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Pay-as-you-go does not require contracting over time. The deal is a current one between
today’s young and today’s old, healthy and ill, workers and unemployed. When
circumstances changed, the contributions and benefits were renegotiated
Si no fuera por el descuento hiperbólico (los humanos preferimos 1 ahora que 5 en el futuro), podríamos dejar al mercado la provisión de toda clase de bienes y servicios que cubren nuestras necesidades. Pero el descuento hiperbólico genera “miopía” (vemos “mal” el futuro) y superar la miopía es muy difícil y muy costoso. De manera que las Sociedades tienen que inventarse instituciones, al margen de los intercambios de mercado, que les permitan manejar la incertidumbre del futuro, esto es, que aseguren a sus miembros que al sobrevenir el infortunio o la desgracia, la vejez y la incapacidad física o mental se tendrán las necesidades “viscerales” cubiertas que, ahora, cubrimos recurriendo al mercado y a los intercambios.
En cómo proporcionar a los individuos la cobertura de esas necesidades futuras e inciertas – a través del mercado o a través de la mutualidad – se diferencian básicamente las ideologías en lo que a la Política Económica se refiere. Los bienes de consumo (alimentos, vestidos, vivienda, entretenimiento) son viscerales o discrecionales y el mercado es insuperable como sistema para proporcionar el máximo volumen posible al máximo volumen de gente al menor coste posible. El aseguramiento frente a la incertidumbre, la desgracia, los riesgos naturales, la ancianidad y la incapacidad es el bien “prudencial” en la terminología del autor. Las Sociedades occidentales, desde el siglo XIX, emprendieron una amplia evolución hacia “la provisión colectiva y sin ánimo de lucro” de los bienes prudenciales (desde Bismarck a la generalización de las pensiones). Esta provisión colectiva y deseconomizada de los bienes prudenciales “actúa como una garantía colectiva que permite a los individuos y a la Sociedad escapar de las trampas miopes y asignar mejor los recursos intertemporalmente”. O sea, se descarga a los individuos de la preocupación por el largo plazo (para cuya gestión los individuos, por el descuento hiperbólico y la consiguiente miopía no están evolutivamente preparados) y se traslada la cobertura de esas necesidades al grupo. Lo que el autor rechaza es que la provisión universal y pública de los bienes prudenciales reduzca la tasa de crecimiento de una Economía. Al contrario, nos dice, la utilización del sistema financiero – mercado – para proporcionar tales bienes genera costes evitables de gran magnitud y que no han hecho sino crecer desde los años 90 hasta hoy. Los intermediarios financieros reclaman una porción cada vez mayor de los beneficios sociales que genera su actividad y, dado que manejan exclusivamente dinero, no hay garantías de que sus beneficios no superen la ganancia derivada de llevar a cabo las transacciones correspondientes (poner dinero de hoy – en que vale menos para el que se asegura – a disposición del asegurado en un mañana más o menos lejano – cuando ese dinero valdrá más para el asegurado). Es peor. Como ya sabemos, los consumidores no están en condiciones de tomar decisiones racionales al respecto de forma que es hipócrita defender la provisión privada sobre la base de que es más respetuosa con la libertad individual, por no hablar de los beneficios fiscales reclamados para los que ahorran individualmente.
Cómo se organice la cobertura colectiva es relevante. Hay básicamente dos formas: recurriendo al mercado (pensiones en forma de seguros privados, asistencia sanitaria en forma de compañías de salud privadas) y regulándolo a través de la imposición de la obligación de contratar los seguros correspondientes a los asegurados y a los aseguradores o recurriendo al Estado que extiende una garantía universal que, consecuentemente, obliga a “racionar” las cuantías de las pensiones y de la asistencia sanitaria (el recurso exclusivamente al mercado no existe en ningún país occidental. EE.UU. es un outlier pero tampoco es un sistema puro de mercado). La Sociedad, en este caso, se limita a decidir qué parte de la producción económica del país se dedicará a estos fines.
