lunes, 26 de agosto de 2024

Las bobadas de Nuria Sánchez Madrid


Europeana en Unsplash

Dice la profesora de Filosofía de la UCM (¿Qué espíritu deportivo?que las imágenes emocionantes que nos han dejado los juegos olímpicos de París 

invitan a reflexionar sobre la atención dirigida al llamado deporte de alto rendimiento. Por de pronto, la prioridad absoluta de esta modalidad competitiva parece haber sepultado la comprensión del deporte como una afición democrática, al alcance de todos los grupos sociales, vinculada al placer de combinar el ejercicio físico con el mantenimiento de la salud en todas sus vertientes, sin necesidad de obsesionarse con determinados moldes corporales o de ubicación sexo-genérica ni de batir marcas o imponerse ante contrincantes de otro país.

¿Por qué dice que se da "prioridad absoluta" (¿quién?); ¿por qué dice que la alta competición "sepulta" - no el deporte sino - "la comprensión del deporte"? Porque hace literatura. Sánchez Madrid se olvida de que la gente no encuentra nada interesante en ver jugar al fútbol a unos niños de Mataró, salvo que sean tus hijos. Y que la gente encuentra muy interesante ver a otros hacer proezas físicas que uno no sería capaz de realizar ni de lejos. ¿Qué tiene de misterioso que la alta competición atraiga el interés del público (o sea, de los espectadores) pero no lo haga el deporte como ejercicio físico? Es más, en contra de lo que afirma la autora, habría que pensar que la alta competición lleva a más gente "normal" a practicar deportes de forma no profesional, por tanto, la argumentación es falaz. Que nos fascine la Fórmula 1 no significa que el interés por conducir coches de la gente ordinaria se reduzca. 

Añade la relación entre la competición deportiva y la bélica. Pero no es "mimetismo". Es, más bien, sustitución o ritualización. La guerra entre grupos se sustituye por combates singulares entre guerreros seleccionados que se enfrentan de forma cada vez más ritualizada eliminando el riesgo para la vida de los 'guerreros' seleccionados pero promoviendo el cultivo de cualidades físicas que se consideran deseables y propias de la milicia (citius, altius, fortius). El tribalismo esencial en la naturaleza humana hace el resto (de hecho, hay pruebas de que el aficionado en la grada "siente" lo mismo que el que está jugando en la cancha).

El penúltimo párrafo de la columna, simplemente, no lo entiendo: 

Cualquiera que haya vivido el profundo cambio en la percepción del cuidado de sí operado por la adquisición de un simple smart watch cuenta con un índice elocuente de los parámetros de control, sacrificio y competitividad a los que sometemos actualmente a nuestros cuerpos.

¿Pero no  hay cada vez más gordos que se hinchan a comida basura? ¿No bebemos más? ¿No nos hemos vuelto más hedonistas? Es lo que tiene este estilo de columnismo: puede decirse una cosa y la contraria con la misma autoridad moral y ausencia de pruebas empíricas, basta con decir que la gente se compra smart watches. Porque todo va de lo que los "autores" creen que la gente piensa, siente y de lo que la mueve a actuar de una forma y no de otra. 

Lo más preocupante de estos autores es su proximidad al autoritarismo: la gente no sabe lo que hace; no actúa libremente; unas fuerzas impersonales y fuera de su control o, simplemente, el capitalismo que les rodea, les obligan a actuar como lo hacen. De ahí, a justificar las dictaduras presididas por filósofos como quería Heidegger no hay tanta distancia. Sánchez Madrid marcha en esa dirección en la parte final de su  columna: 

Una provechosa transferencia de la investigación en filosofía social como la desarrollada por José Luis Moreno Pestaña ofrece más de una lectura bien recomendable para el final de un verano olímpico como este, al explorar la envergadura de la novedosa biopolítica implantada con ayuda del rigor corporal que se autoimpone un sujeto deseoso de cumplir con los imperativos estéticos de su tiempo.

