foto: Cristiano Rocha
Para organizar las actividades económicas en una Sociedad cuando hay división del trabajo es muy relevante entender la diferencia entre jerarquías de dominación y jerarquías productivas. Las primeras están extendidas en todos los animales que viven en grupos más o menos grandes: los individuos – normalmente machos – que están más arriba en la jerarquía social acaparan los recursos (alimentos y acceso a las hembras) que reparten entre los miembros de su coalición (los individuos que les apoyan como macho alfa) y los que están situados en la parte baja de la jerarquía apenas consiguen sobrevivir. Por qué los grupos de animales se organizan en forma de jerarquías de dominación es fácil de entender: la instauración de una jerarquía de dominación es un ‘equilibrio’ que evita la desaparición del grupo como consecuencia de los conflictos entre sus miembros por los recursos escasos. Igual que otras instituciones – como la propiedad privada de lo capturado o encontrado por cada individuo – la jerarquía de dominación reduce hasta anularlo el estallido de conflictos violentos en el seno del grupo. Cada individuo sabe ‘cuál es su lugar’ y ‘cuándo le toca’ comer o acceder a una hembra.
En principio, las jerarquías en un grupo social son totalitarias, es decir, solo hay una jerarquía que determina la distribución de todos los recursos valiosos y escasos. Rubin las llama jerarquías de gobierno. Rubin distingue, dentro de las jerarquías productivas, - entre la jerarquía de gobierno en términos muy generales, el Estado - y las demás jerarquías productivas. La jerarquía de gobierno, por definición, es monopolística en cada Sociedad. Pero, dice Rubin, las sociedades humanas aprovecharon la ‘tecnología institucional’ de las jerarquías de dominación para ‘mejorar su condición’ aplicándolas a tareas colectivas productivas, esto es, gracias a la coordinación de los distintos individuos se lograba aumentar la producción de alimentos y otros recursos materiales. Para eso, las sociedades humanas tuvieron que multiplicar las organizaciones jerárquicas, esto es, emplear esa ‘tecnología institucional’ para nuevas actividades sociales, singularmente, el aseguramiento frente a los riesgos ambientales (almacenamiento de semillas o de grano para plagas o malas cosechas) y la construcción de infraestructuras que permitieran aumentar la producción (regadíos, fuentes, caminos, seguridad física, murallas…).
Una jerarquía es imprescindible para que un grupo pueda ejecutar “tareas complejas” a la espera del desarrollo de mercados que lo consigan a través de intercambios regulados por precios. Pero puede haber división del trabajo sin que exista especialización:
“Consideren un proceso de caza en el que un grupo de cazadores rodea a la presa que debe ser matada por el cazador en cuya dirección corra el animal. Aquí cada participante está realizando la misma tarea (por lo que no hay especialización excepto una geográfica trivial) pero hay división del trabajo”
y sistemas de control del ‘cumplimiento’ de su tarea por cada uno de los miembros (control recíproco que es innecesario en el caso de los intercambios de mercado pero es imprescindible en la producción en común). Por eso digo, en otro lugar, que el contrato de sociedad es muy ‘austero’: permite organizar una ‘jerarquía productiva’ con muy pocos costes organizativos y de transacción.
Según Rubin, las jerarquías productivas aparecerían, no tanto en los grupos de cazadores-recolectores que llama ‘simples’ – pequeños grupos móviles – como en los ‘complejos’ que se asientan en un territorio y explotan una mayor variedad de recursos naturales porque el entorno es muy rico en alimentos lo que dio lugar a sociedades más complejas. Lo que habrían hecho las sociedades humanas es adaptar la jerarquía de dominación que compartían con todos los primates (mecanismo de asignación de recursos y hembras a favor de los que están más arriba en la jerarquía) para aumentar la producción de alimentos (aunque el reparto del excedente siguiera favoreciendo a los de rango más alto dento de la jerarquía) induciendo los superiores a los inferiores a realizar “actividades coordinadas” y repartiendo el producto del trabajo común en toda la jerarquía.
Rubin insiste en que este es el punto que no ha sido apreciado por la literatura previa a su artículo: que también los dominantes en la jerarquía productiva están interesados en que los de abajo participen voluntariamente en la institución si el excedente que se produce es mayor porque se quedarán con más recursos y para inducir tal participación voluntaria han de entregar a los de abajo algo más de lo que estos recibirían en la ‘antigua’ jerarquía de dominación.
“Un camino habría sido modificar la jerarquía de asignación para hacerla más productiva. Es decir, el orden de dominio de los miembros de la jerarquía podría haberse reorganizado para aumentar la productividad. Un segundo paso pudo haber sido crear jerarquías completamente nuevas con fines productivos. Está claro que en algún momento se dio este paso, porque hoy en día las jerarquías productivas son formadas cotidianamente. Esta es una diferencia importante entre las jerarquías asignativa y productiva. Las primeras son inherentes dentro de una especie social, mientras que las segundas son generalmente creadas en forma consciente y deliberada para servir a un propósito específico”.
Pero en la medida en la que los de abajo en la jerarquía social general no tenían como alternativa la emigración porque esa no es una opción a bajo coste en las sociedades sedentarias (sobre todo si el territorio controlado por la jerarquía de gobierno en esa sociedad humana era muy amplio), los de abajo aceptarían cualquier reparto que les permitiese sobrevivir ya que los costes de poner en marcha una estrategia de ‘dominación inversa’, esto es, de coordinarse con los que ocupaban los escalones más bajos en la jerarquía eran muy elevados y cabe esperar que los que más se beneficiaban reforzaran el control sobre el grupo – la jerarquía de dominación – para evitar la rebelión de los de abajo, esa que aparece tan frecuentemente en el mundo antiguo desde el inicio de la agricultura. No es extraño que el sendentarismo y la agricultura vayan asociados a la aparición de los estados y a la centralización del poder pero dado que estas jerarquías aumentaban la producción de alimentos, también incrementarían la estabilidad de las sociedades así jerarquizadas.
