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domingo, 21 de febrero de 2021

En el principio, fue el aseguramiento de los riesgos



Una entrada en la que resumía un trabajo de Temin sobre el capitalismo terminaba hablando del refrigerador social en la edad de piedra acababa diciendo

Cuando los cazadores en las sociedades primitivas mataban un animal muy grande, invitaban al pueblo a comer porque no tenían forma de conservar la carne y esperaban que sus amigos serían agradecidos” y responderían de la misma forma cuando fueran ellos los que tuviesen la suerte de cazar una gran pieza. O sea que, en realidad, los estómagos de los vecinos y amigos se convertían en una gran nevera donde se guardaba la comida sobrante. El único inconveniente (seguro) era que los amigos y vecinos no lograran cazar nunca una pieza suficientemente grande. Pero eso no era probable. Lo interesante de la historieta es la sustituibilidad entre instituciones sociales e innovaciones tecnológicas. 

Y en esta otra, recurriendo a Basu, explicaba cómo una Sociedad puede verse embarrada en un “equilibrio” social indeseable – el de la impuntualidad generalizada, en el caso – porque las normas sociales, adecuadas para unas determinadas circunstancias, no se modifican cuando las circunstancias cambian. Y, en esta otra, explicaba, también con Basu, cómo el Derecho – actuando como punto focal – puede facilitar la coordinación entre los miembros de una Sociedad para pasar de un equilibrio – indeseable, como el del trabajo infantil generalizado – a otro – el de salarios de adultos suficientes para que los niños no tengan que trabajar – haciendo más saliente una determinada conducta como la deseable y cambiando las expectativas de cada individuo sobre la conducta que desarrollarán los demás miembros de la Sociedad, es decir, al hacer “saliente” una determinada conducta (la de ser puntual), todos los miembros de la Sociedad reconocen que la regla de comportamiento puede haber cambiado y la presencia de enforcers que ahora la harán cumplir con cierta probabilidad les lleva a creer que los demás cambiarán su conducta en la dirección marcada por la norma (que los demás serán puntuales) lo que les llevará a ellos mismos a coordinarse con los demás adoptando la conducta deseable (siendo él mismo puntual). Estas expectativas colectivas sobre la conducta de los demás explica, según algunos, la diferencia de desarrollo económico entre el norte y el sur de Italia.

En esta última entrada, Basu se refería a la prohibición o no del trabajo infantil (y esta a Binmore y el reparto equitativo de la comida en una sociedad de egoístas en la que se concluye que “la regla de reparto equitativo no es una regla que resuelva un problema moral sino un problema de coordinación entre los individuos que forman un grupo tal que se maximicen las posibilidades de supervivencia individual de cada uno de los miembros del grupo”. Sucede que el cumplimiento de la norma y, por tanto, la coordinación, se refuerzan gracias a la moralización de la regla, de manera que la moralización viene después. Los grupos cuyas reglas facilitan en mayor medida la coordinación entre sus miembros tienen más éxito que otros grupos y su moralidad acaba extendiéndose).

Gordley pone otro ejemplo que está relacionado con la idea del refrigerador social. ¿Qué tipo de intercambios serán preponderantes en una sociedad – como las del mundo prehistórico – cuya economía es de subsistencia, no hay mercados y no es posible almacenar alimentos? La respuesta – se decía – es la de utilizar a los demás miembros de la banda como neveras cuando se tiene un excedente y esperar el comportamiento recíproco por parte de los otros miembros cuando se encuentren en esa situación, esperando también que los términos del “intercambio” posterior sean similares a los del “intercambio inicial”. Este entorno – dice Gordley – conduce a unas “extrañas” – para nosotros – reglas sociales (o protojurídicas) sobre los intercambios. Pero la extrañeza se disipa cuando comprendemos que la función de estos intercambios no es la de obtener las ventajas de la especialización y la división del trabajo, ni siquiera las de la producción en común – economías de escala – sino la más modesta pero más vital de aseguramiento.  Como explica Rajan, (en esa entrada están recogidas muchas de las entradas relacionadas con este asunto) la usura estaba prohibida en todo el mundo antiguo, no solo en el occidente cristiano. También en Asia. Y la razón era que el cobro de intereses destrozaba la función de aseguramiento de la entrega de bienes de consumo o de dinero a otra persona cuando ésta se encontraba en estado de necesidad y el donante tenía excedentes). Fue la necesidad de cooperar para la cobertura de riesgos. Como explica Fafchamps, los regalos y las transferencias entre familias constituyen el instrumento primordial de distribución y cobertura colectiva de los riesgos. Y, para que el sistema funcione, es imprescindible que todos estén sometidos a los mismos riesgos y que las posibilidades de autoaseguramiento (ahorro) sean semejantes.

