viernes, 25 de julio de 2014

El gran Paul H. Rubin sobre cooperación y competencia


Vivimos en un mundo de cooperación. La Economía está formada por unas islas de competencia en un mar de cooperación inconsciente… la Economía de mercado es un empeño fundamentalmente cooperativo y la esencia de los mercados es la cooperación

En otra entrada hemos sugerido que el Derecho puede explicarse, mejor, como el principal mecanismo institucional que tiene una sociedad agrícola (es decir, que ha superado la etapa de los cazadores-recolectores) para organizar la cooperación entre los miembros de la misma. Uno de mis economistas favoritos, Paul Rubin propone algo en esta línea a sus colegas-economistas: dejar de hablar de los mercados en términos de competencia y hablar de los mercados como mecanismos para articular la cooperación. Es la única forma, a su juicio, de eliminar la fobia a los mercados. Esta fobia a los mercados no se explica, puesto que

“La economía de mercado ha proporcionado una riqueza increíble a la sociedad y a todos los miembros de la sociedad. En comparación con las economías pre-mercado y las economías de no-mercado, los ingresos reales son más altos, las posibilidades de consumo mucho mayores y la esperanza de vida se alarga en gran medida con una salud mucho mejor”.
Rubin explica que las nociones de competencia y cooperación en Economía son metáforas. Lo que los individuos hacen – para los economistas – es maximizar su utilidad. Y lo hacen, básicamente, comprando y vendiendo. La competencia es una metáfora procedente de los deportes y, por tanto, de entornos de juegos de suma cero (sólo puede haber un vencedor y el que no vence es un perdedor). La Economía está basada en juegos de suma positiva. El comprador y el vendedor ganan a través del intercambio. Y esos intercambios pueden ser calificados, con igual justicia, como actos de cooperación o actos de competencia. Sin el acuerdo y la voluntad de cumplir, el intercambio no se lleva a cabo y las partes no obtienen la utilidad que de él se deriva, es decir, la cooperación es imprescindible para obtener la ventaja asociada al intercambio. Pero también puede decirse que los vendedores compiten entre sí por captar a un determinado comprador como cliente y que éstos compiten entre sí por hacerse con los productos de los vendedores cuando éstos son escasos.

Se subraya más el aspecto competitivo de los mercados porque lo especial de éstos es que el mecanismo de los precios elimina la necesidad de la coordinación cooperativa explícita. Los compradores no necesitan buscar a los vendedores, ni viceversa. Van “al mercado” y los precios les ahorran cualquier coste de llevar a cabo la transacción. Esta falta de visibilidad de la cooperación en los modelos de los economistas explica, quizá, que la metáfora de la competencia haya prevalecido sobre la metáfora de la cooperación. En otras palabras, la cooperación no se “ve” cuando interactuamos en mercados anónimos – los más eficientes – y sólo lo hace cuando realizamos transacciones negociadas cara a cara – mercados menos eficientes –. Y, lo que es peor, las relaciones contractuales explícitas se conciben, a menudo, como juegos de suma cero cuando son juegos de suma positiva. Como hemos explicado en otra entrada, las partes de una transacción tienen que cooperar para realizar la ganancia derivada del intercambio. (y aquí, y aquí). Sin embargo, cuando las dos partes están sentadas en la mesa de la negociación, la tendencia es a concebirlas como rivales porque se subraya, únicamente, el reparto de la ganancia entre ellas, es decir, en qué proporciones  se distribuirá el excedente generado por la transacción. Los abogados, erróneamente, valoran su aportación a la transacción no tanto porque hayan contribuido a facilitar su culminación como por la proporción de las ganancias que ha recibido el cliente al que asesoran (no deja de ser interesante que los mejores despachos de abogados se distingan porque consiguen completar las transacciones en mayor grado que otros despachos de peor calidad). Pero la función de los abogados – los ingenieros de los costes de transacción – es facilitar la realización de la transacción, o sea, son servidores de la cooperación

Porque si las partes no cooperan, cómo se repartirán las ganancias es un problema absurdo porque no habrá ganancias que repartir. Los juristas, en particular, tienen una visión distorsionada de su función por la centralidad del litigio en el pensamiento jurídico, es decir, porque se atribuye al Derecho la función de resolver conflictos, esto es, de repartir pérdidas entre las partes de una transacción que ha fracasado. Pero esa no es la función del Derecho. La función del Derecho es establecer las reglas para que la cooperación triunfe; para que las transacciones voluntarias lleguen a buen término y se obtenga la ganancia. Y el litigio – o la aplicación del Derecho Penal en un sentido más abstracto – tiene por objeto garantizar el comportamiento cooperativo imponiendo a los individuos el cumplimiento de las obligaciones que asumieron, precisamente, para maximizar la ganancia común.
Pero las transacciones – “el acto económico más fundamental” – son actos cooperativos que benefician a todos los que participan voluntariamente en ellas. La esencia de la Economía es la cooperación a través de transacciones y mercados. Naturalmente, cuando la gente realiza una transacción puede olvidar que está cooperando, pero la capacidad de los mercados para generar, facilitar y organizar la cooperación con independencia de la voluntad de los sujetos, es la idea central de la Economía
Poner en el centro de la Economía – y del Derecho – a la cooperación no exige cambiar al homo oeconomicus en los modelos construidos para explicar el funcionamiento de la Economía porque “los individuos egoístas-racionales son individuos muy cooperativos porque cooperar es la forma de maximizar la propia utilidad”. Por tanto, la Economía puede conservar las ventajas de utilizar un modelo del ser humano que se aproxima más a la realidad evolutiva que el del altruista dispuesto a sacrificar su interés en reproducirse y sobrevivir a favor del grupo.

