martes, 15 de octubre de 2024

Guerreros y campesinos

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Conservemos, sin embargo, la imagen global de una sociedad agraria mal equipada y obligada, para producir sus alimentos, a enfrentarse a la naturaleza con las manos casi desnudas. El aspecto muy clareado que presenta en el siglo VII la ocupación del suelo depende tanto de la precariedad de equipos como de la insuficiencia demográfica. Las tierras cultivadas permanentemente son raras; se reducen estrictamente a los suelos menos resistentes al trabajo campesino. De estos campos los hombres sacan una parte de su alimento, pero sólo una parte. Mediante la recogida de los frutos salvajes, a través de la pesca o de la caza —la red, la trampa, todos los ingenios de captura son, y serán por mucho tiempo, armas primordiales en el combate por la supervivencia— , y gracias a la práctica intensiva de la ganadería los hombres encuentran suficientes alimentos en las riberas, en el río, en las tierras baldías y en el bosque… los pobres mantenidos en los hospicios de Luca recibían cada día, en el año 765, un pan, dos medidas de vino y una escudilla de legumbres condimentadas con grasa y aceite…

Cuando los pesquisidores que visitaron a fines del siglo VIII el dominio real de Annappes quisieron evaluar las reservas alimenticias conservadas en los cilleros y en los graneros hallaron relativamente poco grano, pero gran cantidad de quesos y de cuartos de cerdo ahumado. Sin embargo, el inventario que realizaron muestra también la existencia de molinos y cervecerías, que permitían la transformación de cereales y que habían sido construidos por sus dueños para sus propias necesidades, pero que, mediante el cobro de una parte proporcional de la materia prima transformada, el dueño ponía a disposición de los agricultores de la vecindad. Lo que prueba que, incluso en esta región muy pastoril y aun al nivel de la pequeña explotación campesina, los campos de cultivo figuraban en el centro del sistema de producción.

es de suponer que, de ordinario, la cosecha de cereales de primavera era muy inferior a la de cereales de invierno, y que a menudo los campos permanecían sin cultivar durante varios años consecutivos: las tierras de la abadía flamenca de Saint-Pierre-au-Mont-Blandin no daban cosecha más que un año de cada tres. Las insuficiencias de los útiles de trabajo y de la ganadería obligaban por consiguiente a extender desmesuradamente el espacio agrícola…

… era necesario dedicar a simiente el 54 por 100 de la cosecha procedente de la escanda, el 60 por 100 de la de trigo, el 62 por 100 de la de cebada y la totalidad de la de centeno… rendimientos… situados entre el 1,6 y el 2,2 por 1, distan mucho de ser excepcionales en la agricultura antigua… El monasterio lombardo de Santa Giulia de Brescia, que consumía cada año unas 9.000 medidas de trigo, hacía sembrar 6.000 para cubrir sus necesidades —es decir, que el rendimiento normal se calculaba en 1,5 por 1… Obligados a reservar para la futura simiente una parte de la cosecha, cuando menos igual a la que necesitaban para alimentarse —y esta parte se la disputaban durante todo el año los roedores y en parte se pudría—, bajo la amenaza de ver este débil sobrante reducirse sensiblemente cuando el tiempo de otoño o el de primavera habían sido demasiado húmedos, los hombres de Europa vivían con la obsesión del hambre. El bajo nivel de los rendimientos cerealísticos explica la poca vitalidad de una población ya muy escasa.

Lo más chocante de estas observaciones es la gravedad de la mortalidad infantil. Representa cerca del 40 por 100 del conjunto: de cada cinco difuntos uno ha muerto en edad inferior a un año; dos antes de los catorce. Entre los adultos la muerte golpeaba sobre todo a madres muy jóvenes, de manera que la tasa de fertilidad se sitúa en 0,22 para las mujeres fallecidas antes de los veinte años, en 1 para las mujeres muertas entre veinte y treinta, y en 2,8 para las que sobrevivir vieron hasta el final del período de procreación

