El desarrollo de las lenguas nacionales apuntaba mientras tanto hacia una de las potentes fuerzas del futuro; formaba parte del proceso por el que los Estados ampliaban el control sobre sus súbditos. En Francia, bajo el escrutinio de la Academia, fundada en 1635, el refinamiento de la lengua preparó el camino para su papel civilizador; el francés pronto desplazaría al latín como lengua común de los diplomáticos y sabios de Europa. La burocracia austriaca, que era la que más temía las diferencias raciales y lingüísticas, utilizaba el alemán siempre que podía, subrayando así su supremacía sobre el checo y el magiar. En todas partes, el uso aceptado por el gobierno y la corte expulsaba las lenguas de las minorías; en todas partes, los dialectos provinciales eran abandonados por los educados: El provenzal o el francés bretón despertaban sonrisas en Versalles. La supervivencia en Polonia de las lenguas de varias minorías, sobre todo el ucraniano y el alemán, y el uso del latín para los asuntos de gobierno, era una señal de la debilidad de ese país.
En 1772, cuatro quintas partes de los judíos europeos vivían en Polonia.
Las tendencias civilizadoras eran más evidentes en aquellos países donde, como en Inglaterra y Holanda, existía una vida intelectual abierta o donde, como en Suecia en el siglo XVIII, la nobleza estaba abierta a los hombres de talento; donde un Linneo o un Swedenborg podían convertirse en nobles, y los nobles se casaban libremente con plebeyos; menos donde, como en España, existía un aislamiento cultural forzoso, o en la campiña más profunda de las marchas orientales de Europa. Los que viajaban a España se mostraban consternados por la ignorancia de los hombres, el comportamiento retraído de las mujeres, las largas tertulias y los interminables paseos por las plazas. La vida en Polonia se reducía para muchos de los szlachta a una simple ronda de caza y juerga. Tanto en España como en Polonia, la influencia clerical, estrechamente nacionalista, fue un factor primordial en el atrofiamiento de la clase, su perspectiva cultural y su evolución política. En Francia, la influencia humanizadora de los salones proporcionó un medio para la libre discusión de asuntos morales y políticos, así como de aquellos de interés social, entre diferentes tipos de personas y talentos, de una manera que de otro modo no habría sido posible en una sociedad dominada por las castas. Los salones, donde el racionalismo de Descartes y sus seguidores se abrió paso en el pensamiento del mundo de la moda, también abrieron el camino a las ideas femeninas que caracterizaban a la cultura de la clase alta francesa, con su idealización del amor, su preocupación por los modales y los motivos, y el refinamiento del lenguaje.
Geoffrey Treasure, The Making of Modern Europe 1648-1780, 2003
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