Fuente: Kryoned, Diego, 33 años, awesome en mediavida
En las últimas décadas se han generalizado las ofertas de Dobles Grados. La historia comenzó, en España, con ICADE, que ofrecía su famoso E-3 (Derecho y Empresariales). Las universidades públicas copiaron a ICADE algunas con gran éxito, como la UAM o la Carlos III en el caso de Madrid. Otros grados dobles no han tenido el mismo éxito. No analizaremos ahora por qué. Lo que está claro es que hay una complementariedad notable entre los estudios de Empresariales y los de Derecho y también me parece evidente que la oferta de dobles grados ha salvado, en alguna medida, el atractivo de Derecho para algunos de los mejores estudiantes de cada cohorte que llega a la Universidad. Sin los dobles grados, Derecho habría languidecido y habría sufrido, aunque sea en menor grado por la oferta de empleo público, la decadencia de los estudios de Humanidades y Ciencias Sociales en general.
España tiene un problema con la distribución de nuestros estudiantes universitarios. Demasiados estudian carreras que no deberían ser grados sino postgrados. Por ejemplo, magisterio y periodismo u otras excesivamente especializadas como Bioquímica, Trabajo Social, Turismo etc. Al mismo tiempo, España tiene pocos estudiantes de ingenierías, ciencias y matemáticas (STEM), especialmente entre las mujeres (los números aparecen distorsionados porque las mujeres son ya mayoría en Medicina y otras carreras relacionadas con la sanidad).
¿No sería deseable ir más allá de los dobles grados y diseñar títulos propios de las Universidades pensados para dar una formación terciaria a nuestros estudiantes de Ciencias Sociales y Humanidades? Por ejemplo, un título propio de matemáticas y estadística, de dos años de duración en el que se dedicara el primer año a repasar las matemáticas y estadística que se enseñan en el bachillerato (o que se enseñaban en el BUP, porque ya no sé qué matemáticas se enseñan en el bachillerato actual) y el segundo, a construir sobre esa base, de modo que el graduado en Derecho, Filosofía o Historia pudiera superar la barrera que supone la ausencia total de conocimientos de matemáticas y estadística para enfrentarse a problemas prácticos en su vida laboral.
Si se organizan como títulos propios, las barreras burocráticas son menores y el diseño del título (el programa y su docencia) puede adaptarse específicamente a las necesidades y carencias de los estudiantes de Derecho o Filosofía. Al mismo tiempo, esas carreras devendrían más atractivas para los mejores estudiantes de bachillerato que podrían señalizar así su mayor calidad en comparación con sus compañeros de Derecho o Filosofía.
En fin, para que no salgan los igualitaristas diciendo que esta propuesta perjudica a los estudiantes más pobres – porque las tasas de los títulos propios pueden fijarse libremente por las universidades – la UAM debería ofrecer becas completas en esos títulos a los estudiantes que accedan a grados de Derecho o Filosofía con notas de bachiller y selectividad (o reválida de bachillerato como ahora se va a llamar) muy por encima de la nota de corte exigida.
Esta propuesta permitiría a los adolescentes “rectificar” su decisión de abandonar las matemáticas en la enseñanza secundaria, decisión reforzada por el absurdo sistema de los itinerarios entre bachillerato y universidad.
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