"Esta es la suerte que nos reservado el destino: la de triunfar finalmente en todas las guerras a pesar de ser vencidos en muchas batallas"
Tito Livio sobre Roma
Hay correlación entre capacidad estatal y desarrollo económico. Lo primero se refiere al volumen de impuestos que un Estado es capaz de arrancar a sus ciudadanos y a la envergadura del aparato estatal que presta servicios públicos a aquéllos. Se supone que un Estado con elevada capacidad favorece el desarrollo económico gracias a que hace posible la existencia de mercados eficientes que, como es sabido, son la principal fuente de generación de riqueza al permitir la obtención de las ganancias derivadas de la especialización y la división del trabajo.
La capacidad estatal básica es la de mantener la paz y la seguridad física. La defensa, como bien público, garantiza a los ciudadanos que su producción no les será arrebatada por otros ciudadanos de su polis o por Sociedades vecinas y enemigas. Como no hay mejor defensa que un buen ataque (aunque defender un territorio es más fácil que conquistarlo), la mejor forma de disuadir a éstas de atacar a nuestros ciudadanos es desarrollar una capacidad militar ofensiva imponente. De forma que no pueden separarse la capacidad defensiva y la ofensiva ni la capacidad estatal y la capacidad militar.
Y si desarrollas esa capacidad militar ¿por qué no usarla? Y, si la usas y te apoderas de la producción de las Sociedades vecinas ¿qué harán éstas? Desarrollar capacidad militar a su vez.
El resultado es, como en cualquier caso de “bienes posicionales”, una carrera de armamentos y conflictos bélicos periódicos y, como se verá, que nadie pueda mantenerse al margen de esta dinámica y “elegir” no invertir en capacidad militar. Si lo hace, acabará siendo engullida por alguna potencia vecina. Es más, no hacerlo es una invitación a tus vecinos a atacarte y, por tanto, a que ellos inviertan en capacidad militar.
Esto es lo que ocurrió en Europa desde la caída del imperio romano hasta bien entrado el siglo XX. Algo excepcional en el mundo. Europa fue, con mucho, la parte más violenta del mundo. Mucho más que Asia, África o América.
En este trabajo, los autores se preguntan por los casos “raros”: ¿hay Estados con escasa capacidad que se han desarrollado económicamente? y viceversa, ¿hay Estados con alta capacidad que no han logrado niveles altos de desarrollo? Se citan como ejemplos de alta capacidad pero bajo desarrollo económico el imperio bizantino y, en la actualidad, Cuba. De lo que no hay ejemplos es de Estados con escasa capacidad en sociedades con elevado desarrollo económico. Mala suerte para los libertarios. Los autores se preguntan por qué. Y su respuesta es intuitivamente muy atractiva: porque esas sociedades han sido conquistadas/absorbidas por Estados con alta capacidad. Un Estado de baja capacidad y elevado desarrollo económico no es un “equilibrio”. Es inestable. ¿Por qué? Porque las tribus humanas compiten entre sí. Los individuos, dentro de cada tribu, cooperan para proveerse de los bienes públicos pero también para mejor atacar a tribus vecinas.
“Si una sociedad se hace rica sin Estado… los rendimientos relativos del comercio comparados con los rendimientos de realizar incursiones o razzias a las tribus vecinas caerán marginalmente. De manera que cabe esperar que conforme una sociedad se hace más rica, invertirá más, ceteris paribus, en incursiones en los territorios vecinos, lo que induce a aumentar las inversiones en capacidad militar ofensiva por parte de las sociedades vecinas que pueden ser víctimas de estos ataques”
Estas inversiones son, naturalmente, captura de rentas. Como explico aquí con un ejemplo bonaerense, esas inversiones en capacidad ofensiva y defensiva podrían evitarse si todos estuvieran seguros de que no serían atacados y que atacar no vale la pena. Pero el “juego” del tipo “arm’s race” conduce inevitablemente a una escalada en las inversiones militares.