Los rasgos de los intercambios en este tipo de Sociedades resultan ahora comprensibles.

En primer lugar, los intercambios no son simultáneos. El primer “contrato” no fue, obviamente, la compraventa, pero tampoco la permuta. Porque ni la compraventa ni la permuta son útiles cuando el intercambio tiene una función de seguro y no hay mercados suficientemente líquidos y profundos y no hay dinero que permita almacenar “valor”. Cuando la función preponderante de un intercambio es la de aseguramiento (hoy me sobra a mí y te falta a tí, por tanto, hoy yo te entrego alimento a tí y tú lo recibes sin darme nada a cambio según la regla ‘pide cuando necesites, ofrece cuando te sobre’), el “contrato” entre las partes es el de donación. El que tiene excedentes ‘dona’ al que pasa necesidad. Pero es una donación modal, en el sentido de que se sostiene sobre la asunción de que el donatario reciprocará cuando las posiciones cambien y sea él el que tenga excedentes y el otro el que esté necesitado.

La finalidad del intercambio en forma de donación explica igualmente el equilibrio económico: el hecho de que lo que es objeto de donación haya cambiado de “precio”, esto es, haya devenido más escaso o más abundante al tiempo de la devolución de la donación es irrelevante, porque si fuera relevante, el intercambio no cumpliría la función de seguro. En el seguro, como explicara magistralmente Rubin, uno (el tomador/asegurado) entrega algo que para él vale en ese momento menos (el dinero de la prima) para que la otra parte (la compañía aseguradora) le entregue una cantidad de dinero cuando para el asegurado esa cantidad de dinero vale más (cuando se le ha incendiado la casa y tiene que reconstruirla). En un intercambio en forma de donación, el aseguramiento es parcial porque el que el donatario sólo ha de reciprocar si, en un momento posterior, le sobra.

Por último, estos intercambios con función de seguro y forma de donaciones recíprocas requieren de relaciones personales estrechas que permitan castigar al incumplidor (al que no devuelve la donación cuando la situación de excedente y necesidad se altera) negándose a colaborar en el futuro con él. Para que esta negativa sea suficientemente disuasoria, el mecanismo de la reputación debe funcionar (los terceros deben quedar informados de que el donatario no es de fiar como contraparte en intercambios de este tipo). Es decir, la sanción es, normalmente, el ostracismo y la expulsión de la cooperación y, por tanto, del mecanismo de aseguramiento. Para reforzar la eficacia de las sanciones, la moralización de las reglas es muy importante ya que reduce los costes de enforcement. La conciencia de cada miembro del grupo actúa como garantía del cumplimiento.

La conclusión es que los distintos tipos de contratos y su configuración concreta dependen de la función social y económica que cumplen.

Dice Gordley:

En las sociedades precomerciales, cuando la gente hace regalos, el receptor suele estar obligado a devolver algo equivalente pero aún no especificado. Cuando las personas intercambian en estas Sociedades, suelen establecer relaciones comerciales estables con determinadas contrapartes. Cada una de las partes de la relación está obligada a intercambiar cuando la otra lo pida, y a hacerlo a un precio que se mantiene estable a pesar de los cambios en la oferta y la demanda. No es como nuestra sociedad, en la que los regalos se hacen a menudo para enriquecer al que recibe el regalo a costa del donante, y en la que una persona puede intercambiar con quien quiera y cobrar lo que el mercado le permita.

Los estudios antropológicos indican que las reglas de las sociedades precomerciales tienen sentido dadas sus circunstancias. La riqueza es difícil de almacenar. Por tanto, tiene sentido hacer regalos para poder reclamar ayuda en el futuro. Los mercados son escasos o inexistentes, por lo que la oferta o la demanda pueden oscilar de forma salvaje de un día para otro. Por lo tanto, tiene sentido comerciar con un socio habitual que no se aprovechará de una ventaja temporal y al que, a cambio, no debemos explotar. Esto no quiere decir que los habitantes de estas sociedades consideren que sus normas son apropiadas sólo en determinadas circunstancias. Puede que les cueste imaginar que pueda ser apropiado que un donante no reciproque o que una persona suba el precio que cobra a un cliente habitual. Nunca han tenido la oportunidad de considerar cómo las circunstancias podrían ser diferentes, y lo que sería apropiado hacer entonces

