Hay ideas que sólo son aceptables si se descontextualizan del modo más absoluto. Pero que son un ultraje cuando se enmarcan en una situación concreta. El artículo publicado en EL PAIS de hoy (firmado por Oppenheimer y Romero) es uno de esos.
En un país como España en el que la meritocracia brilla por su ausencia; en el que el enchufismo y las relaciones predominan como forma de acceder a los puestos de libre designación y a los negocios públicos y en el que la preparación de los candidatos, la transparencia de los procesos y la libre competencia no son los criterios prevalentes en la selección de los individuos para los puestos (¡y menos mal que tenemos oposiciones!) es insultante que el primer periódico del país dedique dos páginas a poner pegas al criterio constitucional para la selección de los funcionarios públicos (art. 103.3 CE).
El reproche debe suavizarse cuando se avanza en la lectura del artículo puesto que la segunda parte es una crítica del enchufismo. Pero la primera, es intolerable porque reproduce un debate que, quizá en Gran Bretaña, tenga algún sentido dada la “obsesión” anglosajona por la meritocracia, pero, desde luego, no en España.
El disparatado planteamiento inicial se comprende fácilmente si se tiene en cuenta cuál es el sentido de cualquier proceso de selección. El objetivo del proceso de selección del Gobernador del Banco de España no es seleccionar al que más se ha esforzado sino seleccionar al que está mejor preparado para el puesto. Por tanto, es absurdo tener en cuenta, en el proceso de selección, la lotería genética o social de los individuos candidatos. Que el hijo de unos padres analfabetos, trabajando desde los 14 años, consiga obtener el título de bachiller, no justifica que le demos el puesto de gobernador del Banco de España si compite con un candidato como Luis Ángel Rojo (QEPD). Si ese chico se presenta a una cátedra de Derecho Mercantil en la que tiene de contrincante al hijo de un catedrático de Derecho Mercantil que “mamó” el Derecho desde pequeño y que sabe un montón de la asignatura, se adoptaría una decisión injusta si, en lugar de atender a los méritos, se le diera la cátedra sobre la base de que la vida ha tratado mucho mejor al segundo que al primero. Porque de lo que se trata es de seleccionar al que pueda supervisar los bancos de la manera más efectiva posible, en un caso, o de enseñar e investigar en Derecho Mercantil al más alto nivel, en el otro.
Cuestión distinta es que haya puestos de trabajo o bienes escasos en general que no deban “distribuirse” con arreglo al criterio de mérito. Para empezar, no seleccionamos a nuestros políticos con arreglo a criterios de mérito. Pero, en el ámbito laboral, la Comisión Europea, por ejemplo, prohíbe a los “sobrepreparados” presentarse a determinados puestos. Y tiene sentido. Si se trata de puestos de trabajo para los que hace falta una preparación limitada (ej., auxiliar administrativo, ujier, reponedor, cajero, camarero…) puede ser razonable no seleccionar a gente con una preparación excesiva (a un doctor o a un ingeniero para hacer labores de atención telefónica). Por un lado, porque queremos proporcionar los incentivos adecuados a los que estudian y, por otro – y sobre todo – porque la eficacia de las tareas a realizar no se ven afectadas por la mayor preparación del sujeto, por lo que hay que evitar que se expulse del mercado laboral a los que tienen una preparación menor pero suficiente porque los puestos para los que ellos están preparados están ocupados por gente de una preparación excesiva. Esto es una exigencia derivada de la estrecha conexión entre el trabajo y la dignidad humana. No hay, pues, daño para el interés público (que las tareas sea hagan bien) y se reducen efectos sociales indeseables (crowding out). Por eso hemos dicho en alguna ocasión que los puestos de bedel o de vigilante de la ORA deberían asignarse por sorteo entre todos los candidatos que hubieran superado las pruebas y no al que hubiera sacado la mejor nota en las pruebas correspondientes.
Una sociedad abierta es aquella en la que priman las relaciones de mercado (mérito, satisfacción de las necesidades del consumidor a mejor precio y mejor calidad) sobre las relaciones personales. Es una en la que todo el mundo puede acceder a los bienes públicos y a participar en la vida económica y política. Donde las conexiones no suponen una ventaja indebida ni excesiva porque todo el mundo puede construirse esas conexiones. España es una sociedad mucho más abierta hoy que hace treinta años. Pero uno de sus mayores problemas sigue siendo el de que buena parte de su capitalismo es un capitalismo de relaciones o de “amiguetes” (en la expresión de Rajan/Zingales), donde la proximidad al poder político proporciona ventajas indebidas a unos empresarios en relación con otros (véase, especialmente, el sector de los medios de comunicación por lo que resulta especialmente ofensivo que EL PAIS ponga semejante titular, sobre todo tras su crítica de hace un par de días al negocio privado en la Sanidad); donde incluso en la empresa privada sometida a competencia (si contratas a los peores pero mejor conectados acabarás quebrando si el mercado es suficientemente competitivo) hay una ventaja excesiva para los “bien relacionados”. Que EL PAIS ponga en duda el principio meritocrático es deleznable.
El reproche debe suavizarse cuando se avanza en la lectura del artículo puesto que la segunda parte es una crítica del enchufismo. Pero la primera, es intolerable porque reproduce un debate que, quizá en Gran Bretaña, tenga algún sentido dada la “obsesión” anglosajona por la meritocracia, pero, desde luego, no en España.
