“Maximize the material, short run advantage of the nuclear
family; assume that all others will do likewise”.
Banfield
Prateek
Raj intenta contestar a esta pregunta de la forma más ingenua: suponiendo
que para que los miembros de una Sociedad adopten un código de conducta
imparcial (tratar igual a todos sean parientes o sean extranei) que
reprima comportamientos oportunistas en las relaciones entre extraños es
necesario que aparezcan “oportunidades” de gran
envergadura que sólo se puedan aprovechar si se generalizan los intercambios con
extraños. Y que, visto lo bien que
les va a los que adoptan ese código de conducta imparcial (beneficios no solo
económicos sino también de sentimiento de integración en el grupo), el código pueda
difundirse (por imitación o porque los padres lo
transmitan a los hijos) entre los miembros de una Sociedad y que tal
difusión sea sostenible porque puedan mantenerse en
niveles bajos a los gorrones
y cizañeros, lo que requiere, a su vez, de que la Sociedad
haya desarrollado capacidades elevadas de acción colectiva, esto es, de
mecanismos de castigo prosocial (privados, sociales y públicos – Derecho –) que
mantenga a raya a los parásitos que, indudablemente, han de florecer en un
entorno en el que los beneficios de ser un free rider aumentan.
Explicar cómo pudo empezar todo es importante porque, dice Raj,
Entender cómo puede surgir el intercambio impersonal con un extraño en ausencia de (i) intercambios repetidos, (ii) sin el conocimiento claro de su identidad, y (iii) en ausencia de un tercero que garantice el cumplimiento de los contratos se vuelve importante especialmente, cuando estamos interesados en entender el surgimiento del intercambio impersonal en entornos donde no existen o no están ampliamente desarrolladas instituciones jurídicas imparciales que sirven uniformemente a todas las partes y la Sociedad no tiene los valores prosociales necesarios para asegurar el mantenimiento de la confianza.
La confianza sólo puede basarse en ciertas expectativas respecto del comportamiento de los
demás. Si esas
expectativas no se ven colmadas, los individuos que se permitan el lujo de
“ponerse en manos de otros” – de hacerse vulnerables, desaparecerán y, con
ellos, el tráfico jurídico y económico entre extraños.
De forma que la aparición de de esas oportunidades es una
conditio sine qua non del desarrollo de confianza generalizada en el
seno de una sociedad. En tanto no aparezcan, miembros de una tribu o un clan no
tendrán incentivos para modificar sus códigos de conducta y su radical
discriminación de los outsiders respecto de los insiders (“a
los míos, con razón y sin ella, (“Yo contra mi hermano. Mi hermano y yo
contra mi primo; mi primo, mi hermano y yo contra el extraño”). Y lo que es
peor, si esas oportunidades no han existido en el pasado, pero los miembros de un grupo han estado
aislados, tampoco habrán desarrollado niveles de cooperación
intragrupo que se obtienen gracias a la competencia
con otros grupos, lo que explica la “ingenuidad” de los nativos
americanos a la llegada de Colón y sus feroces acompañantes y que se tardara
mucho en considerar a los americanos como parte del “nosotros” europeos.
Para modelizar el paso de la cooperación personalizada a la
impersonal, Raj imagina que hay dos personas que inician un intercambio que no
está sostenido por el mecanismo de la reputación o la intervención de un tercero
que asegura el cumplimiento. Uno de ellos – A – es un “comerciante impersonal”
en el sentido de que se relaciona directamente y asumiendo el riesgo
correspondiente con extraños, mientras B es un comerciante que sólo se relaciona
con miembros de su grupo y que utiliza a uno de éstos para “llegar hasta” los
extraños al grupo. Este modelo es plausible y se corresponde, por ejemplo, con
la forma en que se desarrollaba el comercio en la Europa tardomedieval y en la
Edad Moderna en la que los comerciantes más exitosos eran los que tenían redes
de corresponsales más extensas y densas. En este entorno, A (como los fenicios
en el famoso ejemplo que Olson recoge de Herodoto) puede “arriesgarse” y
convencer a B para que comercie con él ofreciendo una garantía, esto es,
exponiéndose a ser engañado por B, que es lo que hacían los comerciantes
fenicios al dejar sobre la playa los objetos que habían traído en su barco con
el riesgo de que los habitantes de Tartessos se limitaran a recogerlos y
largarse con ellos. Naturalmente, los fenicios no volverían por esas playas,
pero se quedarían sin su mercancía.
