domingo, 20 de diciembre de 2015

Maximizar los beneficios y conductas racionales



(es el de la derecha, el de la izquierda es Yoram Barzel)

En su libro The Economics of the Business firm. Seven Critical Commentaries, Harold Demsetz dedica el cuarto de sus capítulos (aquí los dos primeros en acceso libre) al examen de la cuestión de si las empresas maximizan beneficios y a las críticas a la racionalidad de la conducta de las empresas y de los individuos. Leído con el primero, su exposición acerca de

la concepción de la empresa en la teoría económica neoclásica


(unidad especializada de producción) resulta luminosa porque “mejora” y corrige la concepción coasiana y, en lo que a mí más me interesa, explica por qué esta concepción no exige concebir la empresa como producción en grupo. Sólo como producción para terceros. Sucede, sin embargo, que las economías de escala favorecen la creación de empresas – de unidades de producción – que están formadas por grupos de personas, lo que amplía la teoría de la empresa para examinar cómo se articulan las relaciones entre los distintos miembros del grupo. Pero – importa subrayarlo – lo que define a la empresa, frente a los hogares, familias o individuos, es que no produce para consumir, como lo hacen los grupos primitivos, las familias o los individuos. Produce para intercambiar lo producido en mercados competitivos de los que recibe una retribución. De estas cuestiones nos ocuparemos en algunos trabajos próximos al hilo del estudio del papel de la moral en la actividad empresarial y el interés social como interés de los accionistas en maximizar el retorno de su inversión y al hilo del estudio del papel que ha jugado la personalidad jurídica en la evolución del Derecho de Sociedades.

Ahora, nos limitaremos a resumir el capítulo de Demsetz porque no hay nada mejor que aprovecharse de una mente privilegiada como la de este economista para entender a bajo coste problemas importantes.

Explica Demsetz que su amigo Alchian propuso sustituir la maximización de los beneficios por

la obtención de beneficios positivos


como criterio para explicar el comportamiento de las empresas. La imposibilidad de una conducta racional por parte de las empresas por los elevados costes de información y por la incertidumbre que rodea la actividad de las empresas justificaría tal sustitución.
Demsetz dice lo siguiente:
“El criterio de los beneficios tiene a su favor que suena plausible. Las empresas que obtienen beneficios no acaban en quiebra. Sobreviven, lo que les permite volver a <> el juego económico una vez más. Pero hay empresas con beneficios que desaparecen probablemente porque prevén resultados poco halagüeños. Y las empresas que tienen pocos beneficios tienen más dificultades que las que tienen altos beneficios para obtener capital y los demás recursos que necesitan, porque la probabilidad de que quiebren se considera mayor por parte de los titulares de tales recursos. De manera que, a pesar de la confianza de Alchian en los beneficios obtenidos como el criterio relevante de selección, el entorno económico parece decidir a quién entrega los recursos, más sobre la base de los beneficios futuros que sobre los pasados. Los dueños de los recursos se comportan como si persiguieran beneficios más altos, no sólo beneficios… Alchian podría alegar que los dueños de los recursos que, por casualidad, prevén mejor el futuro, amasan una cantidad mayor de recursos mientras que los recursos de los demás se agotan”
Esto tiene poco con la selección natural y con la evolución porque, al margen de que las empresas no se reproducen como los organismos,
El criterio de Alchian de los beneficios positivos no es exógeno y es una característica, no de los seres humanos, sino del sistema capitalista”.
La decisión de los titulares de los recursos de invertir en empresas que generan beneficios y no hacerlo en las que tienen pérdidas parece que se explica desde una conducta maximizadora de los beneficios. Por lo tanto, en la medida en que estos titulares de los recursos los pongan a disposición de las empresas sobre la base de la maximización de los beneficios, no puede decirse que la asignación de los recursos sea aleatoria o casual.
Y añade
No hay nada de necesariamente irracional o ineficiente en haber tomado decisiones que luego se lamentan. Pero la emoción del arrepentimiento es difícil de interpretar sino como un reflejo de un deseo creado evolutivamente de actuar racionalmente. El fracaso conduce a la insatisfacción y la insatisfacción motiva la voluntad de cambiar… La capacidad para estar insatisfecho y de intentar hacer algo para reducir la insatisfacción, probablemente imitando a otros, puede ser el producto de una conducta evolutiva. Si lo son, no se hace mal servicio a las Ciencias Sociales si partimos de asumir que la gente tiene la capacidad de permitirse elecciones racionales y, frecuentemente, actúa racionalmente.
En cuanto