¿Y qué pasa con la competencia?


Dice Rubin que

No hay conductas económicas que sean, en sí mismas, competitivas. Los actos económicos más elementales (producir bienes e intercambiarlos) no son actos competitivos, son actos de cooperación. Es como si cada miembro de una sociedad dijera que él se encarga de producir X porque tiene ventajas comparativas en hacerlo y, a continuación, te lo ofrece para que, si tu quieres y te conviene, me lo cambies por aquello que tú tienes ventajas en producir (eso sería una permuta pero es más eficiente sustituirla por dos compraventas como explicó muy bien Alchian). Que él y tú podáis dirigiros a otros vendedores y compradores para realizar ese mismo intercambio no permite calificar como competitiva la relación entre él y tú. No estáis compitiendo cuando intercambiáis. Estáis cooperando. Y puede que ni siquiera haya competencia en el mercado en el que él y tú realizáis el intercambio porque él sea un monopolista y, por tanto, tú no puedas dirigirte a otro para adquirir el bien.

2º En los modelos de competencia perfecta ni hay cooperación ni hay competencia. Todos son precioaceptantes y no tienen que preocuparse por lo que hagan los demás.

3º La especialización y la división del trabajo son, como hemos visto más arriba, un ejemplo superior de cooperación. La especialización no tiene sentido si el que se especializa no puede contar con que podrá obtener, mediante el intercambio – mediante la cooperación con otros individuos – todo aquello que no produce él mismo porque se ha especializado (esto lo explicamos hace algunos años aquí).

4º La competencia no es el objetivo de los individuos cuando intercambian – su objetivo es maximizar su utilidad – ni es el objetivo de la Sociedad en su conjunto – su objetivo es maximizar el bienestar general. La competencia es un instrumento maravilloso porque nos permite descubrir quién es la mejor contraparte para nuestro intercambio (quien puede producir lo que queremos al menor coste de entre todos los miembros de la Sociedad). Lo dice muy gráficamente: “la competencia que se produce en la Economía es competencia por el derecho a cooperar. (“el competidor exitoso es el agente económico que logra cooperar con más agentes” o, dicho de otra forma, “el ganador de la competencia es el que mejor coopera”), La ganancia proviene de la cooperación, no de la competencia. El rival que soporta menores costes obtiene el derecho a cooperar con la contraparte y realiza la ganancia llevando a cabo la transacción voluntaria. Obsérvese que – recuerda Rubin – los criterios para determinar quién se hace con la transacción – con el derecho a cooperar – no se decide, como en la naturaleza, a través de una lucha violenta en el que el más fuerte gana, sino a través de la oferta propia como la más seductora para la contraparte. 

Pero
“de los millones de agentes en una economía cualquiera de ellos está en una relación competitiva con un muy pequeño número de otros agentes pero en una relación de cooperación directa o indirecta con un número elevadísimo de agentes, con la mayoría de los cuales nunca tendrá contacto directo”
Y no es de extrañar que la competencia tenga tan mala fama entre los no economistas (entre los juristas, especialmente) de manera que esta mala reputación se extiende a los mercados:
“La competencia es un fenómeno de ganadores y perdedores. De la cooperación sólo resultan ganadores. Si hay competencia, habrá ganadores pero habrá también perdedores… es normal que la gente observe que hay perdedores (los pobres, los que no tienen hogar, los que quiebran…) y deduzca que esa gente es la perdedora de la competencia económica y que su desgraciada situación se debe a la competencia”.
La libertad de competir – que cualquier vendedor puede vender a cualquier comprador – es, en realidad, la libertad para cooperar. “Unificar los conceptos de competencia y mercado es un error” (Stigler). Los fallos del mercado no son fracasos de la competencia, son fracasos de la cooperación. (esto debería sonarles a Olson y la lógica de la acción colectiva y a Coase)
“Por ejemplo, muchos bienes públicos no se producen porque la cooperación – entre todos los que disfrutarán del bien público – no tiene éxito”.
Porque son muchos los que tienen que cooperar y cooperar es muy costoso.
“Resolver los fallos del mercado es hacer que éste cumpla su función original de facilitar la cooperación”.
Por ejemplo, piénsese en el famoso caso de los faros de Coase. Ninguno de los barcos que pasan cerca de los acantilados tienen incentivos para construir el faro pero todos los barcos estarían mejor si se construyera el faro pagándolo a escote. El mercado tiene un fallo y la única forma de resolverlo es que los competidores – en el mercado de transporte marítimo – cooperen para sufragar el coste de construirlo y mantenerlo o que el Estado lo haga. Coase demostró que los seres humanos somos tan buenos cooperadores que existieron faros privados en la Edad Moderna, de modo que la existencia de “bienes públicos” no requiere siempre de la intervención del Estado para resolver los problemas de infraprovisión que plantean (menos faros de los que serían deseables).

