Por qué está justificado sospechar de los líderes de una organización que no investiga, denuncia y sanciona a sus corruptos
Zingales ha publicado un post en su blog “Europa o no” y una columna en Il Sole 24 Ore en los que extrae algunas lecciones de management de la “política” del Papa Francisco en relación con la corrupción y faltas de compliance en el seno de la Iglesia Católica. Cualquiera que lea este blog sabe que somos “fans” de Bergoglio y que es el mejor Papa que hemos tenido desde que tengo uso de razón. No solo para los católicos sino también para los would be católicos e incluso para los ateos. La razón no se escapa: este Papa es el que más ha hecho en las últimas cuatro décadas por recuperar el prestigio del papado para todos aquellos que no son forofos católicos y, para los cuales, – como para muchos musulmanes – ninguna barbaridad es aceptable aunque la sostenga un líder religioso. La apelación de Bergoglio a los valores más fundamentales de una sociedad en la que merece la pena vivir (compasión, preocupación por los pobres, jerarquía de valores y superioridad de los valores sobre las afirmaciones dogmáticas, ejemplaridad, apelación a lo mejor de la naturaleza humana…) resultan muy atractivos.
Pues bien, dice Zingales que Bergoglio está dando algunas lecciones de management que no conviene echar en saco roto. Y se refieren estas a que el Papa se ha dedicado a denunciar los comportamientos indecentes de los “managers” de la Iglesia Católica sin esperar a que haya quedado negro sobre blanco el comportamiento ilícito o inmoral de tales managers. Desde sus actuaciones contra los curas pedófilos a la acusación a los obispos que se han enriquecido en el cargo pasando por el reproche a los de vida suntuosa.
Y la ratio de este comportamiento del Papa es muy convincente: cuando una organización tiene que decidir si destituir a un tesorero, a un concejal, a un diputado o a un ministro (y, para las empresas privadas, a cualquier directivo o empleado) ha de ponderar, por un lado, los derechos del afectado, esto es, su honor y su derecho a que, sin incumplimiento por su parte, no se “termine” el contrato de ese sujeto con la organización y, por otro, los intereses de la organización, esto es, su reputación y su “honor” (su consideración por el público como una organización limpia que cumple con la Ley). Zingales lo dice muy bien:
“Por un lado está el coste para la Iglesia de mantener en su organización a un prelado que habría protegido aparentemente a sacerdotes pedófilos. Por otro lado, el riesgo de desmotivar a tu “plantilla” - la estructura eclesiástica – porque se destituya injustamente a un prelado”.
Cuando se realiza tal ponderación, se observa inmediatamente que el “interés” de la organización tiene un valor muy superior al interés personal del prelado (nadie tiene derecho a ser obispo) y al riesgo de desmotivación de tu plantilla, de manera que, un juicio de proporcionalidad conduciría a separar al sospechoso de haber actuado ilícitamente casi “a las primeras de cambio” cuando las conductas ilícitas imputadas sean de cierta gravedad (pedofilia, sustracción de fondos, modo de vida regalado en el caso de un Obispo) y existan indicios de que la acusación es cierta. Si, finalmente, se demuestra la inocencia del individuo, siempre se le podrá restituir en su puesto y si se hace así, se podrá minimizar la desmotivación de la plantilla.
Si trasladamos estas valoraciones a los partidos políticos,
la consecuencia es evidente: el individuo acusado – con indicios mínimamente significativos – de haber desarrollado conductas ilícitas debe dimitir inmediatamente o, si no lo hace voluntariamente, ser separado de su cargo ad cautelam. Zingales, que no es jurista, dice que esta solución “es un cálculo puramente empresarial, de costes/beneficios”. Pero, en realidad, proporcionalidad y análisis coste-beneficio son lo mismo. El juicio de proporcionalidad que hacemos los juristas es un análisis coste-beneficio cualitativo mientras que los economistas pretenden que pueden poner números a ese análisis determinando cuantitativamente los costes y los beneficios de una determinada decisión.
Lo que se acaba de afirmar es aplicable, por supuesto, a las empresas privadas.
Una organización en la que los corruptos no son castigados acabará por ser expulsada del mercado. Simplemente, no atraerá a los empleados de mayor calidad moral (al contrario, atraerá a los corruptos) y acabará por verse infestada de comportamientos ilegales. Y, como en el cuento chino, si la plantilla observa que los dirigentes dan jarabe de pico a la necesidad de comportarse honradamente pero que los corruptos no son expulsados de la organización, “entenderán” correctamente el mensaje y las llamadas a la honradez lanzadas por los directivos carecerán de cualquier credibilidad: obras son amores y no buenas razones.Y el primer comportamiento ilegal que se extenderá entre la plantilla será el de no trabajar, es decir, el de incumplir el contrato de trabajo con la organización. Las consecuencias casi inmediatas sobre la posición en el mercado de esa empresa son obvias: sus productos o servicios serán de peor calidad y acabará en la quiebra. Por eso los mercados competitivos favorecen a las organizaciones íntegras.
En unos tiempos en que reviven las ideas de Weber acerca de la superioridad moral de las sociedades protestantes respecto de las católicas, conviene recordar que la primera obligada en refutar tal afirmación es la propia Iglesia Católica y, en este sentido, la política desarrollada por el Papa no puede ser más efectiva. Dice Zingales
Con demasiada frecuencia, sin embargo, predominan en Italia comportamientos que se pretenden basar en la bondad de carácter (buenismo) y cuya extensión se atribuye a menudo, erróneamente, al catolicismo. El catecismo católico dice claramente que "la libertad hace al hombre responsable de sus actos, en la medida en que éstos son voluntarios" (párrafo 1734). Por otro lado, el Señor pide cuentas a Adán de sus acciones (y lo castiga). Y lo mismo pasa con Caín. Si este buenismo no es católico, - y Francisco lo demuestra – ¿por qué está tan extendido en Italia? (¿Por qué se condonan tan frecuentemente los comportamientos ilícitos o inmorales en el seno de las organizaciones?) Sospecho que la razón es mucho menos noble. En lugar de proteger a los empleados, este buenismo protege a los cúpulas dirigentes. Si el principio de responsabilidad se aplica dentro de una organización, ha de aplicarse, en primer lugar, a las cúpulas directivas. Si se hacen cumplir las normas, el primero que debe cumplirlas es el líder. Francisco no tiene nada que temer: él predica con el ejemplo. ¿Predican igualmente los líderes de nuestras grandes empresas?
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