“… pensemos en el problema de hacer volar objetos más pesados que el aire. Gran parte de los conocimientos aeronáuticos de los primeros tiempos eran experimentales sin una base teórica. Por ejemplo, los intentos de tabular los coeficientes de sustentación y resistencia para cada forma de ala en cada ángulo. Cabe añadir que la base epistémica en la que se apoyaban los primeros experimentos de los hermanos Wright era bastante endeble: en 1901, el astrónomo y matemático Simon Newcomb (el primer estadounidense desde Benjamin Franklin en ser elegido miembro del Instituto de Francia) opinaba que volar transportando algo más que "un insecto" sería imposible. El éxito de Kitty Hawk convenció a todos, salvo a los más obstinados incrédulos, de que el vuelo humano en máquinas de ala fija más pesadas que el aire era posible. Es evidente que su éxito inspiró posteriormente numerosas investigaciones sobre aerodinámica. En 1918, Ludwig Prandtl publicó su obra magistral sobre cómo diseñar las alas de forma científica y no empírica y calcular con precisión la sustentación y la resistencia. Incluso después de Prandtl, no todos los avances en el diseño de aviones se derivaron nítidamente de los primeros principios en una base epistémica en la teoría aerodinámica, y el antiguo método de ensayo y error seguía utilizándose ampliamente en la búsqueda del mejor uso del remachado al ras para mantener unido el cuerpo del avión o la mejor forma de diseñar el tren de aterrizaje...
Thomas Edison, inventor paradigmático de la 2ª Revolución Industrial apenas sabía nada de ciencia, y en muchos sentidos deberíamos considerarlo como un inventor a la antigua usanza que inventaba por ensayo y error gracias la intuición, la destreza y la suerte. Sin embargo, sabía lo suficiente para saber lo que no sabía y que había otros que sabían lo que necesitaba. Entre los que le proporcionaron el conocimiento propositivo necesario para su investigación se encontraban el físico matemático Francis Upton, el ingeniero eléctrico Hermann Claudius, el inventor e ingeniero Nikola Tesla, el físico Arthur E. Kennelly (más tarde profesor de ingeniería eléctrica en Harvard) y el químico Jonas W. Aylsworth. Sin embargo, para entonces los costes de acceso habían disminuido lo suficiente como para que pudiera conocer, por ejemplo, la obra del gran físico alemán Hermann von Helmholtz a través de un ejemplar traducido de la obra de este último sobre acústica
Joel Mokyr Long Term Growth and Technological Change, 2003
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