¿Cómo se induce a los que están abajo en la escala social a participar – en la parte de abajo – de una jerarquía productiva? Esto es muy interesante porque en el diseño de las nuevas instituciones, los líderes en la jerarquía debían establecer incentivos para inducir a los que están más abajo en la jerarquía asignativa a participar en las nuevas instituciones (en las jerarquías productivas) si querían lograr producir producir bienes públicos o aumentar la producción de alimentos o reducir la variabilidad o asegurar los riesgos ambientales. Las condiciones debían ser mejores que las que recibían esos individuos en la jerarquía de dominación en la que estaban ‘inscritos’ y tanto mejores cuanto mayor fuera la habilidad o pericia requeridas para trabajar en la nueva jerarquía. Se explica así, por ejemplo, que las pirámides no fueran construidas con trabajo esclavo, sino asalariado o que Stalin implantara el estajanovismo.
Pero la aparición de estas jerarquías productivas requiere de una gran población. Sólo en Sociedades de gran tamaño sería sostenible que un grupo de individuos no pertenecientes a los rangos más elevados de la jerarquía gubernamental pudieran obtener más alimentos – y acceso a las mujeres – que el individuo común y de forma compatible con el acaparamiento de los recursos por parte de los líderes de la jerarquía de gobierno.
La clave es que – dice Rubin – la implantación de nuevas jerarquías productivas cambia el ‘juego social’: deja de ser un juego suma cero para convertirse en juegos de suma positiva:
“incluso si las jerarquías generan ingresos ampliamente desiguales, todos los miembros pueden beneficiarse. Esto ocurrirá si la jerarquía conduce a una mayor productividad y mayores ganancias por parte de los subordinados y si la monogamia impuesta socialmente impide que los dominantes usen su parte de la riqueza incrementada para acumular parejas adicionales a expensas de los subordinados”.
Estas jerarquías productivas, además, no podían ser demasiado desiguales (no podían concentrar los recursos en los niveles más altos) porque, al requerir, para su éxito, de los más hábiles y al no ser una ‘institución’ monopolística, los individuos más aptos tendrían como opción la de emigrar a otra institución menos desigual en el reparto del excedente generado por la jerarquía. Se comprende inmediatamente la importancia que, para reforzar tal proceso tendría la fragmentación del poder político – de la jerarquía de gobierno – bien sea geográfica o territorialmente, bien sea dentro del mismo territorio (autoridad religiosa vs. autoridad política, autoridad local vs. autoridad regional, autoridad militar vs civil etc).
La proliferación de jerarquías productivas, sin embargo, es un puzzle porque la psicología humana, probablemente, ha quedado conformada por una mentalidad igualitarista y antidominación y esa actitud contraria a cualquier jerarquía se ha tenido que extender a la valoración de las jerarquías productivas:
“Los mismos factores que Boehm identifica como indicios de que a los humanos les disgustan las jerarquías de dominancia pueden llevarles a sentir aversión por las jerarquías productivas, aun cuando estas puedan conducir a un producto lo suficientemente elevado como para que todos los miembros puedan beneficiarse.. En particular, los humanos pueden ser excesivamente hostiles a las jerarquías productivas y, como resultado, pueden elegir políticas que realmente los empeoren, tanto desde una perspectiva económica (maximización de la utilidad o la riqueza) o biológica (maximización del éxito físico o reproductivo)”.
sobre por qué los humanos tenemos una psicología igualitarista v., aquí.
Pero quizá las cosas podrían verse de otro modo. La aversión a la desigualdad de los humanos es aversión a ser explotados por otros porque, en un entorno de mera subsistencia y riesgo de inanición constante, ser explotado por otro significa la muerte. (por eso la psicología humana – femenina – acepta el ‘paternalismo benevolente’ en los hombres).
Si primero fue la jerarquía de dominación y ésta era una jerarquía ‘totalitaria’ porque abarcaba a toda la sociedad y a su gobierno la implantación de jerarquías productivas hubo de desarrollarse, necesariamente, no a partir de la ‘transformación’ de jerarquías de dominación en jerarquías productivas, sino a partir de la organización del trabajo en grupos muy reducidos – familia extensa – en los que el riesgo de explotación era reducido (aunque sólo sea por el parentesco entre los miembros del grupo) pero organizados jerárquicamente (el pater familias, el ancestro común de más edad) que permitía obtener las economías de escala o incluso especialización y división del trabajo a pequeña escala que toda producción en grupo suponía.
El florecimiento de las jerarquías productivas es posible, pues, a partir de la familia extensa. Con el paso del tiempo y – como ocurrió en Europa Occidental – si se destruye el clan y la familia extensa y se sustituye por la familia nuclear gracias a la prohibición de los matrimonios consanguíneos, será posible que florezcan y se multipliquen las organizaciones jerárquicas de base voluntaria y con fines productivos (producción de bienes y servicios o producción de bienes colectivos en general tales como la atención a los pobres o el mantenimiento de infraestructuras) que es lo que ocurrió en Europa Occidental a partir de las instituciones eclesiásticas del Bajo Imperio tras la desaparición del Imperio Romano y la fragmentación política y económica de Europa Occidental en la Edad Media.
Paul Rubin, Hyerarchie, Human Nature 11 (3): 259-279 (2000)