Es decir, y como en
el caso que explica Lesson, el que está en condiciones de apreciar que hay
una enorme ganancia esperando a la consumación del intercambio puede estar,
también dispuesto a dar una garantía unilateral del cumplimiento por su parte a
la espera de que la contraparte aprecie que hay ganancias futuras del
intercambio que se perderán si “opta” por las ganancias a corto plazo que
conseguiría apropiándose de la garantía expuesta por la otra parte.
Para que este juego se repita y alcance a toda una Sociedad, es
necesario que exista algún canal que permita
difundir lo aprendido por los que inician los intercambios con extraños ya que
los demás miembros de la Sociedad no tendrán experiencia propia
directa de las ventajas del intercambio impersonal. Y lo que tiene de particular
el modelo de Raj es, precisamente, que basa el equilibrio resultante en el
coste-beneficio individual para cada comerciante de cumplir lealmente sus
contratos con extraños o de ser desleal. Y los comerciantes revisan su código de
conducta a partir de su propia experiencia. El modelo, así, permite explicar “la
conducta de los que participan en los intercambios no sólo en equilibrio sino
también en fases de transición”. El proceso es, pues, una competición entre
comerciantes leales y comerciantes oportunistas que deciden comportarse de una
forma u otra en sus relaciones con extraños en función de cuál es la conducta
más ventajosa. Con dos posibles resultados (equilibrios). En el primero, los
comerciantes que se comportan deslealmente con extraños dominan la población y,
por tanto, el comercio impersonal tiende a desaparecer. Sólo hay comercio
“relacional”. Es el “familismo amoral” expresado en la cita de Banfield. En el
segundo, sin embargo, hay una parte de los comerciantes que se comportan
lealmente con los extraños de forma que, como siguen haciéndolo con los propios,
pueden prevalecer – obtienen más ganancias – que los que sólo se relacionan con
otros miembros del grupo en la medida en que sus intercambios con los extraños
no les produzcan pérdidas, en cuyo caso, naturalmente, se darían “de baja” en la
población de comerciantes que se comportan lealmente con extraños. Si observamos
en una Sociedad y en un momento histórico que los intercambios con extraños
florecen y se extienden entre los miembros de una población, será porque los
comerciantes leales con todo el mundo han proliferado en esa población y si lo
han hecho es porque sus ganancias eran superiores a las de los comerciantes que
se limitaban a relacionarse con los miembros del grupo. Y lo primero es lo que
ocurrió – sugiere Raj –
-
en la Arabia del siglo VII (el islam condujo a que las tribus que vivían en Arabia se considerasen todas ellas como pertenecientes al mismo “nosotros”,
- la Italia central del siglo XII (los habitantes de una ciudad se consideraban, todos ellos, como si fueran parientes en cuando miembros de la misma corporación – recuérdese que la corporación se utiliza, históricamente y en primer lugar, para atribuir capacidad jurídica, capacidad para adquirir bienes y contraer deudas y vida eterna a grupos de personas unidos por lazos como los de vivir en la misma ciudad lo que permitió aumentar notablemente el tamaño del grupo entre cuyos miembros el intercambio era relacional y extender y hacer más densa la red de contactos y el volumen de intercambios con otros grupos, aunque fuera de manera relacional) y
-
los Países Bajos del siglo XVI-XVII (donde la elevada exposición al comercio permitió el desarrollo de las corporaciones comerciales)
No estamos seguros de que Raj identifique correctamente los
“institutional enablers” del comercio impersonal en el tercer ejemplo. En el
caso de los Países Bajos e Inglaterra, fue el comercio trasatlántico con Asia a
partir de los descubrimientos de rutas marítimas efectuados por marinos
portugueses y españoles. El comercio de especias y otros productos de Asia era
un “botín” extraordinariamente grande. En fin, no creo que fuera la difusión de
la imprenta en los Países Bajos en comparación con los puertos europeos del
Atlántico (España y Portugal), sino las menores ganancias privadas esperadas del comercio
trasatlántico en ambos casos lo que explica por qué los
holandeses y los ingleses inventaron la sociedad anónima – que constituye un
tour de force en la escala de la cooperación imparcial entre extraños –
mientras que la Monarquía Hispánica organizó como una empresa de Estado el
comercio con América. De América no se esperaban especias. Se esperaba oro y
plata y traerlos a Europa era más una cuestión de logística militar que de
florecimiento del comercio. El comercio con América no tenía, ni de lejos, el
valor esperado del comercio con Asia, de manera que los españoles no tenían
incentivos para modificar radicalmente los instrumentos que utilizaban para
desarrollar el comercio. Es más, el comercio entre América y España
no era un comercio entre extraños ya
que América estaba despoblada, sino un comercio entre comerciantes españoles
(basado, por tanto, en relaciones y no “impersonal”) de “los dos mundos”. No
tiene nada de extraño el uso de los mecanismos tradicionales de articulación de
los intercambios que caracterizó el comercio privado entre América y España
hasta bien entrado el siglo XVIII. Los gobernantes españoles por un lado y los
Estados Generales y la reina de Inglaterra por otro, se comportaron de forma
diferente porque se enfrentaron a circunstancias muy diversas que afectan al
valor de la oportunidad de negocio que enfrentaban y el valor de extender la
impersonalidad de los intercambios para aprovechar de mejor manera esa
oportunidad.
