Moreso se plantea muchas preguntas sobre las colas pero aquí solo interesan las relativas a su carácter de modo de coordinación de un grupo de individuos de acuerdo con una regla:
La práctica de guardar la cola es una práctica muy difundida, se trata de una convención que sirve para coordinarnos cuando somos varios los que deseamos acceder a algún recurso escaso
Entre esas preguntas está
la dimensión psico-social de las colas, ¿cuáles son las reacciones de los seres humanos en dicha práctica, se comportan de modo cooperativo o más bien egoísta?, ¿de qué depende que la práctica sea seguida?, ¿por qué razón algunas veces se abandona la práctica y se genera una situación caótica?
Como Grossi explicaba (v. esta entrada en la que resumo y comento sus reflexiones sobre este asunto) y como explican Binmore y Basu, los humanos tenemos una enorme capacidad para coordinarnos y aumentar la producción aprovechando las economías de escala. Y también para reducir los riesgos que nos acechan en el entorno en el que vivimos asegurándonos recíprocamente. Tenemos esa capacidad porque la psicología humana modelada por la evolución es la de la interdependencia, la de la reciprocidad y la elevada conciencia de que el florecimiento del grupo es decisivo para la supervivencia individual. El lenguaje potencia extraordinariamente las posibilidades de coordinación y cooperación.
La coordinación puede lograrse a través de la genética, a través de reglas o a través de los precios. La adopción de reglas o convenciones sociales es decisiva históricamente. Las reglas – prior tempore, potior iure, en este caso – actúan como punto focal que elimina las necesidades de comunicación entre los miembros del grupo. En el caso de las colas, de los interesados en obtener el bien o servicio de que se trate y evita el conflicto violento por el acceso. Por eso es decisivo que no se trate de un bien o servicio escaso en términos absolutos ya que si lo es y resulta necesario para la subsistencia, no se formará una cola sino un tumulto (por eso los pánicos bancarios o los saqueos o pillajes).
Hacer cola para acceder al bien o servicio significa cumplir la regla de que el bien o servicio se proporcionará primero al que llegó antes al lugar donde se distribuye el bien o servicio. El bien o servicio no tienen por qué ser escasos en sentido estricto. Lo que es escaso es el tiempo de los que proporcionan el bien o servicio y el de los que lo adquieren o reciben su prestación. Y la regla es eficiente porque minimiza el tiempo de espera de los que guardan la cola. Suponiendo que el tiempo en atender a un cliente es idéntico al de atender a otro, guardar cola garantiza que nadie será atendido después de otro que llegó después que él y, por tanto, que lleva menos tiempo esperando que él. Cualquier otra regla supondría tratar desigualmente a los que solicitan el bien o servicio. Ya sé que el que llegó en primer lugar puede no tener que esperar nada y que el tiempo de espera se alarga conforme se alarga la cola (por las mismas razones que se produce un embotellamiento o que un embudo rebosa (entra más caudal del que sale). Pero eso no desmiente la conclusión: nadie que haya llegado más tarde que otro espera menos tiempo que éste para ser atendido.
La regla es, pues, fácilmente aceptable por cada uno de los miembros del grupo sin necesidad de comunicación y 'discusión' explícita. Todos pueden pensar, para sí, que es una buena solución al problema de la coordinación y que los demás pensarán igual. Es decir, el carácter ‘eficiente’ e ‘igualitario’ de la regla de guardar cola es lo que la convierte fácilmente en ‘focal point’. Todos conocen la regla y todos saben que los demás saben que esa es la regla y esperan que los demás cumplan la regla entre otras razones porque el contenido de la regla es 'justo'. Si se dan esos requisitos, la regla es ‘self-enforcing’ y no se necesita emplear ninguna coacción ni elemento externo para asegurar su cumplimiento.
Moreso se plantea otras cuestiones
... como se trata de una práctica convencional, no está escrito que todos los conflictos que pueden plantearse en lo que concierne a guardar la cola tengan una clara y unívoca solución en una regla tan simple. Pensemos en la cuestión siguiente: ¿puede venderse, a cambio de dinero o especie, la posición en la cola?
Parece razonable pensar (en la)… solución que encaje mejor con el sentido que asignemos a la práctica de guardar la cola. Si se nos permite la frivolidad, podríamos decir que hay, al menos, dos enfoques posibles que atribuyen sentido a la práctica de guardar la cola, un enfoque liberal y un enfoque republicano.
Para el enfoque liberal, la práctica tiene sentido en cuanto nos permite razonablemente la coordinación en aquellas actividades en las que somos muchos los que queremos disfrutar de algún recurso escaso y dicha coordinación satisface nuestros intereses individuales. Eso es todo. Para este enfoque no hay problema alguno en permitir la compraventa de la posición en la cola, puesto que ningún interés individual es afectado por esta compraventa.
Para el enfoque republicano, en cambio, la práctica tiene sentido porque otorgando el derecho por turnos como consecuencia de la espera, nos reconocemos unos a otros como iguales, como miembros del mismo grupo, y aceptar la compraventa, representaría corromper este reconocimiento recíproco, puesto que alguien podría alcanzar su turno sólo por disponer de más dinero.
Si a alguien le parece ilusa la concepción republicana, que piense en una lista de espera para un trasplante de riñón y considere entonces cuán razonable le parecería admitir la compraventa del lugar en la lista. Para el enfoque republicano, como es obvio, la compraventa del puesto en la cola está prohibida.
