Covenants, without the Sword, are but Words, and of no strength to secure a man”
Hobbes, Leviathan.
En este pequeño trabajo, Weingast examina la tesis de McCloskey acerca de que la explicación del “gran enriquecimiento” experimentado por todo el mundo occidental a partir de la Revolución Industrial se encuentra en las “ideas” de libertad e igualdad, en la extensión de las virtudes burguesas – en palabras de McCloskey – en las sociedades de Europa Noroccidental (Holanda y Gran Bretaña).
Dice Weingast que eso no es plausible sencillamente porque las ideas de “libertad e igualdad” no son “autoejecutables”, es decir, no basta con que la gente crea en la libertad y en la igualdad para que se desarrollen en un país las instituciones jurídicas y políticas que permiten el desarrollo de producción industrial y el florecimiento de los mercados, esto es, de los intercambios pacíficos, de la garantía del respeto de la propiedad y el cumplimiento de los contratos, en definitiva del Estado de Derecho (un sistema de gobierno es autojecutable cuando ningún actor tiene incentivo para violar las reglas, España se incluye entre estos Estados desde hace relativamente poco tiempo).
Estas instituciones, éstas sí, son las que garantizan que una Sociedad se desarrolle económicamente. El desarrollo económico en estas condiciones es, prácticamente, inevitable. Por tanto, continúa Weingast, McCloskey tiene razón en que la extensión de las ideas de libertad e igualdad son condición necesaria, pero no suficiente, para el “gran enriquecimiento”. No hay ejemplos históricos de “gran enriquecimiento” sin niveles mínimos de libertad e igualdad. Las Economías basadas en la servidumbre y la esclavitud o en las que no existe la propiedad privada ni la libertad de asociarse y de intercambiar, simplemente, no crecen económicamente. Y concluye que su posición debe entenderse como “complementaria” de la de McCloskey.
Weingast formula lo que llama “la falacia neoclásica”, es decir, la asunción por parte de los economistas neoclásicos de la existencia de “mercados sometidos al Estado de Derecho y ausencia de violencia”. En el mundo previo a la Revolución Industrial, los individuos no disfrutaban “de las instituciones asumidas por la Economía Neoclásica – derechos de propiedad garantizados, cumplimiento de los contratos y ausencia de violencia. El problema del poder arbitrario y de los gobiernos depredadores significa que garantizar la libertad y la igualdad es un rasgo crucial del desarrollo y, en consecuencia, del gran enriquecimiento”. No puede haber mercados extensos sin Estado cuyo poder esté limitado (porque “cualquier Estado suficientemente poderoso para garantizar el respeto de la propiedad privada y la ausencia de violencia es suficientemente poderoso para confiscar la riqueza de todos sus súbditos”). El comercio se “interrumpía” constantemente. Y sin continuidad no hay acumulación de riqueza ¡ni de conocimientos! y, por tanto, de innovaciones. La relación causal es la contraria: “los países no empiezan con mercados competitivos que el Estado transforma en mercado no competitivos… estas pre-condiciones de los mercados libres dependen de decisiones políticas, no son patrimonios naturales”. Iniciar reformas que aseguren esas precondiciones reduciendo las rentas de las que se apropian las élites, aumentando las posibilidades de acceso a las actividades económicas por parte de todos los ciudadanos y generalizando las reglas – haciendo impersonal su aplicación – es costosísimo porque existe siempre el riesgo del recurso a la violencia por parte de los que se ven afectados en sus rentas y privilegios por la reforma. Sólo cuando todos los privilegiados tienen más que perder que ganar de recurrir a la violencia, puede estabilizarse el sistema político y emprenderse el desarrollo económico.
Recurriendo a su magnífico libro con North y Wallis de 2009, Weingast recuerda que las “economías de libre acceso” – las únicas en las que puede afirmarse que las ideas de libertad e igualdad se aplican en un marco institucional que garantiza el desarrollo económico – no nacen espontáneamente. Requiere una transición desde los que llaman “estados naturales” donde sólo las élites coaligadas tienen acceso a las actividades económicas y reparten las rentas correspondientes con sus respectivas “clientelas”. Pero esta transición sólo puede lograrse si las élites aceptan el Estado de Derecho, esto es, aceptan someterse a las reglas y existe un control de la violencia, en definitiva, la Sociedad está pacificada, simplemente porque sólo las élites las disfrutan (“Las rentas y los privilegios deben asignarse en proporción al poder militar de cada grupo para mantener así la paz”).
Cuando el sistema “se abre” a todos los ciudadanos en un ambiente pacífico y donde todos están sometidos a las mismas reglas (“rule of law for all, not just the elite”), puede florecer la Economía y producirse el gran enriquecimiento porque sólo en ese entorno puede controlarse el ejercicio arbitrario del poder por parte de los que ocupan las instituciones del Estado. Y si no se garantiza ese control, los incentivos para crear riqueza desaparecen. Adam Smith:
“Los habitantes en el campo estaban expuestos a todo tipo de violencia. Pero los hombres en este estado de naturaleza, indefensos, se conforman con subsistir, porque adquirir algo más sólo sería tentar a la injusticia de sus opresores”.
En las etapas de transición – los estados naturales – lo que observamos es que los miembros de las élites se coaligan para asegurar la paz y distribuirse las rentas. En Europa, el mercantilismo y el desarrollo de la burguesía comercial que controlaba las ciudades se alían con reyes y nobleza. La cooperación en el interior de cada grupo se facilita gracias instituciones como las corporaciones (“si los miembros de un club emprenden acciones violentas contra otros miembros del club, la cooperación cesará y se destrozarán las rentas. Las inversiones específicas realizadas por los miembros se convierten así en un compromiso creíble de no usar la violencia contra otros miembros del club”). Sin estas herramientas institucionales, la coordinación de élites cada vez más numerosas hubiera sido imposible. Pero, a la vez, pueden exacerbar el conflicto entre élites porque cada una de ellas inviertan más en asegurar la cooperación intraélite y reforzarse frente las otras lo que es una estrategia racional si las élites son suficientemente grandes como para sostener especialización e intercambios intragrupo exclusivamente (maldición del mercantilismo).
Además, las corporaciones permiten la generalización de los privilegios a todos los miembros de la corporación que pierden, así el carácter “personal e idiosincrático” que les caracterizaba con anterioridad. El carácter perpetuo de las corporaciones y la posibilidad de “generalizar” las reglas (porque están formuladas de manera impersonal) que protegían los privilegios de los grupos a toda la población permiten, dice Weingast, la transición a los Estados de Derecho fundados en la libertad e igualdad de todos los ciudadanos.
En la concepción de Weingast, pues, la Revolución Industrial no fue la causa del gran enriquecimiento – en eso coincide con McCloskey – sino una consecuencia de la instauración en Europa Occidental de las condiciones de seguridad física – ausencia de violencia y depredación por el Estado – y libre acceso en igualdad a las actividades económicas y a los intercambios. Y, lo que es más interesante, la “teoría” para explicarlo está, una vez más, en los escritores de la Ilustración, los que escribieron entre 1650 y 1800 cuando se enfrentaron al problema de controlar el poder arbitrario.
Weingast, Barry R., Exposing the Neoclassical Fallacy: McCloskey on Ideas and the Great Enrichment, 2016
Cox, Gary W. and North, Douglass C. and Weingast, Barry R., The Violence Trap: A Political-Economic Approach to the Problems of Development 2015
1 comentario:
Muy interesante la entrada, Jesús.
Gracias por compartir.
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