La importancia de las metáforas


¿Por qué son pobres algunas personas? La metáfora de la competencia dice que son pobres porque han perdido en la lucha competitiva o tal vez porque los ricos se apoderaron de lo que era suyo fue expropiada por los ricos. (La gente que dice "Los ricos  son cada vez más ricos y los pobres cada vez más pobres" implicando causalidad.) Pero los economistas saben que esta no es la razón por la que la gente es pobre. Son pobres porque no tienen nada o tiene muy pocos “activos” que puedan intercambiar en el mercado. Es decir, los pobres son pobres porque no son capaces de establecer relaciones de cooperación con los demás. Podemos sentir pena por alguien que es pobre, si esto es debido a que han perdido en un concurso competitivo o porque no están dispuestos o no pueden cooperar con éxito con los demás. Pero si la pobreza es causada por la incapacidad para cooperar, no buscaremos a ningún “malo” al que cargar con la pobreza provocada por la competencia. No hay ningún agente externo que sea culpable de la pobreza si la pobreza es causada por la falta de cosas para vender y no por haber perdido en una lucha competitiva. La solución a la pobreza causada por la falta de algo que vender es aumentar el capital humano de los pobres, generalmente a través de una mayor educación.
Ni que decir tiene que si abandonamos las metáforas erróneas, por ejemplo, en Derecho de la Competencia, acabaríamos con cualquier prohibición de la cooperación entre empresas que no sea aquella cooperación entre competidores en perjuicio de los consumidores, esto es, de aquellos por cuya cooperación compiten. En términos más simples, todos los acuerdos entre no competidores – incluidos los que celebran fabricantes con distribuidores – son actos de cooperación legítima.

Que los perdedores del mercado son los que tienen menos éxito en la cooperación puede aceptarse si pensamos en los mercados de los países desarrollados – en los que está pensando Rubin –, mercados que explotan los beneficios de la cooperación porque los intercambios se desarrollan en un marco en el que todos tienen posibilidad de cooperar, esto es, todos tienen acceso al mercado. La desgracia para la Humanidad es que buena parte de ésta no tiene acceso a la cooperación. Se le impide, a menudo por la fuerza, acceder al mercado, participar en las transacciones, a las que sólo tienen acceso los que están conectados con los poderosos. Desde las barreras a la emigración/inmigración hasta los requisitos desproporcionados para ejercer una actividad pasando, y esto es lo peor de todo, por la privación de las libertades y los derechos que constituyen el presupuesto de las interacciones cooperativas con los demás. Los pobres abundan en los países en los que los que gobiernan entorpecen, no la competencia, sino la cooperación entre sus ciudadanos. Pero esta situación no habla de la inmoralidad del mercado, sino, justamente, de su moralidad: es la ausencia de mercados lo que impide que la gente viva feliz.

… el capitalismo se centra en una sola cosa: darle a la gente lo que quiere. La única manera de tener éxito en un sistema capitalista es cooperar dando a las personas lo que quieren. (es decir, la combinación de precio y otros atributos de un bien o servicio por la que la gente está dispuesta a pagar.) Cuantas más ofertas puedas inducir a la gente a aceptar, más dinero ganarás. No hay otra forma legítima de hacer dinero. El mercado es moral porque maximiza el bienestar humano. Proporciona la mayor cantidad de bienes y servicios posible y los proporciona al menor coste posible. Las vidas de la gente común en el capitalismo son tan felices como es posible. Ningún otro sistema puede afirmar tal cosa. Esta forma de medir la moralidad es una forma basada en los resultados: el capitalismo es moral por lo que produce.
Para comprender la importancia de los términos que utilizamos - competencia/cooperación - es útil esta cita de Milton Friedman que hemos sacado de un trabajo de Bryan Caplan que comentaremos otro día. Reconociendo la existencia de fallos de mercado, dice el gran economista que "nuestros principios no ofrecen una guía segura y rápida respecto a cuándo es apropiada la intervención pública para lograr juntos lo que es difícil o imposible lograr por separado a través del intercambio estrictamente voluntario" . Obsérvese que Friedman no dice lo que es "difícil o imposible lograr también juntos, mediante la cooperación expresada en los intercambios". 

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