Pregunta un amable comentarista acerca de mi opinión respecto a las características que debe reunir un maestro para ser considerado como tal en el ámbito de la investigación académica en Derecho. No es que haya pensado mucho al respecto, pero hay algunas cosas que me parecen bastante obvias.
La relación maestro-discípulo solo es posible si ambos comparten pasión por el estudio; inteligencia bastante para aportar algo al conocimiento jurídico e integridad en el trabajo de investigación. Un maestro interesado en conseguir poder académico – crearse una clientela que le permita incrementar su influencia en las decisiones que se toman en el ámbito universitario (en la industria de libros de texto, revistas o en el mercado de plazas de profesor universitario o de puestos de gestión) – no es un maestro en el sentido estricto en el que yo quiero utilizar el término.
Un maestro de escasa inteligencia, tampoco. No podrá aportar nada significativo al avance del conocimiento ni, en relación con su discípulo, hacerle desarrollar las buenas cualidades y aptitudes que pueda albergar. Un maestro, en fin, que no transmita pasión por el Derecho – en el caso de los juristas – no podrá contagiar al discípulo del entusiasmo imprescindible para hacer obras dignas de tal nombre. Simétricamente, el discípulo que no reconozca en su maestro a alguien “grande” no debería dedicarse al trabajo académico bajo su tutela. No se puede crecer intelectual y personalmente si no se admira al que te tutela. Y una admiración sincera no es posible si, además de inteligencia, el sujeto admirado carece de honestidad intelectual.
Sobre estas bases, el discípulo tiene derecho a esperar del maestro dedicación y crítica del trabajo del discípulo. No dar por bueno un trabajo del discípulo hasta que éste tenga el nivel mínimo, determinado por la “grandeza” del maestro. El maestro que no revisa concienzudamente los escritos del discípulo no merece tal nombre.
Lo que se dará por añadidura es la formación de una concepción común de los problemas objeto de estudio (creación de una “escuela”). Porque las discrepancias se resolverán en el diálogo: o el maestro convence al discípulo o viceversa. Tertium non datur en el largo plazo. En este sentido, la libertad de investigación del discípulo está sobrevalorada. El maestro tiene la obligación de orientar al discípulo diciéndolo lo que tiene que hacer – lo que ha de estudiar – y lo que no tiene que hacer – lo que no hay que leer y lo que no merece ser estudiado –. Cómo hacerlo es una tarea del discípulo. Si su profesor es un “grande”, la simple contemplación del trabajo del maestro le proporcionará guías seguras. Con el paso del tiempo, el trabajo individual se convertirá en trabajo colectivo. Es una espiral virtuosa y el discípulo acabará superando al maestro y convirtiéndose, a su vez, en un maestro.
En la academia jurídica española hay muchas relaciones maestro-discípulo que no cumplen estos requisitos. La relación es puramente clientelar en muchas ocasiones. El maestro se aprovecha del discípulo para extender su influencia o recabar mano de obra cualificada a muy bajo coste. El discípulo acepta “el trato” porque logrará, finalmente, una posición más o menos segura, mejor o peor retribuida. Dado que las retribuciones universitarias son miserables, es muy probable que muchas relaciones clientelares entre maestros y discípulos se envuelvan, en nuestro país, en una espiral viciosa: los maestros menos íntegros, apasionados e inteligentes generan un mayor número de discípulos que son, a su vez, menos íntegros, apasionados e inteligentes. Al fin y al cabo, las prebendas que pueden obtener de un cacique deshonesto, perezoso y limitado intelectualmente son un magro botín.
3 comentarios:
Y cuanto menos merezca el discípulo los premios o la promoción auspiciada por su "maestro", mayor será su deuda y, lógicamente, más proclive se mostrará a pagar mediante las conductas menos dignas
ahí le has "dao"!
No sé si estoy de acuerdo con todo. En realidad, creo que lo que define esa relación es la generosidad intelectual del maestro. Muchas de las cosas que has señalado en el blog no son características de la relación maestro-discípulo, que te preguntaban, sino de la altura, en general, del maestro y del discípulo. Yo creo que el mío era un magnífico modelo para eso y me gustaría pensar que, si algún día se terciara, yo pudiera proporcionar lo que él me ofreció a otros. Hace poco más de un año publiqué una entrada en mi blog dedicándole un recuerdo destacando, precisamente, su generosa dedicación. No quiero que parezca que quiero promocionarlo como un spamero cualquiera, así que quien tenga curiosidad, seguro que lo puede localizar fácilmente.
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