viernes, 4 de julio de 2014

Microentrada: “El mercado es un hijo de puta y, nosotros, unos malcriados”

joantubau (2)
“Somos una generación malcriada. No sé si por(que)… (nuestros) padres… siempre nos han dicho que somos especiales. Está bien que el bebé de la casa sea especial, pero cuando el niño crece, es bueno que le den hostias. Las hostias llegan tarde o temprano. Llegan cuando alguien te corrige cuando eres adolescente o a los 30 cuando tienes tu carrera profesional… ¿Cuándo es mejor que llegue?… en la Universidad y en bachiller… todo eran buenas palabras. Todo… estupendo. Hago una presentación en la Universidad en mi primer año de carrera y no hay críticas. Todo son buenas palabras. Si hay un comentario del profesor, lo dice… como sin levantar la voz. … sales de cuarto de carrera pensando que eres especial. … (Al) empezar a trabajar… te encuentras… que el mercado es un hijo de puta… tienes que competir … contra gente de todo el mundo… muy bien preparada que trabaja muy barato…
Joan Tubau en una entrevista de Highway, de donde procede la foto.

Mi experiencia como profesor confirma lo que dice Tubau. Es mucho más agradable ser profesor en el siglo XXI que en el siglo XX. Lo digo por experiencia en ambos siglos. Los estudiantes universitarios (en una universidad que tiene un mínimo de calidad como es la UAM) son más educados, simpáticos y amables con sus profesores de lo que lo éramos nosotros cuando nos sentábamos en los pupitres de la Facultad. Quizá porque transfieren a los profesores la relación con unos padres amorosos que los han malcriado, los estudiantes de hoy ven a los profesores bajo una luz mucho más favorable. Y los profesores corresponden tratando a los jóvenes como a sus hijos. Los escuchan y los “comprenden” y se cuidan mucho de criticar lo que hacen no vaya a ser que se dañe su autoestima. Los incentivos de los profesores refuerzan este comportamiento. No sólo porque las encuestas pueden ser útiles a la carrera del profesor, sino porque la vida del profesor ya es suficientemente dura como para mantener una relación tensa con los estudiantes. Además, es mucho más cómodo ser un profesor que explica y escucha y aprueba que un profesor que genera en el alumno la tensión por aprender, que critica la falta de esfuerzo y los errores y que reprocha la falta de entusiasmo, concentración o coraje.

En la última revisión de exámenes viví una experiencia nueva. En el curso 2013/2014 he explicado la asignatura “Derecho de Sociedades y Contratos” en el doble grado de Derecho y Ciencias Políticas que es la última asignatura de la carrera. Los estudiantes eran, en general, esforzados y cumplidores. No necesariamente brillantes (hay más individuos brillantes en el grado doble de Derecho y Empresariales) pero sí dóciles, cariñosos y educados. En la evaluación de la parte de seminarios de la asignatura – exigidos por el plan Bolonia – aprobaron todos los que cumplieron los requisitos de asistencia y realización de las tareas asignadas. En el examen tradicional correspondiente al Derecho de Sociedades – que se explicaba en las clases magistrales – suspendieron en torno a 25 de los casi 100 estudiantes. Tras la segunda convocatoria, el número de suspensos se redujo a 8. O sea, menos del 10 % ¡de la matrícula, no de los presentados! Debe de ser que he pasado de Sancho el Bravo a Sancho el Fuerte y, ahora, a Sancho el Bueno antes de convertirme, en pocos años en Sancho Panza. De los ocho suspensos, seis vinieron a revisión. Y de esos seis, algunos no reaccionaron especialmente y otros lo hicieron con entereza, con tal entereza que, en particular en el caso de una de las estudiantes, lamenté haberla suspendido (no cambié la nota, por supuesto). Pero un estudiante estaba destrozado. No paró de llorar desde el inicio de la revisión (que yo realizo colectivamente para evitar la narración de dramas particulares).

Terminada ésta, lo vino a buscar su padre, que se encontraba en la puerta de la sala donde tuvo lugar la revisión. Se dirigió a mí, que me apresuré a recordarle que su hijo era mayor de edad y que, en principio, no era muy apropiada la conversación. Tras una pequeña discusión, sin embargo, y temeroso de quedar como un maleducado, acepté a hablar con ambos. El padre me explicó que el chico había sido un estudiante modelo desde primaria; que nunca había suspendido una asignatura y que tenía ya planificado empezar a preparar unas oposiciones a un puesto administrativo (el más bajo del grupo A, puesto que coincidía con la ocupación del padre) que le proporcionaría un trabajo en su pueblo.  Yo había ido interrumpiendo al padre y al hijo explicándoles que no era para tanto haber suspendido y que, en todo caso, podría simultanear la preparación de la oposición con el estudio de la asignatura que le había quedado. Que no podía hacer mucho más por mi deber de tratar por igual a todos los alumnos y que el examen estaba bien calificado. Mi sorpresa fue que me dijeron padre e hijo que éste planeaba presentarse a la oposición ¡en enero de 2015! esto es, apenas seis meses después de la conversación.