Es más, cabe suponer que esas reglas se hayan moralizado e internalizado de manera que ni siquiera un cambio en las circunstancias provoque un cambio en las conductas y en los intercambios. Diamond explicaba que esta función de los regalos llevaba a los donatarios a rechazarlo en muchas ocasiones. Es decir, si sospechaban que el donante estaba tratando de forzarles a devolver el favor, preferían no “endeudarse” mostrando que no tenían ninguna necesidad del regalo. Y también – coherentemente con lo que dice Gordley – que los seres humanos se acostumbraron a calcular cuánto valían las cosas, no porque las intercambiaran, sino porque cosas valiosas servían para reparar el daño causado a otros miembros del grupo. Porque los intercambios servían a la pacificación de las relaciones y no hay nada que perturbe más las relaciones que una ofensa (conflicto sobre mujeres o bienes – de ahí la importancia de la propiedad –) o un daño físico (herida) infligidos por uno de los miembros del grupo a otro.

Que las instituciones contractuales en sociedades primitivas tienen una función básica de aseguramiento (que luego proporcionarán los mercados) se refleja, por ejemplo, en lo que cuenta Hutchinson sobre una institución consuetudinaria antiguamente extendida en África del Sur llamada mafisa o sisa o nquoma:

un miembro de la comunidad que posee un gran rebaño de ganado o de otro tipo confía una parte de su rebaño a un miembro menos rico de la comunidad (normalmente un familiar). La propiedad del ganado, así como de las crías que puedan tener las vacas, cabras u ovejas, sigue siendo del benefactor, pero el receptor obtiene acceso a la leche y a otros frutos de la posesión… Bekker describe cómo una transacción de este tipo protege al dueño del ganado frente a las pérdidas que pudiera causar la propagación de una enfermedad que afectase al ganado distribuyendo el rebaño en una zona geográfica más amplia. También obtiene la ventaja del acceso de su rebaño a tierras de pastoreo más ricas en pastos.

De nuevo, estas transacciones están “moralizadas” : “una transacción sisa está basada en un sentido del deber derivado del parentesco”. Y también cuenta la existencia de unos clubes financieros llamados stokvels: la gente de un pueblo realiza aportaciones periódicas a un fondo común al que pueden recurrir en situaciones de necesidad (curiosamente, – las necesidades humanas son iguales en todos lados - una de las principales finalidades para las que se forman estos clubes es para poder pagar los gastos del entierro, como en Roma con los collegia funeraticia). La exposición a los mercados y su clara superioridad en las funciones de aseguramiento provocarán, a largo plazo, el cambio en los tipos de intercambios y arreglos contractuales que se observen en una Sociedad, pero las reglas morales, internalizadas pueden ser mucho más difíciles y lentas de cambiar.

sábado, 6 de marzo de 2021

En el principio, fue el aseguramiento (II): la regla justa es compartir y corresponder


En esta entrada, procederé a resumir el último capítulo, titulado Fairness, del librito de Ken Binmore que resume, a su vez, los varios trabajos que este autor ha dedicado a la cuestión del tipo y contenido de las normas sociales que pueden constituir un equilibrio estable en las sociedades humanas.

Trata de explicar la moralidad humana desde una perspectiva evolutiva: las normas morales/sociales/jurídicas son un instrumento utilizado en las sociedades humanas para coordinar la conducta de los miembros de un grupo en torno a reglas que maximicen las posibilidades de supervivencia del grupo y – dada la estrechísima relación entre estas y la supervivencia individual – por tanto, la del individuo.

La forma a través de la cual la moral facilita la coordinación es actuando como “punto focal”, es decir, reduciendo los costes para cada miembro del grupo de la conducta que puede esperar que desarrollarán los demás miembros del grupo. Las normas, cuando se “publican”, informan a todos los miembros del grupo que es probable que los demás miembros del mismo se comporten de una determinada manera (en la forma prescrita por la norma cuando se produzca su supuesto de hecho. Por ejemplo, circulando por la derecha cuando se conduzca un automóvil o haciendo cola cuando haya más de un cliente en la puerta de un establecimiento).

