foto: Pedro Fraile
... hace 45.000 años, la gran mayoría de los seres humanos vivían en poblaciones regionales dentro de las cuales se formaban bandas demográficamente flexibles con una media de 20 a 30 personas y estas bandas móviles multifamiliares eran así de grandes en parte debido a la socialidad humana, que llevaba a la gente a disfrutar de la compañía, y en parte porque se necesitaba una masa crítica de cazadores para reducir la variación en la ingesta familiar de carne. Estos grupos eran extremadamente flexibles, y los habitantes de una región determinada se desplazaban con bastante frecuencia de una banda a otra. Así, cuando surgía una disputa grave, a menudo se resolvía mediante la evasión espacial. Y, cuando se producía un homicidio dentro de una banda, era muy probable que se produjera un asesinato en represalia, ya que el dolor se transformaba en ira y ésta era canalizada por las primitivas tendencias políticas a la represalia activa en una represalia que llegaba a ser intencionadamente letal.
En sociedades primitivas la venganza por parte del ofendido como sistema de retribución es inevitable en ausencia de jerarquías. Son sociedades muy igualitarias en las que no hay líderes. Si no hay líderes que puedan apaciguar a las partes cuando una de ellas ha sufrido una ofensa; sin jerarquías entre sujetos iguales, la autodefensa – la revancha – es imprescindible para mantener el estatus social del agraviado. Sin reacción ante un ataque, la igualdad en el acceso a los recursos y, por tanto, la supervivencia y la reproducción del atacado están en peligro. La formación de jerarquías entre los que atacan con éxito a otros y los que no se defienden es inevitable.
Pero al mismo tiempo, el inicio de un ciclo de venganzas tipo “ojo por ojo” acaba con el grupo, especialmente cuando se trata de asesinatos. De ahí que los grupos humanos primitivos, muy igualitarios, encontraran una solución compatible con la igualdad: el abandono de la banda por parte del asesino. Las tribus de cazadores-recolectores se distribuían por un territorio en bandas de 20-30 personas y se movían entre campamentos a lo ancho de dicho territorio. Cuando se producía un asesinato en una de esas bandas – normalmente por el acceso a las mujeres –, el asesino podía evitar la venganza de la familia del asesinado abandonando el grupo y juntándose a otra banda. De esa forma, la familia agraviada no perdía estatus y su honor en el seno de la banda, lo que ocurriría si permitiese que la muerte de su pariente quedara sin compensación. Boehm sugiere que esta dinámica mantendría el volumen de asesinatos por venganza reducido en un entorno sin instituciones centralizadas de control de la violencia y, sobre todo, en un entorno en el que los individuos – a diferencia de chimpancés o bonobos – disponían de armas letales. Cuando el asesino era un psicópata – asesinos múltiples – sin embargo, la solución era distinta. Se le aplicaba la “pena capital”, normalmente, por algún pariente masculino. De manera que la gestión social de los actos de violencia era diferente entre los cazadores-recolectores a como se gestionaban los demás casos de infracción por un individuo de las normas sociales como apoderarse de una parte de la carne mayor de la que le tocaba a uno o, en general, la reacción frente a comportamientos abusivos
Pero frente a los típicos asesinatos individuales, normalmente por mujeres o por animosidad entre hombres no se reacciona, aunque cualquier asesinato es desaprobado y temido... Los asesinatos en serie son un asunto totalmente diferente. Si un hombre mata dos veces o más, se convierte en una seria amenaza para toda su banda y se le aplica la pena capital.
Sin embargo, cuando en estas sociedades primitivas humanas los varones forman coaliciones unidas por lazos de parentesco o de cohabitación, la violencia aumenta de escala. El asesinato de uno de los miembros de ese clan obliga al clan a asesinar a uno de los miembros de la coalición del asesino. El volumen de violencia revanchista tiene, pues, que aumentar y, sobre todo, dirigirse, no contra el asesino necesariamente, sino contra uno de los miembros de su coalición, lo que refuerza los lazos en cada coalición (la suerte de cada uno está ligada a los demás. No puedo hacer nada por evitar la revancha de la coalición rival si uno de los míos ha cometido un asesinato).
Al tiempo, se desarrollan instituciones que permiten limitar los ciclos de violencia (treguas, pago de dinero como compensación a la familia de la víctima…) y aparecen las jerarquías que, según Boehm se consolidan solo con el asentamiento de la población como consecuencia de la extensión de la agricultura. Abandonar la banda ya no es una opción.