El desplazamiento a sistemas mutualistas de la producción de estos bienes prudenciales tienen un profundo efecto liberador sobre los individuos que estarán en condiciones de asumir más riesgo. Dice el autor – refiriéndose a Inglaterra - que
“durante más de un siglo – entre 1870 y 1970, los consumidores dieron prioridad a los bienes prudenciales y la provisión colectiva de los mismos creció más rápido que la Economía (lo que produjo que la participación del Estado en la Economía creciese). En los años 70 del pasado siglo, esta preferencia quedó saciada. Bajo la influencia de ingresos crecientes, cambios tecnológicos y la costumbre, los consumidores ampliaron su consumo de bienes viscerales. Los mercados proporcionaban novedad y variedad de forma mucho más efectiva que el Estado (sociedades de consumo, compárese Occidente con los países de la órbita soviética), de forma que, en la Política ganaron los que pretendían que la provisión de bienes prudenciales la llevara a cabo, en mayor medida, el mercado lo que condujo, en los años 90 del pasado siglo a una crisis de la provisión pública de tales bienes”
El pacto social al respecto se expresa en el nivel impositivo que sirve para financiar la provisión prudencial, de modo que lo que queda en manos de los individuos (el residuo) es lo que éstos pueden destinar a “consumo discrecional”
Los “clubs” (en sentido económico) y la Administración pública son las dos formas mutualistas de provisión de bienes prudenciales. El primero es local – solo los individuos que reúnen alguna característica común, la más frecuente, que viven en el mismo pueblo o ciudad –, voluntario y fácil de constituir y sostener porque limita la redistribución y se puede mantener bajo control a los gorrones. El segundo es un “hijo” del siglo XX y de Estados de gran capacidad fiscal ya que se financian con impuestos e incluyen a todos los ciudadanos (son universales) a los que se atribuye un derecho subjetivo. Sólo un Estado con una gran capacidad fiscal puede hacer semejante promesa de forma creíble porque dispone de la capacidad de obligar a todos a contribuir. Con el paso del siglo XX, la dificultad de la Administración para prestar directamente los servicios y su “competencia” para realizar pagos – sólo tiene que utilizar la misma tecnología que para la recaudación de impuestos – hizo que el Estado defiriera a actores privados la prestación de los servicios y retuviera las prestaciones en dinero. Hoy los sistemas de seguridad social en Occidente se distinguen, sobre todo, por la prestación por medios de la Administración de los servicios vs. la prestación por empresas privadas financiadas por el Estado y por la integración o no de los “clubes” en la Administración del Estado en lo que al pago de las prestaciones se refiere.
La utilización del sistema impositivo es preferible, en términos de costes, a la utilización de contratos para proveer de bienes prudenciales a la población ya que elimina por completo su necesidad. En el caso de las prestaciones universales como las pensiones de vejez, la determinación jurídica de su cuantía y requisitos y su financiación directa con cargo a impuestos puede ser de un orden de magnitud más barato de administrar que un sistema de pensiones individuales y privadas. Los "clubes" sin fines de lucro también son más costosos que la provisión universal.
y lo propio con la asistencia sanitaria como el enorme debate sobre el Obamacare ha puesto de manifiesto.
En el trabajo se justifica cómo la sociedad británica y la norteamericana llegaron a un nivel de consumo y producción pública de bienes prudenciales que saciaron las demandas sociales. La ley de los rendimientos decrecientes empezó a mostrarse y la eficiencia del sector público en la provisión de los mismos decreció. Creció, por el contrario, la “Ciencia” que ponía de manifiesto la inferioridad, en términos de bienestar social, de la provisión pública. Así fue posible la revolución neoliberal de Reagan-Thatcher de los años ochenta del pasado siglo. Dando por supuesto un extenso Estado del Bienestar, la demanda de bienes “viscerales” aumentó con el aumento de ingresos que no se destinaron a mejorar la provisión de los prudenciales. Sobreendeudamiento público y privado fue la consecuencia, el público porque los grupos sociales más ricos pidieron y consiguieron rebajas de impuestos y el privado porque los ingresos no aumentaron como para sostener niveles crecientes de consumo.
Avner Offer, Why has the Public Sector Grown So Large in Market Societies? The Political Economy of Prudence in The UK, C. 1870-2000, 2002
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