Lorenzo Lotto, Retrato del Obispo Bernardo de Rossi
Por lo mismo que nos gusta el coito. Porque nuestros genes quieren reproducirse y el coito aumenta nuestras posibilidades de reproducción. De manera que practicamos el sexo porque nos gusta y nos gusta porque eso favorece la transmisión de nuestros genes. Con el razonamiento humano pasa algo parecido. Razonar es resultado de la socialidad humana. Razonar no nos sirve para resolver rompecabezas cognitivos. Razonar nos sirve para producir y evaluar argumentos. Cuando los producimos, somos muy benevolentes con nosotros mismos (myside bias mejor que sesgo de confirmación) y nos damos por satisfechos rápidamente con el producto de nuestra intuición (heurística) pero cuando evaluamos los argumentos de los demás somos muy objetivos y estamos mucho más alerta. Una vez que nos refutan los argumentos que hemos avanzado, nos aplicamos a defender nuestra posición o según los casos, nos sumamos a la posición del que nos refuta. El conocimiento sólo surge de la discusión y las soluciones a los problemas sociales – de los que depende la supervivencia individual – sólo pueden ser suficientemente buenas si los miembros del grupo discuten. Decenas de experimentos lo demuestran: la tasa de “acierto” en la solución de problemas de los grupos es muy superior a la tasa de aciertos individual. De manera que la evolución ha tenido que hacernos placentera la habilidad de convencer a otros
¡Ah! y cuando no discutimos es, a menudo, porque no nos importa lo que nos dicen, sino quién nos lo dice. Por eso los alumnos reproducen, en sus apuntes, cualquier tontería que diga el profesor (“cuando un profesor explica la solución a un problema de matemáticas, los alumnos la creen porque confían en ella. No necesitan atender mucho a sus explicaciones ya que, de todas formas, están dispuestos a aceptar la conclusión”, pero no aceptarían de ninguna manera la misma conclusión de un compañero de clase aunque – esto es lo bueno – “la mayoría de ellos, la mayor parte de las veces estarán dispuestos a cambiar de opinión si se le da buenas razones para ello”. (A ver si explico algún día cómo podría este hallazgo mejorar la docencia porque esto explica, como dicen los autores, por qué “los propios alumnos pueden ser, recíprocamente, sus mejores profesores” y en el libro se encuentran algunas indicaciones interesantes respecto a la difícil cuestión de cómo enseñar a pensar).
El punto de partida es que para maximizar la cooperación que nos permite obtener bienes públicos, asegurarnos frente a los riesgos medioambientales y obtener las economías de escala es imprescindible la comunicación. La comunicación permite adoptar las mejores soluciones a los problemas a los que se enfrenta el grupo y coordinar la actuación de todos los miembros
"Razonar es una actividad cognitiva que requiere una inversión relativamente alta y cuyos efectos beneficiosos para nuestra supervivencia y adaptación son indirectos. Estos beneficios consisten en que nos permite superar los límites que, a la comunicación entre humanos…impone la necesidad de confiar en el otro. Gracias al razonamiento empleado en la comunicación, estamos en mejores condiciones para influir en los demás y más dispuestos a aceptar la influencia de los demás previa prudente evaluación de los argumentos de éstos. Pero este tipo de recompensa no parece suficiente para explicar por qué nos gusta tanto discutir, de manera que se nos ocurre que la propia actividad de razonar debe proporcionar algún tipo de recompensa hedonista. Obviamente, esto quizá no sea así para todos los humanos en el mismo grado y de la misma forma. Sin embargo, aquellos que, debido a su posición social o a su inclinación personal son reacios a discutir, pueden disfrutar viendo a otros discutir entre sí y pueden razonar, como observadores, usando su capacidad de raciocinio para evaluar la calidad de los argumentos empleados más que para producirlos. De ahí que se hayan extendido tanto los concursos y torneos de debate: es una suerte de exaptación. Razonar se capturó para utilizarlo en una actividad (placentera) para la que no evolucionó.
Traeremos más extractos de este libro que me ha gustado mucho. Sobre todo cómo desmonta la idea de que existe un sistema dual en nuestro cerebro a la hora de razonar.
Sperber/Mercier, The Enigma of Reason, 2017
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