(es el de la
derecha, el de la izquierda es Yoram Barzel)
la concepción de la empresa en la teoría económica
neoclásica
(unidad especializada de producción) resulta luminosa porque
“mejora” y corrige la concepción coasiana y, en lo que a mí más me interesa,
explica por qué esta concepción no exige concebir la
empresa como producción en grupo. Sólo como producción
para terceros.
Sucede, sin embargo, que las economías de escala favorecen la creación de
empresas – de unidades de producción – que están formadas por grupos de
personas, lo que amplía la teoría de la empresa para examinar cómo se articulan
las relaciones entre los distintos miembros del grupo. Pero – importa subrayarlo
– lo que define a la empresa, frente a los hogares,
familias o individuos, es que no produce para consumir, como lo hacen los grupos
primitivos, las familias o los individuos. Produce para intercambiar lo
producido en mercados competitivos de los que recibe una
retribución. De estas cuestiones nos ocuparemos en algunos
trabajos próximos al hilo del estudio del papel de la moral en la actividad
empresarial y el interés social como interés de los accionistas en maximizar el
retorno de su inversión y al hilo del estudio del papel que ha jugado la
personalidad jurídica en la evolución del Derecho de Sociedades.
Ahora, nos limitaremos a resumir el capítulo de Demsetz porque
no hay nada mejor que aprovecharse de una mente privilegiada como la de este
economista para entender a bajo coste problemas importantes.
Explica Demsetz que su amigo Alchian propuso sustituir
la maximización de los beneficios por
la obtención de beneficios positivos
como criterio para explicar el
comportamiento de las empresas. La imposibilidad de una conducta
racional por parte de las empresas por los elevados costes de información y por
la incertidumbre que rodea la actividad de las empresas justificaría tal
sustitución.
Demsetz dice lo siguiente:
“El criterio de los beneficios tiene a su favor que suena
plausible. Las empresas que obtienen beneficios no acaban en quiebra.
Sobreviven, lo que les permite volver a <> el juego económico
una vez más. Pero hay empresas con beneficios que
desaparecen probablemente porque prevén resultados poco halagüeños.
Y las empresas que tienen pocos beneficios tienen más dificultades que
las que tienen altos beneficios para obtener capital y los demás recursos que
necesitan, porque la probabilidad de que quiebren se considera mayor por parte
de los titulares de tales recursos. De manera que, a pesar de la confianza de
Alchian en los beneficios obtenidos como el criterio relevante de selección,
el entorno económico parece decidir a quién entrega
los recursos, más sobre la base de los beneficios futuros que sobre los
pasados. Los dueños de los recursos se comportan como si
persiguieran beneficios más altos, no sólo beneficios… Alchian podría alegar que
los dueños de los recursos que, por casualidad, prevén mejor el futuro, amasan
una cantidad mayor de recursos mientras que los recursos de los demás se
agotan”
Esto tiene poco con la selección natural y con la evolución
porque, al margen de que las empresas no se reproducen como los organismos,
“El criterio de Alchian de los beneficios positivos no es exógeno y es
una característica, no de los seres humanos, sino del sistema capitalista”.
La decisión de los titulares de los recursos de invertir en
empresas que generan beneficios y no hacerlo en las que tienen pérdidas parece
que se explica desde una conducta maximizadora de los beneficios. Por lo tanto,
en la medida en que estos titulares de los recursos los pongan a disposición de
las empresas sobre la base de la maximización de los beneficios, no puede decirse que la asignación de los recursos sea
aleatoria o casual.
Y añade
“No hay nada de necesariamente
irracional o ineficiente en haber tomado decisiones que luego se
lamentan. Pero la emoción del arrepentimiento es difícil de
interpretar sino como un reflejo de un deseo creado evolutivamente de actuar
racionalmente. El fracaso conduce a la insatisfacción y la insatisfacción motiva
la voluntad de cambiar… La capacidad para estar insatisfecho y de intentar hacer
algo para reducir la insatisfacción, probablemente imitando a otros, puede ser
el producto de una conducta evolutiva. Si lo son, no se hace mal servicio a las
Ciencias Sociales si partimos de asumir que la gente tiene la capacidad de
permitirse elecciones racionales y, frecuentemente, actúa
racionalmente.
En cuanto
a los límites a la racionalidad
repasa las concepciones más difundidas: Knight (que distingue
riesgo e incertidumbre sobre la base de la “imposibilidad de hacer un cálculo
racional” de los eventos inciertos pero sí – y asignar probabilidades – de los
eventos arriesgados, Alchian y Leibenstein, que atribuyen las conductas
irracionales a defectos de información e incentivos mal diseñados
respectivamente y Simon que atribuía la irracionalidad del comportamiento humano
a lo limitado de nuestras capacidades mentales. En común, estas teorías conducen
a explicar que los humanos a sustituyen las decisiones maximizadoras por
decisiones satisfactorias o aceptables porque nuestro cerebro no puede resolver
racionalmente problemas complejos, de manera que aceptamos resultados que no son
óptimos pero que exceden el estándar subjetivo de mínima satisfacción aceptable.
“las perspectivas de Knight y Simon exigen aceptar
discontinuidades en la conducta humana que impiden (la conducta
racional). Para Knight, la discontinuidad aparece cuando la experiencia es
insuficiente para superar el umbral requerido para calcular el riesgo; en ese
punto, la respuesta racional es sustituida por una emocional. Para Simon, tal
cosa ocurre cuando se cruza la línea entre problemas simples y complejos, línea
en la que la conducta satisfactoria o aceptable sustituye a la conducta
maximizadora. ¿Pero por qué no podemos asumir
continuidad, es decir, suponer que conforme adquirimos más experiencia o mayor
capacidad de “computación”, pasamos de una incertidumbre a un riesgo o de una
conducta satisfactoria a una conducta maximizadora?