La idea es que la función de las normas – coordinación – y su contenido están estrechamente relacionados, es decir, si han de cumplir su función, y han de hacerlo sin coacción externa, es decir, se han de cumplir voluntariamente, las normas han de tener un determinado contenido. Han de ser justas que significa que ninguno de los miembros del grupo esté mejor incumpliéndola. Si no son justas, la norma alternativa actuará, a su vez, como “focal point” que coordinará a los que pueden mejorar su posición incumpliendo la vigente.

Este contenido justo viene (evolutivamente) determinado por una doble regla moral: cuando se trata de distribuir bienes escasos, (bienes, en el sentido de que son valiosos y contribuyen a la supervivencia y escasos en el sentido de que no pueden satisfacerse los deseos de todos con los disponibles) la distribución ha de hacerse con arreglo a dos criterios, compartir y corresponder (sharing y reciprocity) o reparto y reciprocidad.

Compartir porque compartir es la forma más simple y eficiente de aseguramiento frente a la inanición. En los homínidos cuya evolución cultural permitió la aparición del homo sapiens, la extinción del grupo por inanición era una presión selectiva brutalmente potente, de manera que no es extraño que “ensayaran” toda clase de estrategias para reducir el riesgo individual de perecer y la más obvia es la de mutualizar. Mutualizar implica puesta en común y reparto igualitario porque se trata de un entorno de subsistencia en donde ser postergado en el reparto de comida significa inanición.

Y, en las relaciones “bilaterales”, la mutualización del riesgo opera a través del lema pide cuando necesites y ofrece cuando te sobre, es decir, significa reciprocidad, hoy por tí, mañana por mi porque el amor con amor se paga y el que no corresponde se verá aislado y sin compañeros a los que recurrir cuando tenga necesidad. Binmore nos recuerda el ejemplo de los murciélagos que, cuando no han tenido suerte en su día de caza, se aproximan a otro y le chupan parte del alimento almacenado por éste. Y viceversa.

(En este estudio Adrian Bruhin, Ernst Fehr, Daniel Schunk, The many Faces of Human Sociality: Uncovering the Distribution and Stability of Social Preferences, Journal of the European Economic Association , volumen 17, número 4, agosto de 2019, páginas 1025–1069) se concluye que si los costes de hacer el bien a otro son bajos para el sujeto, somos moderadamente altruistas. y que hay tres tipos de sujetos en cuanto a las preferencias. Los altruistas "fuertes", los "moderados" y los que tienen aversión a quedarse atrás. Los primeros -el 40 % - están dispuestos a gastar hasta 86 céntimos para que otro jugador aumente sus ingresos en 1 euro (un juego de suma positiva) cuando su posición es más ventajosa ("les sobra") pero solo 19 cuando tienen menos ingresos que otros. Son el 40 % de la muestra.

Los segundos, - el 50 % - "están dispuesto en promedio a pagar 15 céntimos para aumentar la recompensa del otro jugador en $ 1 cuando tiene más y 7 centavos cuando tiene menos. Puede resultar tentador considerar que este altruismo de bajo costo no tiene importancia. Creemos, sin embargo, que esto sería un error porque la vida social está llena de situaciones en las que las personas pueden ayudar a otros a bajo costo. Muchos pueden, por ejemplo, estar dispuestos a dar instrucciones a un extraño y ayudar a un colega, los cuales están asociados con un pequeño costo de tiempo, o donar algo de dinero a las víctimas de un huracán, aunque es posible que no estén dispuestos a participar en actividades altruistas de alto coste". El tercer grupo - un 10 % - "se caracteriza por una voluntad relativamente grande de reducir los ingresos de otros cuando están atrasados ​​(gastando 78 céntimos para lograr una reducción de ingresos en $ 1), pero sin una voluntad significativa de aumentar los ingresos de otros cuando se adelanta o cuando se le trata con amabilidad". Lo más notable, es que no hay un cuarto tipo que tenga preferencias egoístas. No hay homo oeconomicus compatible con la evolución. El "agente representativo" presenta niveles moderados de altruismo. Y los autores concluyen al respecto algo interesante: "La ausencia de un tipo egoísta independiente no significa, por supuesto, que no existan circunstancias —como ciertos tipos de mercados competitivos— en las que se pueda justificar la suposición de un comportamiento egoísta. Sin embargo, significa que si uno hace esta suposición en un contexto particular, es necesario justificar la suposición porque es posible que muchas personas no se comporten de manera egoísta en estos contextos porque son egoístas, sino porque el entorno institucional hace que el comportamiento relacionado con los demás sea imposible o demasiado costoso. Y, en lo que se refiere a la reciprocidad: "Para el agente representativo, las preferencias distributivas son considerablemente más importantes que las preferencias de reciprocidad. En ausencia de amabilidad u hostilidad entre los jugadores, el agente representativo está, por ejemplo, dispuesto a gastar 33 céntimos para aumentar la recompensa del otro jugador en $ 1 cuando está adelantado. Si, además, el otro jugador ha sido amable anteriormente, la disposición a pagar del agente representativo aumenta a 50 céntimos como máximo. Además, las preferencias por la reciprocidad negativa no parecen sustancialmente más fuertes que las preferencias por la reciprocidad positiva