En la Europa de los siglos VII y VIII, todos los textos que subsisten revelan la presencia de numerosos hombres y mujeres a los que el vocabulario latino denomina servits y ancilla o que son conocidos con el sustantivo neutro de mancipium, que expresa más claramente su condición de objetos. En efecto, son propiedad de un dueño desde que nacen hasta que mueren, y los hijos concebidos por la mujer esclava son obligados a vivir en la misma sumisión que ésta hacia el propietario de su madre. No tienen nada propio. Son instrumentos, útiles dotados de vida a los que el dueño usa según sus deseos, mantiene si le parece conveniente, de los que es responsable ante los tribunales, a los que castiga como quiere, a los que vende, compra o regala. Útiles de valor cuando se hallan en buen estado, pero que parecen tener, en algunas regiones al menos, un precio relativamente bajo. En Milán, en el año 775, se podía adquirir un muchacho franco por doce sueldos; un buen caballo costaba quince. También en las comarcas próximas a zonas agitadas por la guerra era corriente que los simples campesinos poseyesen estos útiles para todo: en el siglo IX, el administrador de un dominio perteneciente a la abadía flamenca de Saint-Bertin, que cultivaba en propiedad veinticinco hectáreas de labor, mantenía una docena de esclavos, y los pequeños campesinos dependientes del señorío del monasterio austrasiano de Prüm hacían cumplir por sus propios mancipia los servicios de siega del heno y de recolección a que estaban obligados.

… la población servil se reconstruía al mismo tiempo por la procreación natural, por la guerra y por el comercio. Las leyes preveían también que un hombre libre, obligado por la necesidad, decidiese enajenar su persona o que, en castigo de algún delito, fuera reducido a servidumbre.

El cristianismo no condenaba la esclavitud. No la atacó. Simplemente prohibía, y esta prohibición no fue más respetada que muchas otras, que se redujese a servidumbre a los bautizados

Además proponía como una obra piadosa la liberación de los esclavos, lo que hicieron, entre otros, numerosos obispos merovingios. El resultado más visible de la impregnación cristiana fue el reconocimiento a los no libres de derechos familiares. En Italia, la idea de que los esclavos podían contraer matrimonio legítimamente adquirió fuerza durante el siglo VII; se pasó de la prohibición a la tolerancia, y después a la reglamentación de la unión entre un esclavo y una mujer libre. Estos matrimonios mixtos —representativos de la ruptura progresiva de una segregación— y la práctica de la manumisión hicieron aparecer categorías jurídicas intermedias entre la libertad completa y su ausencia total… personas, pese a no hallarse tan estrictamente atados por los lazos de la servidumbre, seguían en estrecha dependencia de un señor que pretendía disponer de sus fuerzas y de sus bienes. La existencia en el interior del cuerpo social de un número considerable de individuos obligados al servicium, es decir, a la prestación gratuita de un trabajo definido, y cuya descendencia y propiedades estaban a disposición de otro, es uno de los rasgos fundamentales de las estructuras económicas de esta época…

… Un capitular de Carlomagno fechado en el año 789 nos permite entrever cómo se repartían los trabajos dentro del grupo familiar: las mujeres estaban encargadas del trabajo textil: cortar, coser, lavar los vestidos, cardar la lana, preparar el lino, esquilar las ovejas; a los hombres les incumbía, además de atender a las supervivencias del servicio de armas y de justicia, el trabajo de los campos, de las viñas y de los prados, la caza, el acarreo, la roturación, la talla de piedras, la construcción de casas y empalizadas…

Los patrimonios eclesiásticos no cesan de aumentar gracias a un fuerte movimiento de donaciones piadosas. A través de estos donativos se constituyó, por ejemplo, en menos de tres cuartos de siglo, la enorme fortuna territorial de la abadía de Fontenelle, fundada en Normandía en el año 645. Las limosnas proceden ante todo de los reyes y de los nobles, pero también, en lotes minúsculos, de la gente pobre, según puede verse en las noticias de los libri traditionum, de los libros en los que se registraron las adquisiciones de los monasterios de Germania meridional y que proporcionan el más claro testimonio del mantenimiento tenaz en el siglo VIII de una propiedad campesina.

