domingo, 20 de enero de 2019

El instinto paternal



En el magnífico artículo que se cita al final de esta entrada, y en el que se resume la “tesis” del libro de la imagen, Anna Machin explica por qué, en la especie humana, los roles de padre y madre se han diferenciado evolutivamente, en lo que se refiere a su contribución al cuidado de las crías humanas. Lo más interesante de la columna es cómo explica la “necesidad” de la contribución paterna (además de la materna) que, en otras especies, incluso de simios o de primates en general es inexistente. Como siempre, los varones de la especie humana han desarrollado un instinto paternal para garantizar ¡a los varones! que sus genes pasan a la siguiente generación.

Entender el “amor de madre” es fácil: si una madre no cuida a sus niños, éstos no llegarán a adultos y los genes de la madre no pasarán a la siguiente generación. Pero, ¿ocurre lo mismo con los varones? La respuesta afirmativa no era obvia. De hecho, sólo se desarrolló hace 500 mil años – no hace 800 mil – y fue una respuesta de la evolución a las mayores necesidades energéticas del cerebro y a la larguísima infancia humanos


Como somos bípedos y las mujeres no pueden mantener a los bebés en su vientre hasta que acaban de formarse (porque no podrían salir con seguridad por el canal del parto unas criaturas con una cabeza tan grande), las madres tienen que cuidar de sus hijos durante años (mucho más allá del destete) hasta que pueden alimentarse por sí mismos. Y los bebés humanos tienen tanta necesidad de energía que la madre – y sus parientes femeninas – no dan abasto a base de recolectar. Además, si lo hicieran, no podrían reproducirse mas que cada muchos años.
Pero hace 500.000 años, el cerebro de nuestros antepasados dio otro gran salto de tamaño y, de repente, no bastaba con recurrir únicamente a la ayuda femenina. Este nuevo cerebro estaba más hambriento que nunca. Los bebés nacían aún más indefensos, y la comida -la carne- que ahora se requiere para alimentar nuestro cerebro era aún más complicada de atrapar y procesar que antes.
Así que las madres miraron a los varones – padres para que se convirtieran en los “proveedores” de alimentos – caza – que asegurasen que los niños llegaban a la edad adulta. Los padres tenían los incentivos (no se perdían sus genes) y la bioquímica cerebral le proporcionó las recompensas. Lo que favoreció la monogamia y la contribución de los padres a la crianza de los hijos.

Lo más interesante es lo que dice Machin sobre que el papel del padre deviene crítico cuando se trata de transmitir la cultura al hijo – aprendizaje social – y lo que explica acerca de que el rol del padre debía ser necesariamente distinto al de la madre: no podemos “seguir diciendo que la maternidad es instintiva, pero la paternidad se aprende”.
el padre no ha evolucionado para ser el espejo de la madre, una madre masculina, por así decirlo. La evolución odia la redundancia y no seleccionará roles que se dupliquen entre sí si un tipo de individuo puede cumplir el rol por sí solo. Más bien, el papel de padre ha evolucionado para complementar el de madre.
¿Qué diferente papel juegan el apego a la madre y el apego al padre?: el apego del hijo a su madre
“se describe bien como una díada exclusiva y cerrada basada en el afecto y el cuidado”.
Por el contrario, el apego al padre se proyecta hacia el exterior, a desafiar al hijo, a hacerlo enfrentarse – interactuar – con otros y con el entorno. Los padres son los protagonistas del aprendizaje social de sus hijos.

Anna Machin, The marvel of the human dad, Aeon 2019

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