martes, 10 de julio de 2018

La información social puede potenciar el conocimiento a pesar de inhibir el esfuerzo cognitivo


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Foto: EL PAIS, Obradoiro. Pórtico de la Gloria


O por qué el trabajo en equipo funciona y siempre hay uno que curra y otro que se aprovecha

Ya he advertido que traeré al blog algunos extractos más del libro “The Enigma of Reason” de Mercier y Sperber. La tesis central está explicada en trabajos previos de ambos y de algunos de ellos nos hemos hecho eco en el blog y en el Almacén. En su concepción, el razonamiento humano es una cualidad social. El razonamiento es un proceso que sirve al aprendizaje social y a mejorar las respuestas del grupo a los desafíos que plantea el entorno, o sea, maximiza la cooperación. De modo que la razón nos sirve para producir y evaluar argumentos lo que significa para justificarnos y refutar a los demás. Razonar es algo social.

En este proceso, la tarea de justificarnos se rige por la ley del mínimo esfuerzo: cuando percibimos algo que no nos cuadra – recuerden, el cerebro es una máquina de predecir – reaccionamos buscando intuitivamente – heurística – una explicación o justificación mínimamente “buena”. Sólo si el argumento es contradicho por otros miembros del grupo, nos esforzaremos en reforzarlo o lo desecharemos y aceptaremos la refutación. Y en grupo, el razonamiento florece y los grupos consiguen mejores soluciones a los problemas que los individuos por separado y aumentan notablemente su capacidad de predicción (amén de que reduce o elimina los sesgos que puedan sufrir los individuos, lo que es otra razón más para no preocuparse por ellos). Pero parece que lo que aprendemos, en buena medida, ni siquiera procede de nuestra heurística y razonamiento. Aprendemos de los demás mediante imitación selectiva.

O sea que, como ya dijera Joe Henrich, los humanos no somos tan listos, si se nos evalúa individualmente y por separado (acuérdense de lo del cerebro colectivo aunque no desconfíen de lo que puede hacer la inteligencia artificial) habríamos desaparecido de la faz de la tierra hace decenas de miles de años.

En este trabajo se explica un experimento para comprobar cómo interactúa el aprendizaje social y la capacidad de razonamiento – y, por tanto, de aprendizaje – individual. Los resultados son compatibles con lo que acabamos de explicar. Al parecer, si podemos “capturar” la información socialmente, no tenemos incentivos para producirla nosotros mismos. Como no hay comidas gratis, el aprendizaje social tiene un “pero”: la generalización de lo aprendido. Si nos lo dan sin esfuerzo, nuestra capacidad individual para hacer “inferencias útiles sobre el entorno” disminuirá. Y donde mayor será el problema es en la adquisición de conocimientos generalizables porque para adquirir estos, los individuos “deben procesar la información observada, generar hipótesis y comparar éstas con datos”. En lugar de hacer tal cosa, el individuo puede limitarse a copiar los comportamientos ajenos. Ese es el resultado de los experimentos previos: “la propagación de respuestas correctas y socialmente adquiridas no promovía el razonamiento analítico en los alumnos” pero esta tendencia puede quedar contrarrestada si se permite a los miembros del grupo interactuar verbalmente entre sí. Todos los experimentos con grupos demuestran que los resultados mejoran a los individuales tanto en resolver problemas como en realizar predicciones y que los miembros del grupo se aprovechan, a posteriori, individualmente de lo aprendido en el grupo.

¿Qué ocurre cuando los individuos pueden copiar, imitar, observar lo que hacen los otros pero no pueden interactuar verbalmente con los demás? Pues que los que resolvían el problema en grupo – socialmente – tenían mucho más éxito que los que lo resolvían individualmente. Pero si no se les permitía interactuar verbalmente, cuando se les hacía aplicar lo aprendido ahora individualmente, el rendimiento de los que habían aprendido socialmente era casi semejante a los que habían aprendido individualmente, de modo que

el hecho de que los que aprendían socialmente no fueran mucho más propensos a inferir la regla (generalizar) que los que aprendían individualmente a pesar de ser más exitosos durante la fase de prueba, sugiere que la exposición a la información social disminuyó el esfuerzo cognitivo de los que aprendían socialmente… los que aprendían socialmente invertían menos en procesar la información (para deducir la regla general) porque tenían pocos incentivos para tratar de inferir la regla durante la fase de aprendizaje social.

La razón: basta con que uno de los miembros del grupo haya inferido cuál es la regla que permite resolver el problema para que los demás se limiten a seguirle y aceptar la solución sin preocuparse por entender por qué esa solución “funciona”. Este razonamiento debería llevarnos a no pensar tan mal de los parásitos y aprovechateguis. En realidad, éstos pagan a los que resuelven el problema del grupo (“la imitación es la mayor expresión de halago”) y – si las interacciones son repetidas – pagan al que curra más en forma de reputación social. Por otro lado, el experimento, recuérdese, no incluía la interacción verbal.

¿Qué se deduce del experimento? Que

la inversión de esfuerzo que realizamos en extraer reglas generales (que podamos aplicar a futuros casos) viene determinada por una combinación del comportamiento adecuado socialmente con la minimización del esfuerzo cognitivo.

Los que aprenden en grupo no quieren aparecer ante los demás como gorrones o aprovechados pero no quieren gastar más neuronas de las imprescindibles. De forma que los menos inteligentes subcontratan su tarea a los mejor informados o más capaces del grupo. Y ni siquiera se molestan en tratar de entender por qué la solución propuesta por otro miembro del grupo “funciona”. Lo importante es que funcione. Recuerden lo de la opacidad causal.

Si las personas no adquirieran y ejecutaran conductas a menos que entendieran por qué son eficientes, las conductas exitosas que no son causalmente transparentes no persistirían. Al adquirir comportamientos que están correlacionados con el éxito / la eficiencia, aunque no entienden por qué funcionan, los que aprenden socialmente ayudan a que las soluciones exitosas se extiendan y aumentan la probabilidad de que otros miembros del grupo queden expuestos a ese comportamiento exitoso. Esto aumenta la probabilidad de que los comportamientos lleguen a personas más cualificadas (es decir, que entiendan por qué funcionan las soluciones) lo que, a su vez, refuerza la acumulación cultural.

La conclusión es que los beneficios de la especialización y la división del trabajo son extraordinarios. Dejemos que el listo resuelva el problema, ahorremos esfuerzo cognitivo y copiemos su solución y, a continuación, extendamos la buena nueva. Cuando otro listo la conozca, la mejorará y los imitadores tendremos una versión mejorada de la solución para copiar y extender aún más. Y mientras tanto, el no-tan-listo pero con mejores reflejos puede dedicarse a impedir que el tigre se coma al listo y a los demás aprovechados.


Maxime Derex/Robert Boyd, Social information can potentiate understanding despite inhibiting cognitive effort

(2018)

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