miércoles, 26 de mayo de 2021

El Supremo flexibiliza la aplicación del art. 217 LSC sobre retribución de administradores e interpreta el art. 190.3 LSC en relación con un incremento de la retribución del socio-administrador-director general cuya conformidad con el interés social no se demuestra


foto: Pedro Fraile

Me he quejado en numerosas ocasiones de la infernal – esta sí – regulación de la retribución de los administradores sociales. Para las sociedades, especialmente las de menor tamaño resulta prácticamente imposible retribuir sencillamente a sus administradores sociales. Las “minas” que ponen en el camino el Registro Mercantil, el legislador de sociedades cotizadas y, últimamente, también el Tribunal Supremo, justifican tal afirmación. En la sentencia de 13 de mayo de 2021, el Supremo, por el contrario aboga por una interpretación flexible del art. 217 LSC.

En concreto, afirma que si en los estatutos se establece que el cargo de administrador es remunerado y que la remuneración consistirá en un sueldo y que la cuantía de ese “sueldo” la fija la junta anualmente, no anula la retribución el hecho de que el acuerdo social correspondiente se adopte al final del ejercicio y no al comienzo del mismo

La previsión estatutaria de Eslinga sobre el carácter remunerado del cargo de administrador y el sistema de retribución, mediante un sueldo, se acomoda a esta normativa. Según los estatutos, la junta general debía fijar ese sueldo para cada ejercicio, sin que necesariamente tuviera que hacerse al comienzo del ejercicio. No existe ningún inconveniente en que pudiera hacerse, como en este caso, en diciembre, antes del cierre del ejercicio. Es cierto que la disposición transitoria primera de la Ley 31/2014, de 3 de diciembre, que modificó el art. 217 LSC, dispone que las modificaciones introducidas en este artículo, y en otros que se enumeran, "entrarán en vigor a partir del 1 de enero de 2015 y deberán acordarse en la primera junta general que se celebre con posterioridad a esta fecha". La Audiencia ha extraído de esta disposición que la fijación del "importe máximo de la remuneración anual" al que se refiere el art. 217.3 LSC debía hacerse en la primera junta general de la sociedad, en concreto en la junta general que tuvo lugar el 30 de junio de 2015, con un efecto preclusivo excesivo. La ratio del art. 217.3 LSC es que ese importe máximo de remuneración anual sea aprobado por la junta general y que rija mientras no se modifique por la propia junta general. Pero tanto la fijación inicial como las eventuales modificaciones no necesariamente han de realizarse con antelación al comienzo del ejercicio al que se pretenda aplicar. También se acomoda a la finalidad del precepto que esta aprobación se haga, como es el caso, muy avanzado el ejercicio económico, pues lo relevante es que la junta preste su autorización o conformidad durante ese ejercicio. En el marco de esta normativa introducida por la Ley 31/2014, de 3 de diciembre, no tiene sentido interpretar su disposición transitoria primera en el sentido de que, para el ejercicio correspondiente al año 2015, si no se realizaba la aprobación de la remuneración máxima en la primera junta general de la sociedad precluía la posibilidad de hacerlo más tarde, dentro del mismo ejercicio. Por esta razón, el acuerdo adoptado en relación con el punto tercero del orden del día de la junta general celebrada el día 16 de diciembre de 2015, por el que se aprobaba una remuneración anual de la administradora de 6.000 euros brutos debe considerarse válido, al no infringir la reseñada normativa legal y estatutaria.

Más interés tiene el otro motivo del recurso de casación porque concierne a la interpretación del art. 190.1 c). El Supremo interpreta la LSC en el sentido de que la referencia a que el acuerdo social tenga por objeto liberar al socio de “una obligación o concederle un derecho” tal como había venido haciendo la doctrina académica mayoritaria (v., aquí la posición de Juste).

