Algunos comportamientos tradicionales podrían ser aprendidos mediante la observación del comportamiento de los adultos. Pero hábitos más difíciles se habrían propagado a través de la enseñanza entre parientes. A diferencia del aprendizaje humano, sin embargo, , la mayoría de la enseñanza de los animales simplemente consiste en crear mejores oportunidades para que el alumno aprenda, como cuando los suricatos proporcionan a sus cachorros escorpiones ya heridos para que los cachorros aprendan a manipular presas peligrosas. Sin embargo, son raros los casos en los que los animales muestren indicios de interacción entre maestro y alumno, es decir, en los que el maestro responda de manera que aliente o desaliente el comportamiento del alumno. Un caso de este tipo es el de la exhibición materna de una gallina que picotea y rasca intensamente el suelo para distraer a sus pollitos y que no ingieran comida inadecuada.
Corregir los errores del cachorro es, por supuesto, una característica de la enseñanza humana y la corrección sistemática de errores permitió probablemente la transición desde las meras convenciones (sin normatividad) a la organización de las relaciones sociales a través de normas. En lugar de enseñar simplemente una forma de comportarse, los humanos empezaron a insistir en cuál era el modo correcto de comportarse. Eventualmente, las sociedades se diferenciaron por el conjunto particular de normas que dictaban cómo debían actuar los individuos -por ejemplo, cómo debían encenderse un fuego, cómo atrapar tortugas, cómo debían cultivar la tierra… reglas que se propagaban a través del lenguaje, esto es, de la instrucción verbal.
Añadan a esto
- la opacidad causal (las normas no son intuitivas y son diferentes en cada sociedad, lo que obliga a que las sociedades incorporen un sistema de enseñanza de las reglas que asegure que la transmisión es fidedigna) y
- su formalización (del conocimiento) que permitió extender la enseñanza fuera de la familia en las Sociedades que crearon las instituciones adecuadas (contrato de aprendiz, gremios, donde los padres “pagan” a un extraño para que enseñe a sus hijos) lo que aceleró extraordinariamente la difusión de los conocimientos.
para poder concluir, como hace el autor, “la importancia de la capacidad única de los humanos para el aprendizaje social, para enseñar y para el lenguaje” en la capacidad, también única, de los humanos para sostener la cooperación a gran escala.
El autor explica que el intercambio en su forma más primitiva – trueque – requiere de una gran capacidad cognitiva porque las partes del intercambio tienen que negociar (lo que cada uno trae al intercambio es una cosa distinta a la que trae el otro) y ponerse de acuerdo en la tasa de cambio, es decir, determinar el valor de una cosa por relación a otra. ¿Cuantas barras de hierro equivalen a un collar de piedras brillantes? Dice el autor que esa negociación es muy difícil sin lenguaje y lo propio con la reciprocidad indirecta: sin el cotilleo – verbal – es imposible que se desarrolle una reputación y los mejores “mentirosos” no sobrevivirían. La “historia” se completa con la coevolución de genes y cultura que nos ha hecho que los humanos nos hayamos domesticado, esto es, nos hayamos vuelto más dóciles (como los perros desde que eran lobos hasta convertirse en mascotas) lo que tiene su lado siniestro: nuestros niños han evolucionado para dejarse adoctrinar, de manera que las “malas influencias”, como las de un imán salafista pueden ser muy eficaces para configurar la conducta de individuos suficientemente aislados de otras influencias y suficientemente integrados en el grupo sometido al adoctrinamiento. No en vano, los grupos más eficaces en la transmisión de pautas de conducta y creencias son los que “internan” y aíslan a los pupilos como ocurre con los soldados (los guardias civiles viven en casas-cuartel) y a los frailes se les “interna” y aísla en los seminarios durante su etapa de formación. En ambos casos también, el aprendizaje consta, en buena medida, de la repetición de conductas realizadas al unísono (desfilar, cantar, rezar) lo que favorece la prosocialidad. Sincronizar las conductas permite enormes ganancias de eficiencia en las labores colectivas.
Para ver las entradas relacionadas, v., la lista al final de esta y esta
Kevin N. Laland, On the Origin of Cooperation The New Atlantis, 2017
No hay comentarios:
Publicar un comentario