El punto de partida
es que la mayor riqueza de una Sociedad respecto de otra se debe a su mayor productividad, productividad que resulta de las innovaciones. Si las innovaciones requieren de hallazgos y logros individuales, una Sociedad más individualista será, en el largo plazo, más rica que una sociedad donde predominen los valores y creencias colectivistas. ¿Cómo se estimula si no a los individuos para innovar? El capitalismo lo hace premiando con enormes riquezas a los que introducen una innovación que sus conciudadanos valoran. La recompensa al innovador puede no ser sólo monetaria. La Sociedad puede pagar enalteciendo la posición social y el aprecio colectivo por el individuo. Desde el ennoblecimiento a las estatuas pasando por la santidad. Quizá la Iglesia Católica, al hacer santos a los que sobresalían por sus logros individuales (milagros, fundación de organizaciones como los Jesuitas) estaba premiando la innovación sin saberlo. En la cultura europea, desde antiguo, se conoce el nombre de los individuos que realizaron obras de arte (pintura, escultura) o que escribieron libros. Es curioso que, según narra Jonathan Israel, en el siglo XVII, muchos autores de libros “peligrosos” estaban dispuestos a arrostrar el riesgo de acabar en la cárcel (Inquisición) publicándolos bajo su propio nombre, aunque podrían haberlo hecho anónimamente o que los países más represivos no pudieran impedir que sus autores publicaran en Holanda (de ahí la expresión “Libros de Holanda”) o que fingieran el lugar de edición. Así, libros editados en Holanda aparecían como impresos en Padua o Nápoles. Todo esto es indicio de que, en la Sociedad europea, desde antiguo, el status social atribuido a los individuos que innovaban (en arte, filosofía, ciencia o tecnología) era muy elevado, al margen de que, antes de que se extendiera el capitalismo, pudieran o no ganarse bien la vida con sus invenciones (los ingenieros militares se ganaban bien la vida en la Edad Moderna europea). España, como se aprecia en el mapa, es un país intermedio en la escala individualismo-colectivismo. Algunos estudios (Kashima and Kashima (1998)) sugieren que hay correlación entre la posibilidad o no de omitir el pronombre “Yo” y el individualismo: en español, el pronombre puede omitirse mientras que en inglés, no. La sociedad española sería más colectivista que la inglesa.
Una sociedad puede ser colectivista en un sentido horizontal – se enfatiza la igualdad dentro del grupo y la cooperación entre individuos semejante – o vertical – donde las decisiones se defieren a una autoridad y existe jerarquía social en el grupo. Es probable que sociedades colectivistas en sentido horizontal no sean sostenibles en grupos muy grandes.
La tesis de los autores es que Sociedades individualistas permiten y promueven más innovación que Sociedades colectivistas “proporcionando un status social más elevado a los individuos que hacen descubrimientos importantes”. Y la ventaja del status social como recompensa frente a la recompensa monetaria es que “las rentas y la riqueza pueden ser expropiados, pero el status social, no”. O como decía Calderón, al rey, la vida y la Hacienda le has de dar, pero el honor (la consideración que de uno tienen los demás) es patrimonio del alma y el alma sólo es de Dios”. Recuérdese igualmente que Adam Smith basó su sociología en el deseo de los individuos de lograr la consideración y el aprecio de los demás y que la acumulación de riquezas – y el trabajo para conseguirlas – se justificaba sólo porque a través de ellas se lograba la consideración ajena hacia el individuo que había conseguido triunfar en la vida económica o la explicación weberiana del progreso económico de los países protestantes. Por tanto, dicen los autores, aunque las instituciones de un país sean predatorias – expropien al que genera riqueza – pueden proliferar las innovaciones si la cultura predominante enaltece al que las genera.
