En este trabajo, Greif presenta un rasgo diferencial de Europa cuyas raíces se remontan a la Edad Media y a la peculiar posición de la Iglesia en relación con el poder político que diferenciarían a nuestro continente del resto del mundo: Europa se deshizo de la tribu – la estirpe – como grupo social básico en favor de la familia nuclear (formada por padres e hijos y parientes muy próximos) gracias a que las corporaciones sustituyeron a la primera como grupo que articulaba la cooperación entre los individuos y les proporcionaba garantías en relación con la propiedad y la seguridad. La cooperación social, en Europa, se articuló tempranamente a través de la pertenencia a corporaciones junto con la pertenencia a un grupo organizado políticamente; “pertenecer a una corporación reduce los beneficios para el individuo de pertenecer a una estirpe o tribu mientras aumenta los beneficios de pertenecer a una familia nuclear”. Este planteamiento explicaría por qué los europeos – y los países colonizados por los europeos – son más individualistas que, por ejemplo, los asiáticos como China e India y las dificultades para considerar universal una comprensión de la Sociedad que ponga en el centro al individuo.
Lo sorprendente es la profunda influencia de la organización de la religión – el cristianismo se organiza en una Iglesia con estructura centralizada y que no se confunde con el poder político sino que le disputa la competencia para dictar reglas sobre la vida de los particulares – en comparación con otras religiones como el Islam. Por ejemplo, la prohibición de los matrimonios entre parientes consanguíneos y la prohibición de la poligamia “destrozó” las estirpes y la conservación del patrimonio familiar. Si no es sorprendente la poligamia en otras religiones, sí que lo es la enorme diferencia en el número de matrimonios entre parientes en Europa y en los países musulmanes. El resultado de la influencia de la Iglesia fue que la familia nuclear era dominante en Europa al final de la Alta Edad Media. Como, a la vez, el Estado – el Imperio romano – se había desintegrado, el campo estaba abonado para que las corporaciones ocuparan el puesto de ambas instituciones (de las estirpes/clanes/tribus y del Estado). Pero el auge de las corporaciones – dice Greif – no era una consecuencia necesaria de estas transformaciones. La idea de una agrupación voluntaria, permanente y autónoma (relativamente) se correspondía bien con las tradiciones europeas y la Iglesia Católica construyó, sobre dichas tradiciones, haciendo centrales a las corporaciones al disputar al poder político el derecho a constituirlas con las características señaladas – especialmente la de autonomía – .
La forma corporativa se volvió dominante en la organización de la vida social en la Europa Medieval como mecanismo para asegurar los derechos de sus miembros y protegerlos frente a los predadores (señores feudales, piratas o bandidos) proporcionando los “bienes públicos” necesarios (defensa con la formación de ejércitos por parte de algunas corporaciones urbanas, por ejemplo) y para facilitar la coordinación (estableciendo estándares, controlando precios, organizando el trabajo de sus miembros…). La vida corporativa ocupaba toda la vida de sus miembros, hasta la tumba y después, de modo que los miembros se definían socialmente por su pertenencia a una u otra corporación. Cuando los señores – reyes o príncipes – pretendían unificar un territorio bajo su autoridad, habían de contar con las corporaciones de base geográfica, sobre todo, – las de las ciudades – como fuente de ingresos para formar sus ejércitos, lo que condujo a la formación del principio de supremacía del Derecho (rule of law) en cuanto el poder del rey no estaba por encima de los derechos de las corporaciones y evitó que, en Europa occidental, el absolutismo asiático echara raíces.
El núcleo del argumento de Greif es que la conexión entre corporaciones y familia nuclear como el entramado típico de Europa en la Edad Media y que lo diferencia de otras regiones del planeta, no es casual. El florecimiento de las corporaciones es, como hemos visto, una consecuencia natural de la decadencia de los linajes, estirpes y tribus que basan la formación de los grupos en la consanguineidad. Si la cooperación con el grupo extenso la proporcionan las corporaciones y las reglas que se imponen hacen más difícil mantener la unidad de sangre, es razonable que la cooperación se desarrolle entre los miembros de la familia nuclear y en el seno de las corporaciones.
Los efectos sobre el crecimiento económico fueron positivos: “Entre 1050 y 1348, Europa experimentó el crecimiento económico más rápido desde la caída del Imperio Romano”. Pero si las corporaciones defendían el interés de los miembros ¿qué mano invisible pudo llevarlas a promover el bienestar general de la sociedad? Efectivamente, la competencia existente entre ellas y con los señores.
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