Y más interesante: si la presión evolutiva es suficientemente intensa, el altruismo derivado de compartir genes puede ser innecesario. De forma que cabe esperar que haya más confianza generalizada (hacia cualquiera) y más individualismo en sociedades humanas evolucionadas en entornos más difíciles y que haya más confianza particularizada (hacia los miembros de la familia extensa) y menos individualismo en sociedades humanas evolucionadas en entornos más favorables. Y aún más interesante. Esta pauta de conducta y esta psicología es “escalable”: los individuos se comportarán como si estuvieran ante un compañero con el que “juegan” repetidamente también cuando estén ante alguien que ven por primera vez y que es posible que no vuelvan a ver nunca.

El resultado de la mutualidad, el reparto y la reciprocidad son sociedades humanas muy igualitarias y, con el suficiente tiempo, unos individuos genéticamente predispuestos a cooperar, esto es, a cumplir las reglas e imitar lo que haga la mayoría, muy celosos de la igualdad – la desigualdad se procesa como una amenaza – y muy dotados para discriminar entre buenos compañeros y aprovechados y con un gran instinto coalicional (facilidad para formar grupos que actúan como si fueran un individuo que conduce a relaciones de competencia y rivalidad con otros grupos por los mismos recursos escasos). Dos millones de años son suficientes para que la co-evolución genes-cultura permita concluir que la moral – y, por tanto, el Derecho – solo pueden explicarse en términos evolutivos.

Se comparte, sin embargo, de manera distinta cuando los bienes se intercambian – y por tanto se han producido individualmente – y cuando los bienes se han producido en común.

Si A y B salen a recoger frutos silvestres a diario individualmente y, aleatoriamente A o B tienen suerte y encuentran abundantes o no la tienen y vuelven con las manos vacías, les conviene adoptar la regla “hoy por tí, mañana por mí” (eventualmente asumiendo obligaciones recíprocas que son específicas de esa relación bilateral y que permiten a los miembros del grupo seleccionar a los más cooperativos y evitar a los gorrones) y compartir pero solo si a A le sobra. Además, no debe haber economías de escala y de producción conjunta-

Este es el equilibrio sostenible sin un tercero que haga cumplir las reglas. ¿Por qué solo si a A o a B le sobra? Porque si A está obligado a compartir le sobre o no, B debería preferir no ir a buscar los frutos y aprovecharse de lo que encuentre A y A estaría mejor consumiendo los frutos que encuentre antes de volver al campamento. Si hay economías de escala o producción conjunta, ambos están mejor recolectando en equipo y repartiendo igualitariamente lo recolectado, es decir, sin recurrir al intercambio en los términos que se han visto más arriba para obtener el aseguramiento recíproco. Y concluye que los estudios antropológicos no han permitido saber si el reparto igualitario de la carne entre los miembros de la banda de cazadores-recolectores se hacía en proporción al “índice social” de cada individuo

El punto de partida es la golden rule: haz a los demás lo que quisieras que te hicieran a ti. “La golden rule captura algo del principio de correspondencia y también es un criterio de justicia” que tiene que ver con la igualdad.

Las críticas han ido en el sentido de que es un criterio que no respeta las diferentes preferencias que hay que suponer en los individuos y que no tiene en cuenta que, en general, la situación de cada individuo puede no ser igual que la de otros. Como tenemos capacidad para ponernos en el lugar de otro (empatía, mind reading), podemos modificar la golden rule para que esta rece: actúa con otro como lo harías si fueras tú la persona a la que le vas a hacer algo.

