La ley de compañías comerciales inglesa de 1834 (Trading Companies Bill) tuvo como finalidad extender los rasgos propios de las corporaciones medievales (constitución por carta real o parlamentaria; capacidad para autogobernarse y para actuar en el tráfico - y, por tanto, demandar y ser demandado - a través de su 'rector' o 'secretario') a aquellas sociedades mercantiles de personas (partnerships) que lo 'merecieran'. Y lo más interesante es comprobar que los que prepararon el proyecto de Ley tenían bastante claro en qué contextos la sociedad anónima era un tipo societario que tenía un valor añadido elevado. Bishop Carleton Hunt reproduce las observaciones a dicho proyecto del Board of Trade. La constitución de una sociedad anónima estaba justificada en estos cuatro contextos:
- el primero, cuando el objeto social implicaba un riesgo elevado y es necesario diversificarlo "en el cual muchos individuos pueden estar dispuestos a arriesgar sumas moderadas, cuya suma puede constituir una gran suma suficiente para la empresa, suma que no querría ser aportada por un solo capitalista, o dos o tres, bajo una sociedad ordinaria. La explotación de minas es un ejemplo de este tipo de empresa.
- el segundo, cuando la empresa requiera una suma de capital que no esté al alcance de un solo individuo "como en el caso de las vías férreas, canales, muelles y obras de este tipo"
- el tercero es el del negocio del seguro que tiene de peculiar que no es necesario adelantar grandes sumas de capital (los gastos corrientes se cubren con una pequeña parte de las primas) pero es imprescindible contar con una enorme suma de 'responsabilidad', esto es, con la capacidad patrimonial como para hacer frente al pago de las indemnizaciones.
- y el cuarto es especialmente curioso: necesitamos a la sociedad anónima para llevar a cabo 'empresas' en las que lo deseable es que el número de los que participan en ellas sea lo más grande posible como ocurre, con "las Sociedades Literarias, Instituciones Benéficas y organismos similares".
Y en esas mismas fechas, un diputado británico, Clay, explicaba por qué imponer responsabilidad ilimitada de los accionistas en el caso de los bancos era contraproducente, esto es, provocaba los efectos contrarios a los que pretendía. En efecto, al hacer a todos los accionistas del banco individualmente responsables, se inducía a los administradores de ese banco a decidir cuánto crédito otorgar, no sobre la base de los fondos disponibles (el fondo formado por las aportaciones de los accionistas más los depósitos de los clientes), sino sobre la base de toda la riqueza de todos los accionistas - ya que eran responsables con su patrimonio de las deudas del banco - lo que suponía una expansión del crédito fenomenal equivalente a "acuñar en dinero las tierras, las casas, las fábricas, el capital fijo del país. Es caer de nuevo en el famoso error del esquema de la Compañía del Mississippi de Law". Frente a la responsabilidad ilimitada, Clay proponía, para los bancos, "responsabilidad limitada, capital completamente desembolsado y perfecta publicidad de sus transacciones". La propuesta de Clay no fue acogida favorablemente y se siguió imponiendo responsabilidad ilimitada a los accionistas de bancos hasta mucho más tarde.
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