a los límites a la racionalidad


repasa las concepciones más difundidas: Knight (que distingue riesgo e incertidumbre sobre la base de la “imposibilidad de hacer un cálculo racional” de los eventos inciertos pero sí – y asignar probabilidades – de los eventos arriesgados, Alchian y Leibenstein, que atribuyen las conductas irracionales a defectos de información e incentivos mal diseñados respectivamente y Simon que atribuía la irracionalidad del comportamiento humano a lo limitado de nuestras capacidades mentales. En común, estas teorías conducen a explicar que los humanos a sustituyen las decisiones maximizadoras por decisiones satisfactorias o aceptables porque nuestro cerebro no puede resolver racionalmente problemas complejos, de manera que aceptamos resultados que no son óptimos pero que exceden el estándar subjetivo de mínima satisfacción aceptable.
“las perspectivas de Knight y Simon exigen aceptar discontinuidades en la conducta humana que impiden (la conducta racional). Para Knight, la discontinuidad aparece cuando la experiencia es insuficiente para superar el umbral requerido para calcular el riesgo; en ese punto, la respuesta racional es sustituida por una emocional. Para Simon, tal cosa ocurre cuando se cruza la línea entre problemas simples y complejos, línea en la que la conducta satisfactoria o aceptable sustituye a la conducta maximizadora. ¿Pero por qué no podemos asumir continuidad, es decir, suponer que conforme adquirimos más experiencia o mayor capacidad de “computación”, pasamos de una incertidumbre a un riesgo o de una conducta satisfactoria a una conducta maximizadora?
Y añade
“Las emociones juegan un papel más importante en la toma de decisiones cuando la experiencia es escasa y los problemas son más complejos. Pero no hay conflicto con la decisión racional. Una conducta racional ahorra en esfuerzo de racionalidad… las emociones reflejan una racionalidad oculta…” 
Y observaremos una mayor varianza en las decisiones correspondientes, varianza a la que se añade la derivada de las distintas capacidades y experiencias humanas…”Las decisiones no se toman nunca en ausencia de cualquier conocimiento y nunca son tan complejas como para que analizarlas racionalmente no pueda mejorarlas”, de manera que las ideas de Simon sólo nos sirve para recordarnos que el acto de pensar no está exento de costes. A partir de aquí realiza una crítica de la

psicología y la economía del comportamiento


que – creemos – ha sido aceptada por los especialistas. Aborda la cuestión a partir de los costes de pensar racionalmenteLos costes de pensar racionalmente: los llama “costes de comprender” Y son de dos tipos: el coste de oportunidad derivado de la posibilidad de utilizar nuestro cerebro para fines emocionales como amar, odiar y disfrutar o dormir y el coste de pensar lógicamente en otros problemas: “la competencia perfecta… trata la comprensión de los problemas como si fuera gratis… Knight and Simon… se van al otro extremo y la tratan como si fuera infinitamente costosa”. Y los casos extremos son menos interesantes que los intermedios. El coste de comprender viene determinado por la inteligencia de una persona, el valor del tiempo empleado en preocuparse de un problema y el capital mental adquirido previamente al examinar hechos parecidos. Y los individuos son diferentes en esas tres dimensiones.