A partir de aquí analiza la posición original de Rawls. Según Binmore la posición original es una reformulación de la golden rule que tiene en cuenta que los que han de decidir bajo el velo de la ignorancia (no saben de qué lado caerán en el mundo en el que se tiene que aplicar la regla que están formulando) “pueden tener gustos diferentes”. El “equilibrio” que resulta de la decisión de A y B bajo el velo de la ignorancia es necesariamente eficiente (porque si no lo fuera, cualquiera de los dos podría mejorar su situación simplemente cambiando la regla).

¿Puede haber sido resultado de la evolución la posición original de Rawls?

Binmore dice que un “pacto” como el expresado en da cuando tengas excedentes y pide cuando tengas necesidad – como el “celebrado” entre los murciélagos – es el resultado natural de la interacción entre A y B si se comportan como “jugadores racionales”. Se trata de celebrar, como se ha dicho, un contrato de seguro. Pues bien, una vez celebrado el pacto – bajo el velo de la ignorancia – A y B serían indiferentes respecto a la posición que ocuparían en el mundo real (ser A el que ha conseguido cazar o ser el que no lo ha conseguido en un determinado día).

Es interesante que, con este planteamiento, A y B son indiferentes a la posición que ocuparán en la Sociedad una vez establecidas las reglas porque su situación no será fija y para siempre. Es decir, aceptan compartir y corresponder porque suponen que algunas veces A será el que cace y otras será B o, en el ejemplo de los agricultores de Ole Peters, porque suponen que unos años A tendrá mejores cosechas y otros años será B el que las tenga. Aquí es donde la igualdad de oportunidades o posibilidades resulta esencial.

Como se aprecia, la Evolución puede proporcionar reglas eficientes para pequeños grupos. Pero, ¿cómo de bien o de mal “escalan” estas reglas? ¿Cómo pudieron seguir siendo eficientes estas reglas en grupos humanos de gran tamaño? He dicho en otra ocasión que ubi magna societas, ibi ius, es decir, que el Derecho es el producto cultural desarrollado para cumplir las funciones de la moral y de las convenciones sociales en grupos grandes.  Boyer se ha ocupado extensamente de esta cuestión. Dice Binmore – en la línea de otros – que

el ámbito de aplicación de una regla moral a veces se expande cuando los jugadores interpretan mal las señales de su entorno, y así aplican inconscientemente un comportamiento o una forma de pensar que ha evolucionado para su uso dentro de algún círculo interno a un conjunto más amplio de personas o a un nuevo juego... por ejemplo, Alicia podría tratar a Bernardo como un hermano aunque no estén relacionados. O podría tratar un juego de una sola vez como si fuera a repetirse indefinidamente con frecuencia

de forma que, sin saberlo, los mecanismos (genéticos y culturales) que aseguran el equilibrio (el cumplimiento de la regla social o de la convención) en un grupo pequeño formado por individuos que tienen relaciones cara a cara frecuentes entre ellos, aseguran también el equilibrio en un grupo más grande en el que hay relaciones anónimas y esporádicas con otros muchos miembros. Como decía Seabright, el círculo moral se expande cuando convertimos a los foráneos, a los extraños, en parientes honorarios en miembros honoríficos de nuestra banda.

Dice Binmore que lo que distingue el utilitarismo (establecer la regla que maximiza el beneficio neto para el grupo) del igualitarismo (establecer la que trata a todos por igual) es que el primero sólo es posible si existe un tercero a las partes que obliga a las partes a obedecer la regla que se establezca (regla que habrá sido elegida porque es la más eficiente). Pero, cuando no existe tal tercero que asegure el cumplimiento, la única regla que genera un equilibrio estable (nadie tiene incentivos para cambiar su conducta y, por tanto, la norma se cumple voluntariamente porque todos creen que todos la cumplirán) es la regla de la igualdad. Igualdad en el sentido descrito más arriba.

Y si es así, dice Binmore, entonces hay que concluir que el utilitarismo no ha podido ser injertado en nuestra psicología por la evolución, porque en el entorno en el que se formó esta, vivíamos en grupos pequeños, muy igualitarios y en los que no existía ningún tercero especializado en imponer sanciones a los incumplidores. Tanto la determinación de los incumplimientos como las sanciones eran “tareas” ejecutadas descentralizada e indiferenciadamente por todos los miembros del grupo.

