Rutas postales en 1563 fuente, Wikimedia
Si hay algo de lo que estamos ya mas o menos seguros es de que el desarrollo económico en plazos históricos depende de la mayor extensión de los mercados, esto es, de los intercambios masivos e impersonales. Históricamente, el problema a menudo era la interrupción de esos intercambios por guerras o calamidades. Por el contrario, períodos largos de intercambios masivos ininterrumpidos producían los beneficios de la competencia (especialización, innovación, aumento de la riqueza).
En este trabajo, (Prateek Raj, Origins of Impersonal Markets in Commercialand Communication Revolutions of Europe June 11, 2017) el autor trata de explicar por qué Holanda e Inglaterra, desde finales del siglo XVI se “descolgaron” del resto de Europa y crecieron – en el siglo XVII Holanda y en el XVIII y XIX Inglaterra – mucho más que otras regiones de Europa. Su esquema es simple y convincente. Para que se extiendan los mercados y se intensifiquen los intercambios necesitas dos cosas. Una, una oportunidad de ganancia extraordinaria derivada de la posibilidad de comerciar. Dos, un “comunicador horizontal” en la jerga del autor que extienda esa oportunidad a volúmenes significativos de la población.
El autor ve en el comercio con Asia y América la gran oportunidad de aumentar los intercambios. Esta surgió como consecuencia de los descubrimientos hispano-portugueses a finales del siglo XV y en el siglo XVI, lo que dio una ventaja comparativa para aprovechar la oportunidad a los puertos atlánticos de Europa. En consecuencia, el comercio mediterráneo perdió importancia y decayó. El “comunicador horizontal” fue la invención de la imprenta – en su opinión – que permitió la difusión de los conocimientos necesarios para el ejercicio “moderno” del comercio, esto es, permitió la extensión de la contabilidad de doble entrada, la familiaridad con la letra de cambio etc. El autor utiliza los datos correspondientes a la distancia al Atlántico de las distintas ciudades europeas y los cruza con los datos sobre el número de libros técnico-económicos publicados en esas ciudades. Sabemos, por otros estudios, que la imprenta se difundió en forma de círculos concéntricos con centro en Manguncia, donde Gutenberg inventó la imprenta. El autor encuentra una correlación entre proximidad al Atlántico y volumen de publicaciones técnicas con el crecimiento económico.
El análisis del autor relaciona estas variables con la decadencia de los consulados mercantiles (los gremios –guilds- de los comerciantes que, junto con los gremios de los artesanos constituían las formas organizativas del comercio y la industria en la Edad Media y Moderna). Los consulados mercantiles decaen en Holanda e Inglaterra antes que en el resto de Europa lo que sería una prueba de que el acceso a las actividades comerciales se amplía, es decir, más individuos y no sólo los comerciantes miembros del consulado participan en las actividades mercantiles lo que significa que la aparición de nuevas oportunidades de comercio llevó a más individuos a “arriesgarse” a tener tratos comerciales con extraños, esto es, a aumentar el comercio impersonal que, como venimos diciendo, es el gran motor de la extensión de los mercados. Si por algo se caracteriza un mercado competitivo es porque permite los intercambios anónimos, es decir, intercambios en los que las cualidades personales y las relaciones personales entre los que intercambian resultan irrelevantes. Solo así puede maximizarse el volumen de intercambios y, por tanto, obtenerse las ganancias de la división del trabajo y la especialización (y se genera el volumen óptimo de innovación).
A nuestro juicio, el análisis del autor es correcto. Holanda e Inglaterra aprovecharon las nuevas oportunidades de negocio derivadas del comercio marítimo con Asia y América en mayor medida que el resto de Europa. Pero ¿por qué?
Para entender qué fue decisivo en que Holanda e Inglaterra aprovecharan esa oportunidad quizá haya que comparar cómo la enfrentaron las potencias atlánticas de la época. Como hemos explicado en otro lugar, Castilla y Portugal organizaron el comercio trasatlántico como una obra del Estado: fue obra de la corona el sistema de flotas y la atribución al consulado de Sevilla – al gremio de comerciantes – del desarrollo del comercio. Es decir, el comercio con América se financió a base de impuestos. En el caso de Holanda e Inglaterra, los Estados Generales y la reina de Inglaterra crearon corporaciones de comerciantes a los que se atribuyó el monopolio nacional para explotar el comercio con Asia. Por primera vez en la Historia, sin embargo, el monopolio se atribuyó, no a los comerciantes individuales agrupados en el consulado (que ejercía las funciones auxiliares, no comerciaba por sí mismo) sino a la propia corporación: las compañías de indias, esto es, la VOC en el caso de Holanda y la EIC en el caso de Inglaterra. Ninguna otra potencia atlántica creó sociedades anónimas – corporaciones – para llevar a cabo tal comercio.