Además está el problema de las percepciones, una maquinaria distinta de la que usamos para calcular(¿está hablando de los sistemas 1 y 2 de Kahneman?)
“cuanto más costoso sea utilizar la maquinaria de calcular de la mente, mayor será la confianza en la percepción cuando se toman decisiones… La percepción es productiva cuando afronta razonablemente bien en media situaciones a las que la gente se enfrenta frecuentemente y respecto de las cuales el sujeto no es un especialista ni pretende serlo”
Si las condiciones en las que se produce esa situación son estables, las decisiones serán mejores pero como no podemos revisar nuestras percepciones cada vez que tomamos una decisión, es lógico que aceptemos una buena cantidad de errores antes de variar aquellas y repasa la paradoja de Ellsberg concluyendo que la reacción de la gente es racional al usar una regla heurística:
“cuando tenemos que optar entre alternativas que parecen semejantes pero de las que tenemos distintos niveles de información, elegimos la alternativa respecto de la que sabemos más”.
Y explica la racionalidad de la regla en términos sociales:
“elegir esta alternativa deriva no tanto de una supuesta aversión a la ambigüedad como de las numerosas ocasiones en las que las personas han realizado malos tratos con otros individuos que poseían más información que ellos”
No elijas nunca “la urna más desconocida”, ni siquiera trates las dos urnas como igualmente atractivas “sin considerar más detenidamente qué te están proponiendo y quién te lo está proponiendo. 

La mayoría de estos experimentos implican obligar a la gente a hacer comparaciones que no son obvias o reconocibles y que requieren comparaciones que implican cálculos basados en resultados probabilísticos.

No sólo levantan sospechas en la mente del que ha de elegir respecto de qué se trata, sino que invitan a cometer errores aritméticos. Y critica el experimento de Tversky y Kahneman 1981 (problem 3) que se supone demuestra que, según el contexto en el que se plantea una decisión, varía esta de forma incoherente diciendo es que 1º es una decisión hipotética (los participantes no se jugaban nada que les indujera a invertir en convertirse en unos expertos en tomar tales decisiones correctamente y, sobre todo, que las respuestas están tan próximas en número que “los resultados demuestran una actitud coherente respecto a cuando merece la pena permitirse cometer errores”
“Me resulta llamativo que los investigadores que estudian la racionalidad humana… presten más atención a las decisiones que se toman en situaciones complejas que a las que tomamos en circunstancias simples. Por ejemplo, decidir entre una ganancia de 1000 con total seguridad y una ganancia de 0 con total seguridad me parece un test más claro para determinar si alguien necesita asistencia psiquiátrica que si se plantea una opción con idénticos resultados pero envuelta en manipulación aritmética. Y, sin embargo, se da preferencia al segundo sobre el primero cuando se estudia la racionalidad…. las cuestiones más complejas parecen utilizarse para evaluar actitudes frente al riesgo, pero también estas pueden plantearse en términos simples: ´<<¿Qué prefiere, las mismas posibilidades de una ganancia o una pérdida de 50 o las mismas posibilidades de una ganancia o una pérdida de 500?>> Plantear la pregunta en térmijnos simples nos permite deducir con más seguridad que la racionalidad no está siendo ocultada por la ausencia de incentivos, problemas de cálculos o sospechas respecto de lo que hay en juego en la decisión”

O sea, “la comprensión completa de cada problema que implica una elección” no es un requisito para que podamos hablar de conducta racional. Es racional cometer errores.

Y lo mismo para el endowment effect. Deberíamos preocuparnos más por estudiar las percepciones y las reglas heurísticas que configuran la racionalidad humana tal como resulta de la evolución. 

2 comentarios:

Anónimo dijo...

¿Y cuál es su opinión: cree que las empresas deberían contratar gente muy racional o también gente emocional? Si la respuesta es sólo gente racional, muchos se quedan fuera del mercado, pues estudios dicen que de un 15 a un 20% de la población es de emocionalidad alta. Antes no había problema porque los más raros se preparaban una oposición y los absorbía el Estado, pero ahora el Estado ya no puede absorber más gente.

JESÚS ALFARO AGUILA-REAL dijo...

Depende de las tareas que realicen. Y los individuos deberían ajustarse en función de la importancia de la carrera profesional en su vida. No es raro que las mujeres den menos importancia a la carrera profesional que los varones, por ejemplo

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