La aparición y la multiplicación de las explotaciones campesinas en el siglo VII son… el resultado de… una manera nueva de utilizar la mano de obra servil. Parece que los grandes propietarios hayan descubierto en esta época que era beneficioso casar a algunos de sus esclavos, situarlos en un manso, encargarles el cultivo de las tierras colindantes y hacerlos responsables del mantenimiento de su familia. El procedimiento reducía las cargas del dueño, al reducir los gastos de mantenimiento de los siervos domésticos; estimulaba el celo en el trabajo del equipo servil y acrecentaba su productividad; acrecentaba también su renovación, puesto que confiaba a los matrimonios de esclavos el cuidado de sus hijos hasta que estuviesen en edad de trabajar. Esta última ventaja se convirtió, sin duda, poco a poco, en la más evidente. Parece en efecto que el número de esclavos haya disminuido en la mayor parte de los mercados de Europa occidental a lo largo de los tiempos merovingios y carolingios. Esta rarefacción procede tal vez de un rigor progresivo de la moral religiosa hacia la esclavización de los cristianos; con mayor seguridad es una consecuencia del desarrollo de un tráfico con destino a los países del Mediterráneo meridional y oriental: la mayor parte de los esclavos obtenidos en la guerra podían ser vendidos fuera de la cristiandad latina, donde los precios no cesaban de subir. Hasta el punto de que los propietarios tuvieron interés en organizar su cría; el sistema más seguro era entonces confiarlos a los padres y para ello sacar a éstos de la promiscuidad doméstica y dejarlos vivir en su propio hogar.

Los inconvenientes de esta movilización estacional eran mínimos en una sociedad de esclavos y de cultivadores itinerantes en la que la parte propiamente agrícola era reducida. Se agravaron cuando los campos permanentes adquirieron mayor importancia, cuando la zona de operaciones guerreras tendió a alejarse al integrarse las tribus en una formación política más extensa, cuando las técnicas militares se perfeccionaron y la dirección de la guerra necesitó, para ser eficaz, un equipo menos rudimentario. Desde entonces, combatir se convirtió en una pesada carga cuya repercusión, en el momento del año en el que la tierra cultivada exige cuidados constantes, fue difícilmente soportable para la mayoría de los campesinos.

La situación de los bienes de la aristocracia era igualmente causa de pérdidas al obligar a constantes traslados de riquezas. Esta necesidad explica el peso enorme de los servicios de mensajería y de acarreo entre las prestaciones impuestas a los campesinos dependientes. Una considerable parte de la mano de obra se hallaba dedicada, a lo largo de los senderos y de las corrientes de agua, a estas tareas de transporte y de contacto que, en este mundo tan poco poblado y tan mal preparado para producir, reducían aún más y en forma notable las fuerzas disponibles para el trabajo de la de la tierra…

este mundo salvaje se halla dominado por el hábito del saqueo y por las necesidades de la oblación. Arrebatar, ofrecer: de estos dos actos complementarios dependen en gran parte los intercambios de bienes. Una intensa circulación de regalos y contrarregalos, de prestaciones ceremoniales y sacralizadas, recorre de pies a cabeza el cuerpo social; las ofrendas destruyen en parte los frutos del trabajo, pero aseguran una cierta redistribución de la riqueza, y sobre todo procuran a los hombres ventajas que éstos consideran decisivas: el favor de las fuerzas oscuras que rigen el universo…