El disparatado planteamiento inicial se comprende fácilmente si se tiene en cuenta cuál es el sentido de cualquier proceso de selección. El objetivo del proceso de selección del Gobernador del Banco de España no es seleccionar al que más se ha esforzado sino seleccionar al que está mejor preparado para el puesto. Por tanto, es absurdo tener en cuenta, en el proceso de selección, la lotería genética o social de los individuos candidatos. Que el hijo de unos padres analfabetos, trabajando desde los 14 años, consiga obtener el título de bachiller, no justifica que le demos el puesto de gobernador del Banco de España si compite con un candidato como Luis Ángel Rojo (QEPD). Si ese chico se presenta a una cátedra de Derecho Mercantil en la que tiene de contrincante al hijo de un catedrático de Derecho Mercantil que “mamó” el Derecho desde pequeño y que sabe un montón de la asignatura, se adoptaría una decisión injusta si, en lugar de atender a los méritos, se le diera la cátedra sobre la base de que la vida ha tratado mucho mejor al segundo que al primero. Porque de lo que se trata es de seleccionar al que pueda supervisar los bancos de la manera más efectiva posible, en un caso, o de enseñar e investigar en Derecho Mercantil al más alto nivel, en el otro.
Cuestión distinta es que haya puestos de trabajo o bienes escasos en general que no deban “distribuirse” con arreglo al criterio de mérito. Para empezar, no seleccionamos a nuestros políticos con arreglo a criterios de mérito. Pero, en el ámbito laboral, la Comisión Europea, por ejemplo, prohíbe a los “sobrepreparados” presentarse a determinados puestos. Y tiene sentido. Si se trata de puestos de trabajo para los que hace falta una preparación limitada (ej., auxiliar administrativo, ujier, reponedor, cajero, camarero…) puede ser razonable no seleccionar a gente con una preparación excesiva (a un doctor o a un ingeniero para hacer labores de atención telefónica). Por un lado, porque queremos proporcionar los incentivos adecuados a los que estudian y, por otro – y sobre todo – porque la eficacia de las tareas a realizar no se ven afectadas por la mayor preparación del sujeto, por lo que hay que evitar que se expulse del mercado laboral a los que tienen una preparación menor pero suficiente porque los puestos para los que ellos están preparados están ocupados por gente de una preparación excesiva. Esto es una exigencia derivada de la estrecha conexión entre el trabajo y la dignidad humana. No hay, pues, daño para el interés público (que las tareas sea hagan bien) y se reducen efectos sociales indeseables (crowding out). Por eso hemos dicho en alguna ocasión que los puestos de bedel o de vigilante de la ORA deberían asignarse por sorteo entre todos los candidatos que hubieran superado las pruebas y no al que hubiera sacado la mejor nota en las pruebas correspondientes.
Una sociedad abierta es aquella en la que priman las relaciones de mercado (mérito, satisfacción de las necesidades del consumidor a mejor precio y mejor calidad) sobre las relaciones personales. Es una en la que todo el mundo puede acceder a los bienes públicos y a participar en la vida económica y política. Donde las conexiones no suponen una ventaja indebida ni excesiva porque todo el mundo puede construirse esas conexiones. España es una sociedad mucho más abierta hoy que hace treinta años. Pero uno de sus mayores problemas sigue siendo el de que buena parte de su capitalismo es un capitalismo de relaciones o de “amiguetes” (en la expresión de Rajan/Zingales), donde la proximidad al poder político proporciona ventajas indebidas a unos empresarios en relación con otros (véase, especialmente, el sector de los medios de comunicación por lo que resulta especialmente ofensivo que EL PAIS ponga semejante titular, sobre todo tras su crítica de hace un par de días al negocio privado en la Sanidad); donde incluso en la empresa privada sometida a competencia (si contratas a los peores pero mejor conectados acabarás quebrando si el mercado es suficientemente competitivo) hay una ventaja excesiva para los “bien relacionados”. Que EL PAIS ponga en duda el principio meritocrático es deleznable.
4 comentarios:
Así da gusto empezar el año.
Me parece que el artículo merece críticas, pero no el ataque visceral al que le has sometido. Primero, porque deja claro desde el principio que cuando se posiciona en contra de la meritocracia no lo hace para ponerse al lado del enchufismo. Y eso lo deja claro desde el parrafo segundo.
Creo que el fallo del artículo es que critica la meritocracia atribuyendole caracteristicas que no le son propias. El "networking" no es lo que yo entiendo por meritocracia. Y valorar cosas como el origen humilde de un candidato no es no ser meritocratico, sino valorar meritos distintos. Otorgar una beca a un alumno con una media algo peor porque trabaja para pagarse la universidad mientras que el otro candidato vive rodeado de comodidades puede ser valorado por algunos como una medida de justicia social. Pero tambien puede considerarse un ejemplo de meritocracia: Sacar una media aceptable (aunque tal vez peor que la del otro candidato) mientras se trabaja demuestra una enorme capacidad de trabajo, sacrificio, responsabilidad, etc. Características que pueden hacer a ese candidato el mas apto para disfrutar de la beca, porque se considere que va a sacarle mas partido. De hecho, en algunas universidades americanas esto se ha objetivizado. Se utiliza un sistema de puntos en el cual se puntua tanto por ejemplo la nota de la prueba de acceso, como el origen mas o menos humilde del candidato, etc.
Eso sí, el artículo está mal planteado. Por ejemplo, su crítica al networking como defecto de la meritocracia, cuando es precisamente lo contrario, un ejemplo de falta de ella.
Tienes razón que hay un poco de "overkilling" en el post, pero es q EL PAIS está en una evolución muy desagradable. Como decía alguien en twitter, el problema está más en el titular que en el contenido del artículo
El problema no está sólo en el titular. El ejemplo central del artículo, el nombramiento del gobernador del banco central, es deleznable. Parece que no entienden que seleccionar al mejor no es más justo, porque ser más listo o guapo no es cuestión de justicia, sino más útil a la sociedad.
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