Moreno Pestaña dice unas cosas realmente peligrosas e irracionales - aunque dado que, como Sánchez Madrid, no es más que profesor universitario de Filosofía y Letras, su capacidad para hacer el mal es limitadísima  - como que los trastornos alimentarios son una elección de las personas que los padecen y que no están dispuestas a "abandonarlos" de forma definitiva y por eso no se curan. Las personas no padecen trastornos  alimentarios, dice este individuo, sino que  "entran" en ellos persiguiendo "cuerpos de élite", y, como siempre, estas personas que padecen estos trastornos, carecen de agencia. Son los  demás, su entorno, los que provocan la enfermedad - si aceptamos, que no sé si él lo hace, que los trastornos alimentarios son una enfermedad -. 

¿De verdad creen estos "filósofos" que el cuerpo de un deportista de alta competición es el "cuerpo perfecto" en el sentido de "el más atractivo sexualmente"? Quizá sea verdad para algunos atletas masculinos (Usain Bolt), pero desde luego no para las mujeres. No voy a hablar de halterofilia o de boxeo femeninos. Basta pensar en los cuerpos de las gimnastas actuales. Tampoco el cuerpo de una corredora de fondo es el más atractivo sexualmente, de modo que dudo mucho que lo que mueva a las grandes deportistas sea "cumplir con los imperativos estéticos de su tiempo".

Y el párrafo final: 

Creo que nos jugamos mucho en la reivindicación del derecho social a un deporte lúdico y no competitivo, basado en una necesaria articulación de estructuras materiales (polideportivos de barrio y espacios de formación accesibles), prácticas corporales y experiencias individuales y comunitarias saludables, un plexo que debería estar destinado de manera preferente a la satisfacción de necesidades y al desarrollo de capacidades, en lugar de responder prioritariamente a la rentabilidad de corporaciones empresariales.

Observen que la autora ha cambiado de opinión en un par de párrafos: el deporte de élite sirve ahora, claramente a la "rentabilidad de las corporaciones empresariales" (y los pobres deportistas de élite, engañados por el capitalismo, como todos). Pero, lo que es más irracional es afirmar que puede haber "deportes no competitivos". Se denominan "competiciones deportivas"  por alguna razón. Quizá Sánchez Madrid cree, como todas las dictaduras y ejércitos del mundo, que hay que promover el ejercicio físico, pero evitar los deportes, o sea promover el mens sana in corpore sano para que los miembros de la sociedad puedan servir  mejor  al Estado. 

Las competiciones deportivas del más alto nivel tienen, en sociedades libres, otra función (además de servir de entretenimiento - panem et circenses -), que la autora no parece apreciar: permitir el libre desarrollo de la personalidad de la gente; sacar de cada uno, lo mejor, dar sentido a la vida. La única forma de saber que eres el mejor es compararte con los buenos, o sea, competir. Esta inquina de la izquierda posmoderna por la competencia y la meritocracia les llevaría, de ser coherentes, a sugerir, como en el chiste de Gila, que dejemos ganar alternativamente a uno u otro equipo para no generar frustración en los derrotados. Con eso, conseguiremos que, como ocurre con el fútbol femenino, nadie vea los Juegos Olímpicos.

Y aquí está lo importante: el texto de Sánchez Madrid sugiere poco respeto por la libertad individual y por la agencia de las deportistas de élite. Son víctimas que sacrifican la conducta virtuosa (¿saltar a la comba en vez de machacarse en el gimnasio?) para alcanzar un "éxito efímero" que requiere un "sufrimiento extremo".

Si no nos indigna la alternancia trágica de éxito efímero y sufrimiento extremo en el deporte que nos transmiten las pantallas, será difícil que podamos poner esta imprescindible actividad al servicio de una equidad, cuidado y respeto por la dignidad humana propios del siglo en que nos encontramos.

Ya lo sabes, Carolina, lo tuyo, todos los sacrificios que has hecho por llegar a ser campeona del mundo de badmington es contrario a la "dignidad humana".

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