"El trágico destino de Hegel fue que desencadenara inconscientemente las potencias más irracionales que hubieran aparecido jamás en la vida social y política del hombre. No hay otro sistema filosófico que haya contribuido tanto en la preparación del fascismo y el imperialismo como la doctrina del estado de Hegel, como esa Idea divina en su existencia terrena". Hegel fue inclusive el primero en dar expresión a la idea de que, en cada época de la historia, hay una nación y sólo una que represente verdaderamente el espíritu del mundo, y que esta nación tiene el derecho de regir a todas las demás. “El espíritu del mundo, en su marcha hacia adelante, confiere a cada pueblo la tarea de realizar su propia vocación peculiar. Así, en la historia universal, le llega a cada nación el turno de ser la dominante en esa época pero sólo una vez puede desempeñar tal papel. Frente a este derecho absoluto a ser protagonista en la etapa presente del desenvolvimiento del espíritu del mundo, los espíritus de las demás naciones no tienen ningún derecho en absoluto, y lo mismo éstas, que aquéllas cuyas épocas pasaron no cuentan ya para la historia universal.”
Jamás un filósofo de la categoría de Hegel se había expresado de este modo. En las primeras décadas del siglo XIX se produce la aparición y creciente influencia de los ideales nacionalistas. Sin embargo, el hecho nuevo en la historia del pensamiento político, el suceso preñado de consecuencias temibles y de largo alcance, fue que un sistema de ética y una filosofía del Derecho defendieran un imperialismo nacionalista tan desenfrenado; fue que Hegel afirmara que los espíritus de las demás naciones "no tienen ningún derecho en absoluto” frente a la nación que, en un momento histórico dado, tiene que ser considerada como el único "agente del espíritu del mundo
Ya en su tratado sobre La constitución de Alemania había insistido Hegel en que la fuerza de un estado no consiste ni en el número de sus habitantes y de sus soldados, ni en su tamaño. La garantía de una constitución reside más bien “en el espíritu inherente y en la historia de la nación que ha estado haciendo y hace las constituciones.” Someter este espíritu inherente a la voluntad de un partido político o de un caudillo individual era cosa imposible para Hegel. A este respecto, él hubiera rechazado y aborrecido las modernas concepciones del estado totalitario.
Y todavía hay otra razón por la cual Hegel no hubiera suscrito nunca estas opiniones. Uno de los principales fines y las condiciones fundamentales del estado totalitario es el principio de Gleichschaltung. -Coordinar homogenizando-. Para subsistir tiene que eliminar todas las demás formas de vida social y cultural y borrar todas las diferencias. Según Hegel, dicha eliminación no puede conducir nunca a una unidad verdadera y orgánica. El resultado no sería más que esa unidad "abstracta” que él denuncia sin cesar. Una verdadera unidad no borra ni suprime las diferencias; tiene que protegerlas y conservarlas. Aunque Hegel se opusiera tenazmente a los ideales de la Revolución Francesa, estaba convencido, a pesar de todo, de que la abolición de todas las distinciones en el cuerpo social y político, bajo el pretexto de reforzar el poder y la unidad del estado, significaría nada menos que el fin de la libertad. "El único canon esencial para que la libertad sea profunda y verdadera es darle a cada uno de los asuntos que pertenezcan a los intereses generales del estado una organización separada, cuando sean esencialmente distintos. Esta división real tiene que hacerse; pues la libertad sólo es profunda cuando se diferencia en toda su plenitud, y cuando estas diferencias se manifiestan en la existencia."»! Hegel pudo ensalzar y glorificar el estado, inclusive pudo hacer su apoteosis. Sin embargo, existe una diferencia clara e inequívoca entre su idealización del poder del estado y esa especie de idolatría que es característica de nuestros modernos estados totalitarios.
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Ernst Cassirer, El mito del Estado, 1944
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