No hace falta presentar a Jared Diamond. El que no haya leído Armas, gérmenes y acero, se pierde algo realmente bueno. Lo que, a continuación, se resume y comenta es una conferencia de Diamond de 1999 transcrita en Edge y que ha recuperado Farman Street.
En cualquier Sociedad, excepto en una completamente aislada, la mayor parte de las innovaciones vienen del exterior, no son producidas por los propios miembros del grupo social. Cualquier Sociedad puede sufrir de instituciones, tradiciones o modas ineficientes económicamente durante cierto tiempo, bien porque las adopten por alguna razón no económica, bien porque abandonen la que era eficiente. Pero estas modas o instituciones ineficientes no suelen durar mucho tiempo si la Sociedad no está aislada porque, o bien, se introducirá una innovación más eficiente que sustituya a la costumbre local prevalente por simple apropiación cultural, o bien – si se impide la innovación por los líderes sociales – otras Sociedades que dispongan de la innovación podrán conquistar a la primera si la innovación es útil para tal fin.
En definitiva, es la competencia entre sociedades humanas que están en contacto entre sí lo que provoca la invención de nuevas tecnologías y la continua disponibilidad de tecnologías. Sólo en una sociedad aislada (como la de Tasmania, donde los aborígenes australianos que quedaron separados del continente olvidaron hasta hacer el fuego o la de Japón con las armas de fuego, que fueron introducidas por los portugueses en el siglo XVI pero, un siglo más tarde habían desaparecido porque suponían una amenaza mortal para la cultura samurai) que no se enfrenta a la posibilidad de ser conquistada por otra o, en general, a sufrir la “contaminación” de otras puede ir hacia atrás tecnológicamente por un período largo de tiempo.
Y, a continuación, se pregunta Diamond ¿qué organización social es preferible? ¿Grandes unidades políticas o la fragmentación?. Aquí Diamond compara China con Europa y sugiere la tesis que hoy es “casi dominante”: la fragmentación política de Europa (¡el origen del Estado de Derecho y la idea de que todos los poderes son limitados – gracias a que los señores, príncipes y reyes controlaban territorios no demasiado grandes, esto es, con muchas fronteras, y que existía una fuerza unificadora muy potente, la Iglesia que proporcionó la unidad cultural y religiosa y que las relaciones entre todas esas unidades territoriales eran no solo de guerra sino también de comercio e intercambios culturales) contrastaba con la unidad política y homogeneidad de China. China se cerró al mundo exterior allá por el siglo XV y prohibió la construcción de barcos que pudieran llegar lejos. No había nada fuera de China que pudiera interesarles. Y a los europeos había muchas cosas en Asia que les interesaban. Pero para que China pudiera tomar una decisión tan “equivocada” tenía que ser una unidad política lo suficientemente grande como para que la decisión no tuviera los tremendos costes que tuvo para los aborígenes australianos que quedaron aislados en Tasmania. Compárese con los repetidos intentos de Colón por lograr financiación para su búsqueda de una nueva ruta hacia Asia por el Oeste (dice Diamond que Colón consiguió convencer a Isabel, reina de Castilla, a la séptima tras fracasar con príncipes y reyes de media Europa). Y eso que los portugueses habían encontrado la ruta marítima hacia Asia unos pocos años antes y, con ello, la posibilidad de romper el monopolio del comercio entre Europa y Asia que tenían los árabes y pueblos de Oriente Medio con las caravanas. La competencia que se desató entre los países europeos por monopolizar el comercio marítimo es la historia de los siglos XVI a XVIII.
Parece que, con los relojes, le pasó a China algo parecido a lo que le había pasado con los barcos y eso cuando estaban a punto de aprovechar industrialmente la energía del agua. Lo propio ocurrió con los otomanos y la imprenta. De nuevo, en Europa nadie podía impedir o imponer a toda Europa el uso de una tecnología. Ni siquiera la Iglesia.
Diamond se pregunta, “Vale, la fragmentación política genera competencia que genera innovación, comercio y desarrollo económico, además de guerras continuas entre vecinos, pero ¿qué genera la fragmentación política?” La Geografía: los costes “geográficos” de unificar Europa con sus cadenas montañosas y sus ríos eran mucho más elevados que los de China.
