La decisión del Tribunal Supremo de 2007 en el asunto Leegin
estableció que los
acuerdos entre fabricantes y distribuidores por los que se establecía un PVP
(precio mínimo de reventa al consumidor) debían considerarse prima facie lícitos
y sometidos a una rule of reason, esto es, enjuiciados caso por caso
para examinar si debían ser considerados contrarios a la competencia. La
sentencia Leegin supuso un cambio importante en la jurisprudencia
antitrust norteamericana que había venido considerando, hasta entonces, que el
PVP estaba sometido a una prohibición per se.
Los Estados norteamericanos, sin embargo, en uso de sus
competencias, han continuado, en parte, prohibiendo estos acuerdos en aplicación
de sus leyes sobre comercio interior, lo que ha permitido a los autores hacer un
“experimento” para examinar los efectos del levantamiento de la prohibición en
unos Estados pero no en otros en los precios que pagan los consumidores y las
cantidades que compran.
Los resultados indican que se produjo un aumento significativo
de los precios en un 5,3 % en los Estados que siguieron la nueva doctrina del
Tribunal Supremo y que subieron los precios de un 8,4 % de los productos. Y el
9,4 % de los productos vio reducida las cantidades compradas. Según los autores,
estos resultados sugieren “ejercicio de poder de mercado” y una reducción del
bienestar del consumidor, y añaden que el grado de concentración en los mercados
de distribución influye en la efectividad de la política jurídica sobre PVP.
Concluyen que la
incertidumbre jurídica sobre la validez del PVP que la sentencia Leegin
(y la legislación subsiguiente de los Estados de la Unión) ha generado
(ahora las empresas no saben si, no obstante la sentencia, podrán ser acusados
de prácticas restrictivas de la competencia por las autoridades estatales) es
también relevante porque ha aumentado los costes de implementar una política de
PVP y lo ha hecho por igual para empresas que pretenden usar el PVP para
aprovecharse de su posición dominante y las empresas que imponen el PVP a sus
distribuidores para inducir a éstos a incrementar sus esfuerzos de venta
(recuérdese que esta
segunda es la función eficientista del PVP). La incertidumbre puede generar,
pues, el peor de los estados del mundo posibles: que algunos de los que querrían
implantarlo por buenas razones – aumentar la provisión de servicios al
consumidor – se abstengan de hacerlo y que los que querrían implantarlo por las
“malas” razones – ejercer su poder de mercado subiendo los precios – lo
implanten.
Nos queda la duda de si los efectos sobre el bienestar de los
consumidores están bien medidos a través de un estudio así. Que hayan subido los
precios o disminuido las cantidades compradas de productos de marca – los que se
someten típicamente a PVP – no indica una reducción del bienestar de los
consumidores si esos
productos de marca se enfrentan a sustitutivos (productos de marca del
distribuidor o marca blanca, por ejemplo) suficientemente próximos
Alexander MacKay and David Aron Smith, The Empirical Effects of Minimum Resale Price Maintenance
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