El individualismo empuja la frontera tecnológica
“Como el individualismo enfatiza la libertad personal y los logros individuales, enaltece el estatus social de los que consiguen resultados personales, tales como una innovación importante. Por otra parte, el individualismo puede dificultar la acción colectiva porque los individuos persiguen su propio interés sin internalizar los intereses colectivos. El colectivismo facilita la acción colectiva en el sentido de que los individuos internalizan los intereses del grupo en mayor medida. Sin embargo, el colectivismo promueve la conformidad y desincentiva que los individuos discrepen o destaquen. Este marco implica que el individualismo debería, ceteris paribus, promover la innovación pero el colectivismo tendría una ventaja en la coordinación de los procesos de producción en las diversas formas de acción colectiva. A pesar de este trade-off, las ventajas del individualismo tienen un efecto dinámico mientras que las del colectivismo tienen sólo un efecto estático, de manera que la ventaja del individualismo en promover las innovaciones domina en el largo plazo y proporciona a las culturas individualistas una ventaja en la promoción del crecimiento económico a largo plazo”
Las culturas más colectivistas pueden tener ventajas en la producción de bienes públicos (seguridad física, reducción de la violencia, cobertura de riesgos).
¿Por qué en el largo plazo la ventaja de la cultura individualista vence a la colectivista? Porque las ventajas de la coordinación en la producción en grupo (en lo que es mejor una cultura colectivista) se agotan cuando se alcanzan las economías de escala. Las culturas colectivistas, dicen los autores, son mejores cuando se trata de introducir innovaciones incrementales pero, cuando se trata de innovaciones disruptivas, las individualistas se llevan la palma. La globalización ha podido reducir la ventaja de las sociedades individualistas respecto de las colectivistas si éstas pueden aprovechar su mayor capacidad para la acción colectiva copiando las innovaciones que se generan en sociedades más individualistas e introduciendo innovaciones incrementales que facilitan la aparición de nuevos productos. Se explicaría así el desarrollo económico – más tardío – de Asia respecto de Europa Occidental. Los autores se refieren al trabajo de Ashraf y Galor (2007) del que se concluye que China – una sociedad colectivista – podría haber sido más rica en un “estadio malthusiano del desarrollo” (economía de subsistencia) pero devenido más pobre en el estadio de la industrialización. Las ventajas del colectivismo se agotaron en este nuevo estadio. En definitiva, “el individualismo afecta a la tasa de crecimiento de la producción y el coste del individualismo afecta al nivel de producción”. Los autores también comprueban que el individualismo está relacionado con la tasa de innovación, no con la tasa de difusión de la innovación, es decir, que los países individualistas son más ricos, no porque adopten más rápidamente las nuevas tecnologías, sino porque las crean. En realidad, las culturas colectivistas tienen un handicap añadido: que la cooperación para la producción en común se limita a la que se realiza con otros miembros del mismo grupo, de manera que no favorece la extensión de las interacciones económicas beneficiosas para todos con extraños, interacciones que explican el desarrollo económico.
¿Cómo medir si una cultura es más individualista o más colectivista?
Hay algunos estudios antropológicos que lo indican. Los autores citan a Platteau que estudia sociedades africanas en las que
“los individuos especialmente productivos son vistos con sospecha y obligados a repartir el excedente que producen con los demás miembros de la comunidad. Existen castigos colectivos que penalizan al rico en forma d ostracismo social, pérdida de status o incluso castigos físicos. Tras estos castigos se asoma el miedo a que la cohesión social se debilite y que los individuos con éxito abandonen el pueblo o no repartan el excedente de comida con los demás”.
Y, sobre todo, hay numerosos estudios basados en encuestas internacionales que concluyen, sistemáticamente, que “el Reino Unido, EE.UU. y Holanda se encuentran entre los países más individualistas mientras que Pakistán, Nigeria y Perú figuran como los más colectivistas” (el autor más relevante es Hofstede, de quien procede la imagen que antecede a esta entrada).
Si las culturas evolucionan lentamente, datos relativamente recientes – los únicos disponibles – serían útiles para deducir el grado de individualismo de una Sociedad en el largo plazo (lo que explicaría que sea más plausible que la cultura influya en las instituciones políticas y jurídicas que al contrario).
Pero hay un riesgo de que la relación causal vaya en la dirección inversa: sociedades más desarrolladas económicamente se vuelven más individualistas culturalmente.
