“Es el sentimiento que surge al observar que otro está sufriendo y que motiva un deseo subsiguiente de ayudar”
a costa, naturalmente, de un sacrificio propio. No es una actitud ni una disposición a ayudar a otros, sin más, sino a ayudar a otros cuyo sufrimiento observamos y, por tanto, que experimentamos como alguien distinto de nosotros por lo que estaría relacionado con la formación de la identidad individual y permite distinguirla de la tristeza. Emociones relacionadas pero no exactamente iguales son la empatía, simpatía, la tristeza o aflicción y la lástima. La compasión no es empatía o simpatía porque éstas hacen referencia exclusivamente a “la experiencia vicaria de las emociones de otro”. Y no es lástima porque lástima “incorpora la valoración adicional de sentir preocupación por alguien que es considerado inferior a uno mismo”. Tampoco es tristeza o aflicción porque tristeza es lo que experimentamos cuando experimentamos una pérdida personal, no de otros (de ahí que se hable de “autocompasión”).
Así pues, según los autores del trabajo que resumimos, la compasión sería una emoción autónoma. Para otros autores, la compasión sería una forma de empatía: la que sentimos hacia alguien que está sufriendo porque somos capaces de ponernos en su lugar (vicariamente). Y otros creen que es una mezcla de amor y tristeza.
Un análisis evolutivo de la compasión
debería explicarla como adaptaciones a situaciones relacionadas con la supervivencia y la reproducción de los individuos. ¿Por qué la selección natural y sexual habría hecho emerger la compasión? Las explicaciones que nos narran los autores son las siguientes
1. La compasión aumenta el bienestar de la prole, o sea, incrementa las posibilidades de reproducción (si la prole es, como es el caso de los humanos, especialmente vulnerable hasta transcurridos muchos años desde el nacimiento) al aumentar las posibilidades de que llegue a adulta gracias a que evoca el sentimiento de compasión de los adultos cuando sufren. Es decir, la compasión habría surgido en el entorno del cuidado de la prole haciéndonos especialmente atentos a expresiones por su parte de sufrimiento, expresiones que estarían relacionadas con riesgo de morir.
2. Los machos más compasivos se reproducen más porque son más frecuentemente elegidos por las hembras que deducen de la compasión que esos individuos dedicarán más recursos al cuidado de la prole: mayor tendencia a la monogamia y a la fidelidad en el largo plazo: “la sensibilidad a las necesidades de los demás, resultado de la compasión, es un criterio central en la formación de lazos íntimos” entre los individuos de modo que hombres y mujeres, en el proceso de selección de partners sexuales “prefieren emparejarse con individuos más compasivos” lo que debería “aumentar las tendencias compasivas en el pool genético”.
3. La compasión permite la intensificación de la cooperación con individuos no emparentados genéticamente: “una emoción como la compasión sirve como motivación interna y como recompensa por comportarse cooperativamente”. Del mismo modo que cuando se selecciona pareja sexual, individuos más compasivos serán preferidos en las relaciones cooperativas dentro de un grupo porque son más dignos de confianza lo que los hace mejores compañeros tanto – sobre todo – para producir en común como para intercambiar.
Las tres explicaciones no son, obviamente, incompatibles. Son más bien complementarias. Surgida en el marco del cuidado de la prole, la compasión beneficia a los que expresan tal emoción en forma de mayores posibilidades de emparejamiento y de cooperación beneficiosa con otros miembros del grupo.
La compasión presupone la capacidad humana para expresar el sufrimiento. Si los demás no pueden apreciar nuestro sufrimiento, la compasión no se desataría y, viceversa, alguien que está sufriendo él mismo, no puede compadecerse de otro, por lo que los demás deben poder apreciar el sufrimiento de otro para no “interpretar” erróneamente su comportamiento y tachar su conducta como no-cooperativa, lo que reduciría notablemente el valor evolutivo de la compasión. Y, el objetivo de la emoción de la compasión sería, precisamente, reducir el sufrimiento.