La creación de sociedades anónimas por parte de Holanda e Inglaterra tuvo dos efectos devastadores para el modo de comerciar generalizado durante la Edad Media:
- por un lado, destrozó a los consulados – a los gremios –. Sencillamente, las funciones que desempeñaba el consulado (y que siguió desempeñando en el comercio hispano con América hasta el siglo XVIII) pasaron a ser realizadas por la propia corporación titular del monopolio nacional de comercio con Asia. Las mercancías que se traían de Asia – se llevaba sólo plata – eran propiedad de la corporación, no de los comerciantes individuales agrupados en el consulado. Los barcos eran de la corporación, no en condominio naval de los comerciantes agrupados. En consecuencia, los consulados perdieron su razón de ser en Holanda – primero – e Inglaterra – más tarde – al menos en lo que al comercio marítimo se refiere. La decadencia de Amberes frente a Amsterdam es otro indicador de lo plausible de esta evolución. En Amberes no se constituyó una compañía de Indias.-
- por otro, proporcionó a los particulares (viudas, corporaciones, terratenientes, artesanos…) una oportunidad de invertir sus ahorros en el proyecto comercial de más envergadura que habían visto los siglos en Europa (recuérdese que el negocio de los financieros de cierto tamaño hasta esta época consistía en financiar a los reyes). Como ha explicado Gelderblom en varios trabajos, la constitución de la VOC fue un acontecimiento fenomenal. Sus acciones fueron suscritas por decenas de miles de inversores y existió un mercado casi inmediatamente lo que permitió que las acciones circulasen directamente, esto es, a través de una bolsa. Hasta la VOC, los no comerciantes que querían invertir sus ahorros tenían que recurrir a la commenda o al contrato trino, que, naturalmente, no eran formas organizativas de la financiación aptas para “levantar” grandes capitales ni para hacerlo recurriendo simultáneamente a muchos financiadores.
El éxito de la VOC y, más tarde, de la EIC transformó completamente el comercio y supuso un paso fundamental para el desarrollo de los intercambios impersonales en Europa. No en vano se ha señalado a la corporación dotada de las características modernas de la sociedad anónima como el mayor invento no tecnológico de la historia y no en vano se ha indicado que podría haber representado la ventaja comparativa de Europa occidental frente a Asia u Oriente Medio.
Obsérvese la correspondencia entre las características “modernas” de la corporación y la transformación del comercio:
- la “vida eterna” de las corporaciones (la VOC y la EIC fueron compañías temporales cuya duración se transformó en indefinida tras su constitución) lo que permite emprender actividades comerciales que iban más allá del “viaje” para vender y comprar mercancías. La VOC y la EIC instalarán factorías a lo largo de todo el trayecto desde Europa a Asia y se convertirán en soberanas de las Molucas en un caso y de la India en otro.
- la separación entre la financiación (a cargo de cientos, - en el caso de la EIC -, o de miles o decenas de miles de ahorradores – en el caso de la VOC) y la gestión de las empresas comerciales. Esta separación ya existía en la Edad Media. Lo novedoso de la sociedad anónima es, por un lado, que se acumulan las inversiones de muchos individuos con las consiguientes ventajas en términos de diversificación y que, con el paso del tiempo – no al principio – los gestores dejan de asumir el riesgo y ventura de la actividad comercial, lo que era imprescindible cuando esos riesgos devienen enormes por las incertidumbres asociadas al comercio con Asia.
- la libre circulación de las acciones que garantiza la liquidez a los inversores pero preserva a la empresa de su liquidación
En estos tres puntos se resumen las cinco características de la sociedad anónima que suelen destacarse por oposición a las sociedades de personas (a la compagnia y a la commenda).
Por tanto, y en conclusión, la decadencia de los gremios o consulados de comerciantes en el noroccidente europeo puede explicarse, más directamente, haciendo referencia a la aparición de las sociedades anónimas, una evolución de la sociedad comanditaria por acciones – en el caso de la VOC – y de las regulated companies – en el caso de la EIC ya que Inglaterra no conoció las sociedades comanditarias. Las sociedades anónimas permitieron el acceso al comercio transoceánico a los no comerciantes en masa y en volúmenes no vistos hasta entonces. No es que, “de repente” miles de holandeses o ingleses que se dedicaban a otros menesteres entraran a practicar el comercio. Es que se crearon las dos primeras “grandes empresas” de la historia que necesitaron de una financiación que iba mucho más allá de lo que se había visto hasta entonces. Y, con ello, una oportunidad extraordinaria para que los ahorros del resto de la población pudieran dedicarse a actividades mercantiles. El “encompassing interest” – por usar la terminología de Olson – de los Estados Generales holandeses, que apoyaron furiosamente a los Herren que controlaban la gestión de la VOC, y de la Reina de Inglaterra hicieron el resto.
En España, sin embargo, la evolución fue muy diferente. No tanto porque no se dispusiera de la sociedad anónima como porque ésta no ofrecía ventajas tan señaladas para explotar el comercio con América. América estaba despoblada y de allí sólo merecía la pena traer oro y plata. La seguridad de los viajes era el problema número uno (y el sistema de flotas lo resolvió razonablemente). Los volúmenes de financiación necesarios eran de menor envergadura y el sistema puesto en marcha en el siglo XVI fue suficiente. El consulado podía desempeñar esas funciones adecuadamente, de manera que no existieron los incentivos para crear una sociedad anónima semejante a la VOC o la EIC. Solo que España tardó más de dos siglos en abrir el comercio con América a cualquiera.
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