Lo que permitió la extensión del comercio en los Países Bajos
no fue exactamente que “la observación de las nuevas oportunidades del
comercio a larga distancia llevara a los no-comerciantes de la clase media… a aspirar a entrar en la profesión”,
sino más bien que el avanzado sistema
financiero de los Países Bajos – Amsterdam tenía un mercado muy
activo en la negociación de títulos de deuda – permitió a los rentistas (no comerciantes y comerciantes de otros
sectores del comercio) participar en la financiación de las nuevas aventuras
comerciales gracias a la “invención” de la sociedad anónima y al apoyo de los
Estados Generales a los “emprendedores” – estos sí, grandes
comerciantes – que se convirtieron en bewindhebbers en la Compañía de
las Indias Orientales (VOC). Los no comerciantes y los comerciantes de otros
sectores pudieron participar (se denominaron “participanten”) porque el Derecho
de Sociedades continental conocía, además de la compagnia, la sociedad
comanditaria. La VOC no era mas que una sociedad comanditaria por acciones. Lo
extraordinario fue que, por primera vez, miles de holandeses se convirtieron en
socios comanditarios de una enorme sociedad comanditaria por acciones.
La sociedad anónima, así, se convirtió en un instrumento para la
financiación de grandes empresas comerciales que excluyó de éstas a la
commenda y a la compagnia, que carecían de la escala para
aprovechar las nuevas oportunidades de negocio y que se corresponden
perfectamente con la idea del comercio “relacional” y no impersonal porque los
no-comerciantes participaban en el comercio a través de un comerciante, el cual,
a su vez, actuaba como nexo con su red de comerciantes-corresponsales quienes, a
su vez, recibían aportaciones de no-comerciantes a través de la figura de la
commenda.
Por tanto, es correcto decir que
“si los que no eran miembros del consulado – la corporación de comerciantes – querían relacionarse con los comerciantes que se ocupaban del comercio a grandes distancias, necesitaban canales impersonales alternativos a los gremios – consulados –”.
Pero ese “canal
alternativo” fue la sociedad anónima. Y la sociedad anónima – que solo aparece
en el siglo XVII – fue posible gracias a que, a lo largo del siglo XVI,
Amsterdam devino el centro financiero de Europa. Las infraestructuras
tecnológicas y contractuales que habían hecho de Holanda el país donde el
crédito era más barato y abundante (Jonathan Israel funda la ventaja de los
comerciantes holandeses en que podían pagar a los “fabricantes” por adelantado)
se adaptaron fácilmente a la financiación de grandes empresas comerciales
marítimas a finales del XVI y comienzos del XVII. ¿Por qué se convirtió
Amsterdam en el centro financiero de Europa tomando el relevo de Amberes?
Probablemente, por muchas razones, y entre ellas, como subraya Raj, la mejora de
las comunicaciones postales y la utilización masiva de materiales impresos
también en las actividades comerciales, evoluciones que se produjeron en Amberes
y de las que se aprovechó Amsterdam.
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September 6, 2017
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