El artículo 10 CE - de origen alemán - nos garantiza a todos el "libre desarrollo de la personalidad". O sea, a perseguir en nuestra vida el proyecto que queramos, el que más felices nos haga y el que nos permita realizarnos como personas. Y a hacerlo solos o en compañía de otros. Sin más límites que el cumplimiento de las leyes. Es más, las leyes que limiten el derecho de cada uno a realizarse como persona tienen que estar justificadas. Tienen que limitar nuestro derecho para proteger un interés público y hacerlo de forma proporcionada.
Cuando escribí (con Paz-Ares) este trabajo sobre la libertad de empresa, tuve alguna dificultad para explicar si el derecho a la libertad de empresa era o no una expresión del derecho al libre desarrollo de la personalidad. Parece obvia la respuesta afirmativa respecto a los individuos, o sea, respecto de lo que ahora se llaman "emprendedores" y más difícil respecto de las grandes empresas con forma de sociedad anónima y muchos accionistas. Los accionistas dispersos, obviamente también, deben ser protegidos, más bien, por el derecho de propiedad en su condición de accionistas que por el derecho a la libertad de empresa ya que, propiamente, ejercen ésta "por delegación". Pero, decíamos ahí, que no había que delimitar el ámbito de aplicación del derecho fundamental en función del tamaño de la empresa.
A través de Quarz (y @noahpinion) leo que un israelí afincado en los EE.UU. y que se ha hecho millonario ha tenido una idea bastante loca (y, por cierto, muy coherente con su origen nacional): crear un país al que puedan desplazarse todos los refugiados, "con una fuerte cultura de trabajo y no de vivir del Estado" y en donde se hablaría inglés. Me adelanto a las objeciones de los perfeccionistas: "lo que hay que hacer es resolver el problema de los refugiados y las causas que provocan su desplazamiento desde sus hogares". A estos, les digo lo que dice el Evangelio respecto de los pobres: "siempre los tendréis con vosotros" y les recuerdo que suele ser una mala excusa para no hacer nada: exigir soluciones que no se lograrán nunca.