En sentido contrario, sin embargo, no toda la inversión en capacidad ofensiva/defensiva es captura de rentas. Esta escalada tiene efectos externos positivos en el crecimiento económico, ya que fomentan la innovación y las innovaciones militares pueden luego usarse provechosamente “civilmente” y, como en el caso de Europa, conquistar y apoderarse de las riquezas del resto del mundo (colonialismo). Se entra así en una espiral en la que las sociedades más ricas invierten más en gasto militar y las sociedades con más capacidad militar son también las sociedades más ricas. ¿Y dónde quedan las sociedades ricas pero desarmadas? Engullidas por las que tienen un potente aparato militar. O sea, desaparecidas.
Las consecuencias de este planteamiento son dos, dicen los autores. Uno, que la capacidad estatal no es un insumo o componente del resultado “desarrollo económico”, sino un resultado variable de dicho desarrollo. En otros términos:
“la relación entre capacidad estatal y desarrollo económico es más parecida a una condición de supervivencia. Si observamos que el proceso histórico iniciado en la Edad Moderna ha culminado en Estados con alta capacidad estatal y alto desarrollo económico…”
es porque esos Estados son los supervivientes en una dinámica de conquistas:
“lograron conquistar sin ser conquistados”.
Los que no desarrollaron capacidad militar suficiente, simplemente, han desaparecido. O sea,
“la correlación que observamos entre Estados fuertes y prosperidad económica se comprende mejor como un caso de sesgo de supervivencia”
(sólo han sobrevivido los Estados fuertes militarmente y los Estados fuertes militarmente tienen incentivos para aumentar su riqueza, no vía “dulce comercio”, esto es, aumentando la producción y la especialización con comercio, sino vía conquista y depredación de los países vecinos).
Y estas dos consecuencias permiten una conclusión
“si bien se puede argumentar que la capacidad estatal es beneficiosa para la actividad económica dentro de algunos márgenes… el impulso de la capacidad estatal tiene poco que ver con el objetivo de mejorar el bienestar general… Por tanto, parte del desarrollo económico que observamos se produce a pesar de las inversiones en capacidad estatal y no debido a ellas”
La intuición es brillante. Porque explica lo que vemos a partir de lo que no vemos. Como en el famoso episodio de Sherlock Holmes, lo importante es saber por qué el perro no ladró. A menudo, en el análisis de un fenómeno, lo más interesante es lo que no aparece.
Por ejemplo, no entenderemos la emigración si seguimos pensando que hay “mucha” emigración en nuestro mundo. Hay muy poca respecto de la que cabía esperar dadas las diferencias de ingresos entre unas y otras partes del mundo. Si la renta per capita española es cuatro veces la de Marruecos ¿por qué no cientos de miles de marroquíes cruzando el Estrecho? Del mismo modo, la pregunta que se formulan los autores es la correcta: ¿por qué no ha habido históricamente Sociedades políticas desarmadas y con alto desarrollo económico? Y la respuesta tiene que estar – nada sobre el hombre y las sociedades humanas se explica sino por referencia a la Evolución – en que la capacidad militar es una condición de supervivencia de un grupo humano si las relaciones entre grupos humanos son competitivas.
El caso de Roma es otro que indica de modo espectacular lo correcto de esta aproximación. Roma desarrolló la Economía más “sofisticada” de la Antigüedad. Sus niveles de complejidad y desarrollo no se volvieron a alcanzar hasta el siglo XVIII. Las ciudades actuales son las romanas. ¿Cómo fue posible? Gracias a que los países ribereños del Mediterráneo disfrutaron del período de paz más largo de la historia de Occidente. Al menos desde que Pompeyo acabara con los piratas y hasta el siglo V con las invasiones bárbaras, el comercio y la especialización productiva pudieron desarrollarse a una escala desconocida hasta entonces. Los romanos disfrutaron de una capacidad militar indisputada e indisputable una vez que acabaron con los cartagineses. Todavía en el siglo II se realizan grandes conquistas. La interrupción del comercio como consecuencia de los conflictos bélicos es la principal causa de paralización y retraso económico y Roma se vio libre de “interrupciones” durante centenares de años (llama la atención sobre esta circunstancia Tom Holland en su historia de los orígenes del Islam).
