lunes, 19 de agosto de 2024

La conjura contra España (LXXXIV): cuando EL PAÍS se transformó en TELVA o contra las columnas de autor/escritor


Once you've learned that there are no assertions, only narratives, no truth but someone's truth etc, then you have a licence — indeed an obligation — to say any convenient thing and call it your truth. And care only about its effect on people, not its correspondence with reality.

David Deutsch


Hay en la prensa generalista de hoy dos artículos escritos por mujeres que me han llamado la atención. Esperaría encontrarlos en el TELVA o en cualquier revista dedicada al público femenino. Uno lo ha escrito Bárbara Blasco en EL MUNDO y habla de "una amiga" que está en Tinder y está muy frustrada con la experiencia. Pero ¿a alguien le sorprende que Tinder deje insatisfechas y haga sentirse desgraciadas a muchas mujeres? Basta con saber que los hombres nunca se arrepienten de haber tenido sexo casual y las mujeres se arrepienten las más de las veces

No he leído en los últimos 10 años ninguna columna acerca de cómo se sienten tratados los varones por Tinder o sobre las mejores técnicas para enamorar a una mujer o mejorar tus posibilidades de ascenso o de ligue en el trabajo. Eso se reserva a las secciones especializadas o a las revistas especializadas. En la prensa generalista, deberíamos poder esperar que los periodistas, politólogos o psicoanalistas o escritores/autores en general escriban sobre asuntos de interés general, se documenten de fuentes científicas o - como en los programas de televisión - indiquen al lector que lo que va a leer es un relato ficticio o, simplemente, una charla de peluquería o de barra de bar (según el sexo del "autor/escritor").

Pero lo de Blasco se queda en nada al lado de la columna de Emma Vallespinós. Tiene una formación impecable (carrera Mickey Mouse, master de prensa socialdemócrata y colocación como guionista de la cadena amiga y columnista en EL PAÍS. Y, por supuesto, "autora" de un libro que supongo de ficción). ¿De qué habla Vallespinós? De cosas de chicas. De chicas víctimas, claro. De cómo la "sociedad", la "educación" o ahora "las redes sociales" u otro impersonal semejante mantenía sojuzgadas a las mujeres impidiéndolas ser lo que quisieran ser. 

En su exaltación de la impersonalidad comienza su columna acusando a "ser niña en los ochenta" de "acabar odiando tu cuerpo" (a la vista de la foto de esta entrada, ¿dirían ustedes que Vallespinós tiene un cuerpo para odiarlo?). 

¿Qué había en los ochenta del siglo XX que hacía que las niñas odiaran su cuerpo? 

"las revistas del corazón que hojeábamos en la sala de espera del dentista" 

Vallespinós era de clase alta. A comienzos de los ochenta, sólo los niños ricos iban al dentista, pero, en realidad, está mintiendo. Las revistas del corazón no estaban en las salas de espera de los dentistas. Estaban en las peluquerías, pero no va a decir Vallespinós que ella leía el Hola en la peluquería, claro. 

¿Por qué miente? Porque Vallespinós se inventa que esas revistas "elogiaban a las mujeres que lucían cinturitas de avispa al mes de haber parido". Digo que se lo inventa porque las revistas no elogiaban a nadie. El ¡Hola! cedía sus páginas a señoras de la alta sociedad (whatever it means) para que las señoras que lo hojeaban en la peluquería pudieran sentir envidia o ponerlas a parir. Por ejemplo, diciendo que, claro, con el dinero del marido, cualquiera podía pagarse los tratamientos que hacían aparecer a esas mujeres como si, en vez de parir, hubieran pasado un par de semanas en una clínica de desintoxicación. Pero ¿quién puede discutir a Vallespinós? No se puede discutir de literatura (de gustibus non est disputandum). Podemos criticar su estilo literario. Pero decir que las mujeres que eran niñas en los ochenta odiaban su cuerpo porque el Hola sacaba a Isabel Preysler en estado de revista es irrefutable. 

Sigue con que "las llamadas revistas femeninas" (no te vayas a creer que Vallespinós lo creía así, de hecho, ella no las leía, pero conoce su contenido sorprendentemente bien) 

"nos regalaban tablas de calorías que guardábamos para hacer cálculos antes de acostarnos (la trigonometría era pan comido al lado de aquellas sumas llenas de culpa tras haber ingerido una lasaña al mediodía y una napolitana de chocolate para merendar). La tele nos quemaba las retinas a golpe de mamachichos, top models (nuestra adolescencia coincidió con el esplendor de las supermodelos: Claudia Schiffer, Cindy Crawford, Naomi Campbell, Kate Moss), azafatas sonrientes del telecupón y los hombres duros de las series que siempre iban detrás de las piernas infinitas de las chicas guapas"

Este párrafo indica que Vallespinós puntúa alto en neurosis. Tengo suficientes hermanas para comprender que las mujeres del siglo XX tienen que luchar permanentemente contra la obesidad por razones evolutivas. Vallespinós podría haberse estudiado eso - y trigonometría - pero a ella lo que le gusta es inventarse las cosas. Las chicas de los ochenta no leían esas revistas femeninas en la cama (¿no nos ha dicho que las leían en el dentista?) y, desde luego, no se comían una lasaña al mediodía y una napolitana de chocolate en la merienda. Andaban permanentemente de dieta en cuanto llegaban a la adolescencia y, en la juventud, les preocupaba sobre todo el alcohol, que es lo que más engorda. Pero  Vallespinós dice que la culpa de que ella odiara su cuerpo y se sintiera culpable la tenía Claudia Schiffer. Es mala literatura porque cualquiera puede comprobar que el cuerpo de Kate Moss (drogadicta y próxima a la anorexia no tiene nada que ver con el de una mamachicho) y, afortunadamente para las mujeres, hay hombres a los que les tira más el tipo Schiffer y hombres a los que les pone mucho más una mamachicho. Es otra ventaja del mercado. 

