Zurbarán
Esta columna de David Gal explica con claridad algunos de los excesos en el uso de la etiqueta “Economía del comportamiento” por parte de sus “canónigos”, esto es, de los que se ganan la vida en el negocio de la consultoría de políticas públicas.
Pone el ejemplo del uso de un jabón líquido desinfectante por parte de los que entran en un hospital. Se comprobó que muchas más visitas lo utilizaban cuando se ponía un gran letrero en la entrada del hospital y un expendedor del jabón en lugar de arrinconarlo en una esquina del vestíbulo. Claro, de cajón, dirá el lector. El error está en que tal “intervención” no trata de corregir una conducta que sea sistemáticamente irracional por parte de los consumidores. Al contrario, la “intervención” se basa en considerar que la gente es racional y que si le reduces los costes de desinfectarse las manos (porque pones un expendedor de jabón gratuito en un lugar visible de la entrada del hospital), más gente se desinfectará las manos. Otro ejemplo es el de enviar recordatorios a la gente respecto a la fecha de su consulta con el médico o la del cumpleaños de sus seres queridos. De nuevo, olvidarse de esas cosas no es irracional. Si reducimos los costes de recordarlo, reduciremos los olvidos.
Más interés tiene lo que dice sobre el efecto renta. Narra el conocido experimento en el que se daba a una parte del grupo una taza y a otra parte una tableta de chocolate. La mayoría de ambos grupos prefirió quedarse con el objeto que se le había entregado que cambiarlo por el otro. Aunque originalmente el experimento se interpretó como que tenemos aversión a la pérdida, más adelante se explicó que “el error no está en el comportamiento”, sino en suponer que “las preferencias son estables y definidas”, de modo que cuando lo que está en juego es de escaso valor o tiene subjetivamente poco valor para el individuo, la conducta observada se explica sin necesidad de presumir irracionalidad: “muchas personas pueden no tener una preferencia clara entre la taza y la tableta de chocolate”. Al punto que tomar una decisión (coste de computación) supera en coste al beneficio que deriva de la mayor utilidad que espera extraer el sujeto de la taza o de la tableta de chocolate:
“de hecho, la mayoría de las inconsistencias sistemáticas de preferencias documentadas por psicólogos y economistas del comportamiento pueden explicarse más sencillamente por preferencias difusas que por una toma de decisiones subóptima”
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