lunes, 7 de octubre de 2024

Las reglas de la conversación privada y las reglas de la discusión pública son distintas

Europeana en Unsplash

Dice Laurie Miller Hornik

Cada vez más -debido probablemente a la influencia de las redes sociales, los videojuegos y otras distracciones en línea- muchos de nosotros caemos involuntariamente en la trampa de leer para que se confirmen nuestras opiniones predeterminadas. Leemos argumentos que creemos de inmediato o con los que ya estamos de acuerdo, y confirmamos nuestra aprobación con "me gusta" virtuales. Volvemos a publicar, compartimos, reenviamos y retuiteamos. En el otro extremo, con base en nuestros patrones pasados, los algoritmos nos ofrecen de forma sistemática artículos que probablemente saben que nos enfurecerán y nos provocarán. Como era de esperar, dudamos inmediatamente y despotricamos en los comentarios. A menudo, ni siquiera terminamos de leer el artículo antes de ofrecer ideas mordaces sobre por qué es claramente erróneo.

Y, sin ninguna prueba empírica, la propia Miller Hornik "salta" a la conclusión: 

Ninguna de estas experiencias de lectura despierta realmente nuestra curiosidad, empatía o capacidad de pensamiento crítico. Tampoco es probable que nos lleven a aprender mucho sobre el mundo o sobre las perspectivas de otras personas.

¿Cómo lo sabe? Mi intuición es justo la contraria. Cada vez que leemos un artículo que confirma nuestros prejuicios, añadimos algo, muy poca cosa seguramente, a nuestro 'modelo' mental sobre esa cuestión. Cada vez que leemos algo que nos enfurece, nuestro 'modelo' mental sobre esa cuestión se perfecciona. Si uno no es un cabestro incapaz de modificar sus modelos (lo cual te convierte en alguien que difícilmente sobrevivirá en un entorno cambiante), esta actitud mental es la que más eficazmente contribuirá a mejorar nuestros 'modelos'.  

Miller Hornik pone el ejemplo de la afirmación "Todo el mundo debería ser vegetariano". Y pide a sus estudiantes que, aunque estén en contra de que todos nos hagamos vegetarianos, intenten exponer los mejores argumentos posibles a favor de tal afirmación. Y luego les pide que se pongan en modo "duda" y expongan los mejores argumentos posibles en contra de tal afirmación.

De nuevo, a mi me parece que estos intelectuales - Elbow es el 'inventor' de este método de aprendizaje - se equivocan. Es mucho más eficaz plantear el debate como se plantea en general y en las facultades de Derecho en particular. Una de las partes ha de encontrar los mejores argumentos a favor del vegetarianismo y otra los mejores en contra. Tras la discusión pública, todos estarán mejor porque habrán oído los mejores argumentos a favor y en contra y lo habrán conseguido de forma más 'eficiente' por la 'especialización' y 'división del trabajo'. Cuando la discusión se plantea como una competición, se afilan los incentivos para encontrar los mejores argumentos si, hacerlo, a juicio de la 'audiencia' permitirá resultar ganador

La feminización de la educación (intuyo) ha llevado a creer que el método Elbow es preferible al debate competitivo. Y no creo que sea así. El mercado es siempre preferible porque requiere menos de cada uno.

Miller Hornik confunde, a mi juicio, dos ámbitos que se rigen por reglas distintas: el diálogo (o la conversación) privado y la discusión pública. 

En el diálogo privado, debemos tratar de entendernos y conceder al otro que actúa de buena fe; tratar de entender sus argumentos y examinarlos in bonam partem. Pero no porque eso nos aproxime más rápidamente a la verdad, sino porque si no actuamos así, simplemente, el diálogo se terminará. El diálogo privado es un acto de cooperación que cualquiera de las partes puede dar por terminado unilateralmente y ad nutum, sin dar explicaciones. Es una relación personal en el que están implicados dos sujetos emocionalmente que sólo puede 'continuar' si hay aproximación emocional. Si ambos están a gusto.

En la discusión (o deliberación) pública, las reglas son distintas. La discusión, si no se entabla como una polémica bilateral entre individuos concretos, no es 'personal'. Las emociones que nos mantienen vinculados y estrechan los lazos entre dos seres humanos concretos no entran en juego. No se trata de que, tras la discusión, los dos que  dialogan se quieran y respeten más y deseen intensificar sus relaciones. No hay seres humanos implicados. En la discusión pública entablamos relaciones de mercado. Y en el mercado, todo está permitido menos el engaño y la violencia (Adam Smith). Porque en el marketplace of ideas el objetivo es (i) maximizar el bienestar social encontrando, entre todos, las mejores respuestas a los problemas sociales y (ii) aproximarnos a la verdad sobre la Naturaleza y la Sociedad.

Pero una y otra vez, los intelectuales profesionales y amateur insisten en aplicar las reglas del diálogo privado a la discusión pública. Y así no nos acercamos ni al bienestar general ni a la verdad. Porque la audiencia que asiste a esa discusión pública necesita señales poderosas y claras de las posiciones en discusión. Necesita de la simplificación, incluso grosera, de las cuestiones para poder participar en las decisiones públicas  Lo bueno del mercado es que no obliga a nadie a 'contratar'. Si los comentarios te parecen mordaces, no los leas. Si crees que alguien publica opiniones sesgadas, insinceras o dañinas, no lo leas. Lee poesía y libros de ficción. Y mantén conversaciones privadas con quien te caiga bien, de manera que puedas empatizar y simpatizar con él fácilmente y la conversación fluya y genere emociones positivas en ambos. Pero así, seremos todos más felices, quizá. Pero no seremos una sociedad próspera ni avanzada científica y tecnológicamente.

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