Creo que Moreso no plantea del todo correctamente el ‘dilema’.
La práctica de guardar cola es, originalmente, una regla ‘técnica’ (como una receta de cocina, o un algoritmo) No es una regla que tenga un contenido moral. Y como regla técnica para resolver un problema de coordinación (no se puede atender a todos al mismo tiempo) necesita, para ser acatada, que los sujetos a la regla reconozcan su bondad – en sentido técnico – y crean que será la que los demás acatarán. Es inevitable, sin embargo, entre los humanos, que las reglas técnicas se moralicen. Porque son eficientes, porque resuelven a bajo coste el problema, son también “buenas”.
En general, además, el Derecho acaba teniendo siempre contenido moral porque, dado su carácter general, se basan en la igual consideración de los individuos. Es decir, una regla general se aplica a todos como si todos fuéramos iguales. De manera que el paso de una regla técnica (entre los catalanes del Ampurdán, el arroz se guisa de esta manera) a una regla moral (los catalanes del Ampurdán siempre acogen a los forasteros que llegan a la hora de comer a la puerta de sus casas) es, casi, inevitable aunque sólo sea por el componente de generalidad de las reglas (esto es esencial para explicar por qué el Derecho tiende a ser ‘justo’ y por qué es posible imaginar un Derecho Natural y por qué hemos asistido en 2000 años – al menos – a una evolución del Derecho como la que se ha vivido en Occidente desde el Derecho Romano – al menos –).
La regla prior tempore, potior iure es completa. Significa que se atiende al que llegó primero. La cuestión de si la posición en la cola debe ser o no transmisible (enajenable o intercambiable) no es una cuestión que afecte a la regla. Es una cuestión que debe decidirse en función del bien o servicio para cuya ordenada distribución se utiliza la regla. De manera que la respuesta a la pregunta de Moreso a sus alumnos no es sí o no. Es un “depende”.
Si es una “cola” para recibir un transplante no es lo mismo que si es una cola para comprar carne o para que nos atiendan en la oficina de renovación del DNI. ¿Dónde está la diferencia?
En que el bien o servicio que se distribuye en el primer caso no puede ser objeto de intercambios económicos (es una transacción repugnante) porque no queremos distribuir los órganos disponibles para transplante en función de criterios como la disposición a pagar y la riqueza del demandante. Pero, cuando se trata de bienes y servicios disponibles en el mercado y que se obtienen a cambio de dinero, prohibir la “venta” de la posición en la cola es poner puertas al campo: el que ha guardado la cola, simplemente, transmitirá al que no quiere esperar en ella, no su posición en la cola - que está prohibido - sino el bien o servicio que se esté distribuyendo una vez que es atendido el 'vendedor'.
Y el mismo razonamiento sirve para resolver la cuestión de las colas para realizar conductas repugnantes (el ejemplo de Moreso, que parece sacado de La Vida de Brian es una cola para participar en una lapidación, pero uno mejor es una cola para lanzar enanos). El problema jurídico y filosófico no está en hacer cola. Está en lanzar enanos o en lapidar. Así que el problema es relativamente sencillo si se enfoca adecuadamente. Al fin y al cabo, una cola no es más que una cola.
1 comentario:
Como siempre, muchas gracias por acercarnos estos artículos y por el interesante análisis que siempre los acompaña.
Quisiera hacerle una matización: dice que "La cuestión de si la posición en la cola debe ser o no transmisible [...] Es una cuestión que debe decidirse en función del bien o servicio para cuya ordenada distribución se utiliza la regla", y curiosamente indica, justo a continuación el ejemplo de "comprar carne o para que nos atiendan en la oficina de renovación del DNI.
Precisamente, la venta de citas para ciertos trámites es una triste realidad en algunos ámbitos, como la extranjería, y probablemente se extenderá a muchos más trámites ahora que la Administración se encuentra bloqueada por el sistema de "citas previas" adoptado de manera indiscriminada tras la pandemia. En este contexto, parece que permitir la transmisibilidad de la cita resulta indeseable, pero no necesariamente por su objeto. Aunque algunas situaciones dramáticas pueden entrar en el ámbito de las "transacciones repugnantes" (gente que necesita desesperadamente una cita para obtener papeles), en otras simplemente parece que permitir la transmisión (con lucro) de la cita genera situaciones injustas.
Para mi, y a bote pronto, una explicación podría ser que permitir la transmisión onerosa de las citas genera ineficiencias, dado que crea un incentivo para que gente acapare las citas con el único fin de generar una escasez artificial y lucrarse. En este sentido, se parece mucho (o es idéntico) al fenómeno de la reventa de entradas, que es curioso que no haya mencionado en su artículo. Sería una "mala regla técnica", dado que no resuelve un problema de coordinación, sino que lo crea.
Aunque, en algunos casos, puede percibirse también un componente moral, por el hecho de que estas personas que "revenden" (citas, entradas...) no tienen "carne en el asador", no están "haciendo cola" por su propio interés en recibir el bien o servicio, sino que simplemente buscan lucrarse. Carecen, por así decirlo, de un "interés legítimo" para guardar la cola. En este sentido, permitir la venta de la posición en la cola, bajo ciertas condiciones, transmuta su naturaleza: de una "cola" a un sistema de subasta, en el que se rompe el componente "igualitario" en el acceso al bien o servicio.
En cualquier caso, me gustaría conocer su opinión al respecto. Un saludo.
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