy alejados de la zona en la que no se les permitirá volver a entrar.

Y es que un asesor de imagen y comunicación da para lo que da. No se pueden pedir peras al olmo. Otro día hablaremos de lo “caros” que resultan los ministros independientes.

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