¿Es la venganza algo específicamente humano? No parece. Se encuentra en los tres descendientes del ancestro común – el Pan Ancestral – un simio que vivió entre hace 5-7 millones de años. Hay venganza (violencia contra otros de la propia especie como reacción frente a un ataque( entre los chimpancés, los bonobos y humanos). Boehm explica la hipótesis de Wrangham “para la reconstrucción del comportamiento ancestral” y que “sostiene que los procesos de selección natural son esencialmente conservadores. La regla general de Wrangham es que cualquier patrón importante de comportamiento social que se haya encontrado unánimemente en los tres descendientes vivos de este ancestro puede postularse de forma fiable como si hubiera existido ancestralmente”.
Pero Boehm discrepa en que el comportamiento político de los humanos sea comparable al de los bonobós y de los chimpancés. La razón: el igualitarismo insobornable de los humanos frente a la existencia de jerarquías y relaciones de dominación y subordinación entre los otros simios. Entre éstos últimos, no solo se encuentran las “tendencias individuales a tomar represalias – normalmente no letales – después de recibir una agresión”, sino que “también es relevante que los chimpancés, los bonobos y los humanos puedan funcionar… como coaliciones fraternales patrilocales…” lo que, según se ha explicado más arriba favorece el comportamiento vengativo y la producción de un ciclo de ataques recíprocos entre grupos. La diferencia entre los humanos y los demás simios es que los cazadores-recolectores no permitieron la aparición de “machos-alfa” en su seno, esto es, conservaron y reforzaron la igualdad “política”. Entre los chimpancés y bonobós, “si el macho alfa ataca a un beta, el beta no puede retorsionar a menos que esté dispuesto a sustituir al macho alfa al frente del grupo, lo que significa una pelea seria. Lo normal es que se someta, lo que reduce notablemente el volumen de violencia interna en el grupo”. Además, la existencia de un macho alfa reduce también la violencia entre betas porque una de sus funciones es controlar y detener esas peleas, incluyendo, pues, la revancha de un beta contra otro o el ataque de un beta contra otro en primer lugar. Entre los humanos sin embargo,
Las pautas ancestrales de dominación se transformaron cuando los humanos se volvieron muy igualitarios. Esto puede deberse a que, hace al menos un cuarto de millón de años, se dedicaron a la caza mayor y necesitaron frenar de forma decisiva el comportamiento de los machos alfa para poder compartir la carne de forma pacífica y eficaz.
Nuestro ancestro simio nos proporcionó la base emocional y de conducta idónea para tomar represalias mortales, en forma de tendencia a la dominación y a la agresión y tendencia a tomar represalias ante una agresión previa. A medida que los humanos evolucionaron hacia sistemas políticos igualitarios, la falta de mando y control por parte de los líderes condujo a la autodefensa basada en la familia como medio principal para hacer frente al homicidio. Esto era así a menos que un asesino se convirtiera en un asesino en serie, en cuyo caso la definición de la situación cambiaría radicalmente y todo el grupo se ocuparía de él, en conjunto o a través de su agente, como un desviado moral.
Entre los humanos tuvo que desarrollarse una estrategia diferente para mantener a raya la violencia intraespecífica en el seno de los grupos ante la ausencia de líderes – que existen aunque con distintas herramientas (dominación entre los chimpancés y persuasión entre los bonobos) en otros simios – que controlaran la violencia. La formación de coaliciones, que también forma parte de los sistemas mentales más básicos de los humanos fue la respuesta:
“en ausencia de un lider… las familias han de proteger sus propios intereses y uno de estos intereses es el respeto político, muy conectado con el honor. Sin respeto, el lugar en el juego de poder social de tu familia o tu clan decae gravemente”.
La “igualdad política” – dice Boehm – no impedía que se compitiese por quién era el mejor recolector o el mejor cazador o el mejor fabricante de flechas. La igualdad política se traduce en una vida social bastante agradable porque cada uno se ocupa de sus propios asuntos, es decir, hay una gran autonomía individual lo que conduce igualmente a barruntar que si uno agrede a otro – normalmente por mujeres – corresponde al agredido decidir qué hacer y hacerlo por su cuenta. Pero cuando se forman coaliciones estables, la venganza deja de ser un asunto individual para convertirse en un asunto del clan y eso aumenta el volumen y la intensidad de la violencia y, sobre todo, extiende la venganza a todos los miembros del clan rival. Tendencia ésta que ha sobrevivido como lo demuestra su persistencia en zonas como Montenegro o Sicilia hasta hace bien poco.
Christopher Boehm, Retaliatory Violence in Human Prehistory, The British Journal of Criminology, Volume 51, Issue 3, May 2011, Pages 518–534,