Pero Vallespinós insiste en mentir sobre las causas. Las preadolescentes y adolescentes de los ochenta se comportaban como neuróticas explotadoras de sus madres, las boomers cuya única culpa parece ser, según la pija Vallespinós que metían "bocadillos de chorizo en las mochilas". Pero la neurosis de Vallespinós le llevaba a "arrancar las etiquetas de los vaqueros porque nos avergonzaba usar ciertas tallas". 

Vallespinós reprocha a sus coetáneas que puedan ser "adultas" y considerar  "que no hay mejor elogio que el que alguien te diga “te veo más delgada” y que tampoco es elogiable que "sientan crecer su amor propio cuando pierden un par de kilos". Tras lo cual, inicia la regañina: mujer, ¿cómo te dejas engañar por toda la industria de la belleza femenina? ¡Lo que han sufrido las que llegaron a la adolescencia en los ochenta del siglo XX por la presión constante e insoportable de la publicidad y la programación en general de los medios de comunicación!

Las niñas "dosmileras" (¡joder con el neologismo feo!) lo tienen peor porque han cambiado el ¡Hola! por el Tik Tok. Las niñas de hoy son, como Vallespinós, puros sujetos pasivos de unas fuerzas irresistibles. Vallespinós no podía sustraerse al ¡Hola! y las niñas de hoy no buscan, con sus teléfonos, videos de chicas guapas y delgadas, sino que "sus smartphones les muestran cuerpos perfectos las 24 horas" (ellas no saben apagarlos y tampoco buscan otros modelos). Las redes sociales han sustituido a la publicidad "alimentan la presión estética de nuestras hijas". Y las niñas, claro, sufren trastornos mentales provocados por esta industria: 

"La industria del complejo ha encontrado en ellas la gallina de los huevos de oro. El resultado: niñas de primaria que suspiran por un cuerpo mejor. Crías de 10 años con rutinas de skincare, que googlean la frase “beneficios del retinol” 15 años antes de que les aparezca su primera arruga. Preadolescentes mirándose al espejo y comparándose con adultas esculpidas a golpe de gimnasio y filtros.

Vallespinós no se ha mirado nada de lo muchísimo publicado en los últimos años al respecto. Apenas cita una encuesta sobre lo que "sienten" las adolescentes y una anécdota que le contó una maestra de Barcelona. Podría haber seguido la discusión acerca del último libro de Haidt, que ha hecho un trabajo valioso al respecto, pero que está siendo refutado en prácticamente todas sus afirmaciones. 

Pero las columnas de "autor" de la prensa generalista ya no van de analizar problemas o tendencias sociales. Va de que los "autores/escritores" se "expresen" y nos cuenten historietas inventadas que, sin embargo, son irrefutables, y corran a formular conclusiones grandiosas en las que las mujeres son siempre víctimas, carecen de agencia y si "quieren" determinadas cosas (en este caso, estar delgadas) es porque algún malvado - en masculino, por supuesto - está infiltrándose en sus cerebros cual virus. No se mete con Tik tok (no vaya a ser que la echen de sus círculos). Se mete con twitter, claro (aunque tiene cuenta en  twitter, una prueba más de que las mujeres carecen de agencia, ella se ve obligada a tener una cuenta en twitter) porque twitter es una diana segura para cualquier progresista/socialdemócrata español

En esta ciudad sin ley que ya no se llama Twitter, es muy reveladora la manera en la que se nos insulta. La artillería que se usa tiene que ver con el físico y ser gorda es imperdonable. La gordofobia, la aversión hacia las personas gordas, campa a sus anchas. A veces es directa y otras se escuda en pretextos como la salud. Pero no nos engañemos. Es odio. Es asco. Es machismo. Y, por supuesto, es violencia.

Vean el cacao mental que tiene Vallespinós. Ella está muy delgada. Y la gordofobia, si existe, no discrimina por sexos. Que se llame gorda a una mujer y no a un hombre no tiene que ver con el que insulta sino con el insultado. Hace "más daño" llamar gorda a una mujer que a un hombre. Para entender por qué, no hay que recurrir al comodín del "machismo" y a la bobada de llamarlo "violencia". Hay que estudiar carreras serias y leer algo más que literatura de ficción.

Con la misma autoridad y arrogancia con las que niega cualquier agencia a las mujeres añade a las mentiras sobre los efectos de las pantallas en menores, una nueva "amenaza": 

"cómo las redes intensifican la insatisfacción corporal de nuestras hijas e hijos... e cómo los muros de la fábrica de complejos entre los que crecimos se han expandido hasta el infinito. Debemos preguntarnos hasta cuándo vamos a soportar que tantas niñas sientan que su cuerpo tiene que ser perfecto y, que si no es así, harán bien en sentir culpa y vergüenza. 

Observen cómo añade a los varones al final para que no la acusen de nada, claro. 

Quiere convertir a nuestros adolescentes en sujetos incapaces de soportar la menor frustración. Como ella que, miren, ha acabado publicando un libro, trabajando en la prensa socialdemócrata, delgada y con un pelazo. Tiene que volver al Hola. Que le den una columna en el Hola - o en Telva -. O quizá no le queda más remedio que publicar en EL PAÍS porque en revistas serias como el Hola o Telva no aguantan pelmazos.

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