En ese momento, empecé a gritar (debo decir que grito con facilidad, no porque esté enfadado sino, quiero creer, porque me ayuda a concentrarme). Y les dije que suspender una asignatura era parte de la vida y que si eso era una desgracia, que esperara a que le ocurriera alguna de verdad; que preparar una oposición era algo mucho más duro que estudiar una carrera y que si había reaccionado así ante un suspenso, no quería imaginarme cómo lo haría cuando le diera el primer nervous break-down durante la preparación de la oposición; que conocía a mucha gente que había quedado tarada emocional o mentalmente tras años de preparar oposiciones; que la mayor parte de los opositores fracasa y no logra obtener la plaza y que, en tal caso, tendría que hacer el master de acceso y el examen correspondiente para poder ejercer de abogado. Tomé carrerilla y le dije que me parecía muy mal que hubiera elegido esa oposición; que si había hecho dos carreras simultáneamente en una facultad exigente como es la de Derecho en la UAM, me parecía un despilfarro de talento que se conformara con un puesto semejante que le iba a llevar a quedarse en su pueblo hasta la jubilación.

Lo llamativo de la escena fue que el padre, que había empezado bastante flamenco la conversación, fue reduciendo su protagonismo hasta permanecer absolutamente callado. La discusión terminó con el chico más calmado ante mis garantías de que hablaría con el profesor del curso próximo para que le permitiera presentarse al examen (algo que se ha vuelto muy complicado en el Plan Bolonia) sin tener que asistir, de nuevo, a clases y seminarios. El padre no volvió a abrir la boca.

Cuando me subí al coche, tuve un déjà vu. Me parecía haber tenido idéntica conversación con un amigo, hacía algunos años, en la que – creo – le convencí para que saliera de una situación de autoconmiseración y paranoia (“el mundo entero está contra mí, que soy tan bueno y tan listo”) que lo mantenía en un estado permanentemente quejoso y malhumorado. Y pensé que, quizá, el padre se había dado cuenta de que, como muchos de su generación, había sido un padre sobreprotector que había malcriado a su hijo, con tan buena suerte que el hijo le había salido, - quizá como Tubau -, dócil, trabajador, esforzado y con cierto talento pero – a diferencia de Tubau, quizá – incapaz de aguantar los reveses de un mercado que es “un hijo de puta”. Lo peor, sin embargo, es que, a la vez, había empequeñecido a su hijo, que no parecía aspirar mas que a suceder a su padre en el puesto de trabajo.

8 comentarios:

Anónimo dijo...

Muy bueno. Enhorabuena. JDM.

Ricardo Fernández dijo...

jajajajaja, me ha encantado lo de que grite con facilidad

PD Cómo odiaba las revisiones comunes

Gema T dijo...

Yo también las odiaba, pero me ha servido para esforzarme, ponerme a prueba, y estirar mi resistencia hasta donde pensaba que no iba a llegar, independientemente de las circunstancias del momento. Con sangre, sudor y lágrimas, es la sensación con la que, satisfecha, he conseguido mi objetivo. Era consciente que eso no había hecho más que empezar. Enhorabuena por el artículo.

JESÚS ALFARO AGUILA-REAL dijo...

Gracias ATMC, coincido plenamente. Y comparto la interpretación del RD (en parte xq me conviene no situarme en la ilegalidad ja,ja)

Anónimo dijo...

Enhorabuena por el artículo. Lamentablemente la Universidad es España no ha servido en buena parte de las carreras (entre ellas, las de CC.SS) para incorporar parámetros de exigencia elevados que hagan al personal ponerse las pilas de verdad y, lo más importante, formar de manera sólida a futuros profesionales. Eso si, mucha diapositiva, mucha anécdota, mucha pérdida de tiempo sobre cuestiones específicas que sólo interesan al profesor que ha escrito algo sobre aquello, muchos días de descanso no incorporados al calendario oficial...todo ello ha redundado en que, con tiempo, cualquiera puede tener un título -o ahora, uno o varios postgrados- , ante la mirada cómplice de buena parte del profesorado universitario, muchas veces mediocre y desganado. El papel de la universidad para aproximarnos a ese sistema hijo de puta es inexistente: al contrario, se adula al alumno -cliente, incluso en algunas universidades- y con poquito, hasta graduado con honores...en todo caso, en mi opinión, es el profesorado el que más parte de culpa tiene (quizá muy preocupado de la ANECA, de ir a Chile para computar estancias, de participar en seminarios sobre el funcionamiento de la justicia sin saber lo que es un Juzgado, de ocupar puestos gestores para tener puntos, etc). Al menos a mi (parte de esas generación de malcriados, por cierto) esta cuestión me parece absolutamente bochornosa...la universidad no ofrece todo aquello que podría esperarse de ella.
PD. Me pregunto quė coló hace un padre en el pasillo de la uno. Mientras el hijo está en una revisión. De locos...

Anónimo dijo...

que personaje! que pena que seas profesor....yo hice derecho y politicas en la uam hace 5 años y por profesores como tú acabas odiando estudiar.

Anónimo dijo...

Feo, feo, anónimo..., da la cara anda! Se ve q no aprendiste nada, a pesar de lo mucho q seguro él intento enseñarte.
Paco M.

Thomas B. dijo...

Me llama poderosamente la atención cuando a final del texto dice usted que le parecia un despilfarro de talento que el alumno se presentase a esa oposición. Uno empieza a estar muy cansado de que se de por hecho que las personas con talento le debemos algo a la humanidad.

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