las leyes de Ine, rey de Wessex, quien, refiriéndose a los agresores, invita a establecer las siguientes distinciones: si son menos de siete, son simples ladrones; si son más numerosos, forman una banda; pero si son más de treinta y cinco, nos encontramos claramente ante una campaña militar… De hecho, todo extranjero es una presa; pasadas las fronteras naturales creadas por los pantanos, los bosques y los espacios incultos, el territorio que ocupa el extraño es un territorio de caza; todos los años, bandas de jóvenes bajo la dirección de los jefes recorren estas zonas e intentan despojar al enemigo, cogerle todo lo que puede ser llevado: adornos, armas, ganado y, si es posible, hombres, mujeres y niños; la tribu podrá recuperar a sus cautivos mediante el pago de un rescate, o serán propiedad de su captor. La guerra es la fuente de la esclavitud; constituye en cualquier caso una actividad económica regular de importancia considerable, tanto por los beneficios que proporciona como por los daños que causa a las comunidades rurales, hechos que explican la presencia de armas en las sepulturas de campesinos, el prestigio del guerrero y su absoluta superioridad social. La hostilidad natural entre las etnias no se libera sólo por medio de razzias. Es también el origen de trasvases regulares y pacíficos de riquezas. El tributo anual no es sino una recolección de botín codificada, normalizada, en beneficio de un grupo lo bastante amenazador como para que sus vecinos tengan interés en evitar sus depredaciones.

Cuando se firmaba la paz entre tribus de fuerzas iguales convenía mantenerla cuidadosamente mediante regalos mutuos, garantías esenciales de la duración de la paz. ¿Qué es la paz para el autor de Beowulf? La posibilidad de cambiar regalos entre los pueblos. Un circuito organizado de ofrendas recíprocas sustituía el arriesgado juego de las agresiones alternas. El regalo es, en la estructura de la época, la contrapartida necesaria de la captura; ningún jefe de guerra guarda para sí el botín ganado en una campaña afortunada. Lo distribuye, y no solamente entre sus compañeros de armas; las potencias invisibles reciben una parte.

Marcel Mauss: «En las economías anteriores a la nuestra no se hallan prácticamente nunca simples intercambios de bienes, de riquezas y de productos en el curso de un mercado entre individuos. Ante todo, no son los individuos sino las colectividades las que se obligan mutuamente, intercambian y contratan [...] y en segundo lugar lo que estas comunidades cambian no son exclusivamente bienes y riquezas, muebles y raíces, cosas útiles económicamente; son, fundamentalmente, signos corteses, festines, ritos, servicios militares, mujeres, niños, danzas, fiestas, ferias, de las que el mercado no es sino una parte. Finalmente, estas prestaciones y contraprestaciones se completan con presentes y regalos, formalmente voluntarios, aunque en el fondo sean rigurosamente obligatorios bajo pena de guerra privada o pública».

Todas estas ofrendas debían a su vez ser compensadas por las larguezas de quienes las recibían. Ningún rico podía cerrar su puerta a los pedigüeños, despedir a los hambrientos que pedían una limosna ante sus graneros, rechazar a los desgraciados que le ofrecían sus servicios, rehusar alimentarlos y vestirlos, tomarlos bajo su patrocinio. Una buena parte de los bienes que la posesión de la tierra y la autoridad sobre los humildes proporcionaban a los señores era de este modo redistribuida entre los mismos que habían entregado dichos bienes.

… La cristianización de Europa no suprimió la tesaurización funeraria; pero cambió radicalmente su naturaleza. De definitiva y, por consiguiente, estéril pasó a ser temporal y, por este hecho, fecunda. Durante los siglos oscuros acumuló el ahorro metálico del que se alimentaría después del año mil el renacimiento de la economía monetaria…

(los clérigos)… No producían nada: vivían de lo que recibían del trabajo de otros. A cambio de estas prestaciones concedían oraciones y otros gestos sagrados, en beneficio del conjunto del pueblo. Toda la Iglesia no estaba, ciertamente, en la misma situación económica: el bajo clero de los campos explotaba él mismo sus parcelas, labraba, vendimiaba y apenas se distinguía de los campesinos. Pero incluso los sacerdotes más humildes eran rentistas en una parte al menos de sus ingresos. Los clérigos asociados al obispo en el servicio de las catedrales y los monjes ocupaban una posición auténticamente señorial, ociosa y consumidora. La práctica universal del donativo, del sacrificio ritual a la potencia divina acrecentaba constantemente su fortuna territorial.

Georges Duby, Guerreros y campesinos. Desarrollo inicial de la economía europea, 500-1200, 1982

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