Como se ha afirmado en la doctrina, la concesión de derechos o la extinción de obligaciones han de someterse al deber de abstención cuando se sitúen en el puro ámbito del contrato de sociedad y, fuera de este, sólo si su origen está en un acto unilateral de la sociedad. La aprobación del sueldo que como directora general ha cobrado la administradora en ese ejercicio 2015 y en los tres anteriores (2012, 2013 y 2014), es una cuestión que está más allá del puro ámbito del contrato de sociedad.

Y fuera de la relación societaria del socio con la sociedad, no cualquier acuerdo por el que nazca, se modifique o extinga una relación obligatoria, ya sea de origen contractual o extracontractual, con uno de los socios, permite apreciar un conflicto de intereses que lleve aparejado la privación del derecho de voto de este socio.

Sólo en aquellos casos en que la liberación de la obligación o la concesión del derecho tengan su origen en un acto unilateral de la sociedad, pero no cuando lo tengan en una relación bilateral entre el socio y la sociedad de las que surgen recíprocos derechos y obligaciones para ambas partes, como en este caso que se trata de la remuneración de un contrato bilateral de prestación de servicios.

Como puede apreciarse, el Supremo puntualiza que también caen bajo la prohibición de voto la concesión de derechos o la liberación de obligaciones “si su origen está en un acto unilateral de la sociedad”, pero creo que no era necesaria ni conveniente tal puntualización porque hay que entender, en tales casos, que la atribución de la sociedad al socio tiene causa societatis, es decir, se basa en que el “receptor” es socio. No se entendería, en otro caso, sino como un acto de liberalidad que no cabe presumir a las sociedades mercantiles.

Es más interesante todavía que el Supremo concluya diciendo que la inaplicación del art. 190.1 – el socio no tiene prohibido votar en la junta – no cambia el resultado del pleito porque la aplicación del art. 190.3 LSC (el socio en conflicto de interés distinto de los recogidos en el apartado 1 puede votar pero si su voto es decisivo pesa sobre la sociedad la carga de probar la conformidad del acuerdo con el interés social) conduce al mismo resultado estimatorio del recurso

Partimos de que Lucía , cuando intervino en la junta de Eslinga en representación de Aysel, de la cual es socia única, estaba incursa en un conflicto de interés con Eslinga, en atención al contenido del acuerdo relativo al punto cuarto del orden del día, que le reconocía una retribución bruta como directora general desde octubre de 2012 (algo más de 19.500 euros mensuales), que duplicaba lo que hasta entonces venía cobrando por los servicios que prestaba (8.600 euros mensuales), y a su propia condición de administradora única de Eslinga.

El art. 190.3 LSC en un supuesto como el presente en que concurría una situación de conflicto de interés y el voto emitido por quien se encontraba afectado por este conflicto de interés fue decisivo para la adopción de este acuerdo cuarto, una vez formulada la impugnación fundada en la lesión del interés social, se invierte la carga de acreditar la ausencia de lesión al interés social.

Es la sociedad demandada quien debía acreditar que la aprobación de este incremento de sueldo desde octubre de 2012 no lesionaba el interés social. La referencia a la lesión al interés social se entiende a la totalidad del apartado 1 del art. 204 LSC, por lo que también se produce esta lesión cuando el acuerdo, aunque no cause daño al patrimonio social, sea impuesto de manera abusiva por la mayoría.

Y se entiende por esto último que el acuerdo no responde a una necesidad razonable de la sociedad y es adoptado por la mayoría en interés propio y en detrimento de los demás socios. No sólo no se ha justificado por la sociedad demandada la razonabilidad del acuerdo para la sociedad, sino que lo acreditado en la instancia muestra lo contrario. El incremento de sueldo, que pasa de unos 8.600 euros mensuales brutos a unos 19.500 euros mensuales brutos, responde a asumir las funciones de directora general que se solapan además con las propias del cargo de administradora única, que tiene una retribución propia, y conlleva una carga económica para la sociedad que, aunque pueda ser soportada por la entidad, favorece de forma desproporcionada a quien controla la mayoría de la sociedad en detrimento de la minoría.

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