Binmore pone el siguiente ejemplo que relaciona la regla de la igualdad con su establecimiento en la posición original

Alicia y Bernardo necesitan un trasplante de corazón, pero sólo hay un corazón disponible. Si las vidas de ambos se consideran igualmente valiosas, un utilitarista será indiferente entre dar el corazón a Alicia o a Bernardo. Pero Alicia consideraría muy injusto que el corazón se diera a Bernardo por el hecho de ser hombre, o por ser blanco o rico. Tampoco se sentiría tranquila si se le dijera que tuvo las mismas posibilidades de ser un hombre cuando el óvulo del que creció fue fecundado en el vientre de su madre.

Por lo tanto, a Alicia le importa mucho cuándo se lanza la moneda fantasma. Si se va a utilizar ese evento aleatorio para determinar quién se queda con el corazón, ella defenderá que se lance una moneda real ahora mismo. Si la moneda cae a favor de Bernardo, estará tentada de encontrar argumentos por los que este lanzamiento en particular es injusto. Entonces, ¿cómo es posible obtener su consentimiento no forzado para respetar la caída de una moneda que sólo es hipotética?

La respuesta es muy sencilla: para que la posición original sea viable sin una imposición externa, Adán y Eva deben ser indiferentes entre que la moneda caiga cara o cruz. De lo contrario, si la posición original se jugara de verdad, Adán o Eva rechazarían el resultado y pedirían que se volviera a lanzar la moneda

Es decir, en la posición original no deben saber si necesitarán o no un transplante de corazón, deben creer que todos tienen las mismas probabilidades de necesitarlo.

Las normas igualitarias son “autoejecutables”,  no necesitan de un tercero que las haga cumplir y las normas utilitarias, en la medida en que no se corresponden con nuestra psicología sobre lo que es justo, necesitan de la coacción. La regla – en el ejemplo – adoptada en la posición original entre A y B por la que el corazón se trasplantará aleatoriamente según el resultado de lanzar una moneda es la que “iguala las utilidad empática”.

Y es probable que la justicia en el sentido de resultado de compartir y corresponder sea “tan antigua como el lenguaje o quizá aún más antigua”. Si es así, entonces la negociación como forma de llegar a acuerdos entre los miembros de un grupo, esto es como mecanismo de coordinación, debió de llegar después a la psicología humana como una alternativa a la existencia de una jerarquía y un líder pero sabemos que las bandas de cazadores-recolectores no tenían líderes y que sancionaban incluso los meros intentos de presentarse como superior a los demás. Y dice Binmore algo que resulta fascinante: los humanos dotaban de una elevadísima importancia a la justicia de las relaciones sociales, esto es, a que la cooperación entre los miembros de un grupo tuviera lugar de forma que fuera sostenible sin necesidad de sanciones externas a los propios individuos que cooperaban. Y, por eso, es probable

“que la justicia fuera mucho más importante para nuestros ancestros cazadores-recolectores que lo que es para nosotros, lo que explica en buen medida por qué el carácter igualitario de estas sociedades resultó un hallazgo sorprendente para los primeros antropólogos” que las estudiaron.

Y el acuerdo sobre la regla igualitaria era muy sencillo, añade, porque la evolución también nos ha dotado de una psicología que tiende a la imitación como regla para la adopción de decisiones a bajo coste en entornos de incertidumbre y alto riesgo.

Binmore repasa los modelos basados en la existencia de un “contrato social” para explicar la coordinación y las reglas vigentes en sociedades a gran escala. Y concluye que sólo las intuiciones morales de Rawls – la posición original y el velo de la ignorancia –

“pueden y deben entenderse como idealizaciones para sociedades granes de las reglas de justicia que observamos que se usan para resolver problemas de coordinación a pequeña escala en nuestras vidas cotidianas

Las normas de equidad evolucionaron para seleccionar un equilibrio eficiente cuando hay muchos disponibles. Dado que funcionan en los subjuegos cotidianos del juego de la vida humana, tal vez se pueda convencer a la gente de que las respete si se aplican a los problemas de contratos sociales que surgen en el juego de la vida en su conjunto. Los políticos podrían reflexionar que los equilibrios de Nash son a prueba de desviaciones por parte de los individuos. La observación de James Madison de que el funcionamiento de un contrato social injusto permite que la equidad actúe como un punto focal en torno al cual pueden reunirse coaliciones desestabilizadoras es, por tanto, de relevancia práctica

Ken Binmore, Crooked Thinking or Straight Talk? Modernizing Epicurean Scientific Philosophy, 2020, capítulo V, pp 95-125

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