Podría objetarse que sociedades ricas pueden no desarrollar una elevada capacidad militar y, sin embargo, sobrevivir en el largo plazo contratando la protección frente al pillaje y a la depredación por parte de los “extranjeros” a un agente especializado que presta el servicio a varias de esas Sociedades. Esa es, probablemente, la función que cumplían los imperios europeos en la Edad Moderna y el señor feudal en la Edad Media. Si esos “contratos” son hacederos y estables (y probablemente lo eran en la Edad Moderna con una elevada fragmentación política en Europa y con muchos gobiernos autónomos en el nivel local) podría ser compatible un elevado desarrollo económico con ausencia de elevado gasto militar. Esas polities serían capaces, sin embargo, de extraer elevados impuestos a su población y proporcionar un elevado nivel de servicios públicos. Estos se prestarían por una “polity” distinta (y de nivel geográfico más reducido) del “servicio” de protección frente a los ataques de extranjeros (prestado por el Imperio). Pero esta posibilidad confirma, no desmiente, la viabilidad del argumento de los autores: las Sociedades que observamos hoy con un alto grado de desarrollo económico y de capacidad estatal son supervivientes de una pugna que se desarrolló durante más de un milenio por vía bélica.
Tampoco necesitan los autores explicar la “dimensión militar” de las inversiones “públicas” de carácter civil (obvia, por ejemplo, en las vías de transporte, sin las cuales no puede movilizarse a un ejército pero puede extenderse a los puentes, a los faros, a los puertos…) porque esas inversiones no las realizaba el “jefe militar”, esto es, el rey o el emperador, sino otras unidades políticas inferiores como las ciudades o los territorios subordinados al rey.
¿Es posible un equilibrio distinto en el que “el comercio sea preferido a la razzia y la conquista”? Los autores ponen como ejemplo de ausencia – práctica – de Estado y relaciones armoniosas entre dos Sociedades basadas en el comercio el de la región canadiense de Acadia: “la inexistencia de capacidad estatal impidió a ningún grupo desplazar los costes de la violencia sobre la población general”. Aunque – dicen – tan importante como eso fue que los dos grupos que podrían enfrentarse (colonos europeos e indios canadienses) no competían por los recursos (los primeros practicaban la agricultura y respetaron los territorios de caza de los segundos) lo que reducía la probabilidad de conflicto abierto y facilitaba el comercio dada la especialización de cada uno de los grupos. Pero en 1755, Inglaterra deportó a los acadianos enviando, para ello, a 2250 soldados (uno por cada 5 acadianos). ¿Cuál es la moraleja? Que aunque logres vivir en paz con tus vecinos próximos sin desarrollar capacidad militar, basta con que tu prosperidad llegue a oídos de cualquier otra Sociedad con dicha capacidad militar para que tu supervivencia esté en peligro. Que se lo digan a los que sufrieron el colonialismo europeo.
El ejemplo contrario al de Acadia que ponen los autores es el de Inglaterra, que construyó un Estado con gran capacidad para proteger su riqueza – mayor que la de cualquier país europeo excepto Holanda – frente a la invasión extranjera y la utilizó, igualmente, para apoderarse de la riqueza de otros países. O sea, para “hacer la guerra” y para hacerla a Francia, un país con más población y, por tanto, en principio, con más recursos que emplear en un conflicto bélico. En el siglo XVIII, la capacidad estatal de Inglaterra supera a Francia y su sistema fiscal deviene mucho más eficiente que el francés lo que le permite dedicar muchos más recursos a la guerra.
Geloso, Vincent and Salter, Alexander William, State Capacity and Economic Development: Causal Mechanism or Correlative Filter? (December 18, 2019)
No hay comentarios:
Publicar un comentario