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Los pobres son pobres porque
nacen pobres y quedan atrapados por la pobreza. Porque son pobres no acceden a trabajos bien remunerados
y no obtienen ingresos suficientes para salir de la pobreza. Frente a esta
tesis se alza aquella según la cual los pobres tienen alguna característica que
los hace pobres. Los autores tratan de determinar empíricamente cuál de las dos
tesis es más acertada. Intuitivamente, la tesis de la “trampa de la pobreza” es
más atractiva. Por una simple razón: hay países donde no hay pobres en número
significativo. Eso quiere decir que las explicaciones basadas en rasgos
psicológicos o físicos de los individuos no son muy convincentes. Su trabajo
consiste en explicar las razones profundas del “chiste” de Susanita de Mafalda:
los
pobres siguen siendo pobres porque invierten en productos de mala calidad.
El experimento se realizó en
Bangla Desh. En un típico pueblo de este país, la gente se divide entre los que
tienen activos – diríamos – de capital (son propietarios de tierra de cultivo y
tienen cabezas de ganado) y los que no (viven de trabajar esporádicamente). La
división social es muy marcada: hay hogares que tienen muchos activos
productivos y hogares que no tienen prácticamente ninguno. Esta división social
es casi inevitable producto de la evolución de las sociedades con economías de
subsistencia y los antropólogos
han explicado razonablemente bien por
qué se produce.
Los autores se preguntan
“si esta bimodalidad es sintomática de la existencia de una trampa de pobreza, en concreto, si la gente pobre trabaja esporádicamente y carece de activos productivos porque no tienen el talento para hacer otra cosa o si el hecho de ser pobres les impide adquirir los activos que necesitan para ascender en la escala social”.
El problema difícil de resolver
es que “el umbral” que determina quién está entrampado y quién no, es inestable,
de manera que no se identifica fácilmente a quién está por debajo y quién por
encima del umbral. La solución pasa por crear artificialmente un “grupo de
control” mediante un programa de entrega de activos
de capital – cabezas de ganado –
a las mujeres más pobres de esos pueblos habiendo calculado previamente que el
valor de la transferencia hace que los recipiendarios – 3000 familias – atraviesen
ese umbral. Lo importante para demostrar la relación causal entre ser pobre y
seguir siendo pobre – la existencia de una trampa de pobreza – es comprobar que aquellos que atraviesan el umbral gracias a que
reciben esa dotación de capital dejan de ser pobres pero aquellos que están en
una situación semejante a los anteriores pero por debajo del umbral, continúan
siendo pobres.
Los resultados indican que,
efectivamente, los pobres son pobres porque son pobres, no porque haya algo en
ellos que les mantiene en la pobreza. Al no tener activos suficientes – la fuerza
de trabajo no es bastante – permanecen en la pobreza. La prueba es que cuando se
suministran aleatoriamente activos de capital de valor suficientemente alto, los que los
reciben “saltan” el umbral y continúan mejorando económicamente mientras que
los que no reciben activos de capital de valor productivo suficiente permanecen
estancados en la pobreza. En términos técnicos:
la ecuación de transición tiene forma de S con un nivel de umbral de capital en 2.333 puntos log. En este umbral, los activos tienen un valor de 9.309 BDT (504 USD PPP) siendo el valor medio de una vaca en nuestra muestra de alrededor de 9.000 BDT (488 USD PPP). Las personas cuyos activos de referencia eran tan bajos que la transferencia no era suficiente para superar el umbral vuelven a caer en la pobreza. Estos son alrededor de un tercio de la muestra y en promedio pierden el 16% del valor de sus activos (incluida la transferencia) en el año 4. Por el contrario, los que superan el umbral siguen acumulando activos año tras año y tienen un 14% más en el año cuatro.
