En la entrada dedicada al paper de Rubin hemos dicho que la gente utiliza los mercados, sobre todo, para cooperar, no para competir. La gente maximiza su utilidad, normalmente, dice Rubin, intercambiando. Si recordamos las aportaciones de Coase, tal apreciación debería completarse con una referencia a las organizaciones y al trabajo en equipo, esto es, fundamentalmente, a la empresa. Los mercados están basados en la cooperación y la cooperación se expresa en los intercambios y en el trabajo en equipo. Los intercambios, como hemos dicho, son explícitos cuando se realizan a través de la contratación, contratación que, en los modelos de competencia perfecta no son aparentes porque se contrata “con el mercado”. Es el subastador de Walras que asigna oferta y demanda.
En los mercados reales, hay mucha cooperación en los intercambios porque éstos tienen lugar a través de contratos explícitos, cara a cara, y, según los casos, precedidos de negociación entre las partes y, cuando el intercambio no es simultáneo, a través de contratos obligatorios que son los que estudiamos los juristas (los contratos de celebración y ejecución simultáneas, como la compra de un periódico en un quiosco, son auténticos contratos jurídicamente hablando pero, como no surgen obligaciones para las partes porque el contrato se termina con el intercambio material de las prestaciones, no tienen tanto interés para los juristas).
Como hemos dicho en otro lugar, es esencial para que existan intercambios que distintas personas valoren una misma mercancía (derecho, bien o servicio) de forma diferente. La diferente valoración se debe, normalmente, a que una de las partes del intercambio se ha especializado en producir un producto o servicio y, por lo tanto, puede producirlo a menor coste que la parte que lo adquiere. Puede recogerse ya una importante conclusión: la especialización permite reducir los costes de producción y constituye, con seguridad, la principal fuente de desarrollo económico de una sociedad.
Pero no lo hace gratuitamente. Si la especialización genera enormes beneficios para la sociedad, provoca igualmente el nacimiento de un nuevo tipo de costes: los que se originan como consecuencia de la necesidad de llevar a cabo los intercambios. Intercambio y especialización están, así, recíprocamente determinados: la especialización sólo tiene sentido si el que se especializa puede intercambiar aquello que produce como especialista con los otros bienes que necesita y que otros se han especializado en producir y, viceversa, la necesidad de intercambiar no existiría si los individuos no se hubieran especializado en producir determinados bienes. Una sociedad en la que no exista especialización sería una sociedad en la que cada individuo (o cada familia) sería autosuficiente. Las Economías de subsistencia son así.
En definitiva, la especialización promueve el desarrollo económico de una sociedad asignando los recursos productivos donde tienen más valor pero sólo el intercambio permite realizar las ganancias derivadas de la especialización y la división del trabajo. Los intercambios pueden ser muy simples – como en el caso de la compra del periódico – o muy complejos, como el contrato de construcción “llave en mano” de una refinería. La realización de las ganancias de la especialización y la división del trabajo requieren enormes niveles de cooperación entre los individuos para hacer posibles los intercambios a costes reducidos (costes de transacción). Cuanto más costoso sea intercambiar, menor será el volumen de intercambios y menor la especialización y la división del trabajo.
Pero la cooperación entre los miembros de una sociedad a través de los mercados no acaba en los intercambios entre los individuos. La otra gran fuente de desarrollo económico es el trabajo en equipo. El intercambio requiere de la previa producción por parte del individuo de aquello en lo que se ha especializado y que será objeto de intercambio. Y la producción es, normalmente, más eficiente cuando se hace en equipo. Como hemos explicado también en otro lugar, una empresa consiste en la combinación de los factores de producción (capital, materias primas y trabajo) con el objetivo de producir bienes o servicios para el mercado. Producir empresarialmente implica, pues, producir en equipo. Producir en equipo, en lugar de hacerlo individualmente, es eficiente porque pueden aprovecharse las ventajas derivadas de las economías de escala en la utilización de todos los factores de la producción, - producir más cantidad y reducir el coste medio de cada unidad de producto – y las ventajas derivadas de la división del trabajo y la especialización – producir más rápidamente, con más facilidad o con mayor pericia –. La división del trabajo genera, en general, la necesidad de intercambiar lo producido especializadamente con otros. Pero cuando la producción se hace en equipo, no hay necesidad de intercambiar sino necesidad de coordinar el trabajo especializado, aspecto que conduce a ver a las empresas como organizaciones. La coordinación del trabajo especializado se realiza, a su vez, a través de contratos entre los miembros de la organización. Esto es lo que lleva a ver la empresa como un nexo de contratos y, como hemos explicado en otro lugar, un nexo para contratar, (Hansmann), esto es, para intercambiar lo producido en equipo con terceros que no son miembros del equipo a través de contratos de intercambio.
Obsérvese, pues, que las ventajas de la especialización y la división del trabajo se realizan en el intercambio – a través de contratos – y en la producción – a través de las organizaciones –. El Derecho de los Contratos se ocupa de los primeros y el Derecho de Sociedades, de las segundas. Y, por tanto, que la consideración de los mercados como océanos de cooperación es una metáfora todavía más exacta que la que los considera como mecanismos competitivos. Los individuos que forman una Sociedad cooperan cuando intercambian y cooperan cuando producen en equipo.
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