En concreto,como primer indicador del individualismo/colectivismo los autores recurren a la genética: la presencia en una población del alelo S en el gen 5HTTLPR que transporta la serotonina y que “hace a la gente más proclive a la depresión cuando se enfrenta a acontecimientos estresantes” Chiao y Blizinsky (2009) y el alelo G en polimorfismo A118G que es un gen receptor de los opioides que crea “un dolor psicológico más fuerte” cuando se sufre exclusión social” Way and Liebermann (2010). También utilizan la prevalencia histórica de determinados patógenos en un área determinada (Murray and Schaller (2010): “el colectivismo se concibe así como un mecanismo de defensa frente a la mayor prevalencia de los patógenos”.
Estas variables genéticas parece que influyen en los rasgos de la personalidad, del mismo modo que la presencia de patógenos. En ambos casos, pueden inclinar a las poblaciones “a adoptar una cultura colectivista”. Lo bueno de estas variables, dicen los autores es que “no parecen estar correlacionadas con la renta per capital a través de ningún otro canal que no sea el colectivismo”. La variedad genética en una población también sería un indicador de individualismo. Los marcadores genéticos indicados estarían así correlacionados con la cultura correspondiente porque los padres transmiten no sólo los genes, sino también la cultura. En su muestra, EE.UU y Gran Bretaña son los países más individualistas de acuerdo con el anterior parámetro. De forma que se pueden utilizar como “testigos” del individualismo de los demás midiendo la “distancia genética” respecto de Gran Bretaña. Otro dato interesante, en EE.UU., los miembros de grupos étnicos con culturas más individualistas tienden, en mayor medida, a convertirse en científicos e investigadores.
El individualismo explica una proporción significativa de la variación en el desarrollo económico
El resultado del análisis econométrico es que, controlando por muchas otras potenciales explicaciones,
“una desviación estándar en la puntuación de individualismo prácticamente dobla el ingreso por trabajador… estas estimaciones son consistentes con las variaciones regionales de los ingresos dentro de países como Italia (obsérvese que, en el mapa, Italia aparece como una sociedad muy individualista a pesar de que el Mezzogiorno es colectivista) que presentan considerables variaciones culturales entre sus regiones”.
También es interesante que los autores concluyan que el individualismo – y la cultura – explican el mayor nivel de desarrollo económico con independencia de la “calidad” de las instituciones “la cultura explica las diferencias de ingresos entre países, como mínimo, tanto como las instituciones” y el individualismo está correlacionado con el nivel de confianza generalizada pero el individualismo explica mejor las diferencias en el desarrollo económico que la confianza y los autores no han encontrado otras diferencias culturales entre Sociedades con mayor poder explicativo que la escala individualismo/colectivismo.
Los autores cierran con una sugerencia para la ayuda al desarrollo. Si el país en vías de desarrollo tiene una cultura muy colectivista, la ayuda para producir bienes públicos (agua potable, escuelas) puede ser más efectiva. Si es más individualista, la ayuda para construir infraestructuras puede ser más efectiva.
En un trabajo posterior, los autores añaden que los países con culturas individualistas se democratizan antes y que los más colectivistas “pueden permanecer bajo formas autocráticas de gobierno relativamente eficientes por largos períodos de tiempo” (Gorodnichenko/Roland, 2015), lo que se sigue sencillamente de lo expuesto si se piensa que la libertad es imprescindible para “el libre desarrollo de la personalidad” de los individuos y que, del lado contrario, un dictador benevolente garantiza la estabilidad social por lo que presenciaremos más revueltas democráticas – y con más ocasiones, más probabilidad de que acaben triunfando – en sociedades individualistas. La relación causal va en la dirección individualismo a democracia y no al revés (de nuevo utilizando la prevalencia de patógenos).