Pero no es este el único
resultado interesante del estudio. Al entregar activos productivos de gran
valor en el experimento, éste les permite averiguar qué
causa la “trampa de pobreza” y descartar otras causas. Por ejemplo,
no es que los pobres sean menos productivos porque están peor alimentados o que
no ahorren y no tengan acceso al crédito ¡al consumo! El problema es el del
acceso a los bienes de capital que tienen un precio individual – indivisibilidad, (no
se puede comprar media vaca) – que está fuera del alcance de los ahorros de un
pobre unido a las “imperfecciones” en el mercado
de crédito que expulsa a los pobres de los préstamos de capital. Como
contaba un tuitero citando a
Terry Pratchett y la historia de las dos botas. Si solo hay dos tipos de
botas disponibles en el mercado y unas duran apenas dos temporadas invernales
pero cuestan 10 dólares y otras duran 10 temporadas pero cuestan 40 (de modo
que comprar las segundas es mucho más eficiente que las primeras tanto por
duración como por “calidad” de la “prestación” que producen las botas) y los
pobres pueden comprarse las primeras pero no las segundas, quedarán atrapados
en la trampa de la pobreza y no podrán caminar con los pies abrigados. Obsérvese,
sin embargo, que los autores no hablan de
crédito al consumo – en el caso
de las botas sería crédito al consumo de bienes duraderos – sino de crédito de capital. La cuestión
interesante sería comprobar si los mismos resultados se producen cuando, en
lugar de entregar a fondo perdido el activo de capital, se da crédito en
condiciones tales que las familias pueden devolverlo con el excedente logrado
en su explotación. Sospecho que no porque, si se les da un préstamo, se está
colocando un riesgo excesivo sobre los hogares prestatarios. Si, por ejemplo,
la vaca enferma y se muere o el carro necesita de una reparación muy costosa,
la obligación de devolver el préstamo
colocaría a la familia en la insolvencia.
Los autores añaden que atravesar
el umbral que permite escapar de la trampa de pobreza depende no sólo del valor absoluto de los activos de
capital, sino de la existencia de complementariedad, es decir, no basta
con tener una vaca. Hay que tener un carro, por ejemplo, para cargar el heno
necesario para alimentarla y para trasladar el producto al mercado y venderlo.
Otro resultado sorprendente es
que la atribución de bienes de capital reduce
extraordinariamente la mala asignación de los recursos, en el caso, del trabajo
de los pobres. Cuando los pobres salen de la trampa de la pobreza
porque tienen bienes de capital a los que pueden aplicar su trabajo, en lugar
de ofrecer éste en un – muy ineficiente – mercado laboral que les condena a
trabajar de sirvientas o de jornaleros en las tierras de otros, mejora
extraordinariamente la asignación del factor trabajo, es decir, el trabajo aplicado
a la explotación de los activos de los que . Esto tiene que ver, seguro, con la
reducción de la pobreza en Asia en las últimas
décadas en países como Taiwan o Corea del Sur. Según los análisis más fiables,
la reforma agraria – que los campesinos pudieran aplicar su fuerza de trabajo a
cultivar sus propias tierras – mejoró la asignación de los recursos, de manera
que lo que hay que encontrar es un bien de capital cuyo valor y productividad
aumenten cuando se incrementa la cantidad de trabajo que se aplica a ese activo
fijo.
Si es así, el tipo de bien de capital que se entregue a los pobres
importa. Es decir, los programas pueden fracasar si el tipo de bien
de capital, aunque tenga un valor superior al del experimento, no es, en las
circunstancias de esa zona,
capaz de producir rendimientos que permitan a su dueño salir de la pobreza por
mucho trabajo que aplique a dicho activo (y, eventualmente, se
generen mercados
eficientes donde se intercambie esa producción) De ahí que, según las
zonas, una
reforma agraria sea la mejor política antipobreza imaginable,
sencillamente porque si es una zona suficientemente poblada, es poco probable
que un incremento significativo del trabajo aplicado al mismo activo fijo – la tierra
– conduzca a una reducción rápida de la productividad. Sin embargo, si el
activo fijo que se les entrega a los pobres es una vaca, un crecimiento rápido
y muy significativo del número de cabezas de ganado en una zona muy poblada
podría llevar a una reducción muy rápida de la productividad del trabajo
aplicado al cuidado de las vacas sin contar con las externalidades que tal
aumento podría provocar.
La última aportación de los autores es que nos dan una pista de por qué fracasan los programas de microcréditos: son demasiado pequeños para permitir a los pobres saltar el umbral de la trampa de pobreza salvo para aquellos hogares que están muy próximos a dicho umbral – ya tienen algunos bienes de capital – y un microcrédito les permite alcanzar dicho umbral.
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