China estuvo unificada desde antes de nuestra era y ha permanecido unida casi todo el tiempo hasta hoy. Europa nunca estuvo unificada por mucho tiempo. La unificación permite grandes logros y grandes desastres. Grandes logros como prácticamente todos los descubrimientos e inventos científicos y tecnológicos hasta el siglo XVI. Y grandes desastres como, ¡en pleno siglo XX! las medidas adoptadas por Mao y que mataron a decenas de millones de chinos de hambre sin disparar un solo tiro.
¿Y la India? Diamond dice que siempre se puede tener demasiado de algo bueno. India sufrió de un exceso de fragmentación. Algo parecido explica la decadencia y el retraso español hasta el siglo XX.
Luego desbarra un poco cuando analiza las causas de las diferencias de productividad entre distintos sectores industriales en Alemania y EE.UU. Porque utiliza el caso de la cerveza. Y dice que la productividad de la industria cervecera alemana es muy inferior a la de la americana. Y lo achaca a que, en Alemania, las fábricas de cerveza son locales – porque los gustos de los consumidores son locales – y, suponemos, no pueden obtener las economías de escala que obtienen los norteamericanos cuyos habitantes tienen todos exactamente los mismos gustos cuando de comer y beber se trata (o sea, ninguno). Y, claro, producir para 300 millones de consumidores es más barato por unidad que hacerlo para unos cientos de miles o unos pocos millones. Pero lo de las “leyes de la pureza” en la fabricación de cerveza es cosa del pasado y hoy no restringe el comercio de cerveza con Alemania. Y tampoco los costes de transporte (que sí eran relevantes hace cien años para un producto de escaso valor añadido como la cerveza y de considerable peso y volumen). Y, en fin, tampoco los gustos locales, porque hay muchos alemanes y, sobre todo, muchos europeos que no son tan fieles a la cerveza local como lo eran hace 200 años. En realidad, es dudoso que la productividad de las cerveceras alemanas sea inferior a la de cualquier otro país porque no parece que haya tantas economías de escala en la fabricación de cerveza. Simplemente, los alemanes fabrican “otro” producto distinto de la Miller que beben los gringos, de manera que una cerveza fabricada en un pueblo de Alemania y una Miller no son productos perfectamente sustitutivos.
Pone también el ejemplo de la producción y consumo de leche en Japón que, quizá de nuevo no sea un buen ejemplo porque los japoneses, como los asiáticos en general, no consumen mucha leche, de manera que no ha habido tiempo para que se desarrollado técnicas eficientes de producción, distribución y consumo.
Sí tiene razón en que los gustos o las manías o las tradiciones locales pueden aumentar la productividad o retrasarla. Un mejor ejemplo que Japón, respecto de la leche, podría ser el caso de Nápoles. En España no se consumía mucha leche históricamente, salvo en el norte. De manera que, cuando llegó el desarrollo económico, los españoles nos pusimos a beber leche UHT masivamente. No llegamos a probar la leche fresca, exagerando un poco. Eso permitió que franceses, holandeses y otros grandes productores europeos pudieran entrar en el mercado español. La leche dura meses y puede transportarse eficientemente gracias a los envases “tetra”. Por el contrario, si en Nápoles la gente está acostumbrada al sabor de la leche fresca, el productor local disfruta de un monopolio porque no se puede traer leche desde distancias muy largas (monopolio reforzado por la Camorra).
Jared Diamond finaliza su charla recordando que lo que dice, lo dice ceteris paribus y, sobre todo, suponiendo que el objetivo es maximizar la innovación y la riqueza de la gente. Cuando buscamos otros fines, poner a competir a la gente entre sí puede no ser una buena idea.
En realidad, su propia afirmación acerca de que demasiada unidad (unidades demasiado grandes) o demasiada fragmentación (unidades demasiado pequeñas) no son buenas, indica, más bien, que las unidades de producción de-lo-que-sea (o sea, las familias, las tribus, los imperios, las empresas) tienen un tamaño óptimo para obtener las economías de escala, para extraer las ventajas de la cooperación entre los seres humanos pero que, como todo, también generan costes (coordinar a los seres humanos, evitar que gorroneen o que traten de apoderarse de más de lo que les corresponde y, sobre todo, distribuir lo producido en común o lo obtenido por la producción en mercados). De manera que lo que la competencia genera no es sólo que los que producen a menor coste se queden con el mercado, sino que las unidades de producción de tamaño idóneo se queden con el mercado donde se intercambian los productos. Pero lo que produce la innovación y el bienestar es la cooperación.
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