La irrigación agrícola como origen de culturas colectivistas
Johannes C. Buggle, en un paper más reciente (Irrigation, Collectivism and Long-RunTechnological Divergence) apunta a una posible explicación del desarrollo de culturas más colectivistas o más individualistas. En su estudio de la extensión de la irrigación en la producción agrícola, este autor sugiere que una agricultura de regadío – que exige un elevado nivel de coordinación entre los miembros del grupo que cultiva un terreno porque no puede practicarse eficientemente por un agricultor individual - pudo haber favorecido el desarrollo de una cultura colectivista. El grado de sofisticación y complejidad de los “arreglos” entre los agricultores de una zona para gestionar el regadío de sus tierras es, ciertamente, sorprendentemente alto, como puede verse en los elaborados sistemas de control del uso individual del agua y en la creación de instituciones jurídicas – tribunales de aguas, derechos de propiedad sobre derechos – y títulos de legitimación – albalaes – en el mediterráneo español. Pero la coordinación se extiende, sobre todo al tiempo de siembra y al de cosecha (para evitar la extensión de las plagas) lo que puede provocar que el agua para regar sea insuficiente. Por el contrario, un agricultor de secano no depende de otros agricultores. Sólo del cielo.
En el trabajo de Buggle se añade un matiz de gran interés al distinguir, entre las zonas donde se practicaba en la antigüedad agricultura de regadío entre zonas ribereñas de grandes ríos y climas relativamente más secos y zonas de montaña. En las primeras, el regadío se asocia con una preferencia más acusada por la obediencia – porque esa forma de regadío requiere de una intensa coordinación centralizada del trabajo de los agricultores – y el regadío se practica “a gran escala”. En las segundas, se observa una presencia de normas y actitudes más intensas de cooperación porque, en este caso, no hay grandes economías de escala pero persiste la necesidad de cooperar. Se generan, en tal caso “comunidades de regantes” que se organizan cooperativamente. Tendríamos un colectivismo vertical en el caso de las zonas áridas ribereñas de grandes ríos y un colectivismo horizontal en las zonas de montaña. Sería interesante comprobar cómo se relacionan estos dos tipos de colectivismo con la innovación.
El autor añade que existe una asociación negativa fuerte entre “la proporción de la población de un país cuyos ancestros utilizaban la irrigación y la producción científica actual”. Y de forma semejante a los autores antes mencionados, el “reverso de fortunas” se produce a partir del año 1500, esto es, cuando la agricultura empieza a perder peso como fundamento de la Economía de los países. La vía a través de la cual estos valores se transmiten es la cultura, no la localidad geográfica. Así resulta del mayor colectivismo de aquellos cuyos ancestros fueron agricultores de regadío (“la medida de potencial de irrigación de una localidad que no se ajusta teniendo en cuenta los antecesores constituye un predictor mucho peor de colectivismo e innovación”… “los descendientes de sociedades de regadío tienden a seleccionar trabajos intensivos en tareas rutinarias y que requieren seguir reglas y órdenes mas que desarrollar conductas independientes”). El autor aduce otro trabajo que indica que, en Europa, los países que desarrollaron más tarde la agricultura son más individualistas (Olsson & Paik, 2016). Es la cultura de la irrigación la que explicaría el mayor colectivismo de las poblaciones – como las asiáticas – que cultivaban arroz y el mayor individualismo de las que cultivaban trigo – como las europeas –. La “prueba” de que es el regadío y no el tipo de cereal lo relevante es que, según Buggle “el arroz de regadío es relevante para el nivel de colectivismo pero no para el arroz que se cultiva en zonas muy lluviosas y, por tanto, que no necesita de regadío”. Si uno especula mucho, la decadencia económica de España se podría asociar al predominio de la cultura andaluza sobre la castellana a partir del siglo XVII en que el protagonismo pasa de las ciudades castellanas a Sevilla y, más tarde, Cádiz.
Yuriy Gorodnichenko & Gerard Roland, Culture Institutions and the Wealth of Nations, 2016
3 comentarios:
Me parece muy interesante el artículo comparando el individualismo propio de las sociedades europeas, especialmente del mundo anglosajón frente al colectivismo de las sociedades asiáticas. Hace unos meses escribí un artículo en mi blog analizando el origen del derecho a la propiedad me gustaría que lo pudiese leer y darme su opinión.
http://justiciazero.blogspot.com.es/2017/04/el-origen-del-derecho-la-propiedad.html
Muy interesante, pero no me parece bien que ya se asuma de primeras que el invidualismo implica mayor nivel de innovación. Japón y China son muy colectivistas, y son quiénes más innovan en el mundo hoy en día.
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