Y añade
“Las emociones juegan un papel más importante en la toma de
decisiones cuando la experiencia es escasa y los problemas son más complejos.
Pero no hay conflicto con la decisión racional. Una conducta racional ahorra en
esfuerzo de racionalidad… las emociones reflejan una racionalidad
oculta…”
Y observaremos una mayor varianza en las decisiones
correspondientes, varianza a la que se añade la derivada de las distintas
capacidades y experiencias humanas…”Las decisiones no se toman nunca en ausencia
de cualquier conocimiento y nunca son tan complejas como para que analizarlas
racionalmente no pueda mejorarlas”, de manera que las ideas de Simon sólo nos
sirve para recordarnos que el acto de pensar no está exento de costes. A partir de aquí realiza una crítica de la
psicología y la economía del comportamiento
que – creemos – ha sido aceptada por los especialistas. Aborda
la cuestión a partir de los costes de pensar
racionalmente. Los costes de pensar racionalmente: los llama
“costes de comprender” Y son de dos tipos: el coste de oportunidad derivado de
la posibilidad de utilizar nuestro cerebro para fines emocionales como amar,
odiar y disfrutar o dormir y el coste de pensar lógicamente en otros problemas:
“la competencia perfecta… trata la comprensión de los problemas como si fuera
gratis… Knight and Simon… se van al otro extremo y la tratan como si fuera
infinitamente costosa”. Y los casos extremos son menos interesantes que los
intermedios. El coste de comprender viene determinado por la inteligencia de una
persona, el valor del tiempo empleado en preocuparse de un problema y el capital
mental adquirido previamente al examinar hechos parecidos. Y los individuos son
diferentes en esas tres dimensiones.
Además está el problema de las percepciones, una maquinaria
distinta de la que usamos para calcular(¿está hablando de los sistemas 1 y 2 de
Kahneman?)
“cuanto más costoso sea utilizar la maquinaria de calcular de la mente,
mayor será la confianza en la percepción cuando se toman decisiones… La
percepción es productiva cuando afronta razonablemente bien en media situaciones
a las que la gente se enfrenta frecuentemente y respecto de las cuales el sujeto
no es un especialista ni pretende serlo”
Si las condiciones en las que se produce esa situación son
estables, las decisiones serán mejores pero como no podemos revisar nuestras
percepciones cada vez que tomamos una decisión, es lógico que aceptemos una
buena cantidad de errores antes de variar aquellas y repasa
la paradoja de
Ellsberg concluyendo que la reacción de la gente es racional al usar una
regla heurística:
“cuando tenemos que optar entre alternativas que parecen semejantes pero
de las que tenemos distintos niveles de información, elegimos la alternativa
respecto de la que sabemos más”.
Y explica la racionalidad de la regla
en términos
sociales:
“elegir esta alternativa deriva no tanto de una supuesta
aversión a la ambigüedad como de las numerosas ocasiones en las que las personas
han realizado malos tratos con otros individuos que poseían más información que
ellos”
No elijas nunca “la urna más desconocida”, ni siquiera trates
las dos urnas como igualmente atractivas “sin considerar más detenidamente qué
te están proponiendo y quién te lo está proponiendo.
La mayoría de estos
experimentos implican obligar a la gente a hacer comparaciones que no son obvias
o reconocibles y que requieren comparaciones que implican cálculos basados en
resultados probabilísticos.
No sólo levantan sospechas en la mente del que ha de elegir
respecto de qué se trata, sino que invitan a cometer errores aritméticos. Y
critica el experimento de
Tversky y
Kahneman 1981 (problem 3) que se supone demuestra que, según el contexto en
el que se plantea una decisión, varía esta de forma incoherente diciendo es que
1º es una decisión hipotética (los participantes no se jugaban nada que les
indujera a invertir en convertirse en unos expertos en tomar tales decisiones
correctamente y, sobre todo, que las respuestas están tan próximas en número que
“los resultados demuestran una actitud coherente
respecto a cuando merece la pena permitirse cometer
errores”
“Me resulta llamativo que los investigadores que estudian
la racionalidad humana… presten más atención a las decisiones que se toman en
situaciones complejas que a las que tomamos en circunstancias simples. Por
ejemplo, decidir entre una ganancia de 1000 con total seguridad y una ganancia
de 0 con total seguridad me parece un test más claro para determinar si alguien
necesita asistencia psiquiátrica que si se plantea una opción con idénticos
resultados pero envuelta en manipulación aritmética. Y, sin embargo, se da
preferencia al segundo sobre el primero cuando se estudia la racionalidad…. las
cuestiones más complejas parecen utilizarse para evaluar actitudes frente al
riesgo, pero también estas pueden plantearse en términos simples: ´<<¿Qué
prefiere, las mismas posibilidades de una ganancia o una pérdida de 50 o las
mismas posibilidades de una ganancia o una pérdida de 500?>> Plantear la
pregunta en térmijnos simples nos permite deducir con más seguridad que la
racionalidad no está siendo ocultada por la ausencia de incentivos, problemas de
cálculos o sospechas respecto de lo que hay en juego en la
decisión”
O sea, “la comprensión completa de cada problema
que implica una elección” no es un requisito para que podamos
hablar de conducta racional. Es racional cometer errores.
Y lo mismo para el
endowment
effect. Deberíamos preocuparnos más por estudiar las percepciones y las
reglas heurísticas que configuran la racionalidad humana tal como resulta de la
evolución.