Lo que distingue – como emoción – a la compasión de otras emociones se encontraría en que lo que mueve de forma más potente a la compasión es la percepción del sufrimiento de individuos vulnerables como bebés que lloran, niños malnutridos o personas que duermen en la calle. La compasión, como cualquier emoción, no es ilimitada o incondicional “está modelada por ratios de coste-beneficio”. Así, será más probable cuando haya una relación genética entre el que se compadece y el que sufre; cuando el que sufre es un potencial cooperador con el que se compadece y cuando el coste de compadecerse es bajo en relación con el beneficio para el que sufre (si podemos eliminar o reducir el sufrimiento a bajo coste para nosotros). Si no podemos resolver el problema, sentiremos aflicción o lástima pero el sufrimiento no nos moverá a actuar. De ahí que no observemos mucha compasión en situaciones de emergencia que afectan a todo el grupo. El “sálvese quien pueda” es la regla que dicta la evolución. Dicen los autores que convendría estudiar la relación entre la capacidad de uno para aliviar el sufrimiento de otro y la extensión de la compasión. Individuos que se creen más “poderosos” o “competentes” deberían ser más compasivos. Parece que hay correlación entre la capacidad para el autocontrol y para cambiar de tareas y la compasión. Si puedo controlarme o puedo cambiar fácilmente de tarea, soy más “competente” para aliviar el sufrimiento de otro. La compasión vence a la desesperación.
También es relevante el juicio acerca de si el que sufre se “ha buscado” el sufrimiento o es “inocente” al respecto, lo que explicaría la “Schadenfreude” o la alegría que experimentamos ante el sufrimiento de un enemigo o un malvado (de uno que no coopera, recuérdese la existencia del castigo prosocial). Sin esta discriminación acerca de las causas del sufrimiento de otro, los individuos compasivos serían explotados fácilmente por otros que podrían fingir el sufrimiento o no cuidar de sí mismos, es decir, ser explotados por parásitos – gorrones – en el grupo y, a la larga, reducir las posibilidades de supervivencia y de reproducción del más compasivo ya que prescindiría de recursos escasos a favor del parásito lo que, en un entorno de subsistencia y riesgos elevados de morir debe de ser una presión evolutiva significativa. Si “se lo ha buscado” no moverá nuestra compasión. Si acaso, sentiremos lástima y más frecuentemente reaccionaremos reprochándole su conducta, no ayudándole. Recuérdese la parábola del hijo pródigo. No podría haber sido la parábola del vecino pródigo o del conocido pródigo. Solo un padre se compadece de un hijo que ha malgastado su herencia. Para el resto de las relaciones, “se siente compasión por los altruistas y cooperadores, no por los competidores egoístas”.
¿Cómo expresamos físicamente la compasión?
Los autores dan cuenta de los estudios realizados para determinar qué posturas físicas y expresiones faciales indican la emoción de la compasión (y las hay y son distintas de las que reflejan tristeza o desesperación) aunque “las tasas de reconocimiento de las fotografías de caras humanas que reflejaban compasión son más bajas que para otras emociones como la tristeza, la felicidad o el miedo” lo que los autores explican por la falta de contexto social que acompañe a las imágenes presentadas. Si la compasión nos mueve a ayudar, el auxiliado debería estar presente en la imagen y la interacción entre ambos, también porque “el tacto es un un medio muy poderoso a través del cual los individuos reducen el sufrimiento de los otros” ya que – como cualquiera que haya cogido en brazos a un bebé que llora sabe – reduce el stress y la activación de las regiones cerebrales asociadas al stress. Y, por otro lado, somos capaces de identificar el sentido de unos golpecitos en el antebrazo como expresión de una emoción u otra (simpatía-compasión vs., amor o gratitud). De manera que ciertas emociones se expresan fidedignamente a través de la expresión facial y otras, preferiblemente a través del tacto o, en el caso de la compasión, también a través de la voz. Y se refleja en una reducción del ritmo cardíaco, de la conductividad de la piel además de otras manifestaciones fisiológicas.
En el marco de la moralidad y de las intuiciones morales (reacciones automáticas a lo que percibimos como “bien” y “mal”) la compasión “motiva el juicio moral y la acción del individuo en el dominio moral específico relacionado con el daño injustificado”, acción que es altruista: reducir el sufrimiento del que lo padece inmerecidamente, sin esperar recompensa. A la vez, – esto es interesante – la “compasión disminuye la tendencia a castigar a los que han causado el sufrimiento”. Y, potencialmente, la compasión debería guiar también nuestro comportamiento en relación con acciones “para incrementar las libertades o derechos de otros”. Es la compasión, pues, lo que nos movería a hacer algo no solo por los subsaharianos que tratan de llegar a Europa sino también por los venezolanos o los cubanos que sufren la opresión.
Jennifer L. Goetz, Dacher Keltner, and Emiliana Simon-Thomas, Compassion: An Evolutionary Analysis and Empirical Review, Psychol Bull. 2010 May ; 136(3): 351–374.
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